Las
manifestaciones espontáneas se sucedieron en Palza Italia, tradicional
epicentro de las marchas masivas en contra del gobierno.
La represión continuó en las calles de la capital chilena.
Imagen: EFE
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Desde Santiago
Las leyendas en aerosol en las fachadas de los edificios, bombas textuales para el presidente, los pacos, algunos deseos. Los trajes impermeables cubriendo de pies a cabeza. Máscaras, maquillaje. Sombreros de bruja. Cascos, antiparras, pañuelos, barbijos. El sonido constante de cacerolas y silbatos, algún cántico. La interrupción repentina del estruendo del gas lacrimógeno o la dispersión a la que obliga el camión hidrante. La represión recrudece a medida que avanza la noche. Los carabineros se ubican en la boca de la estación de metro Baquedano, donde funcionó un centro de tortura. Los de veintitantos, los que no tienen en el cuerpo la memoria de la dictadura --tal vez los que menos miedo tengan-- son mayoría esta tarde en la zona conocida como Plaza Italia. Es una manifestación espontánea, algo de lo más habitual por estos días, que suele iniciarse a las 17.
En la escena se mezclan vendedores de comidas varias y cervezas, jóvenes de cabellos de colores que circulan en rollers y bicis, la épica imagen de un chico trepado al caballo del monumento que homenajea al general Baquedano. Desde lo alto flamea la bandera nacional. Hay muchas mapuches, también. Un muchacho toma un megáfono para dedicar un poema al “Negro matapacos”, un perro fallecido, ligado al movimiento estudiantil. No hay un único reclamo: patriarcado, bajos salarios, dificultades para estudiar, el monocultivo, la falta de camillas para enfermos son apenas algunos de los blancos. Cientos de motos irrumpen de pronto en la Alameda; ruidoso ritual contra el negocio de TAG en las autopistas. Un vendedor de empanadas y masas rellenas dice que trabaja y de paso apoya “a los chiquillos”. “Tuvo que llegar el caos para que nos tomaran en cuenta”, sentencia el asfalto, también copado por mensajes de aerosol.
Varios de los presentes marcharon más temprano hacia el Palacio de la Moneda. Constanza, 23 años, estudiante, tiene las manos manchadas de rosa. Acaba de dedicar lo opuesto a un piropo a la Policía. Aunque ya no hay militares en las calles la violencia continúa. Hay quienes postulan que los gases contienen sustancias más dañinas. “Nos manifestamos pacíficamente. Tengo muchos amigos a los que les han llegado perdigones, que han perdido ojos. Nuestro único derecho en Chile es poder elegir, pero teniendo plata”, expresa. No es la única que piensa que los jóvenes tienen un “deber” en estos tiempos. Invitar a “que esto se siga moviendo”. “Nos obligan a regresar con piedras. No es lo que queremos”, asegura Lucas.
Para Javiera es todo muy fuerte “emocionalmente”. El primo de una amiga suya ha desaparecido en Puente Alto. “Nadie esperaba un estallido social. Pero tenemos que decantarlo bien”, se esperanzan Constanza y Jorge. Lo que aparece en el horizonte como deseo –además de la renuncia de Piñera-- es una asamblea constituyente que engendre una nueva constitución, para desplazar a la heredada de la dictadura y que “las necesidades básicas de la población” queden garantizadas desde el Estado.
Fuente:Pagina/12
Las leyendas en aerosol en las fachadas de los edificios, bombas textuales para el presidente, los pacos, algunos deseos. Los trajes impermeables cubriendo de pies a cabeza. Máscaras, maquillaje. Sombreros de bruja. Cascos, antiparras, pañuelos, barbijos. El sonido constante de cacerolas y silbatos, algún cántico. La interrupción repentina del estruendo del gas lacrimógeno o la dispersión a la que obliga el camión hidrante. La represión recrudece a medida que avanza la noche. Los carabineros se ubican en la boca de la estación de metro Baquedano, donde funcionó un centro de tortura. Los de veintitantos, los que no tienen en el cuerpo la memoria de la dictadura --tal vez los que menos miedo tengan-- son mayoría esta tarde en la zona conocida como Plaza Italia. Es una manifestación espontánea, algo de lo más habitual por estos días, que suele iniciarse a las 17.
En la escena se mezclan vendedores de comidas varias y cervezas, jóvenes de cabellos de colores que circulan en rollers y bicis, la épica imagen de un chico trepado al caballo del monumento que homenajea al general Baquedano. Desde lo alto flamea la bandera nacional. Hay muchas mapuches, también. Un muchacho toma un megáfono para dedicar un poema al “Negro matapacos”, un perro fallecido, ligado al movimiento estudiantil. No hay un único reclamo: patriarcado, bajos salarios, dificultades para estudiar, el monocultivo, la falta de camillas para enfermos son apenas algunos de los blancos. Cientos de motos irrumpen de pronto en la Alameda; ruidoso ritual contra el negocio de TAG en las autopistas. Un vendedor de empanadas y masas rellenas dice que trabaja y de paso apoya “a los chiquillos”. “Tuvo que llegar el caos para que nos tomaran en cuenta”, sentencia el asfalto, también copado por mensajes de aerosol.
Varios de los presentes marcharon más temprano hacia el Palacio de la Moneda. Constanza, 23 años, estudiante, tiene las manos manchadas de rosa. Acaba de dedicar lo opuesto a un piropo a la Policía. Aunque ya no hay militares en las calles la violencia continúa. Hay quienes postulan que los gases contienen sustancias más dañinas. “Nos manifestamos pacíficamente. Tengo muchos amigos a los que les han llegado perdigones, que han perdido ojos. Nuestro único derecho en Chile es poder elegir, pero teniendo plata”, expresa. No es la única que piensa que los jóvenes tienen un “deber” en estos tiempos. Invitar a “que esto se siga moviendo”. “Nos obligan a regresar con piedras. No es lo que queremos”, asegura Lucas.
Para Javiera es todo muy fuerte “emocionalmente”. El primo de una amiga suya ha desaparecido en Puente Alto. “Nadie esperaba un estallido social. Pero tenemos que decantarlo bien”, se esperanzan Constanza y Jorge. Lo que aparece en el horizonte como deseo –además de la renuncia de Piñera-- es una asamblea constituyente que engendre una nueva constitución, para desplazar a la heredada de la dictadura y que “las necesidades básicas de la población” queden garantizadas desde el Estado.
Fuente:Pagina/12
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