Por
estos días trascendió que algunos cientos de los principales
empresarios argentinos se reunieron en un grupo de Whatsapp para
coordinar acciones en defensa “del capitalismo”. También que Mauricio
Macri le hizo llegar al grupo un audio de congratulación y aliento que
entusiasmó sobremanera a los participantes. El mensaje de Macri se
entiende en tanto el enfoque de estos empresarios se encuentra
absolutamente en línea con el discurso gubernamental de acusar a sus
adversarios de “no querer una sociedad capitalista”, como si el
peronismo contrincante alguna vez hubiese sido algo distinto al
capitalismo, discurso que llegó al nivel absurdo de acusar a uno de los
líderes opositores de “comunista”, un comunista que además ya fue
ministro de Economía, no socializó los medios de producción y no dejó de
pagar deuda alguna, para decirlo de manera esquemática. Sin embargo, lo
que en realidad sorprendió fueron los nombres de muchos de los
integrantes del grupo de Whatsapp, ya que se trata de representantes de
ramas industriales y de la actividad económica arrasadas por el actual
modelo, ramas a las que además les irá mucho peor si se produjese un
escenario de continuidad.
En el debate político suele reprenderse a los trabajadores, incluidos
los sectores medios, por votar en contra de sus intereses objetivos. No
se hace lo mismo con los capitalistas, quienes suelen mostrar el mismo
comportamiento electoral incluso con un grado mucho mayor de
ideologización. Dicho de otra manera, “la política” suele hablarles a
los más pobres sobre la necesidad de tener conciencia clara en la
defensa de sus intereses objetivos, pero no hace lo mismo con los
empresarios, quienes por su poder relativo tienen una mayor capacidad de
acción en la determinación del rumbo económico. Aparece aquí un claro
déficit de la clase política, que ejerce cierto paternalismo discursivo
con los trabajadores, pero que a los empresarios les dice lo que quieren
escuchar. En esta línea se inscribe el giro político del presente hacia
una “gran moderación”.
Resta entonces la tarea política vacante, pendiente, de educar a los
empresarios. La tarea es indispensable porque, aunque la afirmación
parezca extraña, la clase empresarial local representa el principal
escollo para poner en marcha un verdadero proceso de desarrollo
capitalista. La capacidad de algunos empresarios para organizar una
porción de una rama de la producción de ninguna manera resulta extensiva
a la organización del conjunto de la producción, capacidad que
corresponde a la macroeconomía del desarrollo. El interés individual de
corto plazo, la preocupación de la clase empresaria, es diferente al
interés general de largo plazo, la preocupación de la clase política.
La pregunta entonces es por qué los capitalistas locales son un
escollo para el desarrollo capitalista. Quizá sea ocioso repetirlo, pero
lo primero que debe decirse es que el análisis económico excluye de sus
herramental la intencionalidad de los actores. No existen, por ejemplo,
empresarios malos y trabajadores buenos, o empresarios inmaculados y
trabajadores delincuentes y mafiosos. Lo que existe es una lógica
económica en el comportamiento de cada actor y esa lógica tiene, como
punto de partida, componentes muy básicos: los empresarios quieren
sostener o incrementar sus ganancias y los trabajadores su salario.
Luego, esta lógica es universal, es decir opera en todos los países
del planeta. Los capitalistas argentinos no siguen una lógica distinta a
la de los de cualquier otro país. No son mejores ni peores, son
empresarios que quieren sostener o incrementar las ganancias y en ese
camino se adaptan a las reglas del entorno, que son las organizadas por
el Estado. Esta universalidad excluye las explicaciones particularistas,
por ejemplo la que atribuye la fuga de capitales a la “reticencia
inversora”. La universalidad es también un requisito epistemológico. Si
la economía es una ciencia sus leyes son universales, no hay unas leyes
para los “reticentes” capitalistas argentinos y otras, por ejemplo, para
los “austeros” capitalistas japoneses. Lo que funciona en todo tiempo y
lugar es la lógica del capital. Y en esta lógica la economía política
clásica advirtió una relación contradictoria entre el capital y el
trabajo, entre la ganancia y el salario.
Sin meterse en cuestiones teóricas intrincadas, la relación entre el
capital y el trabajo es absolutamente contradictoria en la foto, en el
reparto del excedente la ganancia solo puede aumentar en detrimento del
salario y viceversa, pero no necesariamente en la película. Si la
economía crece, salarios y ganancias pueden ambos aumentar. Es la famosa
relación ganar-ganar que dio origen al mito de las burguesías
nacionales bajo los llamados estados benefactores o de bienestar. La
primera conclusión es que sin perder su lógica de capitalistas, la
búsqueda de ganancias, los capitalistas de un determinado país pueden
tener intereses coincidentes con los trabajadores en el crecimiento de
los mercados nacionales. Esta película es la respuesta “policlasista” al
clasismo duro de la foto de la lucha de clases.
En el capitalismo global la relación ganar-ganar funcionó bastante
bien durante la llamada “época de oro”, las tres décadas posteriores a
la Segunda Guerra Mundial, pero la virtual armonía de clases se cortó
con el fin de los estados benefactores y el surgimiento, a mediados de
los ’70, del capitalismo neoliberal. Lo que se observa desde entonces es
un estancamiento del ingreso de los trabajadores y una concentración
del excedente generado en la clase de los empresarios y dentro de ellos
en la cúspide de la pirámide, en el 1 por ciento más rico de la
población (e incluso en el tope del 0,1). Los números que ilustran estos
procesos, por ejemplo en Estados Unidos, pueden encontrarse en textos
como El capital en el siglo XXI de Thomas Piketty. No están en
discusión, son las tendencias del capitalismo.
Descendiendo a la aldea, la pregunta que surge es por qué los
empresarios beneficiados por el modelo de la industrialización
sustitutiva de importaciones (ISI) de la posguerra fueron los mismos que
la frenaron a partir de mediados de los ‘70 y hoy trabajan para abolir
ramas industriales completas. La respuesta simple –la compleja demanda
mucho más que un artículo– tiene dos partes. La primera es local, una
vez que los nuevos industriales surgidos con la ISI se hicieron fuertes y
monopolizaron sus mercados gracias a la protección y los subsidios
estatales decidieron que ya era tiempo de retirar la escalera. La
segunda responde a la globalización de la producción y a la división
internacional del trabajo que de ella resulta, ya que parte del gran
empresariado local representa a firmas que sólo son subsidiarias de
multinacionales. Lo admirable, en todo caso, es que una pequeña porción
de los empresarios haya logrado convencer a la mayoría de su clase de
que sus intereses particulares son los mismos que los del conjunto. El
grueso de los capitalistas locales debería advertir que el tipo de
capitalismo promovido por el macrismo no los incluye
Fuente:Pagina/12
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