Diego Hurtado
11/03/2018
Diego Hurtado es doctor en Física, especialista en innovación y
gestión de la tecnología, e historia de la ciencia en la Argentina. Sus
análisis son materia fundamental de estudio tanto para docentes y
estudiantes universitarios, como para quienes toman decisiones en el
ámbito público. Es autor de más de setenta artículos en revistas
especializadas nacionales e internacionales y publicó libros como La ciencia argentina. Un proyecto inconcluso 1930-2000 y El sueño de la Argentina atómica. Política, tecnología nuclear y desarrollo nacional (1945-2006).
Además, es director de la Agencia de Noticias Tecnología Sur-Sur (TSS),
profesor de grado de la UNSAM y dicta materias de posgrados en la
Universidad Nacional de Río Negro y la Universidad Nacional de
Córdoba. El 15 de diciembre de 2017 Hurtado renunció al directorio de la
Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (ANPCyT) del
Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación
(MINCyT), con una carta en la que manifiesta su absoluto desacuerdo con
la gestión de un sector estratégico para el desarrollo del país y
advierte sobre el achicamiento y la degradación institucional del
Ministerio. De acuerdo con su mirada, la historia del Instituto Nacional
de Tecnología Industrial (INTI) es un espejo de las cambiantes
políticas económicas de la Argentina y sufre en la actualidad los
efectos de un neoliberalismo subordinado. La entrevista la realizó
Dolores Amat.
Amat: En los últimos días de enero pasado se
conoció la decisión del gobierno nacional de despedir a más de 250
trabajadores del INTI. Los afectados y sus compañeros comenzaron
entonces una lucha tanto para denunciar la injusticia de los despidos
como para informar a la sociedad acerca el valor que tiene el instituto
para la economía argentina. ¿Podrías resumir por qué es importante el
INTI para el país?
El INTI es una institución vital
dentro del ecosistema de investigación y desarrollo tecnológico y
económico de la Argentina. Busca desde su origen apoyar los procesos de
industrialización, asistiendo a aquellos sectores que requieren
tecnología para su crecimiento. Forma parte, junto con otras
instituciones como el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria
(INTA), el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(Conicet) y la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), de una
matriz que surge en la década de 1950 y que busca acompañar la
diversificación de la economía para hacerla más competitiva y autónoma.
En este sentido, tiene un lugar muy definido en una compleja estructura
diseñada para propiciar el desarrollo y la industrialización en la
Argentina. En sus orígenes, su estructura contenía laboratorios
centrales y centros de investigación y desarrollo que podían abrirse y
cerrarse de acuerdo con las necesidades de cada momento. Se desarrolló
así un centro de investigación y desarrollo para la industria
automotriz, otro para el plástico, uno de software, uno especializado en
semiconductores, otro en carnes, por citar algunos ejemplos. Pero la
estructura del INTI evolucionó y hoy es bastante más compleja. En la
economía actual, que es una economía del conocimiento, su funcionamiento
es decisivo para el país. Y me interesa diferenciar el desarrollo del
crecimiento económico. Un país puede crecer sin desarrollo, sin
distribución, sin justicia social. A diferencia del mero aumento del
PBI, el desarrollo supone inclusión social. En este sentido, el INTI fue
concebido con la idea de apoyar el desarrollo.
Ahora, cuando uno
conoce la historia dramática del país, entiende la historia sinuosa del
instituto. Me explico: la última dictadura clausura el ciclo de
industrialización complejo y difícil que había intentado la Argentina y
comienza un proceso de desindustrialización que va de 1976 a 2003.
Después de ese primer ciclo de desindustrialización hubo un intento de
recuperar el camino de la industrialización en 2003 y ahora vivimos una
vuelta a la desindustrialización. Eso hace que la Argentina se encuentre
otra vez con que no puede completar su ciclo de industrialización.
Tenemos entonces un primer ciclo de industrialización y un período de un
cuarto de siglo que le sigue de desindustrialización o neoliberalismo.
Después tenemos un segundo ciclo industrializador y ahora una nueva fase
de neoliberalismo.
Amat: ¿Sugerís que la historia del INTI condensa esas marchas y contramarchas?
