Como
nunca antes, el FMI está interviniendo en forma abierta en la política
electoral de Argentina. Christine Lagarde, la número uno del Fondo, se
lanzó a participar de la campaña criticando a la principal figura de la
oposición a Macri.
Si
al plan de gobierno-negocios del macrismo, que ha provocado el
naufragio de la economía, se le agrega un escenario financiero y
comercial internacional bajo tensión, el panorama no se presenta muy
alentador para el gobierno 2020-2023. La herencia M ya es de por sí
demoledora. Si Macri se autohereda, la crisis se profundizará en línea a
la promesa del oficialismo de avanzar con más velocidad en la actual
dirección, cuyos resultados devastadores para el bienestar general no
son un misterio después de cuatro años. Si la principal fuerza de la
oposición, que hoy es liderada por CFK con la candidatura a presidente
de Alberto Fernández, es la que triunfa en las próximas elecciones, la
herencia M será un potente limitante para la política económica. El
callejón a transitar es tan estrecho que la promesa de mayor ajuste de
unos y el voluntarismo de otros colisionarán contra el muro del FMI.
El Fondo Monetario Internacional siempre ha intervenido en el diseño y
control de la política económica de los países con los cuales mantiene
acuerdos de auxilio financiero. En casi todos los casos de su larga
historia de créditos stand by ha evitado participar abiertamente de la
vida política interna de los países, y mucho menos de las campañas
electorales. Con la administración Macri, el FMI ha abandonado esa
aparente neutralidad. Financia la campaña de la alianza Cambiemos al
entregar un paquete total de 57 mil millones de dólares destinado a
pagar la deuda y evitar el default de la economía macrista. También
autorizó al Banco Central a vender dólares en el mercado y, de ese modo,
evitar la disparada del dólar que pondría en jaque mate la aspiración
de reelección de Macri.
Además de financiamiento, el Fondo ingresó de lleno en el barro de la
campaña electoral. La directora gerente, Christine Lagarde, criticó con
ironía a la principal líder de la oposición a Macri. Afirmó que “la
gente cambia con el paso del tiempo dependiendo de si están haciendo
campaña o están en sus cargos”, en referencia a Cristina Fernández de
Kirchner. Lagarde envió de ese modo el mensaje al mercado y a la
sociedad argentina de que el FMI no le cree a CFK y que piensa que ella
miente porque se encuentra en campaña electoral.
Con la activa participación que está teniendo el FMI en estos meses
de elecciones, la Alianza Cambiemos no debería dar muchas vueltas
respecto a la fórmula presidencial. Macri tendría que imitar a CFK,
bajar al lugar de vicepresidente y designar como candidata a presidente
por el oficialismo a Christine Lagarde. Participaría en los próximos
comicios como el Fondo Macrista Internacional.
Otra vez
Héctor Torres es miembro del Programa de Investigación de Derecho
Internacional del Centro para la Innovación en Gobernabilidad
Internacional. Su opinión es interesante por haber sido representante de
Argentina ante el FMI entre 2004 y 2008 durante la gestión de Roberto
Lavagna en el Ministerio de Economía, y luego designado en ese mismo
cargo por Alfonso Prat-Gay en 2016 y 2017. Escribió en el portal Project
Syndicate el artículo “El FMI está alimentando una crisis argentina,
otra vez”.
Recuerda que el país solicitó el primer crédito al Fondo Monetario en
1958. Vale señalar que fue el gobierno de facto autodenominado
Revolución Libertadora el que en 1956 adhirió a la Argentina a ese
organismo internacional, luego de derrocar al gobierno constitucional de
Juan Domingo Perón, que resistió esa membresía. Torres detalla que en
las seis décadas posteriores se han firmado 22 acuerdos con el Fondo,
para sentenciar que “la mayoría se descarriló posteriormente o terminó
en fracaso”. Especula que el rubricado por la administración “pro
mercado” de Macri tendría ese mismo destino, sumándose “a ese desfile de
decepciones”. Advierte que “los acontecimientos recientes sugieren que
la problemática historia de Argentina con el Fondo podría estar a punto
de repetirse”.
Por lo pronto, el primer acuerdo firmado en junio pasado por 50 mil
millones de dólares fue un fiasco con una duración record, por lo breve,
de apenas tres meses. Ahora está en vigencia el segundo, con un monto
que se amplió a 57 mil millones de dólares y con plazo de expiración no
más lejano que la primera mitad de 2020, cuando el próximo gobierno
tenga que buscar la renegociación del programa financiero inviable de
repago. Este fue definido por una tecnoburocracia de Washington,
dominada por los intereses geopolíticos de los Estados Unidos de Trump, y
por la desesperación de la alianza macrismo-radicalismo para no
declarar el default de la deuda.
