Por Alberto Couriel
Licenciado en
Economía. Senador de la República Oriental del Uruguay por el Frente
Amplio. Profesor Emérito de la Facultad de Ciencias Económicas -
Universidad de la República
La crisis internacional deja al descubierto que los mercados
financieros son quienes siguen mandando y que lo financiero predomina
sobre lo productivo. Sin políticos decididos, el fin de la crisis es una
utopía. ¿Hacia qué escenario vamos?
El régimen capitalista, predominante en el mundo internacional
actual, avanza sobre la base de un acelerado proceso de innovaciones y
de una extraordinaria velocidad de los cambios tecnológicos. El
capitalismo industrial generó un fuerte crecimiento e importantes
transformaciones económicas. Pero también generó enormes diferencias
entre países desarrollados y subdesarrollados, con procesos de exclusión
y de regresivas distribuciones del ingreso. En las últimas tres décadas
ese capitalismo industrial se torna en capitalismo financiero y en la
actualidad sufre una de las más importantes crisis. La ideología
económica ha sido muy relevante en la generación de la crisis financiera
que se vive en el mundo desarrollado y en las soluciones propuestas
para intentar resolverla.
Hay, sin duda, un proceso de globalización real aunque también
existieron discursos que se pueden denominar como ideología de la
globalización centrada en la concepción neoliberal. Se planteaba, por
ejemplo, que la globalización obligaba a la necesidad de las
privatizaciones. También se decía que la globalización requería de la
apertura y liberalización del comercio exterior, pero los países
desarrollados mantenían subsidios a las exportaciones agrícolas, ayudas a
los productores rurales, cuotas y contingentes, picos arancelarios y
progresividad arancelaria para la importación de ciertos rubros
manufactureros.
En cambio, en materia financiera la globalización era real, no era
ideológica. Un movimiento de la tasa de interés en el mundo desarrollado
tenía efectos inmediatos en el resto del mundo, influyendo además sobre
las relaciones cambiarias. La globalización financiera es fruto de un
proceso de liberalización financiera, impulsado por Estados Unidos a
través de los organismos financieros internacionales como el FMI y,
especialmente, por los avances tecnológicos en materia de informática.
Estas innovaciones permiten utilizar el dinero en múltiples operaciones
diarias de carácter especulativo para obtener ganancias. Por ello, los
movimientos financieros superan ampliamente las necesidades financieras
del comercio internacional y de las inversiones directas extranjeras,
estimándose actualmente en alrededor de 4 billones de dólares diarios.
Adquieren un alto grado de autonomía e inclusive, las grandes empresas
transnacionales obtienen mayores ganancias por la vía de operaciones
financieras que de sus propias actividades productivas. La propia
globalización financiera les otorga un enorme poder nacional e
internacional a las grandes instituciones financieras que influyen,
nítidamente, en las políticas económicas de los distintos países.
Por lo tanto, lo financiero pasa a predominar sobre lo productivo. La
estabilidad financiera, la estabilidad de precios, el déficit fiscal,
la garantía de pagos de los servicios de la deuda externa y alcanzar una
buena imagen en el mercado financiero internacional pasan a ser
objetivos prioritarios de la política económica. Detrás de estas
prioridades surge la concepción neoliberal, que impulsaron los gobiernos
de Thatcher en Inglaterra y de Reagan en Estados Unidos y que se
promovieron en América latina, en la década de los noventa, bajo la
influencia de los organismos financieros internacionales.
Esta concepción plantea la mínima intervención del Estado, porque el
libre juego del mercado y el accionar del sector privado están en
condiciones de atender todos los problemas económicos y sociales de los
distintos países. Para ello, plantean la necesidad de procesos de
privatizaciones, liberalización comercial y financiera, desregulación y
flexibilidad laboral. Es una concepción que privilegia al capital con
respecto al trabajo y que en su aplicación genera procesos de exclusión y
de regresiva distribución del ingreso.
