He
sido concurrente y luego residente, jefe de residentes e instructora de
residentes en hospitales públicos, tanto de la ciudad como de la
provincia de Buenos Aires. Las condiciones de trabajo siempre fueron
precarias, los concurrentes deben, por ejemplo, pagarse su propio seguro
de mala praxis y en el caso de la provincia de Buenos Aires, abonar
mensualmente matrícula y aportes jubilatorios, aun cuando trabajan ad
honorem. Las becas de residencia en provincia no efectúan aportes
previsionales, por lo que en muchos casos se trabaja durante 4 o 5 años,
que se pierden a la hora de los cómputos jubilatorios.
Los médicos son quienes peor lo pasan tanto en uno
como en otro régimen, ya que deben cubrir todos los baches dejados por
la falta de designaciones de médicos de planta, multiplicando las
guardias, prestando servicios por una cantidad de horas por fuera de
todo convenio laboral. El trato hacia los residentes en muchos
hospitales es denigratorio y reproduce históricamente un modelo de
explotación y maltrato, en donde el R1 es el último orejón del tarro,
vapuleado por todos.
Qué
decir de la comida que se suministra para los residentes en sus días de
guardia: he probado cucarachas, cabellos de origen incierto, huesos
dentro de las empanadas, y demás "sorpresas" que llevaron a muchos de
nosotros a pasar las guardias con una manzana traída de casa.
Quienes
hemos transitado esos años de concurrencias y residencias sabemos al
menos un par de cosas: como lugar de formación y aprendizaje, el
hospital público es inigualable e insustituible. Como espacio laboral,
es para todos un ámbito en el que la falta de respeto por las leyes
laborales es una constante.
He visto compañeros enfermarse
gravemente; he visto amigos perder la vida; he visto colegas con
descompensaciones psiquiátricas como consecuencia del estrés; los
estudios internacionales demuestran que los niveles de alcoholismo y
adicciones entre los médicos duplica a la población general. La
automedicación es muy frecuente, insomnio y trastornos de la
alimentación proliferan entre los profesionales de la salud.
La desinversión en infraestructura es alarmante; encontrar un
baño en condiciones de higiene para los profesionales es una hazaña;
pocas sillas tienen sus cuatro patas y su respaldo. Faltan vidrios en
las ventanas, y todo tipo de insectos y roedores nos acompañan a diario.
Los salarios apenas alcanzan el límite de la pobreza, y los tiempos
dedicados al hospital y el bloqueo del título impiden desempeñar tareas
en otros ámbitos.
Aun así, la apuesta por lo público es inclaudicable. La defensa
del hospital, una causa de todos quienes pisamos sus pasillos y dormimos
en sus camas sin colchones.
En el día en que se votaba una ley de
residencias, la respuesta de la policía de la ciudad al genuino reclamo
de los profesionales fue palos y gases.
Reivindico la lucha de
los compañeros/compañeras, que día a día dejan la piel en cada hospital
público, en casa salita, en cada centro de salud, a pesar de todo.
Porque más que gases y palos, faltan gasas y vacunas; porque más que
leyes de escritorio es necesario escuchar a los profesionales y porque
en esta época de gran crisis, donde una parte enorme de la población ha
perdido su empleo y por lo tanto su cobertura médica, el hospital
público es la mejor respuesta en salud que le podemos ofrecer a los
ciudadanos.
Andrea Homene fue concurrente del Hospital Francisco J. Muñiz y residente del Hospital Paroissien.
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