Precios, paritarias y salarios
Imagen: Sandra Cartasso
Forma
parte del “sentido económico común” (apoyado con algún “sustento
teórico” que se puede encontrar incluso en algunos manuales de Economía)
que el aumento de salarios provoca inflación. En este razonamiento,
todo aumento salarial deriva en un consecuente e inmediato “traslado a
precios” por parte de las empresas que emplean a esos trabajadores y
trabajadoras para resarcirse del costo laboral creciente y que no les
disminuya la tasa de ganancia. Esta argumentación tan sencilla y que
parece tan evidente es replicada hasta el hartazgo por los sectores
empresariales, el gobierno y también en buena parte de los medios de
comunicación invalidando y deslegitimando la lucha sindical por aumentos
de salarios. El actual “techo” a las paritarias impuesto por la Alianza
Cambiemos, además de perseguir la baja en los costos laborales medidos
en dólares, tiene en esta falacia uno de sus fundamentos.
Si se admite ese razonamiento, ¿qué sentido tendría entonces pelear
por un mayor porcentaje de aumento salarial en una paritaria? Poco o
nada, ya que más temprano que tarde el incremento obtenido se esfumaría
por la suba de precios que ocasiona. De este modo, si se considera que
la principal causa de la inflación, cuando no la única, es el aumento de
los salarios, resulta necesario, y así sucede, crear discursos que
expliquen la “insensatez y la sinrazón” de los reclamos salariales. Se
esgrimen entonces, razones de otra índole para explicar la protesta de
las organizaciones laborales. Aparecerán las “motivaciones políticas” o
el “tomar de rehenes” a la “gente”, sean estos clientes de los bancos,
usuarios de un medio de transporte o estudiantes de las escuelas y
universidades públicas, ya que, en términos económicos, no habría
argumento alguno para justificar tan obstinada conducta sindical. Peor
aún, incluso se llegan a exponer públicamente los sueldos que perciben
los trabajadores y las trabajadoras del gremio en cuestión alimentando
la división entre trabajadores y ciudadanía en general a través de la
difusión de la idea “¿de qué se quejan con lo que ganan?”
Clásicos
Basta con echar mano a las ideas de algunos referentes y autores
clásicos de la Economía Política, aún desde distintos paradigmas, como
Ricardo, Keynes y Marx para rebatir esta idea de sentido económico común
que se instala en la opinión pública y termina enfrentando a unos
trabajadores con otros y deslegitimando toda lucha por mejora en las
condiciones de salario y de trabajo.
David Ricardo, principal exponente de la denominada Economía clásica,
argumenta en su principal obra, Principios de Economía Política y
Tributación (1817), que toda suba de salarios (aún si esta fuera
generalizada) no se traslada inmediatamente a precios ya que el valor de
cambio de las mercancías no se determina por el trabajo “pago” sino por
el incorporado es decir, por el materializado en el producto. Por lo
tanto, lo que provoca un aumento de salario es una caída en las
utilidades de los capitalistas.
En la más importante obra de Keynes, Teoría general de la ocupación,
el interés y el dinero (1936), el autor sostiene que la lucha de los
sindicatos por aumento salarial encuentra justificativo en posicionar
relativamente a los distintos sectores de la clase obrera. Esto quiere
decir que aquel grupo de trabajadores que consiga un mejor porcentaje de
aumento salarial será el que mejor esté en relación al resto. Por tal
motivo, es que cada sindicato intenta conseguir el mayor porcentaje
posible de aumento salarial para no perder en la competencia con los
otros. Recordada es la polémica al respecto, entre Keynes y Hayek (padre
del neoliberalismo europeo) en la prensa británica en 1932. Mientras
que para el primero para salir de la crisis era necesario desarrollar el
consumo y la inversión mediante el aumento de salarios y una fuerte
intervención pública; para el segundo lo que había que hacer era bajar
los salarios para lograr el pleno empleo a través de los mecanismos de
ajuste del mercado.