Sí,
el INTI vive con mayor intensidad que otras instituciones los
diferentes ciclos de la economía argentina. Es la institución que más va
a padecer los ciclos de neoliberalismo porque como su función es
acompañar y favorecer la industrialización, queda como un barco a la
deriva durante los períodos en los que se desindustrializa el país. Esto
se ve primero durante la última dictadura. Después el Alfonsinismo
intenta recuperarlo pero no lo va a lograr. El Menemismo vuelve a tratar
de partirlo al medio, casi hasta querer clausurarlo. No lo consigue, el
INTI sobrevive, pero sobrevive como un barco a la deriva. El
Kirchnerismo vuelve a dar prioridad a la industria y el INTI florece
junto con el resto del sistema científico y tecnológico del país.
El
rol del INTI es muy específico y en este respecto uno puede ver errores
y debilidades del Kirchnerismo, pero se ve que la institución crece y
recupera su identidad. Después gana un gobierno neoliberal que se impone
por pocos votos en un balotaje y cree que tiene el derecho de refundar
el país y dejar atrás todo lo construido hasta el momento, como hizo la
última dictadura.
Se vuelve así a un modelo de país neoliberal
subordinado que no necesita ni ciencia ni tecnología ni industria. Y en
ese contexto el INTI vuelve a verse atacado porque se basa sobre los 3
pilares que el neoliberalismo rechaza: la industria (el organismo tiene
la misión de acompañar a la industria con toda la logística vinculada
con la estandarización, certificación, ensayos, metrología, etc.), la
ciencia y la tecnología (para acompañar a la industria tiene que
desarrollar conocimientos específicos) y el trabajo (el INTI se alimenta
del conocimiento de los trabajadores, por ejemplo, cuando genera
patrones de calidad, de seguridad en el uso de los productos, etc.).
El
INTI acompaña además a las pequeñas y medianas empresas (pymes). Su
misión en los últimos años era prestar servicios a 10 mil pymes (aunque
llegó a un número más bajo) porque la idea era impactar o mover la
aguja del PBI industrial. No es para nada fácil ese camino y la
Argentina se encuentra en los últimos años del Kirchnerismo con el mismo
obstáculo que se encontró en la década de 1970: con la restricción
externa, con la falta de dólares.
Pero en los ’70 se ve también
que el INTI es foco de ataques del imperio, que busca manejar el
desarrollo de países con el perfil de la Argentina. Si uno mira la
doctrina de la seguridad nacional que Estados Unidos impulsa para
América Latina a partir de la década de los ‘60 frente al peligro del
avance del comunismo, ve que el foco de ataque (que va a llevar el
nombre de enemigo interno) son la industria y las universidades: se
busca detener el conocimiento y el desarrollo económico autónomo. Lo que
se busca impedir no es sólo el avance del comunismo en países como
Argentina, Chile o Brasil. Se busca mantenerlos como países productores
de bienes primarios porque para que los países centrales puedan liderar y
asegurar el bienestar para sus sociedades en la economía mundial,
necesitan éstos roles para los terceros países: el desarrollo en las
poquitas economías imperantes en el mundo necesita del subdesarrollo en
gran cantidad de países del mundo. Así es el capitalismo que conocemos.
Amat:
Es interesante esta mención a los intereses extranjeros en un contexto
en el que impera un discurso que supone una armonía natural entre las
naciones y las economías del mundo. Cuando se habla cándidamente de
“volver al mundo” parecen desconocerse las relaciones de fuerza que
existen en la globalización y la competencia feroz por los mercados que
caracteriza la historia del capitalismo.
Sí, es un
discurso de subordinación, pero que para las élites gobernantes
significa buenos negocios. Y el precio de esos negocios es la exclusión
de la mitad de la población. Como decía Aldo Ferrer (como heredero de la
tradición industrialista), la Argentina puede muy bien ser un país
exportador de materia prima, ya sea de productos agropecuarios como de
productos mineros, porque la Argentina tiene una dotación importante de
recursos naturales y un sector agroexportador muy sofisticado. El
problema es que ese modelo de país deja afuera a 20 millones de
Argentinos. Hoy es casi indiscutido en los estudios serios de economía
que la única manera viable de generar desarrollo para países con 40
millones de habitantes o más, como la Argentina, es con industria. Hay
muchísimo escrito al respecto desde la década del ‘70 hasta el presente.
