sábado, 30 de noviembre de 2019

Gasas, no gases


 
 
He sido concurrente y luego residente, jefe de residentes e instructora de residentes en hospitales públicos, tanto de la ciudad como de la provincia de Buenos Aires. Las condiciones de trabajo siempre fueron precarias, los concurrentes deben, por ejemplo, pagarse su propio seguro de mala praxis y en el caso de la provincia de Buenos Aires, abonar mensualmente matrícula y aportes jubilatorios, aun cuando trabajan ad honorem. Las becas de residencia en provincia no efectúan aportes previsionales, por lo que en muchos casos se trabaja durante 4 o 5 años, que se pierden a la hora de los cómputos jubilatorios.

Los médicos son quienes peor lo pasan tanto en uno como en otro régimen, ya que deben cubrir todos los baches dejados por la falta de designaciones de médicos de planta, multiplicando las guardias, prestando servicios por una cantidad de horas por fuera de todo convenio laboral. El trato hacia los residentes en muchos hospitales es denigratorio y reproduce históricamente un modelo de explotación y maltrato, en donde el R1 es el último orejón del tarro, vapuleado por todos.

Qué decir de la comida que se suministra para los residentes en sus días de guardia: he probado cucarachas, cabellos de origen incierto, huesos dentro de las empanadas, y demás "sorpresas" que llevaron a muchos de nosotros a pasar las guardias con una manzana traída de casa.
Quienes hemos transitado esos años de concurrencias y residencias sabemos al menos un par de cosas: como lugar de formación y aprendizaje, el hospital público es inigualable e insustituible. Como espacio laboral, es para todos un ámbito en el que la falta de respeto por las leyes laborales es una constante.
He visto compañeros enfermarse gravemente; he visto amigos perder la vida; he visto colegas con descompensaciones psiquiátricas como consecuencia del estrés; los estudios internacionales demuestran que los niveles de alcoholismo y adicciones entre los médicos duplica a la población general. La automedicación es muy frecuente, insomnio y trastornos de la alimentación proliferan entre los profesionales de la salud.
La desinversión en infraestructura es alarmante; encontrar un baño en condiciones de higiene para los profesionales es una hazaña; pocas sillas tienen sus cuatro patas y su respaldo. Faltan vidrios en las ventanas, y todo tipo de insectos y roedores nos acompañan a diario. Los salarios apenas alcanzan el límite de la pobreza, y los tiempos dedicados al hospital y el bloqueo del título impiden desempeñar tareas en otros ámbitos.
Aun así, la apuesta por lo público es inclaudicable. La defensa del hospital, una causa de todos quienes pisamos sus pasillos y dormimos en sus camas sin colchones.
En el día en que se votaba una ley de residencias, la respuesta de la policía de la ciudad al genuino reclamo de los profesionales fue palos y gases.
Reivindico la lucha de los compañeros/compañeras, que día a día dejan la piel en cada hospital público, en casa salita, en cada centro de salud, a pesar de todo. Porque más que gases y palos, faltan gasas y vacunas; porque más que leyes de escritorio es necesario escuchar a los profesionales y porque en esta época de gran crisis, donde una parte enorme de la población ha perdido su empleo y por lo tanto su cobertura médica, el hospital público es la mejor respuesta en salud que le podemos ofrecer a los ciudadanos. 
Andrea Homene fue concurrente del Hospital Francisco J. Muñiz y residente del Hospital Paroissien.

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