El
investigador analiza el proceso actual de la convergencia entre las
telecomunicaciones y los contenidos y la aparición de grandes actores
globales que no reconocen barreras nacionales. El avance de la
concentración infocomunicacional en Argentina y América latina. Un
balance de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.

Imagen: Leandro Teysseire
¿Por
qué pensamos, sentimos y vemos de una determinada manera? ¿Somos libres
de leer, mirar y escuchar lo que queremos, o alguien define aquello a
lo que accederemos para modelar nuestra mirada del mundo? En fin,
preguntas que se pueden remontar hasta la alegoría de la caverna de
Platón y más allá. Responder a estos interrogantes es una tarea nada
sencilla. A comienzos del siglo XXI, para indagar estas cuestiones
resulta ineludible reconocer qué diarios leemos, qué radios escuchamos, y
qué programas de televisión y series miramos, entre tantos otros temas
pertinentes que hacen a nuestra subjetividad. Pero también, y sobre
todo, es imprescindible comprender cómo funciona la maquinaria de la
industria cultural que trabaja incesantemente para llegar a nuestras
mentes. En este sentido, el libro La concentración infocomunicacional en
América Latina (2000-2015), de Guillermo Mastrini y Martín Becerra
–ambos expertos en políticas de comunicación e investigadores del
Conicet–, es un material ineludible para comprender el escenario
regional y sus actores más relevantes. “Nosotros teníamos dos sectores
con tradiciones económicas, políticas, regulatorias y de consumo
totalmente diferentes. Por un lado estaban los medios de comunicación, y
por el otro las telecomunicaciones. Para las telecomunicaciones lo
único importante es la conexión, los contenidos no importan, mientras
que para la radiodifusión es fundamental”, explica Guillermo Mastrini.
Estas dos tradiciones señaladas por el investigador desde hace un tiempo
tienden a ir por un mismo carril, es el llamado fenómeno de la
convergencia. “Pero todo el proceso de transformar las representaciones
simbólicas a través de una lógica digital hace confluir diferentes
tradiciones en un mismo espacio, que es Internet”, aclara. En esta
entrevista el especialista se explaya sobre la estructuración de un
sector clave para la democracia, la socialización y la producción
cultural, y analiza políticas como la Ley de Servicios de Comunicación
Audiovisual, hoy caduca debido a las modificaciones regulatorias
realizadas por el gobierno de Cambiemos.
–¿Cuáles son los desafíos que plantea la convergencia?
Por Verónica Engler
–El
primero es político, que tiene que ver con cómo en este entorno
convergente se va a promover, toda la regulación que protegía la
diversidad cultural. Algunos creemos, por la importancia que tienen los
sistemas de comunicación en el mundo, que es necesario que haya algunas
regulaciones que permitan los elementos básicos para que una sociedad
sea plural y ese pluralismo esté representado en las formas de
comunicación, sobre todo las formas de comunicación mainstream. Porque
una cosa que ocurre hoy es que cualquiera puede publicar lo que quiera
en las redes sociales, pero ¿quién ve eso? Los amigos de la persona que
publicó, doscientos o quinientos, pero no cincuenta mil o más. En
términos de representación social hoy todavía los procesos grandes de
comunicación siguen pasando, salvo excepciones muy puntuales que se
convierten en virales, por los grandes medios y algunos nuevos que se
han formado con Internet. Entonces, ¿qué ocurre con la tradición
regulatoria? ¿cuál de estas dos lógicas se va a imponer, la de
conectamos o la de protegemos algunos contenidos que entendemos que son
fundamentales para una sociedad plural y democrática? Es decir, la
economía de las telecomunicaciones y de Internet tiene una lógica, la
economía cultural tiene otra.
–De hecho, la mayoría de las industrias culturales
históricamente tuvieron una fuerte regulación de protección de parte del
Estado.
–Claro, porque su economía es tan inestable que, sin algún tipo de
protección, en general, tienden a sobrevivir sólo los más grandes. Y
desde el siglo XX, desde muy temprano, los Estados tuvieron políticas
públicas para promover la diversidad, dicho muy genéricamente.
Diversidad en contenidos políticos, culturales y lingüísticos; y además,
algo que en América latina ocurrió muchísimo menos, contenidos
federales, en el sentido de que en un país la cultura no sólo es la
cultura de la capital. Nunca este sistema de protección fue pleno ni
maravilloso, ni hubo una pluralidad absoluta, pero servía para promover
algún nivel de diversidad, desde mi punto de vista lejos de lo óptimo,
pero mucho mejor de lo que se hubiera dado sin esa política. Hoy la
convergencia parece plantear una lógica de que ya no hay diferencias,
porque cuando uno mira Netflix en el celular, ¿está mirando televisión o
haciendo un proceso de telecomunicaciones? De esta manera, toda la
lógica de protección que había en el ámbito de la radiodifusión tiende
como a desaparecer en un lógica mucho más grande, tecnológica, y con
otro agravante que es que, en general, la digitalización rompe con una
barrera importante que tenían los mercados culturales que es el Estado
nación.