Y cabe aclarar que cuando se pone a Australia como un ejemplo de país
que logra desarrollarse a partir de productos primarios, se olvida que
Australia tiene alrededor de 24 millones de habitantes y una dotación de
recursos naturales por habitante que excede en mucho a la Argentina.
Entonces,
volviendo a las relaciones internacionales, nosotros tenemos hoy en
Argentina un gobierno neoliberal, pero se trata de un neoliberalismo
subordinado o periférico, que es diferente del neoliberalismo de países
como Alemania o Gran Bretaña. Los gobiernos de estos países se preocupan
por proteger sus sectores estratégicos, por impulsar políticas potentes
de desarrollo científico tecnológico. En general, sus líderes tienen
muy claro que son las industrias las que sostienen el bienestar y el
lugar geopolítico de potencias económico-militares de sus países. Cuando
vemos la contrapartida del neoliberalismo a lo Temer o Macri, vemos un
neoliberalismo frívolo, ignorante, sin pensamiento geopolítico, sin
capacidad de imaginar un lugar razonable para nuestros países en la
economía global. Un lugar que permita al menos que todos los habitantes
tengan casa, comida, salud y educación (lo mínimo).
La diferencia
también se ve en la relación con los trabajadores. El proyecto de
neoliberalismo subordinado busca trabajadores baratos: un ejército de
personas que puedan ser intercambiables, que puedan trabajar en un call
center, en un supermercado como repositores o en otro puesto que no
requiera calificación específica. Mi intención no es desmerecer esos
trabajos ni a quienes los ejercen, para nada, pero es indudable que su
posición en las relaciones de poder es muy vulnerable. En un país
industrial el trabajador es en cambio un sujeto productor de
conocimiento y este sujeto requiere lo contrario de las condiciones que
impone la flexibilización laboral: necesita capacitación, estabilidad,
rotación en su lugar de trabajo porque de esa manera comprende mejor lo
que ocurre en la fábrica o el taller. Él es el que conoce de primera
mano el día a día del trabajo y entiende cómo se puede mejorar un
proceso de producción. Así, si se pone un ingeniero en la planta de
fábrica, el trabajador puede, por ejemplo, comentarle que le duele el
codo cuando lleva adelante ciertas maniobras. A partir de ahí se puede
hablar con el departamento de diseño, rediseñar el modo de producción de
manera que no le dañe la salud al trabajador y a la vez pueda hacer su
tarea con más eficacia. Así es que se mejora la productividad y la
competitividad, incorporando conocimiento en lugar de bajar salarios. En
una economía global de conocimiento, la manera de aumentar la
competitividad es mejorando la tecnología, integrándola a los procesos
de producción y calificando a los trabajadores. No flexibilizando y
pagando menos. El concepto de productividad que maneja el neoliberalismo
subordinado es muy diferente del concepto de productividad que maneja
un proyecto desarrollista. Y ahí volvemos a la importancia del INTI: en
el esquema desarrollista el INTI es clave porque es el que te ayudar a
entender cómo mejorar una válvula, una máquina o un proceso, por
ejemplo. Y es por esta razón que el INTI queda en el peor lugar frente a
los gobiernos neoliberales.
Amat: Vos señalás las
interrupciones políticas (en un caso por medio de un golpe de Estado y
en otro caso a partir del cambio de rumbo implementado por un gobierno
elegido democráticamente) de los procesos de industrialización en
nuestro país. Pero los críticos del desarrollismo o de las posibilidades
de que la Argentina se industrialice aseguran que existen
imposibilidades estructurales para este tipo de países, imposibilidades
que se terminan expresando en lo que vos señalabas hace un momento: la
restricción externa o la falta de dólares. ¿Estás de acuerdo con este
punto de vista? Si en los ’70 esta falta de dólares estuvo dada por la
incapacidad del país de producir bienes de capital, ¿qué es lo que
generó esa falta en los últimos años, en un contexto diferente, de
economía del conocimiento?
