Por Mario Rapoport, economista e historiador.
En la Argentina, los ciclos económicos que se corresponden
normalmente al desarrollo capitalista, con fases de prosperidad,
recesión y recuperación, han estado profundamente relacionados con las
estructuras productivas, comerciales y financieras predominantes en cada
etapa histórica, siendo decisivos en nuestro caso los vínculos de la
economía con el exterior y, en especial, el endeudamiento externo. Por
su importancia y efectos en la situación actual, ponemos aquí el centro
del análisis en la problemática de las crisis y de sus causas, que
podemos clasificar en el curso de nuestra historia económica de dos
maneras.
Primero, teniendo en cuenta su origen. Por ejemplo, diferenciando las
que fueron consecuencia de shocks puramente externos, al menos en un
principio –como la crisis mundial actual–; las que se corresponden a las
formas de acumulación económica interna –como la crisis de
endeudamiento de 1890 o las del proceso de industrialización cuyos
vínculos externos provienen de la dinámica interna–; las que combinan
diversos aspectos, como la de 1929, que se inicia con un shock externo,
pero se corresponde al mismo tiempo con el agotamiento del modelo
agroexportador; o las que tienen por causa el fracaso de ciertas
políticas, como las resultantes, en 1981 y el 2001, de la implantación
forzada de esquemas neoliberales.
Segundo, atendiendo a su impacto sobre la economía. Algunas crisis se
manifiestan en forma recurrente, asociadas a las características de
cada modelo de crecimiento, y otras constituyen un punto de inflexión,
debido al agotamiento del proceso de acumulación. Esta última distinción
resulta muy importante, pues mientras las crisis del primer tipo
muestran un comportamiento repetitivo en su esencia, las del segundo
tipo inducen a transformaciones estructurales.
Durante la época del esquema agroexportador, entre el último cuarto
del siglo XIX y los años 1930, los ciclos se caracterizaron por el
fuerte ingreso de capitales –tanto por la vía de inversiones directas
como por medio de un endeudamiento creciente– y debido al montaje y
desarrollo de una estructura agropecuaria sustentada en las
exportaciones, con un mercado mundial que necesitaba los productos
argentinos. El país, a su vez, debía proveerse de bienes industriales
por medio de sus importaciones, pero también contar con un superávit
comercial suficiente para cancelar el servicio de su deuda, lo cual no
siempre resultaba posible. Como señalaba José Antonio Terry, que fue
ministro de Hacienda entre mediados de 1893 y 1894: el desorden
monetario, las crisis financieras y los procesos inflacionarios de
entonces estaban estrechamente relacionados con el endeudamiento
externo. En cambio, durante el modelo de industrialización por
sustitución de importaciones ese endeudamiento era pequeño y la
inversión extranjera se radicaba mayormente en el sector industrial,
orientado sobre todo, hacia nuestro propio mercado. Pero la industria no
alcanzaba a cubrir con sus escasos productos exportables la demanda de
importaciones que generaba. Dependía de las exportaciones agropecuarias
para mantener la balanza comercial en relativo equilibrio. Nuevamente,
aparecían allí fuentes de turbulencia periódicas que se traducían en los
conocidos ciclos de stop and go, con megadevaluaciones y alta
inflación. En cuanto al modelo rentístico-financiero, predominante desde
la dictadura militar de 1976, el endeudamiento externo combinado con
una amplia apertura comercial y una libertad absoluta en el movimiento
de capitales volvió a constituir la principal explicación de los ciclos,
aunque esta vez predominó el sector financiero y ni la producción
interna ni las exportaciones jugaron un rol clave. Este proceso culminó
con la brutal crisis del 2001-2002.
En cambio, la expansión que comienza hacia el 2003 estuvo respaldada
en el ahorro interno de la economía, es decir, se creció sin necesidad
de endeudamiento externo. El sector industrial, basado en el mercado
interno, volvió a ser un elemento decisivo para explicar las altas tasas
de crecimiento del PIB, acompañado, en este caso, por una situación
favorable en el frente externo. Las balanzas comerciales positivas y una
tasa de cambio competitiva y administrada permitieron acumular
reservas, mientras que las retenciones y la mejora en la recaudación
interna generaron superávits fiscales, lo que dejó un margen apreciable
para hacer frente a futuras turbulencias.
Ahora estamos en medio de esas aguas turbulentas. La desaceleración actual de la economía tiene que ver a la vez con fenómenos exógenos y endógenos, combina ambos factores. Por un lado, la crisis europea se ha agudizado y asistimos a una disminución de las exportaciones en todo el mundo que también afecta a la Argentina. Por otro, el proceso de industrialización empujó hacia arriba las importaciones de bienes de capital y manufacturas, como ocurrió en otras etapas de industrialización. El primer fenómeno, el exógeno, se dio en la crisis de los años ’30 pero entonces se trataba de equilibrar la balanza comercial frenando importaciones sencillas de manufacturas y bienes de consumo y se adoptó como principal medida contracíclica el control de cambios. Los desequilibrios endógenos vinieron en los años ’50 y ’60 cuando la industrialización requería un tipo de importaciones creciente y más sofisticadas (bienes de capital, productos intermedios). En aquellos tiempos predominaron los planes de ajuste aconsejados por el FMI.
En la situación actual la resolución es menos compleja porque cuenta
con mayores elementos de defensa. El endeudamiento externo es mucho más
bajo, el Banco Central tiene abundantes reservas, y si bien la industria
disminuyó su crecimiento todavía el colchón del proceso anterior le
puede permitir soportar los coletazos de la crisis. En cuanto a las
políticas económicas no se recurrió a un control de cambios como el de
los años ’30, sino que se frenó la fuga de divisas acotando las
posibilidades de comprarlas al precio oficial, lo que creó un pequeño
mercado paralelo de especulación. Tampoco se implementó un plan de
ajuste y los niveles salariales y de consumo permanecen estables, aunque
algo carcomidos por el proceso inflacionario. La diferencia con
experiencias anteriores es que en la actual coyuntura hay dos frentes de
tormenta, uno externo y otro interno. Sin embargo, después de varios
años de crecimiento continuo la economía tiene márgenes suficientes como
para soportar el chubasco. No fue así en los años ’30, cuando el
exclusivo perfil agroexportador no aguantó la crisis y el Estado
recurrió a todo tipo de medidas intervencionistas para protegerlo; ni en
los años ’50 y ’60 porque estábamos sujetos a la influencia del FMI,
cuyos planes de estabilización produjeron efectos negativos casi
inmediatos sobre la economía. Menos aún durante los períodos donde
predominó un enfoque rentístico-financiero y nos hallábamos altamente
endeudados como lo están hoy los países europeos.
Al igual que en el 2008 y el 2009, si la economía argentina no se
deja llevar por fuerzas que procuran desestabilizarla, es posible
iniciar de nuevo un camino de crecimiento dentro de la coyuntura
desfavorable en que se mueve el mundo. Las condiciones están dadas si se
actúa con inteligencia.
Fuente: BAE
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