PorEduardo Luis Curia, economista.
Autoridades y dirigentes empresarios y gremiales
estarían conversando sobre la posibilidad de algún tipo de acuerdo
social, con su capítulo de precios y salarios.
Muchas veces resaltamos en esta columna la noción de pacto o acuerdo
social, con su virtualidad para la política de ingresos. En los hechos,
el tal elemento quedó como una asignatura pendiente. Careció de una
formalización orgánica. En lo efectivo se lo ha echado en falta, no a
guisa de un factor autosuficiente sino como una pieza vital dentro de un
marco macroeconómico articulado.
Conectamos el concepto de pacto social con el de un esquema de metas
de inflación de cuño no ortodoxo. Vale distanciarse de un planteo de
metas de inflación ortodoxo –con sus supuestos e instrumentos
específicos–, pero, no el subestimar la necesidad de tener un objetivo
inflacionario oficial en el tiempo, respecto del cual las autoridades se
comprometen con cierta formalidad a cumplirlo. Esto, vía resortes
distintos –como una seria política de ingresos activa– de los ortodoxos.
Tácita o explícitamente…
“… siempre hay política de ingresos.” Por ejemplo: bajo un esquema de
metas de inflación ortodoxo –con un cierto manejo “normalizado” de la
demanda y del producto potencial–, el curso del mercado laboral y de los
salarios, juega como un severo indicio de cara al ajuste, o no, de la
tasa de interés “instrumento” con vistas al control de la inflación. Si
el mercado laboral “tira mucho” y se cree que tensa la inflación, cabe
un alza de la tasa de interés para calmar los ánimos y “aflojar” el
mercado laboral; actúa una política de ingresos indirecto, de facto. Así
suele operar la Reserva Federal.
En Alemania, “sin que se note”, el poderoso Deutsche Bundesbank, aun
existiendo la Unión Europea, se reúne con dirigentes empresarios y
gremiales, transmitiéndoles una “guía”, de gran peso, sobre su visión
sobre las diversas variables.
Sin duda, variables como los precios y los salarios se imbrican entre
sí, y no son aislables de un encuadre macroeconómico global. Sea esto
de modo formal o tácito. De modo relativamente ordenado, o en desorden.
Pero, siempre hay política de ingresos, con las consecuencias del caso.
En el seno de una estrategia como, para citar una, el modelo
competitivo productivo de años atrás, en el que pesaban como rasgos
esenciales el llamado “dólar alto” y un pressing de demanda “caliente”
(aunque “no rostizado”) –apostando a un crecimiento acelerado y
sostenido–, se imponía, junto con otros recaudos, una política de
ingresos activa, directa y explícita, en pos de la consistencia
macroeconómica.
Importaba el encuadre de la puja distributiva, totalmente natural,
pero capaz de sobreirritarse por aquellos rasgos esenciales. Por ende,
lo clave de ese encuadre, era compatibilizar la ruta de mejora del
salario real y de tenor distributivo, con la preservación básica de la
competitividad cambiaria y con el respeto al criterio de productividad
(sin olvidar la creación de empleo), incluida la presencia de una
inflación aceptable. Se robustecían así las chances de
sustentabilidad-sostenibilidad del crecimiento acelerado.
El contexto actual
Hoy, el contexto difiere. La macro del dólar alto se diluyó, y con un
tipo de cambio real débil, las autoridades buscan regular la dinámica
de divisas de la economía vía amplias medidas de racionamiento de
dólares, el que incluye un capítulo comercial externo, otorgando amparos
a la producción local contra las importaciones competitivas, induciendo
ad hoc acciones sustitutivas, a la par que el curso exportador pinta en
general más apretado.
Gravitando altos costos en dólares, aquellas medidas buscan dar una
respuesta indirecta a ese dato. No obstante, las autoridades podrían
considerar ahora que conviene apuntar al propio fenómeno de base: el
ritmo de la inflación efectiva, con su expresión precios-costos y su
correlato cambiario real, en una situación en la que cedió la creación
de empleo privado, en especial, en la industria.
Vimos en otras notas el polifacético, e influyente, espectro ligado a
la variable salarial. Se aplican anualmente ajustes nominales de
salarios muy subidos, explicables por una inflación efectiva
pronunciada; así se pelean algunos puntos de mejora real. Pero, visto el
lado costista –y en particular su medición en dólares–, los costos
laborales en dólares son hoy muy altos en el país –sin una entera
simetría en materia adquisitiva interna–, lo que irrita nuestro rango
competitivo. A su vez, la no actualización del mínimo no imponible en
ciertas franjas de salarios, ciñe ad hoc la disponibilidad del ingreso,
sin que la incidencia costista en las empresas se altere (o puede
alterarse hacia arriba, si se reclaman compensaciones por aquel factor).
Convergen en la materia, pues, múltiples dinámicas que hacen a la
economía: vgr., inflación, salario real, competitividad, fiscalidad y
cómputo de la productividad, entre otros factores. Con implicancias en
cuanto a la sustentabilidad del crecimiento y al desempeño del empleo.
Se deben conciliar diversas facetas, muy sensibles, lo que es
complejo. Por de pronto, pretender –en materia de precios y salarios–
definir un sendero en el tiempo de valores de orden declinante, luce
sensato.
Esto exigiría serios compromisos –sólo “válidos en reciprocidad”– de
los diversos sectores, por de pronto, en aquella materia. Luego, un
requisito no trivial al respecto, es coincidir en las referencias y en
los mecanismos que permitan fijar los compromisos y monitorear su
cumplimiento. Aquí, el tema de credibilidad planteado en torno del
INDEC, parecería demandar, de cara a ese requisito, la ardua tarea de
una elaboración ad hoc de un paquete “suficiente” de bienes y servicios,
claramente discernibles éstos en cuanto a su identificación, incluyendo
sus valores y un abastecimiento adecuado en cantidad y calidad.
Un tal proceder –lo dijimos reiteradamente– no es fácil. Pero, sin
algo por el estilo, la indeterminación de los contenidos del eventual
acuerdo sería mayor. Súmese que el estadio de la competitividad
cambiaria, recorta los márgenes de maniobra.
En fin: se abre una nueva oportunidad respecto de la opción de un
acuerdo social. Pero, conscientes de las dificultades operantes, y de
que la tal opción no es aislable de un cierto marco macroeconómico.
Coordenadas tan delicadas como éstas aconsejan, creemos, el directo
involucramiento de la máxima conducción del Estado para garantizar los
diversos contenidos de un intento plausible, pero complejo.
Fuente: BAE
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