Imagen: Bernardino Avila
Esta
columna fue de las primeras que los tildó de fascistas. Y hubo críticas
de compañeros, fraternales, pero críticas. Que no era para tanto, que
no era el momento, que había que esperar, que con exageraciones no se
avanza.
Bueno, pero el fascismo argentino ha retornado. Para completar la
obra de destrucción y avasallamiento que no pudieron terminar entre 1955
y 1983. El antiperonismo, la ceguera eclesial, el racismo y el odio de
clase no pudieron con la recuperación de la democracia y los 33 años de
lento mejoramiento institucional de esta república. Entonces
retrocedieron y se vieron forzados a convivencia y civismo, mientras la
construcción de ciudadanía hizo que nuestro país alcanzara sus mejores
promedios democráticos.
Pero aquellos eran monstruos adormecidos, agazapados y latentes que
muchos, quizás la inmensa mayoría del pueblo argentino, creyeron de
buena fe que ya no retornarían. Hasta que de la mano de un voto
mayoritario que algún día habrá que revisar, porque sobran dudas sobre
su limpieza, empezaron a volver.
Y los controles y el funcionamiento institucional fallaron. De lo
contrario no estaríamos en el punto en que estamos. En el que la
restauración oligárquica y colonial está empeñada en destruir todo lo
esencial de esta nación: el trabajo, las libertades, los derechos, la
educación, la salud, la soberanía, la justicia, la solidaridad, el
territorio. Y la paz social.
No es ni será fácil derrotarlos. Sin duda los vamos a vencer otra
vez, pero aunque los reeduquemos habrá que saber que su odio y racismo
son estructurales y serán resilientes.
Siempre se valdrán de la prensa y la televisión miserables. Siempre
estarán agazapados para reaparecer con su racismo constitutivo y
aplaudiendo las peores causas, las ideas más retrógradas. Y encima en
nuestro país no se curarán jamás del antiperonismo visceral que los
enferma. Como ahora, que con desprecio lo llaman kirchnerismo o
cristinismo y los vuelve locos con la sola posibilidad de retorno. Ya
inventarán mentiras y exageraciones sensacionalistas, como ahora la
patraña de las fotocopias de cuadernos truchos que cada vez es más
evidente que no existieron, o en todo caso fueron escritos por
tinterillos con mandato de enlodar y amenazar a los muchos culosucios de
la política y el empresariado para que declaren cualquier cosa.
Ese circo mediático-judicial de “arrepentidos”, confesadores y demás
caterva de ladrones, coimeros y ricomacpatos, la mayoría empresarios de
prosapia corta y mucho puntadeleste, les sirve para titular cada día sus
pasquines y telebasuras, pero sólo convence a incautos, contentos y
fascistas de libro por la sencilla y torpe razón de que la credibilidad
de esos “cuadernos” es imposible si en los registros de corrupción
política-empresarial no se menciona ni al Sr. Franco Macri ni a su hijo.
Es ese fascismo el adversario. Desde el Presidente y sus amigotes,
nepotistas y prebendarios, hasta sus empresarios salidos de
universidades privadas oligárquicas, sus latifundistas negadores del
latifundio, sus exportadores sojeros a mansalva, sus economistas
colonizados, sus evasores de impuestos.
Pero también hay que decir aquí que para reinstalarse, más allá de
ser el producto de viejas e incurables taras llamadas racismo,
autoritarismo, intolerancia, machismo, violencia y algunas más –que
siempre anidan en buena parte de la sociedad, y de la humanidad toda– el
fascismo argentino se sirvió para su retorno de dos factores
eminentemente locales, que convendría identificar con honestidad.
Uno es ese odio racista, originario y antipopular, que les inspira el
peronismo y todo lo que se le asemeje, se llame como se llame, con tal
de que sea morocho, grasa, descamisado o choripanero. Y sea por contagio
mediático o por malas prácticas democráticas, hay que reconocer que el
resurgimiento ya alarmante del fascismo argentino también se debe a que
algunos de esos rasgos que enferman a la oligarquía y al
neocolonialismo, también, lamentablemente, han inficionado a buena parte
de nuestro pueblo por perversamente inducidas confusiones
aspiracionales.
Y el otro factor es, se diría, propio. Porque este retorno del
fascismo argentino hubiera sido imposible si el proceso político que
llamamos kirchnerismo –el más avanzado en términos de justicia social y
derechos humanos de los últimos 60 años en la Argentina– no se hubiera
en cierto modo derrotado a sí mismo a causa de errores propios, miopías y
corruptelas. Y bueno sería que esto se entendiese como sana autocrítica
para mejorar en el futuro. Callar esto porque duele o molesta sólo
conduciría a leer una vez más erróneamente cada presente político.
Esa autocrítica necesaria de ninguna manera niega que el pueblo
argentino mayoritariamente apoyó a Néstor, primero, y a Cristina después
y ahora, con lealtad y entusiasmo por todo lo que ellos dieron y
ayudaron a conseguir en materia de calidad de vida, educación, salud,
derechos, orgullos y esperanzas a los sectores populares. Pero tampoco
debe dejar de reconocer sectarismos y decisiones inexplicables, errores
gruesos y livianos, metidas de pata, políticas abstrusas y corrupciones
que sobrevolaron muchas decisiones y que lamentablemente beneficiaron
casi siempre a cerealeras, mineras, bancos, Monsanto y multinacionales
varias. Esto no se puede, ni debe, ocultar, y así lo entiende esta
columna desde siempre.
Puede no agradar que se diga y quede escrito, pero no se redacta este
texto para un manual de buenos modales sino para describir la fea y
dura realidad que estamos aceleradamente viviendo y que nadie, nadie,
puede asegurar que terminará pronto, ni cómo. Sobre todo porque el
fascismo gobierna hoy la Argentina con más poder y más astucia que nunca
antes.
La lucha, entonces, es ahora contra discursos y modos fascistas que
han llegado a nuestras calles, nuestros barrios, nuestra vida cotidiana.
Y esa lucha deberá ser por la paz y por el voto, que es lo que
diferencia a los demócratas civilizados de los bárbaros fascistas,
aunque vistan ropas caras, coman sushi con malbec, se desplacen en autos
caros y los sigan y voten los contentos. Y será una lucha victoriosa,
en noviembre del 19, porque la confluencia nacional y popular, cuando
estalla, es imparable. Y también porque el pueblo argentino está cada
vez más movilizado y consciente de la necesidad de marchar unido a las
urnas. Se lo ve, se lo palpa, se lo siente.
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