En títulos de Karl Marx como El Capital, tomo II (1885) y Salario,
precio y ganancia (1865) se plantean de manera muy clara (y con mayor
profundidad) la cuestión. En primer lugar, empíricamente se observa que
la lucha por aumento salarial siempre es consecuencia y no causa de la
suba generalizada de precios (inflación). Las organizaciones sindicales
negocian aumento de salarios después que se produjo la suba de precios,
para no perder poder adquisitivo, y no antes (la denominada
“recomposición salarial”). En segundo lugar, ¿por qué deberían los
capitalistas esperar a que les suba el costo laboral para aumentar el
precio de sus mercancías? ¿Por qué no hacerlo antes y conseguir así un
porcentaje mayor de ganancia? Pero además, todo trabajador o trabajadora
tiene una única mercancía para vender de la cual depende su vida y la
de su familia: su capacidad para trabajar (fuerza de trabajo). Esta
mercancía tan particular no existe separada de su poseedor, está portada
en su persona. Por lo tanto, de la venta constante de la fuerza de
trabajo depende la adquisición del conjunto de mercancías (desde un
plato de fideos hasta un corte de pelo o un viaje en colectivo) que
sostienen su vida, que no es otra cosa que reproducción de la propia
persona y del grupo familiar a cargo. La lucha salarial es la forma en
la cual el obrero y la obrera pueden vender la fuerza de trabajo a su
valor (o lo más cercano a éste que se pueda) y reproducir así esta
particular mercancía en condiciones normales. En lo que parece un
contrasentido, es una necesidad del capital esta “normalidad” no con la
finalidad de reproducir al trabajador sino la relación social objetivada
que pone en marcha (y explota) el trabajo social: el capital.
Puja distributiva
Los precios de una economía capitalista (siempre es bueno recordar
que existen otros modos de organización social de la producción no
basados en el intercambio mercantil) son el producto y resultado de la
puja distributiva e implican necesariamente una transferencia de
ingresos de un actor a otro. Es decir, la materialización de un precio
(y la de todos los precios intermedios) determinan, en un momento dado,
como una fotografía, el resultado de esa lucha entre cada uno de los
actores que han participado directa o indirectamente en tal lucha, sean
estos trabajadores, comerciantes, productores, sindicatos, grandes
empresarios, especuladores, entidades financieras, medios de
comunicación, gobierno.
Los salarios, en tanto “precio del trabajo”, no son la excepción. Una
disminución del salario real como el registrado en estos dos primeros
años de la Alianza Cambiemos y, de confirmarse la pauta del 15 por
ciento de aumento promedio, el que se le sumará durante el 2018, implica
una transferencia de ingresos desde los asalariados hacia las
corporaciones que captan, vía precio (sea este final o intermedio) del
producto o servicio que venden, lo que las y los trabajadores pierden.
La determinación de los salarios (y de todo precio en general) nunca
es neutral, siempre tiene ganadores y perdedores y no hace más que
expresar las contradicciones de este modo en que se organiza la
producción social: el capitalismo. Del mismo modo, la acción
gubernamental y las políticas públicas en las que se concreta, tampoco
es neutral. Atacar y desprestigiar a las y los dirigentes sindicales,
precarizar las relaciones laborales a través de un reforma laboral
dividida en tres leyes que se manda al Congreso, afirmar que las y los
trabajadores deben elegir entre “cuidar” el puesto de trabajo y exigir
un aumento salarial, como decir que dicho aumento provoca inflación, es,
en todos los casos, haber elegido a quienes se quiere beneficiar y a
quienes perjudicar.
No debemos alarmarnos, como mencionaba el economista John Kenneth
Galbraith, con la simplificación, la complejidad suele ser un recurso
para reclamar sofisticación o para eludir verdades simples
* Docente UNLZ FCS. CEMU y capacitador en economía del CIIE.
** Docente UNGS-ICI-IDH y capacitador en economía del CIIE.
Fuente:Pagina/12
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