Por Juan Gelman
Mitt Romney no sólo es
candidato a presidente del Partido Republicano: lo es –y mucho más– de Wall
Street, el preferido de las grandes empresas y de los billonarios del 1 por
ciento. La Koch Industries, una multinacional de Kansas con las subsidiarias
del caso, la segunda después de Cargill según Forbes y con un ingreso anual de
98.000 millones de dólares, quiere mucho a Mitt. Le ha proporcionado una
robusta financiación para la campaña electoral que hasta el mes de julio se
estimaba en 400 millones de dólares (www.policynic.com, julio 2012).
El The New York Post
registra que los hermanos Charles y David Koch, dueños de la empresa, suelen
organizar comidas a 50.000 dólares el cubierto para ayudar a Romney. Hay
razones: el plan energético del candidato republicano favorece a las megaindustrias
del petróleo, el gas natural y el carbón como la Koch, promete acabar con la
dependencia de EE.UU. en la materia hacia el 2020 y no contiene mención alguna
de las debidas regulaciones atinentes al cambio climático (www.huffingtonpost,
24-8-12). Los Koch, muy de acuerdo: desde hace años vienen invirtiendo millones
para convencer a la opinión pública estadounidense de que el calentamiento
global nada tiene que ver con el uso de materias fósiles.
Romney insiste en que su
política fiscal favorecerá a la clase media, propone “no recortar los impuestos
a los más ricos” –como si falta hiciera después de W. Bush– y sugiere derogar
por completo el impuesto a los bienes inmuebles, lo cual ahorraría a Charles y
a David el pago de 8700 millones de dólares cada uno hasta el fin de sus vidas
(//prcs.org,
6-1-12). Es indicativo que las donaciones de 1500 dólares o menos predominen en
las recaudaciones de campaña de Obama y lo contrario ocurra en la de su rival.
Charles y David no se
quedan en el mero lugar de donantes. Han enviado a cada uno de sus 50.000
empleados un paquete de documentos que profetizan un negro futuro para ellos si
votan por Obama: “No nos quedará otra posibilidad que reducir la compañía”,
anuncia una carta de Dave Robertson, CEO de Koch Industries.
Mitt Romney en persona
alentó esta práctica en una conferencia dictada ante la Federación Nacional de
Empresas Independientes: “Espero –dijo– que ustedes dejen muy en claro a sus
empleados lo que consideran que es mejor para sus compañías y, en consecuencia,
para el empleo de ellos y su futuro en las próximas elecciones” (www.classwarfareexists.com, 10-6-12). No deja de ser una
clara amenaza en tiempos de una crisis económica que deja en las calles de
EE.UU. a más de ocho millones de trabajadores.
Los Koch no están solos.
Arthur Allen, director ejecutivo de la empresa electrónica ASG Software
Solutions, envió un e-mail a sus empleados que indicaba en el subject: “¿Tendrá
la elección presidencial en nuestro país un impacto directo en su empleo futuro
en ASG? Por favor, lea más abajo” (www.theblaze.com, 14-10-12). El
lector del correo verá con qué oscura tinta están escritas las predicciones de
Mr. Allen. Richard Lacks, presidente y CEO de la compañía que lleva su nombre,
dedicada a la afinación de nuevas tecnologías, advirtió a sus empleados que les
rebajaría los sueldos si gana Obama (www.mlive.com, 2-10-12). No pasa un día
sin que trascienda la misma información de otras multinacionales.
Esta clase de
intimidación no es nueva en EE.UU. Thomas Ferguson, profesor de Ciencias
Políticas en la Universidad de Massachusetts, señaló que “en el siglo XIX la
votación era con frecuencia pública, los dueños de una fábrica solían marchar a
las urnas con sus trabajadores para votar en bloque... los empleadores
utilizaban todo tipo de tácticas para intimidar a sus empleados. En 1896, por ejemplo,
los dueños de las fábricas ponían carteles avisando que cerrarían sus negocios
si el republicano William McKinley perdía ante William Jennings Bryan”, el
candidato demócrata (www.alternet.org, 16-10-12). Hace
más de un siglo, en fin, ¿pero no estábamos acaso en el XXI?
El acoso o intimidación
a los trabajadores “es una forma de discriminación laboral que viola el
capítulo VII de la Ley de Derechos Civiles de 1964, la ley de discriminación
laboral por razones de edad de 1967 (ADEA) y la ley de estadounidenses
discapacitados de 1990 (ADA)”, ha señalado la gubernamental Comisión
Estadounidense de Igualdad de Oportunidades de Empleo (www.eeoc.gov), pero,
curiosamente, no se considera delito la incitación de un empresario a su
personal para que vote por tal o cual candidato, so pena de padecer alguna
represalia, el despido o la reducción del salario.
Oscar Wilde dijo algunas
vez, con su habitual ironía, que el trabajo es el refugio de quienes no tienen
nada mejor que hacer. Sólo que, salvo escribir, Wilde nunca trabajó.
Fuente: Página/12
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