Cuando
el escenario se aparece como un desparramo de cargos a troche y moche,
más o menos como ahora, donde las alianzas se asemejan a piruetas y
revoleos, en realidad es la política que ordena a los políticos. O la
realidad que ordena a la política. O que los votos son los que acomodan a
las candidaturas y no al revés. Y todo eso está resumido en una frase
campera: con el traqueteo, los melones se acomodan en el carro.
Y salió la quiniela con los ganadores de la segunda línea. Como
algunos de los vices y los dispersos que terminan por ceder a la
gravedad de los planetas más densos. No hay azar ni panquecazos en esta
previa a unas elecciones que definirán con un sentido casi esencial el
destino de la Argentina.
La decisión que se plantea entre la continuidad de una crisis que
hundió a millones en la pobreza y a otros millones los tiene aguantando
con las uñas, y la posibilidad de ponerle un freno, fue la razón de esa
polarización. Es una razón más fuerte que la gravedad de Júpiter. Crisis
y anticrisis. Es un sentimiento muy fuerte en la sociedad de que se
trata de una decisión que pesa mucho más que en otras elecciones.
Ese peso ordena a la política. Funciona como disparador del gran
frente para frenar el desastre. Es una poderosa fuerza centrípeta que
empieza a confluir en la oposición de menor a mayor, de los que tienen
menos a los que tienen más votos. Es el proceso que lleva a proclamar la
fórmula de los Fernández y la sucesiva adhesión de la mayoría de los
gobernadores que hasta no hace mucho coqueteaban con Alternativa
Federal.
Y es el proceso que culmina con la incorporación de Sergio Massa. La
gravedad de la disyuntiva que se pone en juego impone el esfuerzo de
apertura. Su objetivo es ganarle a la crisis, al gobierno de la crisis, a
Mauricio Macri. Y luego, el carro volverá a acomodar los melones según
surjan nuevas tareas.
La polarización en este punto es más socioeconómica que política. No
es kirchnerismo y antikirchnerismo, como la presentó Cambiemos en 2015,
sino crisis y anticrisis, como la siente gran parte de la sociedad. Esa
fuerza poderosa impulsa acuerdos políticos que parecían imposibles.
Tiene una lógica, no es al boleo.
Y la polarización con esa dinámica desubica a los que se apresuraron a
dar por terminado un ciclo y el comienzo de otro signado por el
neoliberalismo crudo de Mauricio Macri. El que apostó a esa mirada quedó
boyando. Y perdió lugar en un espacio opositor tan polarizado.
Alternativa Federal quedó pulverizado, reducido a las figuras de
Schiaretti y Urtubey. Los gobernadores y Sergio Massa confluyeron con
los Fernández, Miguel Pichetto se fue con el oficialismo y Graciela
Camaño con Roberto Lavagna, que se queda con una partecita del
radicalismo, más los socialistas santafesinos.
Crisis y anticrisis es el gran ordenador. No quiere decir que ya
tenga la victoria, pero ese ordenamiento favorece más a la fórmula de
los Fernández. La designación de Pichetto es demostración de debilidad
de la alianza Cambiemos, un cachetazo al voto radical. Y la posible
designación de Facundo Manes por parte de Lavagna deja en posición
incordiosa a los socialistas.
Si la primera fórmula de los Fernández no hubiera estado en
coherencia con ese paradigma instalado en la sociedad, el oficialismo y
las demás fuerzas hubieran tenido menos dificultades. Pero la
declaración inicial de Alberto Fernández y Cristina Fernández encajó con
una expectativa masiva y dificultó que el oficialismo desplazara el
antagonismo crisis-anticrisis para instalar el “K” o anti “K”. El
ordenador se impuso, aunque parezca un revoltijo
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