Esa es la pregunta que nos
atormenta a los que nos interesamos por estos problemas: la restricción
externa. Vos arrancás industrializandote con bienes de consumo e
importás la maquinaria. Este es el primer estadio de la sustitución de
importaciones: por un lado sustituís importaciones produciendo calzado,
productos textiles y alimentos pero todavía tu capacidad industrial no
alcanza para bienes intermedios y bienes de capital o, como se decía en
otros tiempos, industria pesada. Entonces por un lado ahorrás divisas
porque ya no importás ciertos productos, pero por otro lado necesitás
cada vez más dólares para la maquinaria que usan las fábricas. Por otra
parte, tu industria incipiente no tiene capacidad exportadora porque no
puede competir con el modelo de países como China hoy o Corea en los
años setenta, que pagan sueldos miserables (y lo pueden hacer porque
tienen una clase trabajadora no sindicalizada y tienen gobiernos
autoritarios que disciplinan tanto al trabajador como a los
empresarios). Argentina tiene una clase obrera sindicalizada y no quiere
ir por el camino de la mano de obra barata sobreexplotada, por eso
busca generar condiciones de consumo en su población y hacer crecer el
mercado interno. Pero necesita dólares para comprar los insumos que no
se producen en el país. Y el único camino es exportando productos
primarios, que no alcanzan para importar tecnología y máquinas y la
balanza comercial no cierra.
La versión liberal (hoy neoliberal)
de la historia argentina dice entonces que el proceso de
industrialización fracasa en los ‘70. Pero no fracasa. Lo que el país
necesita en ese momento es ir afinando su estrategia, ir buscando
procesos más sofisticados y graduales. De hecho, la Argentina iba camino
a superar la restricción externa. Esto lo demuestran historiadores de
la economía como Eduardo Basualdo: teníamos un proceso de
industrialización bastante complicado, contradictorio, poco eficaz en
algunos aspectos, pero se las estaba arreglando para superar la
restricción externa. No quiero entrar en cuestiones técnicas, pero hay
datos que lo demuestran. Cada restricción externa se iba haciendo menos
profunda que la anterior. Este ciclo supuso enormes contradicciones,
claro, pero ¿quién dijo que el proceso de industrialización de Corea fue
un teorema de Pitágoras? Uno ve a Corea ahora y piensa “qué bárbaro,
qué disciplina”. Pero se hizo con gobiernos autoritarios donde el pueblo
coreano padeció hambre, sudor, sangre y una explotación terrible. Lo
último que uno querría, si pudiera elegir su destino, sería ser un
trabajador o trabajadora en una fábrica de electrónica coreana en la
década del 70 u hoy un trabajador o trabajadora en una fábrica en
Shenzhen, en China. El modelo de desarrollo argentino es otro, con
mercado interno, con exportación de productos primarios a la que ir
sumando capacidad exportadora de productos industriales, con
administración rigurosa de las divisas. Así, la Argentina logra una
industria de maquinaria agrícola, logra desarrollar una industria
automotriz que iba aumentando el porcentaje de partes realizadas en el
país, por ejemplo. En este contexto, a fines de los ’60 las
exportaciones industriales empezaban a crecer. Estábamos pasando a un
segundo ciclo o a un estadio superior de lo que se conoce como el
proceso de sustitución de importaciones, pero la dictadura viene a
clausurar ese ciclo.
Después de una larga interrupción, la
Argentina vuelve a iniciar un proceso de industrialización en 2003 y se
vuelve a encontrar con la restricción externa. Sabíamos que eso iba a
pasar y el Kirchnerismo enfrentó el problema de diferentes maneras. Por
un lado, se aprovechó la ventana de oportunidad abierta por los altos
precios de los bienes primarios exportados por nuestro país (a
diferencia de lo que dice la maquinaria de posverdad actual, el gobierno
supo aprovechar el “viento de cola”). Por otro lado, se implementó una
política de restricción cambiaria que daba prioridad al sostenimiento
del trabajo y a la protección de los más vulnerables y no a los que
querían dólares para ir a Punta del Este. Pero no es que haya que
condenar a los que quieren ir a Punta del Este, es una cuestión de
prioridades: si Argentina se industrializa y logra superar la
restricción externa, los que se quieran ir a Punta del Este, van a poder
ir. Para eso se necesita tiempo y un plan de país sostenido y
consensuado. Una sociedad pobre como la Argentina necesita establecer
sus prioridades y tiene sentido que antes de darle el gusto a 5 familias
con gran capacidad adquisitiva, busque desarrollarse. En la asignación
de dólares se ponen prioridades como en cualquier otro sector. Digo, en
educación nos preguntamos si le vamos a dar prioridad a la formación de
ingenieros o a la formación de abogados. Y en función de esto se dan
becas, incentivos, etc.