–En este escenario en el que las barreras nacionales parecen
diluirse, ¿de qué manera juegan actores globales como Netflix o Spotify?
–Netflix o Spotify piensan que su mercado es el mundo, ya no es
Estados Unidos, aunque ellos tienen políticas comerciales en cada lugar.
Sus modelos productivos y de rentabilidad están en el mercado mundial.
Entonces, acá tenemos otro desafío que plantea la convergencia que es
cómo interactúa la política nacional con mercados globales, porque
Netflix no se reconoce limitado por el accionar estatal, y acá viene
toda una cuestión de política pública, porque se empiezan a producir
asimetrías regulatorias. A Netflix, por ejemplo, no se le puede poner
una cuota de producción federal, una cuota de diversidad, su servidor
está en Estados Unidos. Y los medios nacionales que tienen que cumplir
con las cuotas de representación dicen “bueno, yo quiero lo mismo que
Netflix”. La tendencia es a perder regulación. Este es un tema que, por
lo menos, hay que discutirlo y plantearlo socialmente. Pero estas
discusiones no suceden generalmente en nuestras sociedades sino en el
escenario global, al que sólo llegan algunos: los muy poderosos siempre,
y a veces algunas organizaciones sociales que logran insertarse en esos
escenarios. Esto plantea una discusión sobre cómo se ejercen los
derechos ciudadanos hoy, en el escenario global. Preguntarse por la
concentración de los medios tiene que ver con estos procesos de cómo la
ciudadanía se relaciona con el conocimiento y la información de las
cosas que las afectan.
–En este escenario la cuestión de la libertad de expresión
parece quedar limitada por la discusión acerca de la libertad de
mercado.
–Bueno, pero incluso en América latina hay escenarios interesantes
como son algunas discusiones que se han planteado en el seno de la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en la Relatoría Especial
para la Libertad de Expresión. Ahí veo algunos aspectos muy positivos,
en términos de que hay derechos y posiciones que tienden a consolidarse
en un entorno supranacional, como pueden ser estos organismos
multinacionales. En algunos casos lo que observo en estos lugares es una
preocupación por algunos derechos individuales como protección de datos
personales o privacidad, pero no tanto por los derechos colectivos, eso
queda más en un segundo plano. Por ejemplo, el tema de la concentración
es un tema que estos organismos mencionan como preocupante, pero su
acción política es mucho más limitada, porque todavía están los
gobiernos. Yo creo que estas discusiones se tienen que seguir dando y el
desafío es traerlas a la cotidianidad. En ese sentido, una de las cosas
que más rescato de todo el proceso que tuvo que ver con la Ley de
Servicios de Comunicación Audiovisual en la Argentina es el nivel de
debate público que hubo durante cuatro o cinco años en relación al rol
de los medios de comunicación en la sociedad. Obviamente estamos en un
momento en que ese debate ha desaparecido, pero sedimentó un
conocimiento social y preguntas en las personas sobre cuál es el rol de
los medios de comunicación.
–Pero en lo seis años posteriores a la sanción de la Ley de
Servicios de Comunicación Audiovisual (2009) prácticamente no se pudo
modificar el escenario de concentración que había en la Argentina. ¿Por
qué no se pudo cambiar esta situación?
–Esto no es un fenómeno que se registró sólo en la Argentina. Si bien
los procesos no fueron iguales, la situación se dio en diferentes
lugares de la región, hubo leyes y discusiones fuertes en Venezuela y
Ecuador, por ejemplo. Pero en realidad el impacto de toda esta discusión
y de todas las políticas fue bajo. Por un lado, no hay que negar la
capacidad de los grandes grupos de resistir estas nuevas políticas,
porque efectivamente, y como es lógico, todo interés afectado procura
defenderse. Y (el sector de los medios concentrados) tienen muchos
recursos económicos y políticos para limitar el efecto de esta
transformación. Por otra parte, y esto sí lo pienso más específicamente
para el caso argentino, creo que de hubo una confusión entre lo táctico y
lo estratégico en la aplicación de la ley. Es decir, se quedaron en lo
táctico, en la batalla contra un grupo particular, el grupo Clarín, y no
en lo estratégico que era la transformación del sistema. En ese
sentido, lo que no veo, y creo que es uno de los problemas, es que con
las leyes de medios en América latina se hayan promovido cambios en la
vida cotidiana de las personas. Entonces, la legitimidad es menor. Por
eso Macri con un decreto transforma el corazón de la ley y socialmente
eso no tiene costo político, no tiene impacto, salvo en los grupos que
están participando en este tema, pero que son muy pequeños en términos
sociales. Y hay otra cuestión que tampoco hay que negar y que es el
tiempo. Porque no se transforma un sistema audiovisual en quince
minutos. Obviamente, tal vez se hubiera requerido más tiempo, pero yo
creo que se podría haber hecho más en el tiempo que hubo.
–¿Qué más se podría haber hecho en esos seis años?
