El
golpe contra Evo Morales se enmarca en un contexto internacional donde
distintos factores indican que Estados Unidos está perdiendo la disputa
hegemónica con el bloque chino-ruso en términos económicos,
geopolíticos y tecnológicos. Sin ignorar el carácter despótico de su
sistema político, bajo toda evidencia la dirección política de la
globalización neoliberal ejercida por China, con un importante papel del
Estado y guiada por una planificación con objetivos de corto, mediano y
largo plazo, ha sido mucho más efectiva que la globalización en
Occidente, liderada por las leyes del mercado y el protagonismo
exclusivo de corporaciones, bancos y capitales financieros
especulativos.
Luego de treinta años de predominio de las
orientaciones neoliberales, Estados Unidos se ha vuelto proteccionista;
el Brexit en Inglaterra es manifestación de una crisis más profunda; las
golpeadas clases medias bajas en Francia acosan París con sus chalecos
amarillos; en Alemania del Este crece la indignación ante la caída de
los niveles de vida y un creciente desempleo, traducidos en el
crecimiento de fuerzas de ultraderecha; Italia arrastra una crisis de
décadas; y estas condiciones se agravan con la tragedia de los
refugiados. En contraste, si bien China ha bajado sus altos niveles de
crecimiento, aún continúa duplicando la media internacional y ha
reorientado su desarrollo hacia la producción de alta tecnología, con
mayor énfasis en su mercado interno y una expansión sustentada en la
Ruta de la Seda.
En términos geopolíticos, las naciones del Occidente central han
diminuido sensiblemente su presencia en los países asiáticos menores en
favor de China, que también los ha ido desplazando del continente
africano con fuertes inversiones en rutas, represas hidroeléctricas y
similares, además de las oportunidades que se abren con la Ruta de la
Seda y las políticas de formación de jóvenes africanos en universidades
chinas. Lo cual no significa ignorar los aspectos negativos de estas
ayudas, en países que fueran devastados por los europeos a lo largo de
cinco siglos de esclavitud, colonialismo y expoliación.
Los resultados de la estrategia de intervenciones militares de
Estados Unidos y la OTAN en Medio Oriente, en función del Eje del Mal
definido en 2001, han sido un rotundo fracaso. Luego de 17 años y
1.5 millones de muertes, se retiran de Afganistán; la guerra en Irak,
con 2 millones de muertes y una sociedad destruida, incluidos
patrimonios culturales milenarios, ha tenido un resultado escasamente
favorable a los intereses occidentales. La anarquía devastadora desatada
en Libia luego de la muerte de Khadaffi se ha vuelto incontrolable; y
deben retirarse de Siria -1.5 millones de muertes- sin lograr el
objetivo de destituir al presidente Basher al-Assad, aliado con el eje
Irán-Rusia. La crisis humanitaria en Yemen es una tragedia; y sus
intervenciones en Somalia o Sudán del Sur, no han tenido mejor suerte.
Ante este escenario, en los últimos años los Estados Unidos se han ido replegando sobre América latina como último bastión de su hegemonía y
se muestran dispuestos a neutralizar y eventualmente desplazar la
creciente presencia de China en el comercio exterior y sus inversiones
en distintos sectores, con mayor o menor peso según los países. El objetivo es garantizar el control de áreas y recursos estratégicos,
con la instalación de bases militares o intervenciones en nombre de la
democracia contra gobiernos considerados hostiles. La guerra comercial
lanzada contra China, además de promover el retorno de empresas
norteamericanas instaladas en ese país con el objetivo de disminuir el
déficit de su balanza comercial y de pagos -el 55% de las importaciones
desde China son producto de esas empresas norteamericanas- tiene como
objetivo principal neutralizar los avances chinos en inteligencia
artificial y su delantera con el sistema 5G.
Las agresiones iniciales del presidente Trump en la guerra
comercial con China comenzaron a desvanecerse al eliminar las sanciones
impuestas a la empresa Huawei, que controla la punta en la tecnología 5G. La razón principal fue el anuncio de China que dejaría de exportar tierras raras
a Estados Unidos: un conjunto de 17 minerales imprescindibles en tanto
insumos de productos electrónicos como baterías, pantallas, rayos láser,
memorias de computadoras, celulares y sistemas de armamentos. La
producción norteamericana en estas áreas depende en un 80% de las
exportaciones chinas; y ese anuncio tendría consecuencias gravísimas
para los sectores de alta tecnología y la producción militar
norteamericanos.
A su vez, las tendencias hacia una reconversión energética a causa
del calentamiento global, con el desplazamiento de los combustibles
fósiles y su reemplazo por energías renovables, marca una reorientación
hacia la producción masiva de vehículos eléctricos y la provisión de
energía solar en gran escala: las baterías para esta reconversión
energética, se fabrican con litio. El gobierno de Evo Morales
nacionalizó las reservas de litio de Bolivia -las mayores del mundo- y
creó empresas mixtas con Alemania y China para la provisión de litio y
la fabricación de baterías, con el fin de promocionar la
industrialización del país. Un paso adicional ha sido la producción
boliviana de los primeros automóviles eléctricos. Los Estados Unidos
carecen de yacimientos de litio y no parecieran dispuestos a aceptar una
eventual dependencia de la importación en gran escala de baterías desde
Bolivia, producidas por empresas mixtas de ese país con socios alemanes
y chinos. En este contexto se produce en Bolivia el golpe contra el gobierno de Evo Morales: sólo restaba encontrar la oportunidad.
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