El déficit de las cuentas públicas, y en forma más general el excesivo gasto público, ha sido uno de los caballitos de batalla con los que el gobierno y el FMI han insistido para lograr un acuerdo final sobre el préstamo (stand-by) que, mediante un nuevo ajuste, le permitiría al país salir no sólo de la crisis actual sino de los 70 años que el presidente Macri marcó como los de la decadencia argentina. El acuerdo con el FMI, dice Macri, nos va a dar más tranquilidad. La mayor parte de la oposición lo niega y señala que los desequilibrios de la economía no provienen del déficit primario sino de la cuenta corriente, es decir de la restricción externa, y ésta, a su vez, de las políticas seguidas desde el inicio de la gestión de este gobierno.

Diagnóstico

El argumento es al mismo tiempo cómodo y falso, y además viene de una larga tradición política y de una cierta saga de gobiernos que tuvo el país. Por un lado, la mala lectura de la situación económica y financiera mundial, las erradas políticas que preveían que en esta fase de globalización las inversiones lloverían, sobre todo a través de los mercados y no de los estados (aunque se atrevieron a pedir un préstamo adicional a Donald Trump) y, por otro, conocer más claramente el destino, casi misterioso de los fondos que llegaron en un principio, de carácter más financiero que productivo, mientras se hablaba de la herencia recibida sin ayudarnos a resolver el problema: volvemos a ser unos de los mayores deudores del mundo. Pero Argentina es un país donde la historia no forma parte por lo general de la cultura de los políticos, y menos la historia económica. 

PIB

En cambio, entre los historiadores se discutió durante mucho tiempo la cuestión de la presunta “decadencia” argentina. En febrero de 2014, la revista británica The Economist publicó un artículo que se titula “La parábola argentina”, diciendo que en algún momento la Argentina había tenido un PIB per cápita superior a varias potenciaas europeas y con el peronismo ese PIB fue ampliamente superado. Ese país, que en la poética expresión de Rubén Darío se había transformado en el “granero del orbe”, según las controvertidas cifras que brinda el economista de la OCDE, Angus Maddison superaba económicamente en su PIB por cápita hasta la segunda posguerra a naciones europeas antes mucho más ricas como Francia, Alemania o Italia, al menos hasta fines de los años ‘40 y principios de los ‘50. 
Sin embargo, analizando los propios cuadros de Maddison, el PIB argentino per cápita recién fue superior al francés en 1940 y continuó siéndolo hasta 1949, fue superior al alemán de 1945 a 1951 y con respecto al italiano fue superior en varios años de la década de 1930 y también durante la guerra, pero luego el PIB per cápita de esos tres países superó ampliamente al argentino y en 1994, el último año que toma Maddison, cada uno de ellos más que lo duplicaba. 
En principio debemos señalar que en los años anteriores al ‘40 que toma el mismo autor para la Argentina, las cifras del PIB son simples estimaciones porque las primeras cifras oficiales comenzaron a calcularse por esos años y se publicaron por primera vez en 1955. Por lo que no pueden ser objeto de aquellas comparaciones. Aún así, notemos que cuando la comparación es posible, a partir de la Segunda Guerra Mundial, los tres países europeos mencionados resultaron notoriamente afectados y sus economías casi destruidas por la guerra. La reconstrucción sólo vino después del Plan Marshall gracias a la ayuda norteamericana, que se le negó a la Argentina y al resto de América latina, desde 1948.

Deuda y PIB

Vemos aquí como todo confluye: a esos 70 años perdidos tienen para el presidente Macri como inicio aquel año mágico. Luego de la profunda crisis de 1890, la recuperación posterior hizo que desde 1900 a 1930 el gasto público comenzara a incrementarse, como correspondía, a un país en crecimiento y donde luego, por el primer gran conflicto bélico se había producido cierta industrialización. Ese es el país al que llega como presidente Hipólito Yrigoyen. En el período radical, entre 1916 y 1930, el ingreso creció, tomando, como índice 100 en ese primer año, 4 veces, los gastos 6 veces y la deuda pública 2,5 veces. Durante los gobiernos posteriores el déficit fiscal fue muy alto: en 1930 (plena crisis) y 1940, consiguiéndose cierto equilibrio en los años intermedios. La falta de ingresos propios por la caída de los precios a la importación se cubrió en parte en 1933 con la creación del impuesto a los réditos, más la deuda externa, sobre todo con Inglaterra.
Así llegamos al gobierno de Perón. Durante el peronismo, desde 1945 a 1955, el déficit primario fue alto los cuatro primeros años, alcanzando su pico máximo en el 48 con un 17,87 por ciento del PIB debido, por un lado, a la política de redistribución y, por otro, a la falta de todo tipo de financiamiento externo. Por el contrario, el gobierno utilizó parte de las reservas en desendeudarse, y el déficit externo llegó a cero en ese mismo año. Se tuvieron que usar reservas en dólares, las que se tenía en libras por la guerra estaban bloqueadas, para comprar en Estados Unidos la mayor parte de las importaciones necesarias. 
En el ‘49 la primera crisis de industrialización obligó a pedir un empréstito al Eximbank de 125 millones de dólares, que sirvieron sobre todo para financiar la salida de los beneficios de sus empresas. La inflación pegó también un saltó hasta cerca del 40 por ciento, pero a partir de allí, fue disminuyendo y en 1953 y 1954 el fenómeno inflacionario se frenó, con tasas de 3 y 4 por ciento y se lograron las tasas más bajas en la historia desde el ‘45 hasta la deflación de fines de los ‘90-2001, que llevaron a la crisis de 2001. 
El PIB creció 11,1 por ciento en 1947 y 8,0 al año siguiente (tomamos las cifras que se dan oficialmente de esos años). El promedio de crecimiento del PIB fue moderado por la crisis y tiene un mínimo de -6,6 por ciento en 1952. Hubo una redistribución del ingreso para los trabajadores y sectores menos favorecidos, que llegó ser un 50 por ciento del PIB, nunca alcanzado en la historia argentina. También por primera vez el PIB industrial superó al agropecuario. 