La crisis financiera de 2007-2008 se inicia en Estados Unidos y es
fundamentalmente causa del proceso de liberalización y desregulación de
los mercados financieros y especialmente de la extraordinaria capacidad
del régimen capitalista en la generación de procesos de innovación, como
la titularización y los derivados, que multiplicaron la especulación y
tuvieron profundos efectos negativos. La crisis desnudó los mitos de la
concepción neoliberal. La autorregulación de los mercados fracasaba, no
todo lo que hacía el sector privado era virtuoso y fue imprescindible la
intervención del Estado y, por lo tanto, de la política y de los
políticos, para resolver la situación. El propio gobierno de Estados
Unidos, acompañado por el de Inglaterra, realizó elevados rescates
financieros para atender la falta de liquidez e insolvencia de algunas
instituciones financieras. Pero, junto a ellas, se plantearon medidas
keynesianas donde la prioridad pasa de lo financiero a la atención de lo
productivo y especialmente del empleo, aunque esta etapa no tuvo mucha
permanencia. Las grandes instituciones financieras volvieron a obtener
elevadas ganancias, a pagar altas primas a sus ejecutivos y,
seguramente, a influir sobre los cambios en la orientación de la
política económica.
En Estados Unidos, si bien el gobierno de Obama intenta buscar
mecanismos para atender prioritariamente el empleo, surge con fuerza en
el partido republicano la línea conservadora del Tea Party. Estos
plantean la necesidad de asegurar la confianza del sector privado para
que invierta y genere crecimiento y empleo. Dicha confianza se lograría
sobre la base de una mínima intervención del Estado, rebajas del gasto
público y de los impuestos, estabilidad y equilibrio fiscal. La mayoría
de los republicanos en la Cámara de Diputados facilita el predominio de
esta tendencia, que limita la creación de empleo por la debilidad de la
demanda interna, de las familias endeudadas y del gasto público. La
política monetaria de Estados Unidos no es suficiente para generar
demanda. La tasa de interés está hace tiempo en límites muy bajos,
cercanos a cero, y se extenderá por lo menos hasta 2013. La política de
expansión monetaria de la Reserva Federal no aumenta el crédito, en la
medida que los bancos privados compran títulos de deuda que les originan
mayor seguridad y más ganancias que la colocación de préstamos. Habrá
que esperar el proceso electoral de 2012.
La crisis financiera se inicia en Estados Unidos pero sus mercados
financieros siguen predominando. Standard & Poor’s bajó la
calificación de la deuda norteamericana de AAA a AA+. Sin embargo, los
inversores financieros buscaron los títulos más seguros, que fueron los
emitidos por el gobierno de Estados Unidos. A nuestro criterio las
calificadoras de riesgo no tienen ninguna credibilidad, son objeto de
críticas muy profundas sobre su accionar y actúan en forma pro-cíclica.
Grandes empresas con calificación AAA han quebrado. Cuando un país se
debilita, las calificadoras le bajan sus notas, consiguiendo la
profundización de su crisis. Pero más grave aún: critican las políticas
económicas de los distintos países y, en función de sus concepciones o
recetas, determinan las calificaciones correspondientes. Nos parece
insólito que pretendan que los países sigan su ideología o sus consejos
conservadores. Deberían surgir mecanismos para sancionarlas y sobre todo
para que dejen de tener influencia en los movimientos de capitales, ya
que están influyendo muy negativamente en la crisis actual.
La crisis demostró que el dólar era la única moneda de reserva y que
el centro financiero de Nueva York no tenía sustituto. Es evidente que
China, el acreedor más importante de Estados Unidos, desea una nueva
moneda de reserva. Es posible que en el futuro se llegue a un acuerdo
para contemplar las aspiraciones de esta potencia emergente. Pero en el
corto plazo es difícil sustituir al dólar en sus principales funciones.
La crisis europea es más profunda y se retoma con los graves problemas de Grecia.
Desde hace unos años las estadísticas griegas no eran confiables ya
que tienen un elevado endeudamiento externo y un déficit fiscal
considerable. Recordemos que la Unión Europea tiene políticas monetarias
y cambiarias comunes –derivadas de una moneda común, el euro– pero cada
país conserva su propia política fiscal.
El primer tema a analizar era si la Unión Europea, como tal, se hacía
cargo de la situación financiera de uno de sus países miembros de la
zona euro en dificultades. Por ejemplo, se planteó la posibilidad de
usar la vía de emisión de eurobonos respaldados por la UE. La respuesta
fue negativa ya que los países con mayor poder no estaban dispuestos a
pedirles a sus contribuyentes ningún tipo de sacrificios por los
desbordes de los griegos. Las consideraciones político-electorales
seguramente no eran ajenas a estas decisiones.
Una segunda alternativa era una reestructuración de la deuda griega.
Ello significaba una rebaja de los intereses, un alargamiento de los
plazos y una quita de capitales. Pero los principales bancos acreedores
eran franceses y alemanes y no estaban dispuestos a negociar pérdidas.
