Opinión: Gustavo Perilli
El debate sobre las prácticas más efectivas y menos costosas para
abordar cualquier problema suele ser tenso y confuso. Las vertientes
teóricas estudian el terreno y difunden su veredicto, pero, en esencia,
ninguna logra captar la real dimensión del fenómeno. Esto mismo sucede
en la interacción entre la teoría y la política económica cuando, por
ejemplo, la pretensión es encauzar la inflación y moderar sus patologías
periféricas.
En la Argentina actual, y con distintos grados de avance y velocidades,
el tratamiento de la inflación se encara desde los planos fiscal y
monetario. En paralelo y en el marco de la búsqueda de lo eficiente,
los lineamientos oficiales procuran optimizar las correcciones
salariales y el empleo público para mejorar la productividad del trabajo
e incorporar armonía futura a los precios relativos.
Sin embargo, desde una perspectiva más amplia, la estrategia se
propone: controlar el gasto público y cerrar la brecha fiscal; regular
la emisión de dinero; lograr que los trabajadores sean flexibles y cedan
puntos de poder adquisitivo (arreglen salarios por debajo de la
inflación); estimular la expansión del sector privado (consigna I: lo
privado= siempre bueno); achicar lo público por costoso e improductivo
(consigna II: lo público= cuestionable); e impulsar el crecimiento
económico. Haciendo un somero repaso por estos seis puntos, resulta
indudable que estas contradicciones técnicas sirven para contrastar lo
irrefutable con lo sospechoso y sea comprensible por un hombre que "no
podría vivir si no admitiese las ficciones lógicas, si no midiese la
realidad con el metro del mundo puramente inventado" (Nietzsche, 1886).
Disciplinados los precios absolutos y relativos a como dé lugar, el
modelo sugiere que solo esas señales (devenidas de esa armonía de
precios) deberían coordinar automáticamente el mercado. En esta
instancia, las herramientas y los instrumentos (la política económica)
ni siquiera tendrían que dudar si tuvieran que reducir ingresos (y
consumos), y pulverizar en trámite exprés cualquier definición
generadora de déficit porque, como señalaba la filósofa rusa Ayn Rand,
luego "el placer y el disfrute serán una recompensa emocional por la
acción exitosa" (1961).
Es materia de debate si la estabilidad macroeconómica per se
atrae beneficios sociales y una distribución equitativa automática de
ingresos, especialmente si se elige el régimen de metas de inflación
(RMI). Más complejo aún es ese panorama si, además, el RMI no logra sus
cometidos. En 2017, la inflación minorista de la Argentina se
sobrepasó por más de siete puntos porcentuales con respecto a la meta
prometida por el RMI. Para 2018, el escenario no será mucho más
promisorio: semana a semana se diluye la meta de inflación de 15%,
incluso entre quienes participan del relevamiento de expectativas de
mercado (REM) del Banco Central (BCRA). En este marco, los tiempos
corren y aumenta la probabilidad de que el mercado interprete las
existencias de inconsistencias en los supuestos del modelo (la piedra
fundamental de la estructura) y les solicite (o exhorte) a los
responsables subas de tasas de interés (y no bajas como las que
actualmente suben el tipo de cambio y generan más inflación a futuro) y
más esmero en el uso del ancla cambiaria (garantías de un tipo de cambio
bajo) o, alternativamente, que reconociera las fallas germinales (en
los supuestos) y abandone el RMI.
El planteo que podría hacérsele no es nada disparatado si se tiene en
cuenta que la inflación anual sigue en dos dígitos (y algunos privados
ya la ubican arriba de 20% para 2018), subsiste un grave déficit fiscal
(y externo), continúa el reacomodamiento de precios regulados, sobrevive
la estructura productiva desequilibrada (disociada en términos de
productividad), aumenta la probabilidad de recesión y, en el plano
externo, la política monetaria del Banco Central de los Estados Unidos
(FED) tiende a ser más restrictiva (tasas de interés de referencia en
aumento).
Sin desmerecer otras contribuciones históricas, en estos días
parecerían enaltecerse los aportes del ingeniero Marcelo Diamand. En
este momento, la descripción pendular de la política económica argentina
y la "estructura productiva desequilibrada" se presentan como "el todo y
las partes de este rompecabezas". Con respecto al péndulo, sostenía que
en la Argentina han convivido cambios bruscos de política económica y
una oscilación "entre dos corrientes antagónicas: la corriente
expansionista o popular y la ortodoxia o el liberalismo económico"
(Diamand, 1983) que no cumplen con sus objetivos. La primera, la
popular, empapada de influencias keynesianas y elementos del
nacionalismo económico, rápidamente pierde su norte al convalidar
violentas expansiones (excesos salariales y de demanda) y enfrentar
(frontal e inútilmente) a los estratos más influyentes de la sociedad.
El resultado: déficit fiscal, pérdida de reservas del BCRA y
devaluación. Ello lleva, sostiene Diamand, a un súbito vuelco hacia una
cruda ortodoxia económica basada en la teoría neoclásica a la que la
sociedad, respetuosa de lo influyente, asocia con lo serio e ilustrado.
Reflejando el pensamiento de los sectores agropecuario, financiero,
exportador tradicional y algo del industrial (paradójico) y concentrarse
en conceptos tales como orden, disciplina, eficiencia, equilibrio
fiscal, ahorro, confianza, atracción de los capitales extranjeros y
virtudes del sacrificio de lo popular (bajar salarios reales y
desarticular conquistas históricas), esta corriente tampoco llega a buen
puerto. Ello ocurre por múltiples razones, pero, particularmente, por
la elevada apertura comercial y financiera (endeudamiento) y la extrema
exposición a las fluctuaciones del ciclo económico global. En esta etapa
ocurren cambios de dirección de los flujos de capitales (salidas de
divisas superiores a las entradas), se pierden reservas y sube
descontroladamente el tipo de cambio y, finalmente, todo culmina con una recesión provocada por la languidez de la demanda debido a la previa erosión del salario real. Literal de Diamand: "El saneamiento y el despegue nunca se llegan a concretar".
Finalmente, resulta necesario recordar que, desde la década de 1990, se
vivieron dos de estos movimientos pendulares (hubo más en la historia).
Ahora solo falta esperar si el RMI será (o no) la terapia eficaz para
estabilizar la economía (y mejorar el bienestar) o si, una vez más, se
deberán entronizar las enseñanzas de Diamand.
El autor es profesor de la UBA.
Fuente:INFOBAE
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