Gustavo Perilli
Cuando
en política económica se hace mención a "la década perdida",
inmediatamente surge la reflexión sobre el magro desempeño de la
economía de América Latina en la década del ochenta. A grandes rasgos,
durante esos años, el contexto económico internacional se caracterizó
por las elevadas tasas de interés y los graves episodios de inflación y recesión, en el marco de un contexto geopolítico inestable. En la Argentina, todo ese malestar global se complementó con la herencia recibida. Los desórdenes fiscales y externos hicieron síntoma en intensas devaluaciones y agudas inflaciones. Para el primer Gobierno de la democracia, resultó imposible eludir los trastornos provocados por el endeudamiento derivado de los procesos de apertura comercial (recordados por aquella publicidad televisiva que comparaba la firmeza de las sillas) y financiera (la reforma financiera de 1977) y, más específicamente, el inolvidable atraso cambiario
(la "plata dulce" fielmente retratada por el cine nacional) y las
elevadas tasas de interés nominales que, además, promovieron el abandono
de la actividad real. En los siete años previos al regreso de la democracia, el stock de deuda externa se multiplicó por más de siete
veces y los (todavía discutidos) avances industriales conseguidos (tras
cuarenta años de sustitución de importaciones) fueron desplazados por
ese moderno "financierismo". Finalmente, la hiperinflación de 1989-90 constituyó el corolario de la totalidad de esos desbordes y derrapes.
A
los noventa no se los recuerda como "la otra década perdida", aunque
bien pudieron serlo. En una exuberante (e irracional) fase de liquidez
global, tuvo lugar una intensa (e histórica) etapa de endeudamiento
externo. El país recibió incesantes "lluvias de inversiones" financieras
que generaron desproporcionados efectos riquezas y se tradujeron en estructuras de gasto poco sustentables.
Toda esa inflación de activos (efecto burbuja), fundada en la idea de
estar viviéndose en un (interminable e ilimitado) primer mundo, concluyó
en 2001 en una inédita cesación de pagos y un brusco hard landing (aterrizaje forzoso) coronado en 2002 por tasas de desocupación superiores a 25% de la población económicamente activa (PEA) y de pobreza mayores a 50% de la población total.
En Argentina, los desórdenes fiscales y externos hicieron síntoma en intensas devaluaciones y agudas inflaciones
La
economía estadounidense había mejorado sus estándares de productividad,
ordenado su ahorro interno y reforzado (y prolongado) su sendero de
crecimiento. Todo este bienestar obligó al sistema de la Reserva Federal (Fed) a monitorear la evolución del empleo para evitar presiones de precios. Los endurecimientos monetarios
de la Fed (subas de tasas de interés) hicieron tambalear las
estructuras financieras del mundo en desarrollo. Por ejemplo, cuando
ingresaba liquidez en dólares a la Argentina, aumentaba el stock
de reservas internacionales en poder del Banco Central y se
incrementaba la base monetaria gracias al arduo trabajo de la caja de
conversión (el plan de convertibilidad). Pero en 1994, cuando en febrero la Fed incrementó el costo del dinero, se desvaneció la solvencia de la estructura financiera de México y la Argentina (en diciembre, México declaró en default los pagos de su deuda externa y en el mundo se conoció el "efecto tequila"). Los ochenta "aportaron" inflación, los noventa "contribuyeron" con desocupación y una pobreza casi imposible de revertir. En esos años, las finanzas y el funcionamiento del Estado sufrieron intensos daños.
Por lo general, los modelos supusieron agentes económicos que tomaban decisiones "conducidos como por una mano invisible (Smith, 1776)". La "fe ciega" por esa "mano invisible"
(la coordinación necesaria y suficiente de la economía por parte del
mercado), generadora (en teoría) de escenarios de equidad distributiva
inmejorables, denostó permanentemente la presencia del Estado como
concepto compensador temporal de desvíos y lo acusó de generar procesos
irreversibles de alteración de incentivos de largo plazo (personalizados
en las definiciones de "vagos y punteros", en la jerga actual).
En
realidad, la versión argentina de ese capitalismo de libre mercado
sobrevivió gracias a "las atenciones" hechas por el Estado. Si bien la
teoría convencional (el fundamento de la "mano invisible") supuso
siempre disponibilidad de información para todos los participantes, en
la práctica solo se trataba de un manejo de inside information (información privilegiada) entre unos pocos. Mientras funcionaba "esa forma doméstica de libertad de mercado", el Estado se hacía responsable del endeudamiento, los esquemas de blanqueo, los seguros de cambio y toda otra forma de subsidio. La emisión de dinero posterior (necesaria para financiar déficits),
fogoneaba la inflación, generaba distorsiones de precios relativos y
diseñaba mentes especulativas ("apetito por el dólar" y ganancias
financieras provenientes de elevadas tasas de interés) que erosionaban
no solo la reserva de valor de (y el desprecio por) la moneda nacional,
sino también su función de unidad de cuenta. La pérdida de
competitividad (la reducción del tipo de cambio real) deterioraba las
cuentas externas y, en paralelo, las tasas de interés reales negativas
desincentivaban la generación de dinero bancario y crédito interno.
Adicionalmente, todo se reforzaba en efectos de segunda vuelta, porque,
como señalaban los profesores Julio Olivera y Vito Tanzi: "El
aumento del déficit fiscal provoca un alza en la inflación, la que a su
vez reduce el valor real de la recaudación tributaria; la reducción de
esta última aumenta el déficit fiscal, y así sucesivamente. El proceso puede ser muy desestabilizador (Larraín/Sachs, 2006)".
En el pasado las elevadas tasas de interés nominales también promovieron el abandono de la actividad real
La persistente búsqueda de un capitalismo de libre mercado sin Estado,
en el marco de "una cultura floja" en materia de respeto institucional,
convirtió a este último en un lastre que, hoy por hoy, el modernismo
procura eliminar suponiéndolo disfuncional y costoso. Sin embargo, estos
mismos grupos consideran al mercado como el mecanismo "casto, puro" y
el fiel reflejo de la libre voluntad de los participantes cuando, en
realidad, esto es silo un cliché
debido a la acción de los monopolios, los oligopolios y los misteriosos
fondos de inversión que, desde la sombra, manipulan precios y tasas de
interés. Se filosofa y vota considerando corrupta a "la mano
visible" del Estado sin reflexionarse sobre la validez del supuesto
preciosismo ofrecido por la "mano invisible del mercado", pero se olvida que "el
Estado es la base de la integración lógica y de la integración moral y,
por eso mismo, el consenso fundamental sobre el sentido del mundo
social (Bourdieu, 2014)".
Fuente:INFOBAE
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