Eran bancos que habían recibido rescates elevados por la crisis del
2008, que se habían recuperado con altas ganancias y nuevamente con pago
de altas primas a sus ejecutivos. Tenían el apoyo de dos instituciones
básicas, como el Banco Central Europeo y el FMI, que frente a
situaciones de esta naturaleza privilegian los requerimientos de los
acreedores financieros.
El Banco Central Europeo centraliza su accionar en la estabilidad
financiera y especialmente en la estabilización de precios. Los
objetivos de crecimiento y empleo, tal como en la Reserva Federal, no
constan entre sus finalidades. El FMI siempre privilegia los objetivos
financieros sobre los productivos. Las instituciones financieras
privadas tuvieron una muy alta responsabilidad en la generación de la
crisis financiera global, especialmente a través de los procesos
especulativos. Contaron con la invalorable ayuda de gobiernos que
efectivizaron procesos de desregulación porque entendían que los
mercados financieros estaban en condiciones de autorregularse. Las
instituciones financieras generaron la crisis y también generaron los
elevados déficits fiscales derivados de los altos rescates que ellas
recibieron. Cuando prestan corren riesgos, pero no están dispuestas a
asumirlos y consideran que tienen poder para ello. En esencia, el poder y
el accionar de las instituciones financieras se ubican en el centro de
la actual crisis que vive el mundo desarrollado.
Los países con situaciones críticas fueron obligados a drásticos
ajustes económicos para asegurar el cobro de las instituciones
financieras acreedoras. En el caso de Grecia se le obligaba a bajar el
gasto público, los salarios y las pensiones, a privatizar empresas para
recibir más ingresos y a aumentar impuestos. Las consecuencias naturales
de estos procesos de ajuste son la caída de la demanda interna pública y
privada, lo que unido a la falta de competitividad por un euro
relativamente apreciado (que sólo le sirve a Alemania), termina en una
fuerte caída del PBI. La caída del producto significa menores ingresos
fiscales y, por lo tanto, nuevamente incrementos del déficit fiscal y
dificultades para pagar los servicios de la deuda. Se genera una suerte
de círculo vicioso, en el que cada ajuste significa nuevos ajustes, con
más desocupación, más pobreza y más problemas sociales con las
inevitables consecuencias políticas. Las instituciones de la Unión
Europea se demoraron mucho en atender estos problemas y la situación de
Grecia se fue agravando, con efectos colaterales en Irlanda y Portugal
y, especialmente, en países con economías más importantes como España e
Italia.
En junio de 2011 se le otorga un fuerte rescate a Grecia y, por
primera vez, aunque en forma voluntaria, los acreedores financieros,
especialmente los bancos privados acreedores, acceden a pérdidas de 21
por ciento, especialmente por rebajas de tasas de interés y alargamiento
de plazos. Pero ya era tarde, la deuda griega crecía y se volvía
prácticamente impagable. Portugal e Irlanda también habían recibido
rescates, pero lo relevante era la incertidumbre que generaban las
situaciones de España e Italia, pese a los apoyos recibidos del Banco
Central Europeo.
En octubre de 2011, cuatro meses después, se plantean diversas
medidas: un aumento del fondo de rescate, que pasa de 440 mil millones
de euros a un billón de euros, inclusive con una ventanilla para recibir
fondos de países emergentes –que en la reunión del G20 no aceptaron–;
la recapitalización de los bancos privados que lo requieran por vía
privada o con apoyos de instituciones públicas, y un nuevo monto de
rescate para la economía griega. La novedad era que se les pedía a los
bancos acreedores que aceptaran, ya no una quita de 21 por ciento como
en junio, sino ahora de 50 por ciento.
Tal vez, un año atrás una solución de este estilo hubiera permitido a
Grecia resolver su crítica situación pero, seguramente, vuelve a ser
tarde. Surgen, entonces, una serie de interrogantes: ¿Podrá Grecia pagar
su deuda a los bancos con sus continuos ajustes? ¿Cómo hace Grecia para
crecer sin demanda interna y sin competitividad? ¿Cómo resuelve sus
problemas sociales y cuáles serán las consecuencias políticas?