Ese acuerdo evitó la cesación de pagos en la segunda mitad del
mandato de Macri, pero instaló esa probabilidad, con elevada chance de
ocurrencia, para después, evalúan grandes fondos de inversión
internacional. Esta estimación queda reflejada en el índice de riesgo
país navegando entre los 900 y los 1000 puntos desde hace varios meses,
nivel que deja al descubierto que a la economía macrista le han cerrado
las puertas de acceso al mercado voluntario de crédito. No sólo se lo
han clausurado en Wall Street desde marzo del año pasado, sino que, como
parte de la herencia M, el grifo quedará cerrado, por lo menos, en la
primera etapa del próximo gobierno.
Cuando se realiza un análisis riguroso acerca del ciclo de la debacle
de la economía macrista, queda expuesto con claridad que la fuga de
activos argentinos con el consiguiente derrumbe de las cotizaciones no
está motivada en la posibilidad de la derrota del gobierno de Cambiemos y
el regreso a la Casa Rosada de una fuerza política calificada como
populista. Esa debilidad económica y financiera se reconoce
fundamentalmente en el fiasco de otro programa neoliberal.
Preferencial
El gobierno de Macri y el FMI pretendían que con sólo anunciar un
plan financiero extraordinario se ahuyentarían los fantasmas que se
posaron sobre la economía macrista. Por eso lo denominaron “crédito
precautorio”, o sea que no sería necesario utilizar esos recursos, sino
que los poseedores de títulos públicos sólo supieran que ese dinero
estaba a su disposición. Pero los inversores han preferido llevarse los
dólares; no simplemente saber que estaban disponibles.
Aquí aparece una cuestión de volumen. Cuando el préstamo del FMI es
pequeño, actúa como señal para que bancos e inversores continúen con el
flujo de financiamiento al país. La respuesta es diferente cuando el
crédito es de tal magnitud, como el caso argentino, que termina
asustando a los inversores. Estos evalúan que si fue necesario una
asistencia tan importante significa que esa economía está quebrada y los
bonos que acumulan en sus carteras están en riesgo de caer en la
insolvencia.
En ciertos círculos de la ortodoxia económica y analistas del mercado
existe la idea de que firmar un acuerdo con el FMI es un sello de
confianza. Este alteraría las expectativas negativas de los agentes
económicos, que se lanzarían entonces a un ciclo de inversión
–productiva y financiera– impulsor del motor del crecimiento. Pero no es
así. Por dos vías no se verifica esa falsa promesa. Por un lado, el
acuerdo con el FMI implica un ajuste recesivo por la exigencia de
recortes del gasto público y de contracción monetaria con alza de la
tasa de interés. La consiguiente caída de la demanda interna retrae la
inversión productiva. Por otro, fondos y bancos del exterior se alejan
de países que firman stand by porque ese tipo de acuerdos es sinónimo de
una economía quebrada, lo que los inhibe de destinar capitales a la
compra de títulos públicos; más bien los incentiva a desprenderse de
esos papeles de deuda soberana.
Este comportamiento se consolida todavía más cuando el Fondo se
convierte en uno de los principales acreedores, puesto que la
posibilidad de que un país le declare default es muy baja. Esa
eventualidad convertiría esa economía en un paria del mercado
internacional, ya que el no pago del capital e intereses no sería a un
grupo de bancos e inversores, sino a los países miembros del FMI, siendo
Estados Unidos el principal aportante de recursos de ese organismo.
En el mencionado artículo, Torres indica que el FMI tiene “el estatus
de acreedor preferencial”, lo que le asegura estar primero en la línea
para cobrar. En esas condiciones, si el cálculo del mercado es que no
habrá suficientes dólares el año próximo, cuando se acaben casi todos
los dólares del FMI (quedarán disponibles apenas 6800 millones del
total), para hacer frente a todos los vencimientos de deuda y con el
acceso al mercado de crédito todavía vedado, evalúan como escenario
probable una reestructuración de la deuda con quita de capital. Esa
pérdida eventual los coloca ante la urgencia de aprovechar estos meses,
cuando el flujo de dólares está garantizado por el Fondo, para
desprenderse de bonos argentinos. Por eso, ante cada repunte de la
cotización de los títulos, aparece una corriente vendedora que
interrumpe esa recuperación. Torres lo dice del siguiente modo: “Los
inversores tienen una oportunidad limitada para salir de Argentina y
pueden usarla pronto”.
Locuras
El Ministerio de Hacienda, a través del Banco Central, está
liquidando 60 millones de dólares diarios para cubrir parte de las
necesidades de recursos del fisco. En una negociación directa con el
Departamento del Tesoro de Estados Unidos, consiguió que éste obligara a
la conducción del Fondo a permitir al Banco Central la intervención en
el mercado vendiendo dólares para evitar saltos bruscos del tipo de
cambio. El Fondo está violando de ese modo una de las normas de su
estatuto que prohíbe la utilización de los dólares que presta para
financiar la fuga de capitales.
