En
1968 los militares peruanos derrocaron al presidente conservador
Belaúnde Terry e iniciaron una de las dictaduras más particulares de la
historia latinoamericana que, a contramano de otros gobiernos militares,
hizo reformas nacionalistas.
Velasco Alvarado lideró el gobierno más izquierdista de la historia de Perú.
Hace
cincuenta años se instalaba un régimen militar atípico en el Cono Sur:
nacionalista, autónomo de Estados Unidos y que bajó la tasa de
analfabetismo en un país donde los iletrados no tenían derecho a votar.
El 3 de octubre de 1968, los militares peruanos derrocaron al
presidente conservador Fernando Belaúnde Terry e iniciaron una de las
dictaduras más particulares de la historia latinoamericana. El régimen
del general Juan Velasco Alvarado fue a contramano de otros gobiernos
militares e inició una serie de reformas nacionalistas que transformaron
el país, como la nacionalización de los recursos naturales. Un contrato
petrolero había sido el disparador del golpe, al que siguieron doce
años que se dividen en dos etapas: los primeros siete, con Velasco en el
poder, en los que los militares encararon las reformas agraria y
educativa; y el lustro que va de 1975 a 1980 con el general Francisco
Morales Bermúdez, que derrocó a Velasco, derechizó a la dictadura, de
buena relación desde entonces con la Argentina de Videla, entre otros, y
terminó llamando a elecciones en 1980. Paradójicamente, el regreso a la
democracia se dio en la figura de Belaúnde, el presidente derrocado
doce años antes.
El historiador peruano Guillermo Nugent rastrea el origen del golpe
en la impopularidad de Belaúnde. “Ganó en el 63, se había bloqueado la
victoria del APRA. El surge con promesas de reforma, muy tímidas, tuvo
grupos sindicales y campesinos en contra. Hubo un brote de guerrillas
minimizado de forma irresponsable en el 65, más la devaluación del 67, y
eso llevó al clima de decepción”, cuenta a este diario desde Lima.
El detonante de la asonada fue el contrato del gobierno derechista
con la International Petroleum Company. “Se puso una cláusula de
fijación de precios. La página del contrato donde figuraba ese punto
desapareció”, recuerda Nugent. El llamado escándalo de la página 11
gatilló el golpe de los militares nacionalistas. Belaúnde se exilió en
la Argentina de Onganía, mientras uno de los jóvenes asesores que habían
participado de la redacción del contrato se instalaba en Estados
Unidos: el futuro presidente neoliberal Pedro Pablo Kuczynski.
Apenas 24 horas después de la masacre de Tlatelolco en México se
ponía en marcha una experiencia militar a contramano de los regímenes de
su tiempo. Otro historiador peruano, José Luis Rénique, de la City
University of New York, no duda en decir que “nunca en nuestra historia
hubo un gobierno más a la izquierda que el de Velasco”. A la par de la
nacionalización del petróleo y la minería, el régimen inició la reforma
agraria. “El campo en Perú era muy arcaico, con fuertes relaciones de
servidumbre. Los militares de entonces aprendieron que la mejor manera
de evitar mayores conflictos era terminar con el dominio oligárquico tan
arrogante, sin límites,” explica Nugent. La medida tuvo un impacto
enorme. “La quiebra del régimen de hacienda fue el elemento simbólico
más perdurable a la fecha desde lo político. Tuvo un golpe mortal con
esa reforma”, agrega sobre un hecho irreversible.
Rénique destaca que la reforma agraria no fue totalmente exitosa. “En
las zonas amazónicas o Ayacucho dejó bombas de tiempo que no se
pudieron desarmar y que luego aprovechó Sendero Luminoso”. De hecho, la
irrupción de la guerrilla maoísta hizo eclosión al terminar la
dictadura. “La reforma se quedó trunca, y permitió la inserción del
senderismo. En algunas regiones la preocupación por la productividad y
el modelo de explotación hicieron que los funcionarios optaran por un
modelo de empresas que generaba una transición, pero eso no se produjo y
quedó por la mitad. Hubo comunidades que no llegaron a incorporarse”,
señala Rénique sobre un momento que tuvo un elemento distintivo: el
Sinamos.
Se trató del Sistema Nacional de Movilización Social, cuya sigla
jugaba con la idea de una ausencia de amos y buscaba asentar la idea de
un gobierno corporativo. El Sinamos absorbió a las dependencias del
Estado y funcionaba en los hechos como la expresión política del
velasquismo. Según Nugent, “Velasco buscaba autonomía de Estados Unidos y
de Brasil y le compró armas a la URSS en plena Guerra Fría. Pero no
había un horizonte socialista explícito, y no era un mesiánico, no se
sentía un salvador del Perú. Se lo podría comparar con Perón, con la
diferencia de que Velasco no tuvo la ambición de un proyecto político
propio”.
Desde París, el escritor Diego Trelles Paz da la visión de alguien
que no vivió esos años y para quien la noción de dictadura está más
asociada a Alberto Fujimori. “Soy un demócrata por convencimiento y
nunca voy a saludar una dictadura. No se puede equiparar a Velasco con
Fujimori, como se estila hacer ahora. El diario El Comercio acaba de
sacar un editorial en el que defenestra el velasquismo, cuando un día
después del golpe saludó el derrocamiento de Belaúnde”. Y pondera el
impacto de la reforma educativa, que bajó los índices de analfabetismo y
recuperó la enseñanza del quechua. “Los iletrados no tenían derecho al
voto antes de 1980, el derrocado Belaúnde había ganado en el 63 con el
18 por ciento de los votos de la población total”.
Para Rénique, “hubo una lectura por izquierda de la Doctrina de
Seguridad Nacional por parte de los oficiales velasquistas” y, en
especial, una apropiación del programa del APRA, el partido de las
clases populares. “El APRA se había aliado a la extrema derecha para
bloquear la acción de gobierno de Belaúnde y los militares nacionalistas
veían una traición a ese programa. Incluso el Sinamos lo motoriza un ex
secretario de Haya de la Torre, el fundador del aprismo”, explica.
Tras la experiencia de Velasco llegó la segunda fase, crisis
económica y la salida democrática del 80, que para Nugent implicó una
pésima lectura de Belaúnde respecto del senderismo. Así y todo, en
opinión de Trelles Paz, la reforma agraria evitó que Sendero tuviera una
mayor penetración en las comunidades rurales. En democracia se daría a
gran escala lo que no ocurrió con los militares: el terrorismo de
estado.
Antes, Velasco había muerto en 1977 y su entierro congregó a una
multitud. Medio siglo después del golpe, el velasquismo es un tema que
hoy congrega a los simpatizantes nostálgicos y a la derecha que lo
defenestra, pero no tiene mucho para decir a la sociedad peruana de hoy.
Trelles Paz, nacido el año de la muerte del líder militar, hace su
balance. “Gracias a Velasco, pasamos de ser un país latifundista de
gamonales y oligarcas explotadores que trataban a los campesinos como
mulas, a una república donde todos los ciudadanos se reconocieran como
tales. Después de 1968 se puede hablar de un país sin castas pero ese
sueño no duró mucho”.
Fuente:Pagina/12
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