¡¡¡Hagan algo!!!
Mauricio
Macri le tiene terror al impacto político de la suba del dólar. Por eso
reacciona elevando todavía más las tasas de interés. Así aumenta la
bola de nieve de la morosidad: la demora en el pago de deudas contraídas
por las empresas y las familias creció un 72 por ciento.
Los
indicadores de solvencia y liquidez del sistema financiero son potentes
de acuerdo al último “Informe sobre Bancos” del BCRA. Las entidades
están contabilizando ganancias crecientes montadas en una muy rentable
bicicleta Leliq-plazos fijos, que de octubre pasado hasta el viernes
último acumulan intereses devengados por poco más de 166 mil millones de
pesos. La foto de la solvencia es a diciembre de 2018 con los últimos
datos proporcionados por el Banco Central. La señal de alerta aparece
cuando se analiza la evolución de la morosidad, no tanto por su nivel,
que sigue siendo manejable en relación a otros momentos críticos de la
economía argentina y en comparación regional, sino por la tendencia
firme al alza durante al año pasado, que si no se revierte sería el
inicio de una película con desenlace inquietante. De un año a otro, la
mora del stock de los préstamos bancarios subió más de 70 por ciento.
Dispararla tasa de interés de las Leliq hacia el 60 por ciento anual,
como lo hizo anteayer el Banco Central, en otra muestra de miedo y
desesperación por la amenaza de una nueva corrida cambiaria, acelera el
ritmo de crecimiento de la morosidad de los créditos entregados a
familias y empresas.
La recesión fulminante que está provocando quiebras de empresas,
convocatorias de acreedores, pedidos de procedimiento preventivo de
crisis de grandes firmas, cierre de locales comerciales, despidos y
lluvia de suspensiones se reflejan en el sistema financiero con
reducción del crédito privado y aumento de la morosidad. La conducción
ortodoxa de Guido Sandleris en el Banco Central acentúa la debacle del
sector privado con tasas de interés altísimas, que sube aún más ante
cualquier acecho de corrida cambiaria. El uno-dos (devaluación-tasa de
interés) en el rostro de las empresas es un demoledor knock-out.
Tendencia
El dato global muestra que la mora de las financiaciones al sector
privado subió de 1,8 a 3,1 por ciento en un año, aumentando 72 por
ciento. Es cierto que el indicador parte de un valor muy bajo y, ante un
cambio de tendencia, la variación pasa a ser muy elevada, pero no deja
de ser un llamado de atención en la evaluación del sistema. Ese 3,1 por
ciento es el promedio de la región, que se ubica por encima de la
morosidad bancaria de Chile, México y Uruguay, y apenas por debajo de
Paraguay, Brasil y Perú.
Otra señal preocupante es que mes a mes, a partir del estallido
cambiario de abril pasado, se fue incrementando la mora. En diciembre
pasado aumentó 0,2 punto porcentual respecto al mes anterior. En las
líneas crediticias a las personas (tarjeta de crédito, prendario,
personal e hipotecario) el alza total fue de 2,9 a 4,0 por ciento en un
año, mientras que la de las empresas fue de 1,0 a 2,4 por ciento en el
mismo periodo.
La situación más crítica se registra en el sector de la construcción,
con una muy fuerte suba de la mora de 1,9 a 5,9 por ciento de diciembre
de 2017 al mismo mes de 2018. Este deterioro ha sido consecuencia de la
caída de ventas en general y de la crisis de desarrolladoras en
particular, como la de la firma Ribera Desarrollos de Carlos De
Narváez, que encaró el proyecto del complejo “Al Río” en Vicente López y
que acumula una deuda de 200 a 300 millones de dólares. Ante la
declaración de cesación de pagos se presentó en convocatoria de
acreedores a principios de febrero dejando un tendal entre proveedores,
inversores y bancos (Patagonia, HSBC, Hipotecario). También enfrenta una
grave crisis financiera la desarrolladora TGLT, empresa que el año
pasado compró la constructora Caputo, firma de Nicolás Caputo, hermano
del alma del presidente Mauricio Macri. Convocó a sus acreedores de
Obligaciones Negociables a reestructurar el cronograma de pago de los
intereses de una deuda de 150 millones de dólares.