–En Argentina concretamente creo que tendría que haber habido un plan
técnico, tendrían que haberse dado muchas más licencias de las que se
dieron, y me parece que habría que haber promovido un sistema de medios
del Estado mucho más fuerte y plural del que efectivamente hubo. También
creo que el no haber terminado con los procesos de readecuación de los
grupos fue un error importante. Estaba todo listo para hacerlo.
–¿Cuáles son las consecuencias de la concentración en este marco de convergencia global para nuestras sociedades?
–Yo diría que hay como dos grandes consecuencias: una es económica,
porque cuando las empresas tienden a ser más grandes, desalientan la
competencia, porque los nuevos actores ven cada vez más difícil competir
con los actores que ya están. Esto pasaba en cualquier área de la
economía, tanto para las telecomunicaciones como para el sector
audiovisual. Hoy hay una gran discusión, porque cuando aparecen los
grandes jugadores globales, los grupos nacionales creen que eso también
los afecta. Para decirlo claramente: Clarín al lado de Netflix es como
un “medio comunitario”. Entonces, esos medios crecen o desaparecen. En
este sentido, la estrategia de crecimiento del grupo Clarín, más allá de
que yo no lo comparta en términos de lo que eso representa para la
sociedad, tiene una lógica económica muy razonable y son jugadores que
leen el mercado mundial de la comunicación y que tratan de adaptarse a
él: o se crece o se tiende a desaparecer. Desde mi punto de vista, la
concentración genera una eficiencia económica en términos de ahorro de
costos para las empresas, pero una ineficiencia económica general en
términos de que limita la competencia.
–Ustedes señalan en el libro que el éxito en la distribución o
comercialización de los productos culturales es improbable ya que en
este sector se verifica la regla del 80-20 que supone que el 80 por
ciento de todo el contenido de los medios no es redituable, y que el
mayor beneficio es generado por el 2 por ciento de los productos. En
esta lógica del capital, ¿quiénes sobreviven?
–La regla de que muy poco genera todo el beneficio y la mayoría de
los productos no son consumidos está presente desde que hay industrias
culturales. Existió, existe y existirá; la lógica del consumo cultural
es así, porque tiene que ver con las características de los bienes
simbólicos. ¿Por qué consumimos lo que consumimos? No hay un patrón,
nadie sabe qué va a ser un éxito y qué no, y entonces el mercado
necesita lanzar veinte mil cosas para encontrar el éxito. Pero sólo los
muy grandes pueden soportar esa característica. Por eso la política
cultural fue también un límite a esa tendencia económica. La política
cultural lo que hace es limitar los efectos de la concentración. Por
distintos motivos, no hay una concentración buena. Pero en el mercado
cultural, en el sector audiovisual específicamente, en los medios de
comunicación la concentración es doblemente mala, es mala porque es
ineficiente económicamente y es mala porque genera problemas en términos
de diversidad, de pluralismo. Entonces, frente a esa cuestión, la
política cultural del siglo XX fue que el Estado interviene para generar
algún nivel de diversidad. Por ejemplo, esto en el cine se ve
claramente, Argentina produce 150 películas anuales, si el Estado mañana
se retira del apoyo a la producción de cine pasamos a generar entre 3 y
15 películas anuales. Es decir, el 90 por ciento de la producción
cinematográfica depende de que el Estado intervenga. Entonces, hay un
problema económico y hay un problema político. Ser diversos, plurales,
representar las culturas regionales, la diversidad de opiniones, la
diversidad de lenguas, todo eso es caro.
–¿Qué tan dispuestos/as estamos a pagar la diversidad?
–Ese es un debate complicado en términos sociales. Tampoco la
política pública cultural es sólo la del Estado. La del Estado es la más
visible y la que en general cuenta con más recursos, pero también hay
política pública social, no estatal. Mientras en el siglo XX había una
legitimidad de todas estas políticas, yo creo que en el siglo XXI
aparecen preocupaciones en términos más individualistas, y esto genera
un riesgo. Muchos entendemos que sigue siendo central para las
sociedades democráticas la cuestión de los contenidos, de quiénes tienen
prioridad, el problema de la diversidad cultural. Ahora, en esta etapa
de crisis lo que veo es que quienes estaban mejor parados antes de la
crisis tienen más capacidad de respuesta. Un ejemplo remanido es el de
la BBC (British Broadcasting Corporation). La BBC también está en
crisis, pero tiene una crisis que ya me gustaría a mí tenerla, porque
tiene presupuestos consolidados, capacidad productiva, lógicas de
inserción en el mercado internacional, y además plantea estándares,
lógicas comunicativas, que también desafían al privado. Por supuesto que
no creo que hay que repetir la experiencia de la BBC, nunca sirve eso.
Pero veo como un error no haber fortalecido los medios públicos en
términos de una lógica que trasciende el partidismo, porque si los
medios públicos se hubieran legitimado socialmente, hubiera sido mucho
más difícil hacerlos desaparecer. Porque los medios públicos siguen
todos formalmente vigentes pero en los hechos, en la Argentina, si algo
ha logrado Cambiemos en materia de medios públicos es que nadie los mire
ni los escuche, que nadie los consuma.
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