El viento de cola no duró tanto pero la
Argentina pudo superar situaciones dificilísimas: una crisis global
complicada, la peor sequía de los últimos 60 años en 2011, corridas
cambiarias organizadas por los poderes fácticos que ganan con la
desestabilización. En ese contexto, empezaron a faltar dólares. Sin
embargo, surgieron estrategias: el país diversificó su política
exterior, empezó a tener una política multipolar, con China y con Rusia,
por ejemplo (y logró, entre otras cosas, lo que los economistas llaman
“swap” de 10 mil millones de dólares con China).
La batalla
económica no estaba perdida. Se perdió en lo comunicacional, se perdió
frente a la maquinaria de los poderes fácticos, que lograron instalar
que la política cambiaria era un cepo, por ejemplo, pero la Argentina
estaba buscando su camino hacia la industrialización.
Amat: ¿Además de lo comunicacional, qué le faltó a la política industrial del Kirchnerismo?
Hubo
errores y hubo aciertos. Pero también faltó tiempo. Faltó tiempo para
reconstruir el Estado, que el Kirchnerismo recibe desbastado y
desguasado. Se necesitaba generar capacidades técnicas y burocráticas
para el diseño e implementación de políticas públicas y el Kirchnerismo
se propone esa tarea. Yo pude verlo desde mi campo de estudio, que es el
campo científico tecnológico: en ese momento se busca la recuperación
del plan nuclear, se trata de recuperar el INTI y el INTA, se incrementa
el financiamiento para la educación, se aprueba la ley de software,
otra ley para el fomento de la biotecnología, se crea la Fundación
Argentina de Nanotecnología (FAN), se intenta recuperar Fabricaciones
Militares. Es un proceso lento, complejo, en medio de una situación
grave, difícil.
La política de producción pública de medicamentos,
por ejemplo, es un caso interesante para comprender los condicionantes
que enfrenta un país pobre en su búsqueda del desarrollo. En 2002 había
un porcentaje altísimo de la población que no accedía a medicamentos
básicos. El Plan Remediar se propuso asegurar un acceso mínimo y la
creación de una red de laboratorios públicos para la producción de
medicamentos. Era, como primera meta, como buscar generar una YPF porque
las trasnacionales farmacéuticas pueden fijar los precios que quieren,
con márgenes de ganancia exorbitantes, y si no se les permite poner el
precio que pretenden desabastecen al país, dejan a la población sin
medicamentos. Eso es lo que le están haciendo a Macri ahora. Macri
desarma al Estado, “desregula el mercado” y las trasnacionales le ponen
los precios que quieren. Por otra parte, él quiere achicar el gasto
público y ve que tiene un gasto enorme en medicamentos. Entonces le
reclama a las empresas porque le están cobrando mucho. Pero es así, para
disciplinar a esos poderes fácticos, que avanzan hasta donde el país
los deje avanzar, necesitás al Estado, no podés esperar que se comporten
como vos necesitás por pura gracia y generosidad. El capitalismo no
funciona así.
El sector farmacéutico es muy poderoso y eso no es
nuevo. El Kirchnerismo avanza primero mucho en este terreno pero
después, en el 2011, se frena bastante (se tardó como 3 años en
reglamentar la ley de producción pública de medicamentos). Esto le valió
muchas críticas de quienes creían en ese proyecto y con razón. Uno
puede pensar ahora que si se hubiese implementado antes la ley, el
Macrismo se hubiese encontrado, al llegar al poder, con un sector de
producción pública de medicamentos mucho más robusto, con mayor
capacidad de defenderse. Pero tratando de entender qué puede haber
provocado esa demora yo me paro en el 2011 y veo la crisis
internacional, el conflicto provocado por la ley 125, las tapas de
Clarín, las corridas cambiarias… No lo sé, pero puedo imaginar que tal
vez ese contexto hizo retroceder un poco al gobierno, quizás no fue
falta de determinación sino la necesidad de no generar otro frente de
conflicto con el lobby farmacéutico.