Otros dos sectores que registran un crecimiento importante de la
morosidad crediticia son Comercio e Industria, al subir a 2,8 y a 2,7
por ciento desde 0,8 y 0,9 por ciento, respectivamente, de diciembre de
2017 al mismo mes del año pasado.
La crisis es tan profunda que alcanza incluso a actividades que la
política económica del macrismo favoreció, como a las del sector
primario. Una de las principales empresas de alimentos del país, Molino
Cañuelas, con el negocio integrado desde la materia prima hasta el
producto final, acumula una deuda impaga de 1500 millones de dólares con
los principales bancos del sistema. Por ahora es el default privado más
importante, insolvencia que está generando una relación muy tensa entre
Molinos Cañuelas y unas veinte entidades financieras acreedoras.
Bicicleta
El último informe de FIDE interpela en forma oportuna a la ortodoxia y
a la heterodoxia conservadora que prometen una “causalidad virtuosa
entre devaluación, reducción del salario y aumento de la rentabilidad
como factores favorables para la inversión real”. La fallida experiencia
macrista revela otra vez que ese sendero no tiene destino de
prosperidad, sino de colisión. El reporte explica que ese camino
“subestima el hecho de que el salario, además de ser un costo, es
demanda, motivo por el cual la caída de la remuneración al trabajo
reduce inevitablemente la demanda de bienes, en particular aquellos
fundamentalmente destinados al mercado interno”.
El aumento de la morosidad bancaria es una consecuencia previsible de
ese esquema económico que castiga producir y debilita el mercado
interno para privilegiar la bicicleta financiera. Con tasas de las Leliq
que el Banco Central nuevamente las colocó casi en el 60 por ciento
anual, estar endeudado aproxima la posibilidad de la quiebra.
El escenario complicado que registran los bancos en el rubro Créditos
por el incremento de la morosidad está más que compensado con el
negocio extraordinario que les regala Sandleris con las Leliq. El stock
de esa deuda de cortísimo plazo (7 días) del Central ya alcanzó casi el
billón de pesos, en un período muy breve, en apenas cinco meses. La
consultora Ledesma calculó que los intereses devengados a favor de las
entidades sumaron 166.296 millones de pesos, equivalente a casi 4400
millones de dólares, desde octubre, mes en que las Leliq empezaron a
reemplazar a las Lebac como bomba financiera.
Mientras empresas vinculadas a la producción y al comercio están
transitando una crisis de proporciones, la inmensa bicicleta financiera
está entregando ganancias fabulosas a la especulación que ahora está
concentrada solamente en manos de los bancos. Estos capturan recursos de
plazos fijos a tasas que pequeños y grandes ahorristas consideran
atractivas, para inmediatamente destinar esos fondos a comprar Leliq a
tasas bastante más elevadas de las que pagan. El inmenso costo de esa
intermediación la está pagando el Banco Central con el exclusivo
objetivo de frenar otra megadevaluación, o por lo menos que no estalle
antes de la elección presidencial, aspiración difícil de cumplir.
Destrucción
El naufragio de la economía macrista no está dejando a salvo ni a
grandes firmas de rubros diversos. La capacidad de destrucción de este
nuevo experimento neoliberal está siendo impactante, tanto por la
velocidad como por la intensidad.
Hubo diferentes medidas que fueron encadenándose para provocar el
actual descalabro general. La apertura importadora empezó a castigar a
los eslabones más débiles de la cadena productiva. El deterioro del
poder adquisitivo del salario y de las jubilaciones avanzó sobre el
mercado interno haciendo crujir a varias actividades. El importante
colchón social y económico que dejó el gobierno anterior (amplia
cobertura previsional, extensa red de protección social y el ahorro de
las clases medias) amortiguó en una primera etapa el shock inflacionario
provocado por la primera megadevaluación de diciembre de 2015 y por los
insensatos aumentos continuos de tarifas (luz, gas, agua, transporte y
combustibles).
