martes, 5 de junio de 2012

General Felipe Varela, jefe popular y americanista


 


 
Por Pacho O’Donnell *

Los caudillos federales fueron derrotados en los campos de batalla, a pesar de su coraje, por el mejor armamento y mayores recursos de sus adversarios; asimismo fueron vencidos en las páginas de nuestra historia consagrada escrita por la oligarquía porteña.
Uno de los caudillos más denostados y menos conocidos es Felipe Varela, a quien la presidenta de la Nación acaba de elevar al generalato post-mortem. Catamarqueño, es coronel del ejército de la Confederación Provincial de Urquiza. Luego pelea a las órdenes del Chacho en victorias y derrotas, hasta su asesinato en Olta.
Exiliado en Chile, Varela contacta con la “Unión Americana” presidida por Rafael Valdez, y se impregna de una convicción americanista, la Patria Grande americana. Es testigo del bombardeo de Valparaíso por parte de la flota española sin que la Argentina, evidenciando su escaso espíritu americanista, se solidarizara con las agredidas Chile y Perú.
El canciller de Mitre, Rufino de Elizalde, a mediados de 1862, respondió a la invitación del gobierno del Perú a adherirse a un tratado que establecía el propósito de la integración continental en defensa de las ambiciones británicas: “Puede decirse que la República Argentina está identificada con la Europa hasta lo más que es posible (...). Puede asegurarse que más vínculos, más intereses, más armonía hay entre las Repúblicas Americanas con algunas naciones europeas que entre ellas mismas”.
Varela se indignaría también cuando se desató la Guerra de la Triple Alianza: “Guerra premeditada, guerra estudiada, guerra ambiciosa de dominio, contraria a los santos principios de la Unión Americana cuya base fundamental es la conservación incólume de la soberanía de cada república”.
Entonces decide invadir la Argentina con cuarenta hombres, algún armamento de desecho, dos cañoncitos, sus legendarios “bocones”. Y una banda de musicantes chilenos que crearían la célebre zamba.
A pocos días de llegar, sus fuerzas suman 4000 guerrilleros, a quienes les leería la Proclama americanista fechada el 10 de diciembre de 1866 que había ordenado repartir por toda la república: “¡Argentinos! El pabellón de Mayo, que radiante de gloria flameó victorioso desde los Andes hasta Ayacucho, y que en la desgraciada jornada de Pavón cayó fatalmente en las manos ineptas y febrinas de Mitre, ha sido cobardemente arrastrado por los fangales de Estero Bellaco, Tuyutí, Curuzú y Curupayty (...). Nuestro programa es la práctica estricta de la Constitución, la paz y la amistad con el Paraguay y la Unión con las demás repúblicas americanas”.
Para el caudillo catamarqueño, como para la mayoría de los jefes populares de su tiempo, el problema de su patria es Buenos Aires. “La Nación Argentina goza de una renta de diez millones de duros que producen las provincias con el sudor de su frente. Y sin embargo, desde la época en que el gobierno libre se organizó en Buenos Aires, a título de Capital, es la provincia única que ha gozado del enorme producto del país entero, mientras que a los demás pueblos, pobres y arruinados, se hacía imposible el buen quicio de las administraciones provinciales por la falta de recursos.”
Taboada, al frente de fuerzas enviadas por Mitre, quien debió regresar del Paraguay para ponerse al frente de la represión, dispuso una emboscada en el Pozo de Vargas. Varela sostuvo el combate en base al coraje que en definitiva no alcanzó para contrarrestar la enorme diferencia en armamento y en experiencia.
Los vencedores apresaron y ejecutaron a los musicantes chilenos y cambiaron la letra de la zamba de Vargas, a pesar de lo cual la original se siguió cantando en los fogones:

“A la carga a la carga,
dijo Varela,
salgan los laguneros
rompan trincheras.
Rompan trincheras sí,
carguen los laguneros
de dos en fondo.
De dos en fondo sí,
dijo Guayama,
a la carga, muchachos,
tengamos fama.
¡Lanzas contra fusiles!
Pobre Varela
¡Qué bien pelean sus tropas
en la humareda!
Otra cosa sería
armas iguales”.

Don Felipe es derrotado finalmente en Pastos Grandes el 12 de enero de 1869, y sería Chile otra vez entonces el refugio de ese anciano tuberculoso y de una veintena de gauchos leales, desharrapados y famélicos. Murió el 4 de junio de 1870 cerca de Copiapó. El embajador argentino en Chile, Félix Frías, escuetamente y sin pesar, informó a Sarmiento: “Este caudillo, de triste memoria para la República Argentina, ha muerto en la última miseria, legando sólo sus fatales antecedentes a su desgraciada familia”.

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