Entonces, en 2011 se debate
la ley de producción pública de medicamentos en el Congreso, se vota, se
aprueba por unanimidad (¿quién iba a querer oponerse con el descrédito
que eso podía generar?). Pero el Macrismo la veta para la Ciudad de
Buenos Aires. Y cuando se aprueba la ley aparecen las dos cámaras
farmacéuticas con una carta dirigida a la presidenta, a la que le
muestran las garras. Finalmente, se reglamenta recién en 2014 y en 2015
se crea la Agencia Nacional de Laboratorios Públicos (Anlap). Cuando
Macri llega al poder empieza a desmantelar el proyecto de a poco, pero
por ahora sobrevive, igual que el INTI. No es tan fácil deshacerse de
estos proyectos porque hay mucha gente que cree en ellos, cuadros
institucionales importantes, mucha gente joven formada haciendo un gran
trabajo.
En este sentido, se lograron cosas fantásticas pero
también faltó muchísimo. Se encuentran claroscuros. Íbamos por buen
camino, pero la parte de los oscuros era muy oscura. Faltaron, por
ejemplo, capacidades de coordinación. Faltó articular mejor las áreas
estratégicas. Faltó coordinar el Ministerio de Industria con el Mincyt,
por ejemplo (los ministros Débora Giorgi y Lino Barañao no se hablaban
ni por teléfono). Tampoco se entiende por qué el Mincyt no estuvo
involucrado en cuestiones como la política nuclear o como los
desarrollos llevados adelante por la Empresa Argentina de Soluciones
Satelitales Sociedad Anónima (AR-SAT). Al desconectarse el Mincyt de
sectores estratégicos del conocimiento y la tecnología, y al no asumir
la responsabilidad de coordinar una política nacional, las universidades
y el Conicet perdieron un apoyo fundamental. Como resultado final se
produjeron menos sinergias y mayor dispersión de esfuerzos. El INTI, que
hizo un muy buen trabajo, se hubiera beneficiado mucho de una política
industrial más articulada.
Para resumir: faltó tiempo y faltaron
capacidades de coordinación. Capacidades de coordinación interestatales,
intersectoriales, interinstitucionales y público-privadas. Faltó
también tiempo para desarrollar un Estado más fuerte, que pudiera
disciplinar a los poderes fácticos, como hacen países como Alemania,
donde existen también corporaciones poderosas, pero negocian con un
Estado poderoso y no pueden hacer lo que quieren. En una democracia
empoderada los poderes fácticos encuentran límites.
Amat: Hablamos del lugar de la ciencia y la tecnología en el desarrollo de un país, ¿esto incluye a las ciencias sociales?
Sí,
claro que sí. Las ciencias sociales tienen que entender la complejidad
socioeconómica de un país como Argentina, apoyar la construcción de las
capacidades estatales, trabajar en el diseño institucional, tienen que
informar, en el sentido de dar forma, y dar eficacia a las políticas
públicas. También les cabe a ellas pensar cuestiones como el rol de las
tecnologías de la información y la comunicación (TIC) en las sociedades
actuales y entender problemas como la construcción de la subjetividad
neoliberal.
Yo le doy mucha importancia al problema de los medios
de comunicación. Noam Chomsky advierte ya en la década de los ‘80 sobre
su poder y sobre los peligros de la introducción del modelo de la
publicidad en la política. En este contexto, es necesario estudiar
seriamente la potencia de los medios para manipular la democracia,
especialmente en países como el nuestro y otros de América Latina, donde
los grupos económicos que manejan las comunicaciones son gigantescos
(países como los europeos, por ejemplo, también tienen grupos fuertes,
pero del otro lado hay un Estado fuerte y una ciudadanía empoderada que
ponen límites). Se habló mucho de batalla cultural en estos años, pero
no hay batalla cultural posible sin primero desmontar el monopolio de
medios. No hay batalla cultural sin una ley de medios efectiva. No hay
democracia posible con monopolio de medios que distorsionan la esfera
pública. Y para eso se necesita un Estado capaz de hacer valer las
reglas de juego de la democracia.