Ese margen de ingresos se fue agotando en esos meses hasta quedar sin
resto, coincidiendo con la debacle cambiaria de abril pasado que derivó
en otro desborde inflacionario y una corrida contra el peso que se
mantiene. Aquí aparece el golpe final a la estructura productiva y
comercial castigada por tarifazos y caída de ventas: la suba de la tasa
de interés a niveles elevadísimos para tratar de amortiguar la velocidad
de la corrida. Costos en alza, descenso en la facturación y aumento
desproporcionado de la carga financiera es el actual combo devastador
para las empresas.
El incremento en los incumplimientos de la deuda bancaria y la
imposibilidad de cubrir cheques emitidos (la ola de documentos
rechazados en el circuito comercial es cada vez más grande) constituyen
el actual panorama económico. Situación que es agravada porque el
gobierno de Macri carece de una estrategia para revertirla, siendo su
único objetivo tratar de que la paridad cambiaria no se descontrole
hasta octubre, cuando se desarrollará la primera vuelta de la elección
presidencial. Tras ese objetivo, la medicina que aplica profundiza la
crisis, porque la suba de la tasa de interés agudiza la asfixia
financiera de las empresas. Lo que hoy parece ser manejable –el nivel de
la mora bancaria– puede convertirse en un problema que termine por
penetrar las fortalezas que entregan la cobertura de liquidez y el grado
de solvencia del sistema.
Abismo
La obsesión por mantener la tranquilidad cambiaria, hoy el único
activo de la Alianza Cambiemos para pelear por la reelección de Macri,
tiene como contracara la peor recesión desde la debacle de 2002, con el
consiguiente incremento de la morosidad bancaria. La ultraortodoxia
monetaria del Banco Central combinado con la reducción en términos
reales del gasto público confirma que no existen muchas chances de un
año expansivo, lo que agravará el cuadro recesivo y el ahogo financiero
de las empresas.
El informe de FIDE destaca que uno de los datos más relevantes de
estos meses es que la política económica ha derivado en un deterioro
casi generalizado en la tasa de rentabilidad, incluyendo a grandes
empresas. Uno de los casos más notorios es el de Molinos Río de la
Plata. Si la empresa del grupo Pérez Companc, líder del sector, presentó
días atrás un balance 2018 con una pérdida neta de 1703 millones de
pesos, qué margen de sobrevivir le queda al resto de las firmas.
Cada vez queda más claro que la política económica en el nuevo ciclo
neoliberal liderado por Macri está limitando la expansión de la mayoría
de las actividades productivas, con pocas excepciones, entre las que se
destaca el complejo energético, integrado por corporaciones vinculadas
directa o indirectamente con el macrismo.
Gran parte de las empresas no sólo empiezan a estar apretadas
financieramente, sino que las tasas altas les impiden conseguir una soga
para aliviar la situación. Los bancos prestan entonces cada vez menos,
ya sea por prudencia o porque las empresas no se animan a endeudarse
más. Este comportamiento se reflejó en el último “Informe sobre Bancos”
del BCRA, con una disminución del 18 por ciento en términos reales en
los préstamos en pesos al sector privado en 2018. El descuento de
documentos, el leasing y los prendarios presentaron las mayores caídas
interanuales, de 41, 32 y 27 por ciento, respectivamente. El año pasado,
el saldo de préstamos totales (pesos más dólares) a las firmas acumuló
una caída real de 6,1 por ciento. En el primer mes de este año, esa
tendencia se mantuvo, con un retroceso de los préstamos en pesos de 3,7
por ciento en términos reales.
Es tal el grado de fragilidad de la economía macrista que la paridad
cambiaria sube un par de puntos porcentuales y el gobierno se desespera,
obligando al Banco Central a subir aún más la tasa de interés. O sea,
ya sea por la devaluación, que provoca quebrantos por el endeudamiento
en dólares, o por el alza de la tasa de interés, que incrementa la carga
financiera y comercial en pesos, las empresas se acercan al abismo de
la insolvencia.
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