Déficit fiscal e inflación

En cuanto a las cuentas públicas, después de la caída de Perón, entre 1957 y 1962, el déficit fiscal, incluidos intereses ascendió del 3,35 al 6,79 por ciento. El país llegó a un acuerdo con el Club de París y adhirió al FMI donde tomó su primer préstamo. En ese período se profundizaron las crisis de stop and go, donde la falta de divisas en el sector externo fue determinante frente al crecimiento de las importaciones y los mayores costos del sector industrial. 
Por consejo del FMI se efectuó una fuerte aumentó de la paridad cambiaria en 1959 del 113,7 por ciento, con pérdida de ingresos de gran parte de la población y el PIB bajó 6,4 por ciento. Luego la inflación se contuvo y el PIB creció 7 por ciento anual, pero el golpe pseudo militar que llevo a José María Guido a la presidencia en 1962 trajo también como ministro de Economía a Federico Pinedo y una terapia de shock con otra gran devaluación y dos descensos del PIB en 1962 y 1963. 
El gobierno de Arturo Illia trató de desprenderse de los consejos del FMI y el país tuvo altos índices de crecimiento de cerca del 10 por ciento en 1964 y 1965, con un déficit fiscal en descenso del 7 al 4 por ciento entre 1962 y 1966. De hecho, encaminado, con mayor o menor fortuna el proceso de sustituciones de importaciones, el país tuvo tasas medias de crecimiento continuas sin nuevas crisis de balanza de pagos de cerca del 5 por ciento, entre 1964 y 1974, mientras la tasa de inflación llegó a un mínimo de 7,6 por ciento en 1969 y osciló después entre 15 y 30 por ciento, salvo 1972 y 1973, en medio de un gran cambio político, donde alcanzó el 60 por ciento. 
Avanzó el proceso de industrialización y el PIB y se frenó luego por las posteriores medidas neoliberales. El balance comercial fue, mayormente positivo en todo ese período, y a los tropezones, la sustitución de importaciones, pese a sus problemas, y el mercado interno se mantuvieron, con distintos gobiernos, civiles y militares. Como señala Susana Torrado el salario real, la salud, la educación y cultura (mayormente públicas) y la vivienda mejoraron en todos esos años, así como se redujo la pobreza. Es toda esa época, a la que agrega los años del retorno a la democracia sin diferencia sus etapas, liberales y desarrollistas (más precisamente kirchneristas) a las que el presidente Macri llama los 70 años de decadencia (con lo que incluye, quizás sin darse cuenta, dos años de su mandato). 

Neoliberal

Pero la realidad fue otra, la decadencia comenzó con la última dictadura militar, el formidable negocio del endeudamiento externo, que lo llevó de 8000 millones a más de 170 mil millones de dólares, las devaluaciones o una falsa paridad con el dólar, la fuga de capitales, los procesos hiperinflacionarios, la enajenación de activos del patrimonio nacional, el empobrecimiento de gran parte de la población, el crecimiento nulo y la gran crisis del 2001. En los años posteriores a la crisis se revirtió parte de ello. 
Sin embargo, de la democracia surgió otra vertiente, de una ideología neoliberal y aun más radical que la de los militares, que nos ha sumido de nuevo en otra profunda crisis. La decadencia argentina viene de los gobiernos que prohijaron esas políticas. Fueron menos años que los que afirma el presidente Macri, pero le hicieron mucho daño al país. Es hora de revertir el rumbo si quiere, y no gradualmente sino con rapidez, pero con otras políticas. El desempleo, la inflación, la corrida bancaria, la caída del nivel de vida de la mayor parte de la población, el alza de las tarifas, la disminución de salarios y jubilaciones y el ajuste que se viene obligan a ello. La desglobalización en curso en el mundo y el nuevo rol de los Estados compromete a hacerlo. 
Es difícil, recurrir nuevamente a un canje de la deuda como el gobierno anterior, pero debe tenerse en cuenta que el problema es el de las divisas y el mayor gasto público genera un mayor consumo y producción internos y reanima la economía. Esto y la creación de nuevos nichos tecnológicos y productivos, para lo cual hay que revertir, entre otras cosas, la política educativa y de ciencia y técnica serían dos buenos pasos. Una reindustrialización y creación de empleos lo seguiría. Lo contrario, sería ver como en Grecia, un país de 10 millones de habitantes, se marcharon de él 500 mil jóvenes, la mayoría técnicos y estudiantes.
* Profesor émerito de la Universidad de Buenos Aires.
Fuente:Pagina/12