martes, 19 de junio de 2012

La economía como ciencia moral


 


ES UN AREA DE ANALISIS Y DE ACCION EN EL QUE EL PAPEL DEL SUJETO ES DETERMINANTE

En un texto escrito para Página/12, la autora afirma que en la economía la intencionalidad y el juicio toman el lugar del determinismo de las leyes naturales. Para ilustrarlo, utiliza argumentos de John Maynard Keynes y George Soros.


Opinión
La economía es una disciplina puesta entre dos cordilleras: la ciencia de los fenómenos físicos, observables y cuantificables, y el estudio de los sucesos humanos que se los busca reconstruir e interpretar. Aunque la mayoría de los economistas buscan la seguridad del método científico, a otros les parece falsa y vana la búsqueda de una semejanza con las ciencias físicas. A diferencia de las ciencias duras, donde existe la reproducibilidad del experimento y las explicaciones tienen un alto valor predictivo, la economía es un área de análisis y de acción en que el papel del sujeto –con sus valores y sus comportamientos– es determinante. Y, por lo tanto, podemos decir que la economía es una ciencia moral, donde la intencionalidad y el juicio toman el lugar del determinismo de las leyes naturales. Para ilustrar esta idea voy a utilizar los argumentos de dos destacados “referentes” de la materia: un gran economista, John Maynard Keynes, y un muy hábil financiero, George Soros.
La economía –dice Keynes– tiene que ver con la “introspección y con los valores (...), con las motivaciones, las expectativas y la incertidumbre psicológica”, que se encuentran totalmente ausentes en el mundo físico. Mientras que el objetivo de la física es descubrir regularidades que permitan obtener leyes generales, el de la economía, cuyo campo de observación no es constante ni homogéneo, es capturar los efectos de decisiones tomadas en un contexto de incertidumbre. En economía, sostiene Keynes, no podemos pensar en realización de generalizaciones totalmente exactas, porque el sistema económico no está regido por fuerzas naturales que los economistas pueden descubrir y ordenar en una clara secuencia de causas y efectos.
La tarea del economista, más bien, es la de “seleccionar las variables que pueden ser deliberadamente controladas y gobernadas por una autoridad central, en el tipo de sistema en el que vivimos”. No puede existir una separación entre valores y hechos, entre análisis y recetas, porque “el pensamiento moral” y los “valores morales” son parte de cada filosofía social. Una vez develada la falsa analogía de las leyes económicas con las leyes físicas se abre la posibilidad para el economista de promover valores y comportamientos que puedan hacer mejor a una sociedad. Keynes no creía en la “inevitabilidad” de los mecanismos del libre mercado y pensaba que los medios alternativos para mejorar la sociedad podrían ser construidos a partir de la persuasión y las capacidades intelectuales. El nexo entre la ciencia de los hechos físicos y la de los hechos humanos se convierte de esta manera en el espacio de la acción, donde el determinismo de la naturaleza se templa ante las posibilidades de transformación según los fines elegidos.
George Soros también se pronunció contra la falsa analogía entre los acontecimientos económicos y los físicos argumentando que los fenómenos estudiados por la economía tienen una estructura fundamentalmente diferente que los fenómenos naturales. Se trata de la presencia de un feedback (retroalimentación) entre el pensamiento y la realidad, que actúa como forma de influencia en las expectativas de los agentes sobre los eventos económicos, los cuales a su vez inciden sobre las expectativas que se forman los individuos.
El efecto de la doble relación entre las expectativas y el curso de los acontecimientos puede ser negativo o positivo. El feedback negativo corrige opiniones y juicios, realineándolos al estado real de las cosas. El feedback positivo, en cambio, produce señales distorsionadoras, de modo que las expectativas de los agentes y el estado real de la economía siguen trayectorias cada vez más divergentes. Este esquema de análisis ha sido utilizado por Soros para explicar las burbujas especulativas, el fracaso de la autorregulación de mercados financieros y también de la confianza depositada en esos mercados por los economistas pertenecientes al pensamiento dominante. La crisis económica y el cataclismo financiero que han sacudido a las economías contemporáneas son un duro testimonio de la mala respuesta basada en la confianza de un paradigma económico construido desde un sistema, supuestamente, controlable y previsible. En cambio, son la incertidumbre y las expectativas las que dominan el juego económico, por ello se propone como tarea principal del economista la elaboración de reglas que permitan controlar los comportamientos de mercado y que no se desprenden de leyes “matemáticas”.
Incluso en el ámbito de las nuevas tecnologías, el aprendizaje “técnico” está sujeto a la necesidad de superar los obstáculos disciplinarios y de tener como horizonte un espectro amplio de aplicación y de fuentes de inspiración. Los economistas no deberían temer de adentrarse en esta vía.
En los orígenes de la profesionalización de la economía, el padre fundador de los estudios en esta materia en Cambridge, Alfred Marshall, sostenía que el objetivo de la carrera era “la formación y no el llenado de las mentes” (“the forming not the filling of the minds”). Las generaciones que se formaron con un espíritu crítico, hecho posible por un modo de enseñanza centrado en la supervisión, han producido ciertamente cohortes de economistas que incluyen a los intelectualmente más influyentes en la historia de disciplina: además de Keynes, encontramos a Pigou, Robertson, J. Robinson, Kahn y muchos otros que se formaron en dicha escuela. Volver a formar mentes abiertas no sólo a las innovaciones técnicas, sino también a un conocimiento liberado de los obstáculos disciplinarios, en economía puede ser el camino para recorrer la ruta trazada –según una maligna reconstrucción– desde el fin de la guerra fría, que ha obligado a muchos matemáticos y físicos que se han quedado sin trabajo en Estados Unidos a buscarlo en los departamentos de economía. Por otro lado –como P. Mirowski ha explicado–, el avance de la cuantificación y la construcción de modelos econométricos a partir de los años 40, en Estados Unidos y luego progresivamente en el resto del mundo, ha tenido poco que ver con el progreso de la ciencia y mucho más con la ideología y el negocio.
* Sapienza, Universidad de Roma.

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