Estas medidas atienden los problemas financieros de corto plazo pero no aseguran crecimiento ni mejoras del empleo para los principales países afectados. Mientras tanto, el G20 en su reunión de Cannes, en noviembre de 2011, le otorga más poderes al FMI que funciona como una especie de secretaría técnica. Las propuestas del FMI, derivadas de su publicación sobre “Las perspectivas mundiales”, atienden a resolver la estabilización financiera (resolver los problemas de los bancos privados), la consolidación fiscal (bajar el déficit fiscal por la vía de rebajas en el gasto público), la estabilización de precios, el pasaje de la demanda pública a demanda privada y una especie de reequilibrio externo basado en que los países con superávits aumenten su demanda interna, aprecien su moneda (léase China) para que los países con déficits puedan mejorar sus niveles económicos. En noviembre de 2011 el FMI aparece más sensible que la Unión Europea a las necesidades del crecimiento y el empleo, en línea, como es habitual, con la posición sustentada por el gobierno de Estados Unidos.
La ideología imperante genera problemas económicos y sociales y se
aprecia una clara tendencia a que los partidos políticos en el gobierno
pierdan poder y no sean reelectos. ¿Podrán los partidos políticos
europeos modificar la preponderancia de los mercados financieros y sus
consecuencias ideológicas para influir sobre la política económica? Los
ajustes requieren más ajustes y profundizan la crisis, que además impide
pagar la deuda. Se requiere el predominio de lo productivo sobre lo
financiero. ¿Cuántos años precisará la Unión Europea para superar esta
crisis?
Ahora la preocupación surge de los mercados, no sólo por el déficit
fiscal y el endeudamiento, sino también por la ausencia de crecimiento.
La volatilidad de las bolsas es muy elevada e “incertidumbre” es la
palabra más utilizada para el análisis de los mercados financieros. Pero
mientras estos sigan predominando sobre la política y los políticos, es
factible que la crisis tenga continuidad. Queda en evidencia que la
política no pudo controlar ni regular adecuadamente los mercados
financieros, siendo también responsable de esta crisis. Los mercados
financieros son quienes mandan, los políticos no quisieron, no supieron,
no se animaron y no enfrentaron a las instituciones financieras que
dominan dichos mercados. No lo hicieron por intereses económicos o por
razones ideológicas y no regularon ni controlaron a aquellos.
La crisis social es fuerte y la desazón de los jóvenes es muy
profunda. Pierden sus empleos y tienen dificultades para conseguir otros
nuevos, aumenta el valor de las matrículas (que se multiplican entre
tres y cuatro veces) en las universidades públicas e, inclusive, les
cortan cursos por deficiencias de financiamiento para pagar a los
docentes.
Es por esto que aparecen movimientos populares como “los indignados” y nuevas formas de protesta, porque sus expectativas son muy pesimistas e incluso se llega a cierto grado de desesperanza.
Impacto de la crisis en el Sur
Una de las novedades de la crisis de 2008 fue el desacoplamiento de
la economía china, que mantuvo altos ritmos de crecimiento económico. Su
actividad económica no muestra afectación por las crisis de Estados
Unidos y Europa. Un crecimiento de China de 10 por ciento asegura un
crecimiento de 4 por ciento de los países de América del Sur. El
dinamismo chino ha facilitado altos precios internacionales de los
recursos naturales, constituyéndose en un factor relevante del
crecimiento de nuestra región en los últimos años. Este es uno de los
factores que permite a los países sudamericanos afrontar la crisis
internacional con mayor fortaleza financiera y comercial.
No olvidemos que estamos generando una nueva situación
centro-periferia con China, a la que exportamos materias primas y
alimentos y compramos rubros manufacturados con alto contenido
tecnológico. Por su relevancia regional, se requerirán futuras
negociaciones en el comercio con China. En el plano comercial las
exportaciones pueden debilitarse por una menor demanda externa de
Estados Unidos y Europa, como consecuencia de la crisis económica
imperante. El dinamismo económico de nuestra región dependerá de las
acciones de política económica que se implementen. Lo relevante sería
que los países de América del Sur aprovecharan esta situación positiva
para avanzar hacia modelos económicos con una dinámica inserción
internacional, basada no solamente en commodities, sino en rubros con mayor valor agregado y contenido tecnológico, lo que significa tener una mirada de mediano plazo.
Hay que avanzar hacia una nueva estructura productiva donde se
mantengan los equilibrios macroeconómicos pero sin afectar la
competitividad, o sea, sin apreciación de la moneda nacional, como está
ocurriendo en la mayoría de los países de la región. Esto requiere
alternativas en las políticas de corto plazo para conjugar
simultáneamente estabilización, crecimiento y, por lo tanto,
competitividad y empleo. También es indispensable que los equilibrios
macroeconómicos no solamente tengan en cuenta variables financieras,
sino también reales, como el crecimiento del PBI y el empleo.
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