Conociendo la historia financiera reciente de la economía argentina,
con la experiencia adquirida por su tránsito en el FMI y señalando que
esa medida es para “aumentar las posibilidades de reelección de Macri”,
Torres afirma que el organismo no debería haber aceptado ese pedido por
las siguientes razones:
- “Para empezar, al respaldar tales locuras y argumentos falsos de endeudarse para frenar la corrida contra el peso, el FMI pondrá en peligro los esfuerzos (incluso los míos) para normalizar las relaciones entre Argentina y el Fondo”.
- “Además, los dólares que el Gobierno se propone vender para apuntalar el peso este año serán muy necesarios para la próxima administración para hacer frente a los pagos de deuda e intereses que vencen en 2020”.
- “Mientras más deuda tenga la Argentina con un acreedor privilegiado como el FMI, más difícil será convencer a los inversores privados ‘no privilegiados’ de reinvertir y continuar financiando el país en 2020 y posteriormente”.
Torres no es optimista, y lo expresa sin inhibiciones al afirmar
que “lamentablemente, la historia puede estar a punto de repetirse”. Se
refiere a la crisis de 2001, cuando en octubre de ese año, dos meses
antes de la declaración del default, el país solicitó un préstamo de
8000 millones de dólares al FMI. Recuerda que la mayor parte de esos
recursos fueron utilizados para facilitar la fuga de la plaza local de
inversores institucionales. Torres sentencia que “el FMI está a punto de
volver a cometer el mismo error” y, por lo tanto, “no debe esperarse un
resultado diferente”.
Abrazo de oso
La apuesta del FMI, bajo orden y supervisión de Estados Unidos, es
inédita en la historia de ese organismo. Entregó el préstamo más grande
jamás otorgado a un país. El Centro de Estudios Económicos y Sociales
Scalabrini Ortiz detalló que Argentina representa el 61 por ciento del
fondeo actual del Fondo, seguido muy lejos por Egipto con el 13 por
ciento e Irak con el 6 por ciento. En su más reciente reporte evalúa que
esa proporción ubica al FMI “en una posición de debilidad”.
Esa debilidad relativa es compensada con el poder político que ejerce
al ser una institución dominada por las potencias económicas, con
Estados Unidos sobresaliendo entre ellas. Una de las máximas
tradicionales en el mercado financiero dice que el acreedor tiene
problemas cuando concentra gran parte de sus préstamos en un solo
deudor. Este sería el caso del FMI con Argentina. Pero como se mencionó
arriba, el Fondo es un acreedor privilegiado. En todo caso, las
dificultades para cancelar el capital e intereses de la deuda, como las
irregularidades formales en la rúbrica del acuerdo, como se detalló en
esta columna el domingo pasado, servirían para mejorar un poco la
relación desigual en la próxima instancia de renegociación del acuerdo
financiero.
Se sabe que el Fondo recibirá con los brazos abiertos la propuesta de
redefinir las condiciones financieras del stand by, para convertirlo en
uno denominado Extended Fund Facility. Los grandes vencimientos del
préstamo por 57 mil millones de dólares concentrados en los últimos tres
años del próximo mandato presidencial podrían ser reestructurados a un
plazo de 10 años.
La predisposición a postergar el cobro de esa deuda no será
desinteresada. Esos brazos abiertos se cerrarán como los de un oso
cuando a cambio reclamen las reformas regresivas que figuran en el
tradicional manual de ajuste que excitan a la grey de economistas
ortodoxos: previsional (reducción de las jubilaciones y elevación de la
edad de retiro), laboral (desregulación del mercado con pérdida de
derechos de los trabajadores) e impositiva (eliminación de exenciones y
mayor presión tributaria).
En ese paquete, es habitual que el Fondo incluya la sugerencia de una
reestructuración de la deuda con el mercado, proceso que lo denomina
“reperfilamiento” de los vencimientos de capital e intereses. Es una
instancia amigable, sin grandes pérdidas para los inversores, con
extensión de los plazos y modificación de la tasa de interés. El
antecedente inmediato de esa propuesta fue la realizada por Ucrania con
el aval del FMI.
Esta instancia de negociación, que agudizará la dependencia de la
economía argentina al Fondo, podría ser menos dramática si el gobierno
de Macri no estuviera rifando las reservas acumuladas con los dólares
del FMI. Si las cuidaran, en lugar de liquidarlas con el mezquino
objetivo político de intentar generar condiciones para que Macri pueda
pelear con alguna chance la reelección, el próximo gobierno tendría un
poco más aliviada la pesadísima mochila de la herencia M.
Fuente:Pagina/12
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