Javier Iguacel, secretario de Energía.
Es
necesario retroceder más de 40 años en la historia local para encontrar
un gobierno tan abiertamente clasista como el de la Alianza Cambiemos.
Su clasismo se manifiesta en todas y en cada una de sus decisiones
cotidianas, aun en aquellas que pueden parecer contrarias a sus
“principios básicos”, como por ejemplo, contrarias al fiscalismo a
ultranza de su neoliberalismo de pacotilla.
¿Cómo interpretar sino que en medio de la discusión de una ley de
Presupuesto con déficit primario cero, en la que parece irle la vida, el
gobierno decida resarcir a las “productoras” de gas por la devaluación
en alrededor de 17 mil millones de pesos (450 millones de dólares) con
cargo al erario?
Más concretamente: ¿por qué un Estado que se muestra inflexible con
los sectores más vulnerables, que suspende dosis de vacunación para la
meningitis, que quita pensiones por discapacidad y que, en general,
escamotea recursos para la salud y la educación decide, en el actual
escenario de supuesta súper escasez, una transferencia multimillonaria
en dólares en favor de uno de los núcleos empresarios más favorecidos
por sus políticas: las firmas energéticas, a la sazón mayoritariamente
vinculadas accionariamente a las primeras líneas gubernamentales?
La respuesta es sencilla: porque es un gobierno de clase. Su objetivo
general tácito es la destrucción de las funciones básicas del Estado.
No así del Estado como “aparato de dominación de una clase social”, como
explicaba Louis Althusser, es decir, como gestor de transferencias de
recursos en favor de las facciones del capital que hoy gobiernan sin
intermediación a través de sus CEOs.
Las marchas y contramarchas sobre quién debía pagar el precio pleno
en dólares del gas a las “productoras”, las firmas que extraen el
fluido, no fue el accionar improvisado e inconsulto de un secretario que
“se cortó solo”, como se intentó hacer creer a posteriori, sino la
expresión de la ideología más profunda del gobierno. Si no fuese así no
se hubiese acudido a la figura del mismísimo Mauricio Macri, quien salió
a bancar la parada diciendo que había que pagar el gas “lo que vale”,
teoría que no corre, por ejemplo, para los salarios de docentes, médicos
y científicos. El primer intento de “pagar lo que vale” fue, además,
cargar la diferencia de costos en pesos que supuso la devaluación para
un precio dolarizado, directamente sobre los consumidores y en 24
cuotas. Luego, cuando se advirtió el daño y el sostenimiento en el
tiempo del mal humor social que la mega transferencia provocaría, además
del revuelo en la tropa propia, terminó dándose marcha atrás. Un nuevo
capítulo del “si pasa, pasa”, o quizá un paso fallido de la doctrina
(Esteban) Bullrich, aquella que recomendaba abrir muchos frentes e
intentar que el adversario se concentre sólo en uno.
Sin embargo, se supone que ningún gobierno pone en juego la
investidura presidencial si no es para defender sus políticas núcleo. La
dolarización de las tarifas de los servicios públicos, incluidos los
combustibles, fue una de ellas. En rigor, una de las cuatro políticas
núcleo del shock económico de Cambiemos junto con la eliminación de
retenciones, la baja de salarios en dólares y el acelerado
reendeudamiento externo.
Si se lo reduce a su mínima expresión, el plan económico de la
segunda Alianza fue un shock de precios relativos –tarifas, tipo de
cambio (lo que incluye la eliminación de retenciones) y salarios– y la
reconstrucción de la dependencia vía la explosión de la deuda en
divisas. Sus beneficiarios fueron, como se decía en otros tiempos, la
oligarquía (diversificada) y el imperialismo (de las finanzas). Su
reaseguro, el regreso al FMI y la renuncia a la política económica
autónoma.
Aunque estas medidas comenzaron a provocar una fuerte recesión con
efectos sociales impredecibles constituyen un verdadero éxito en sus
propios términos. Éxito si se mide por la magnitud de las transferencias
ya realizadas desde los consumidores a las empresas, o desde el trabajo
al capital, y a su sostenimiento en el tiempo, ya que al menos en
parte, estas transferencias podrían mantenerse parcialmente incluso bajo
la hipótesis del regreso de un gobierno popular. No son procesos que se
revierten instantáneamente. Será necesario remontar los bajos salarios y
renegociar y desarmar las tarifas dolarizadas. La deuda externa, en
tanto, seguirá allí cómo mínimo por más de una generación.
Entre los ganadores del último capítulo tarifario decidido por el
Secretario de Energía, Javier Iguacel, quien proviene del sector
petrolero y trabajó prácticamente una década en la firma Pluspetrol, de
la que era vicepresidente antes de pasar a la función pública, se
cuentan, según la recopilación realizada por el OETEC, Gas Ban, cuyas
ganancias crecieron el 606 por ciento desde 2015 a la fecha y 280 por
ciento en el último año y Central Puerto y Pampa Energía (“Nicky” Caputo
y Mindlin), cuyas ganancias conjuntas crecieron el 787 por ciento
contra 2015 y el 303 por ciento en el último año. Pampa Energía también
es dueña de TGS.
Las magnitudes de las variaciones de las ganancias de los ejemplos se
señalan para advertir la desmesura del Plan de Negocios Cambiemos.
Estas firmas son las que se negaron a pagar la diferencia cambiaria a
las productoras, las que habían sido beneficiadas a comienzos de 2016
por la dolarización de los precios del gas en boca de pozo. Finalmente,
la reacción política desatada por los aumentos ex post provocó que el
intento de cargar la diferencia cambiaria a los consumidores se traslade
al conjunto de los contribuyentes, pero sin resolver el problema de
fondo: los precios dolarizados. El efecto macroeconómico, además del
componente inflacionario, es que ahora en vez de que los subsidios se
destinen a beneficiar el precio pagado por los usuarios, y a mejoran los
costos de producción de todas las actividades económicas, se destinan
directamente a las ganancias de las empresas. Luego, los esfuerzos por
el déficit cero no recaerán en las petroleras.
Fuente:Pagina/12
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