Imagen: Sandra Cartasso
Se
ganó. Se ganó y Alberto y Cristina saben mejor que nadie lo que costó
alcanzar este triunfo electoral, de enorme trascendencia para el futuro.
Ahora lo que viene es trabajar porque es gigantesca la tarea y exige
serenidad, inteligencia, honradez, constancia y firmeza, por lo menos y
todo junto y para arrancar. Además hay demasiado que hacer y todo
urgente, y los tradicionales primeros 100 días de changüí gubernamental
en este caso serán pocos y no es seguro que sean respetados.
Se
ganó, y aunque esta columna sí piensa que hubo irregularidades, también
confía en que el escrutinio definitivo, ya en marcha, como dice el tango
"batirá la justa" y las representaciones parlamentarias serán las que
quiso el pueblo y no algunos diarios y la telebasura.
Pero
esto mismo vale para reflexionar el viejo, irónico apotegma del título,
que desde hace siglos y aquí y ahora también sugiere que "los muertos
que vos matáis, gozan de buena salud". Dicho sea en esta ocasión con
fraternal espíritu hacia algun@s compañer@s que desde el triunfo electoral del domingo podrían apresurarse a dar por vencidos definitivamente a los adversarios.
Un
tema que, con variaciones, suena en todos los instrumentos y en todos
los ritmos de la música política argentina desde hace 200 años.
En
este mismo diario, hace más de una década David Viñas atribuía esa
expresión al escritor español José Zorrilla, autor del drama religioso y
fantástico Don Juan Tenorio (1844), coincidiendo en ese punto
con Adolfo Bioy Casares, que por entonces dudaba entre atribuirlo a
Zorrilla o a Tirso de Molina en El burlador de Sevilla, drama que
hacia 1630 inauguraba a Don Juan, todavía el personaje más universal
del teatro español. Y frase que también se ha endilgado al mexicano Juan
Ruiz de Alarcón, al dramaturgo francés Pierre Corneille y hasta a
Domingo Faustino Sarmiento.
Como sea, esta chanza le cabe a la
perfección al Peronismo, y obviamente a su versión Siglo 21: el
Kirchnerismo. Que por más ataques que recibe (incluso en 2015 se
escucharon apresuradas actas de defunción) siempre sobrevive. Y
sobrevivirá, porque las ideas que Juan Domingo Perón y Eva Duarte
inculcaron en el pueblo argentino en las décadas del 40 y el 50 fueron y
siguen siendo, aunque a tant@s les cueste admitirlo, una marca para siempre. Y la razón es sencilla: los intereses de las clases trabajadoras –obrer@s, peones rurales, cuentapropistas, pequeñ@s y median@s empresari@s–
son inmanentes. Como lo fue la sanción constitucional en 1949 de los
derechos de la ancianidad y de los niños, y la posterior educación
universitaria gratuita, y tanto más. Todo lo cual valida aún el anhelo
de la Patria Justa, Libre y Soberana, que tiene plena vigencia ahora
mismo como punto de partida para combatir el hambre, recuperar la
dignidad del trabajo y retornar a una fraternidad latinoamericana que
atienda los intereses de los pueblos, la autodeterminación y la no
dependencia de intereses extranjeros.
Ese sentimiento, por
llamarlo de algún sencillo modo, jamás dejó ni dejará de existir, y eso
es tan real como el amor que hoy mismo inspiran Evita y Cristina a
millares de adolescentes, por caso.
Pero está claro –debería
estarlo y habrá que hacer docencia para que lo esté– que el apotegma del
título también le cabe al secular conservadurismo argentino, creación
de Adolfo Alsina, Bartolomé Mitre, Julio Argentino Roca y varios
presidentes más, antes, durante y después de Hipólito Yrigoyen y Juan
Perón. Y concepción que instauró en esta tierra un fuerte y vertiginoso
crecimiento económico, pero concentrado en favor de minorías
oligárquicas durante sus primeros por lo menos 40 años, a la vez que
producía una gran transformación social y cultural, que, sin embargo,
jamás dejó de ignorar los intereses y derechos de las mayorías
inmigrantes, de l@s trabajador@s urbanos y rurales y sobre todo de los pueblos originarios.
Antagonistas
in extremis de todo cambio político, económico y social capaz de
afectar sus intereses de clase acomodada, siempre se agruparon en
instituciones políticas defensoras de sus privilegios. Con nombres
epocales como Partido Autonomista Nacional, Partido Demócrata, Partido
Conservador, Partido Liberal, Partido Federal, Ucede y muchas
expresiones más, algunas provincianas, en su versión contemporánea se ha
llamado en estos años PRO, Cambiemos, y ahora JxC, o lo que llamamos
Macrismo con la misma naturalidad con que hace más de un siglo se le
llamaba Roquismo.
Quizás, valga la conjetura, este reconocimiento
necesario –que no implica síntesis ni conjunción– podría servir aunque
sea de modesto inicio para una explicación, y superación, del drama
nacional que seguimos viviendo como nación: me refiero a la estúpida,
infantil y necia pretensión de aniquilamiento del antagonista.
Releer
nuestra Historia es necesario y urgente para ello, y también por eso
fue importantísimo el comicio del otro día. Porque abrió puertas a la
reeducación y a la tarea cultural refundacional que será buscar, de una
buena vez, una comprensión pacífica de las feroces disputas entre
federales y unitarios, entre Lavalle y Dorrego, entre Urquiza y Paz,
entre Rosas y Urquiza, y entre Urquiza y Mitre al menos hasta la batalla
de Pavón, y también entre caudillos del interior profundo y sus
montoneras enfrentados a anglófilos citadinos que concebían a este país
como una factoría extranjera en un poderoso y rico puerto, de espaldas a
una surgente nación de indígenas y gauchos a los que explotaron y
despreciaron sistemáticamente.
Es de esperar que a partir de que
se anuncien los resultados del escrutinio definitivo, la República
Argentina deje de ser un país partido al medio, más allá de lo numeroso
de cada medio. No dudo en afirmar que el abismo entre ambos es el
principal problema a enfrentar. Por eso todo agrandamiento, soberbia o
triunfalismo que abunden del lado nacional-popular deberá
autocontrolarse, para que del lado del antiperonismo cerril, con su
carga de racismo, insensibilidad y resentimiento, por lo menos se
morigere. Porque solamente podrá convivirse en esta tierra en paz y
democracia si entre tod@s conseguimos extirpar el odio que ha venido inculcando, y que es parte de su ADN, el neoliberalismo.
Estas
reflexiones las provocó el exabrupto del diputado Eduardo Amadeo,
quien, enfurecido, en una entrevista deseó "una úlcera" a Raúl
Zaffaroni, Pablo Echarri, Dady Brieva y este columnista. Pobre hombre,
ha de ser tremenda la úlcera que le toca sufrir, y ojalá se le alivie.
Dicho sea sin ironía y agradecido porque desató esta reflexión.
Fuente:Pagina/12
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