En este sentido, se necesitan
ciencias sociales capaces de pensamiento crítico pero también capaces de
pensamiento eficaz. Casi me animo a decir que se necesitan más ciencias
sociales que ingeniería, pensando en las dos variables más relevantes.
Para pensar nuevas alternativas y caminos posibles para la sociedad
argentina, necesitamos una ciencia orientada por una agenda pública.
Amat: ¿No se corre el riesgo de aplicar la lógica utilitaria a las ciencias y al ámbito del conocimiento en general?
No,
para nada. No se trata de poner en duda el valor del conocimiento
generado, por ejemplo, por las ciencias básicas sino de trabajar con
agendas públicas bien definidas, de donde también debe surgir un lugar
para las ciencias básicas. El problema no son las ciencias básicas, como
nos quiere hacer creer el actual gobierno, sino todos los componentes
que faltan en el ecosistema donde se debe integrar la ciencia básica. De
lo contrario, la ciencia básica que se produce en el país se integra en
los circuitos de producción de valor económico de los países centrales.
El INTI, por ejemplo, es un eslabón estratégico fundamental entre el
conocimiento básico y el mundo de la tecnología y la industria. Por eso
falta más inversión y no recorte y desmantelamiento. Para ser claro: no
sobra ciencia básica en Argentina, faltan doctores en ingeniería, faltan
ciencias sociales para comprender la realidad socioeconómica, faltan
especialistas en gestión de la tecnología, en comercialización, y muchos
etcéteras. Hablamos de las patentes, pero no tenemos idea de cómo
utilizarlas o cómo integrar una autoparte nacional a la cadena de valor
automotriz. Pero no caigamos en la trampa de este gobierno, que habla de
“conocimiento útil”, de “líneas estratégicas” para achicar y
desfinanciar. El Mincyt de Macri y Barañao responsabiliza a los
científicos por un trabajo que no saben hacer sus funcionarios, que no
parecen entender qué hacer con el conocimiento.
Tampoco para las
universidades creo que tenga sentido el falso discurso utilitarista de
este gobierno. El modelo de universidad pública argentina es de una
enorme complejidad y cumple funciones múltiples que no pueden reducirse a
unos cuantos índices impuestos por organismos internacionales. Tomemos
como ejemplo el problema de la deserción. Muchas personas cursaron al
menos uno o dos años, digamos, en la universidad y eso les da, además de
ciertos conocimientos, una experiencia cultural importante para sus
vidas, les da una vía de inclusión social valiosa. Claro, eso necesita
recursos que este gobierno no está dispuesto a invertir, como no quiere
invertir en medicamentos para los jubilados, o en subsidios para
discapacitados, o en subsidios al consumo de energía. Volvemos al
proyecto de país que deja afuera a 20 millones de ciudadanas y
ciudadanos. Es cierto que veníamos trabajando en generar modelos de
universidad pública que acompañaran un proyecto de desarrollo social y
económico, pero hoy solo queda resistir a las políticas de
desfinanciamiento, porque proyecto de país no hay.
Amat:
Por último, ¿te parece que se logró mostrar a la sociedad en estos años
el valor de la ciencia y de la tecnología para el desarrollo?
Yo
creo que se hicieron cosas muy interesantes, incluso inéditas. La
primera vez que entré a Tecnópolis se me caían las lágrimas: cumbia,
choripán, pibes por todos lados, ciencia y tecnología. Un parque
tecnológico como no hay en América Latina. Por otra parte, se hablaba
muchísimo de ciencia y tecnología en los discursos públicos. Se crearon
Pakapaka y Canal Encuentro, Adrián Paenza ganó el premio al mejor
divulgador de las matemáticas del mundo (y algunos dicen que se trata de
un caso de talento único, pero esos fenómenos surgen de algún lado:
Messi surge de un lugar como la Argentina, donde se juega al futbol en
todas partes). En este sentido, el hecho de que el INTI esté resistiendo
y esté siendo apoyado por mucha gente es parte de esa batalla cultural
que se dio y sigue viva. No es fácil resistir cuando avanza un nuevo
proceso desindustrializador, pero la población argentina tiene una
cultura democrática fuerte y ahí está la disputa.
Fuente:Sin permiso
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