Imagen: EFE
La
suspensión del partido que iba a jugar este sábado la Selección
nacional en Jerusalén Este fue la culminación de decisiones absurdas de
una política exterior de papanatas. Medio Oriente es una zona de
conflicto interminable, pero que aún así ha mantenido determinadas
reglas de juego. No hubiera sido la primera vez que la Selección jugara
en Israel. Antes de cada Mundial, la Selección jugó en ese país, algo
que había empezado a convertirse en una especie de cábala aunque había
generado protestas y debates. Pero todos los partidos anteriores fueron
en Haifa o en Tel Aviv. Jugar en Jerusalén Este rompe todos los
precarios equilibrios que sostienen las relaciones internacionales con
los sectores en conflicto. Implica tomar partido, comprometerse como
parte beligerante del lado israelí.
Resulta por lo menos sospechoso que la Cancillería no haya tratado de
impedir la realización del partido para resguardar por lo menos la
integridad física de los jugadores. A pesar de ser aliado incondicional
de Israel, los presidentes norteamericanos se habían resistido a
trasladar la embajada de ese país a Jerusalén Este como exigía el
gobierno derechista israelí. Finalmente Donald Trump trasladó la
embajada el 14 de mayo, lo cual produjo que miles de palestinos salieran
a las calles a protestar. Hubo cerca de 60 muertos y miles de heridos
por la represión. Hace sólo dos semanas que sucedieron esos
enfrentamientos. En ese escenario querían que se jugara un partido que
de “amistoso” no tenía nada y que más bien se podía interpretar como una
provocación abierta contra los palestinos.
Israel ocupó Jerusalén Este en 1967. La ONU no reconoce esa situación
ya que los tratados internacionales no consideran a Jerusalén como
parte de Israel sino compartida por Palestina. Tras la ocupación en 1967
de Jerusalén Este, los gobiernos israelíes y la derecha israelí
promovieron una campaña de colonización de esos territorios ocupados y
trataron de lograr reconocimiento internacional. Dentro de Israel esa
política expansionista también es cuestionada por un sector de la
población. Y a nivel internacional, Estados Unidos mudó su embajada
después de casi 50 años. Tras la movida norteamericana, el gobierno de
Guatemala anunció que seguirá sus pasos y Washington le prometió
financiar los gastos.
El gobierno israelí promovió la colonización de esos territorios y la
expulsión de los ciudadanos palestinos. A los que se quedaron les
concedió la categoría de residentes. Ni siquiera son ciudadanos, son
“extranjeros” residentes que nacieron en esos territorios al igual que
sus padres, sus abuelos y sus ancestros.
Pero la decisión unilateral de los gobiernos expansionistas israelíes
no había tenido ninguna consecuencia internacional hasta que hace pocos
días Trump decidió mudar su embajada. La invitación del gobierno
derechista de Netanyahu a la Selección argentina no tuvo nada de
inocente porque después de la sangrienta represión venía la fiesta con
el partido internacional que iban a jugar Israel y Argentina en los
territorios ocupados.
No sería la primera vez que el gobierno guerrerista de Netanyahu
trata de usar a la Argentina para sus fines políticos. Tanto la denuncia
del memorándum con Irán como la muerte del fiscal Alberto Nisman,
fueron usadas por Netanyahu en su campaña internacional contra el
acuerdo de paz que estaba firmando en ese momento el entonces presidente
norteamericano Barak Obama con el gobierno iraní. Y en los dos hechos
el servicio secreto israelí, el Mossad, dejó su marca en el trabajo que
realizó en conjunto con la ex SIDE que dirigía Jaime Stiuso. Son
entretelones turbios que incluyen viajes, financiamientos y falsa
información. En esa oportunidad Netanyahu viajó a Estados Unidos
invitado por los republicanos y en su discurso en Washington usó la
situación argentina para cuestionar el tratado de paz que firmó Obama.
Fue insólito que un presidente extranjero hablara en Estados Unidos
contra el presidente de ese país. Netanyahu ha demostrado que no tiene
escrúpulos para intervenir en los asuntos internos de otros países.
Después de los atentados contra la revista Charlie Hebdo, en París, el
gobierno francés le pidió que no asistiera a la gran manifestación de
repudio que se realizó. La presencia del jefe derechista israelí era una
provocación a la población islámica de Francia, más allá de los
atentados. El gobierno quería bajar la presión del agudo trance. Pero
Netanyahu quiso aprovechar los atentados en París para su campaña
electoral y no le importaron las víctimas ni la situación que le
generaba al país anfitrión.
El macrismo también usó en la campaña electoral el memorándum con
Irán y la muerte de Nisman. Sobre la base de estas coincidencias, el
gobierno de Mauricio Macri ha estrechado relaciones con Benjamín
Netanyahu con la compra de material bélico israelí para la represión
interna. Hubo viajes protocolares de la vicepresidenta Gabriela Michetti
y después la ministra de Seguridad Patricia Bullrich.
En el contexto de esta relación se produjo esta grave decisión
diplomática que colocaba a la selección nacional en un escenario de
guerra en respaldo de una de las partes en conflicto. Fue una decisión
política, más allá de los millones de dólares que cobró la AFA. Y nadie
la discutió con los jugadores y el entrenador ni les preguntó si estaban
dispuestos a asumir ese compromiso de carácter político en medio de una
guerra.
Los jugadores empezaron a darse cuenta de que los habían metido en un
juego peligroso cuando advirtieron el fuerte tono de las protestas que
había provocado el anuncio del partido. La intención, además, era clara,
porque los estadios de Haifa y Tel Aviv son más grandes que el Teddy de
Jerusalén. El malestar, que ya se había sentido en algunos comentarios,
se convirtió en preocupación. Hubo planteos para que se asegurara que
no hubiera ningún político israelí en el estadio. Pero al tomar
conciencia del carácter que tenía ese partido, los jugadores y el
entrenador plantearon su negativa.
Resulta obvio que no se trató solamente de la AFA y que hubo
intervención de presidencia y cancillería a pedido del gobierno israelí.
Netanyahu solamente apareció cuando se suspendió el partido, pero los
que conocen sus mañas políticas dan por hecho que fue idea suya. Primero
no quiso aparecer presionando al gobierno argentino y después quiso
presentar ante sus electores la suspensión del partido como un acto
antijudío. No fue un acto antijudío, sino la reacción ante la
prepotencia de Netanyahu y ante una medida irresponsable del gobierno y
de la cancillería argentina.
Fuente:Pagina/12
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