Las caras, los gestos, las declaraciones oficiales muestran al Gobierno con un perfil hasta ahora desconocido.
La obsesión por el humo marketinero y las frases de circunstancia
parecen haber desaparecido, excepto por la monserga del déficit fiscal y
los circunloquios al respecto.
El problema es que pasar de la actuación de felicidad a los rostros
compungidos no hace a la esencia Pro. No están programados para eso y
forzar el cambio de chip tiene sus riesgos, incluyendo caer en ridículos
de difícil retorno.
Los ejemplos son varios y llegan desde diferentes ámbitos, pero con igual destino alegórico.
El Presidente se dirige al país, en medio de la depresión económica y
de vetar el retroceso tarifario, para decirle que lo importante es
cambiar las bombitas por luces Led.
La inmaculada Mariu se descuida en una reunión con rotarios, como si a
esta altura se les pudiera escapar que la privacidad declarativa en
cónclaves como esos es una fantasía, y dice alegremente que haber
“poblado” de universidades el conurbano bonaerense es un despropósito,
porque los pobres nunca llegan a la Universidad. El tema no es que haya
incurrido en semejante desatino, sino que justo ella cometa ese error de
decir lo que piensa antes de pensar lo que dice.
Es también un emblema la imagen de Gabriela Michetti mientras
Cristina le enrostraba, en la madrugada de la sesión senatorial por las
tarifas, que no paran de mentir, que hicieron todo lo contrario de lo
que prometieron, que pudieron prometerlo por la complicidad mediática.
Esa cara de Michetti, que será inolvidable, no es una cara Pro.
En parte vencidos por lo inocultable y en parte entregados a la carta
de una oposición destructiva, de un peronismo blanco/racional que los
traicionó, de que están haciendo todo lo que pueden contra la máquina de
impedir que huele sangre, les resta la desnudez.
El primer índice de quiebre fue la reforma previsional, en diciembre
último. El Gobierno ganó en el Congreso, pero en la calle perdió por
goleada. Los tarifazos, terminado el verano, le pegaron muy duro a su
sustrato de clase media. Y el retorno al Fondo Monetario fue, probable o
seguramente, el punto de inflexión.
Los periodistas y comunicadores amigos empezaron a fugar, salvo
algunos que no tienen problema en continuar humillándose a sí mismos. El
círculo rojo aprieta por más ajuste, no importa el costo social ni
electoral. Gente de la caracterizada, que venía mirando para los
costados, pasó a interrogarse de la noche a la mañana cuál es el negocio
de que por una ventanilla ingrese endeudamiento dolarizado y por la
otra se vayan los dólares por fuga de capitales.
Las frutillas del postre se acumulan en forma cotidiana. La última,
del viernes y nuevamente desde usinas oficialistas, es que hay
negociación con los bancos para que el próximo vencimiento de Lebac se
resuelva con un pagaré.
Les resta que muchos continúen creyendo, o queriendo creer, que si
saben negociar con los bancos por algo será, que si son ricos son vivos y
que si son vivos no puede ser que volvamos a lo mismo porque Macri no
es De la Rúa.
Nicolás Dujovne, el ministro que da tranquilidad manteniendo su plata
afuera, anunció la neorevolucionaria alegría de achicar el gasto
político e institucional. Hay medidas violentas. Menos autos oficiales y
que los funcionarios no viajen en clase ejecutiva, entre otras.
¿La credulidad social mayoritaria es infinita?
¿Que a la Cámara Federal se le ocurra fallar justo ahora que Alberto
Nisman fue asesinado por su denuncia contra CFK es habilidad
propagandística? ¿O una demostración obscena de que el Gobierno ya no
tiene más propaganda efectiva?
¿Que se reintroduzca la figura de militares interviniendo en
seguridad interna beneficia a Casa Rosada más allá de un núcleo duro
facho? ¿Enseña fortaleza o debilidad una disposición de ese tipo?
Julián Zícari, autor del libro Camino al colapso, se preguntó en nota
de PáginaI12, el martes pasado, si esto termina como en 1995 o como en
2001. El recorrido comparativo del investigador es muy interesante.
En la primera de esas crisis, Menem y Cavallo recurrieron al FMI para
obtener un salvataje similar al que hoy intenta el macrismo. Se aplicó
un fuerte programa de ajuste a partir de marzo de 1995, con aumento del
IVA, despido de empleados estatales y promesas de más privatizaciones.
Pero en las elecciones presidenciales de dos meses después, con una
economía en recesión y desempleo por encima del 18 por ciento, ganó
Menem. “En suma, la mayoría demostró estar dispuesta a pagar cualquier
precio con tal de mantener la convertibilidad, tolerando el ajuste”. Se
lo llamó el voto-licuadora o voto-cuota, por la cantidad de gente que
sufragó pensando en la estabilidad de las cuotas de los
electrodomésticos.
La historia volvió a complicarse en 1998 porque, para variar, se fue
cerrando otra vez el flujo de capitales externos. En diciembre del 2000,
De la Rúa volvió al Fondo Monetario y obtuvo el blindaje. No alcanzó y a
mediados de 2001 fue el megacanje con los acreedores. Tampoco alcanzó y
tres meses más tarde el salvataje se transformó en el corralito.
Zícari interroga por qué esa vez el resultado fue diferente y señala
que la respuesta no debe buscarse en lo que hizo el FMI, que en 1995
asistió a Menem con 2300 millones de dólares y en 2001 con 10.600. Es
decir que, “en la crisis que terminó por estallar, la intervención (del
Fondo) fue cinco veces más ‘generosa’ y sin embargo todo explotó (...)
La clave para la respuesta está en la capacidad de tolerancia popular
frente al ajuste”.
En 1995 la población pareció avalarlo (de hecho lo hizo) y en 2001
respondió con el voto-bronca, los piqueteros, los sectores medios
activos y un sindicalismo que no dio tregua. Por tanto, como culmina el
investigador, “para saber si el programa de recortes y flexibilización
laboral que el FMI busque imponerle al macrismo tendrá éxito o no,
debemos preguntarnos si la población estará dispuesta a movilizarse o
será pasiva”.
Algunos indicios revelan que la movilización ya empezó y nadie diga
que la esperaba cuando hasta hace apenas seis meses, con el oficialismo
ratificado en las urnas, el único tema era la asegurada reelección de
Macri. Esas señas se reforzaron hace horas con una Marcha Federal
multitudinaria, con un componente central de movimientos sociales del
abajo que el viernes anterior estuvo dado frente al Obelisco por franjas
del medio y, poco antes, con la potencia de los maestros. Tampoco
parece que la CGT pueda seguir durmiendo por mucho tiempo, y buena
sección de las mayorías silenciosas que votaron al macrismo están
embroncadas porque, para reiterar obviedades, los tarifazos no se pagan
con versos de pesadas herencias.
Si es cierto que la movilización está para ir en crecimiento, debería ser inevitable que obligue a su articulación política.
Debería.
Fuente:Pagina/12
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