Bajo
el título “Universidad: el 45,5 por ciento de los alumnos aprueba una
materia por año”, el diario La Nación reseña el último informe publicado
por el Centro de Estudios de la Educación Argentina de la Universidad
de Belgrano dirigido por Alieto Guadagni. Se trata de un informe de
apenas cuatro páginas que reproduce los cuadros consolidados en los
Anuarios Estadísticos del Ministerio de Educación en los que se cruzan
la cantidad de estudiantes que se reinscribieron en cada universidad
para continuar sus carreras, con la cantidad de materias aprobadas el
año anterior.
Únicamente sobre la base de estos datos, el informe arriba a dos
conclusiones que son retomadas en el artículo firmado por Soledad
Vallejos en el diario La Nación: 1) que aumentó el número de estudiantes
que aprobaron una o ninguna materia en un año lo que expresaría “una
desmejora general del rendimiento académico de los alumnos de
universidades nacionales en la última década”; 2) que el rendimiento
académico es más alto en las universidades privadas, aunque estas
también registran una desmejora en ese indicador en el período.
Como Rectora de una de las universidades incluidas entre “los peores
casos” en un cuadro a todo color que encabeza esa nota, me veo obligada a
hacer algunas aclaraciones. En primer lugar, que ese ranking de “los
peores”, que no consta en el informe del CEA y que ha sido diseñado
especialmente para ser publicado en La Nación, no muestra las
universidades con mayor proporción de estudiantes que aprueban menos de
una materia ni en 2005 ni en 2015, sino las que mostrarían mayor
crecimiento de ese indicador comparando 2005 con 2015. En general,
considero que la publicación de ránkings de instituciones educativas es
completamente inútil a los fines de pensar seriamente sus problemas o el
diseño de políticas públicas y, en tal sentido, me resulta irrelevante
sobre qué indicadores se contruyen. Sin embargo, no puedo dejar de
señalar que el criterio elegido por La Nación en este caso en
particular, le permite incluir entre las peores, a cinco universidades
del Conurbano (sobre ocho en total), mientras que si lo hubieran
construido siguiendo el criterio de las que acumulan hoy los peores
indicadores de aprobación de materias, no hubiera entrado ninguna (de
hecho, si se avanza un poco en la lectura del artículo de La Nación,
puede encontrarse un párrafo en el que se mencionan universidades que en
2015 superan los datos correspondientes a las incluidas en ese cuadro
por más de 20 puntos. Ninguna es del Conurbano).
También debería aclarar que en el caso particular de la UNGS, el dato
2005 que se toma como referencia para mostrar que es uno de los “peores
casos” de “desmejora general del rendimiento académico” es un dato
evidentemente inconsistente que arrastra un error de la propia fuente
del Ministerio de Educación. En efecto, el Anuario de Estadísticas
Universitarias de 2005 que reproduce el informe del CEA, consigna para
la UNGS que sólo el 2,5 por ciento de sus estudiantes habrían aprobado
una materia o ninguna el año anterior y que el 79 por ciento habría
aprobado más de 6. Este dato en sí mismo podría no llamar la atención.
Sin embargo, lo que resulta difícil explicar es por qué, según la misma
fuente, la cantidad de estudiantes de la UNGS que lograron aprobar más
de 6 materias en un año cae al 6 por ciento al año siguiente y los que
aprueban una materia o ninguna suben a aproximadamente el 50 por ciento,
proporciones que, con algunas variaciones, se mantienen a lo largo de
la década considerada. Esta fuerte variación debería bastar para
reconocer que hay un evidente error en el dato de partida.
Por supuesto no nos sorprende que el diario La Nación, que encabeza
una campaña sistemática de desprestigio de las universidades públicas
argentinas, publique datos tan evidentemente erróneos y que con ellos
construya especialmente un ránking que le permite colocar a la
Universidad Nacional de General Sarmiento y a varias del Conurbano entre
“los peores casos” de rendimiento académico. Lo que sí resulta
sorprendente es que los especialistas en estadística educativa del CEA
no hayan advertido un error que salta a la vista con una mirada rápida a
su propia fuente de datos, que hayan arrastrado ese error al calcular
los datos promedio para la totalidad de las universidades nacionales y
que, sobre esa acumulación de errores, afirmen que se registra “una
desmejora general en el rendimiento académico de los alumnos de
universidades nacionales de gestión estatal en la última década”. Más
sorprendente todavía es que especialistas en estadística educativa
consideren que un indicador simple como cantidad de materias aprobadas
por año es suficiente para medir “en general” el rendimiento académico
de las universidades públicas y privadas, o que omitan justificar la
validez de su comparabilidad entre instituciones con regímenes
académicos y exigencias evaluativas muy heterogéneas.
Desde ya, podría seguir añadiendo consideraciones técnicas sobre la
construcción y el uso de datos estadísticos, pero está claro que la
cuestión de fondo es otra. Lo que el artículo de La Nación representa es
un ejemplo más de una operación discursiva a la que los tiempos
macristas nos tienen acostumbrados y que ya hemos descripto en este
diario: se simplifica un fenómeno complejo (el rendimiento académico de
las universidades); se introducen algunos datos numéricos (cantidad de
materias aprobadas por año); se sigue con alguna clase de comparación
con “el mundo” (en la misma nota Guadagni menciona a Francia, Japón, los
países nórdicos, México, Colombia, Brasil y Chile) y se presenta una
solución como si derivara directamente de los datos iniciales y fuera,
además, la única posible. En este caso, seleccionar a quienes ingresan
como estudiantes a las universidades.
Como es evidente, la rigurosidad o la validez de los datos que se
utilizan en este tipo de montaje, es completamente secundaria. Lo que
importa es que entre el dato, cualquiera sea, y la solución, se
establezca una relación de necesariedad, como si la restricción del
ingreso a la universidad no fuera una posición política sino la única
solución posible para mejorar los índices de aprobación de materias por
año.
Lo más preocupante para quienes tenemos la responsabilidad de
conducir una universidad pública, es que este tipo de argumentaciones
sólo simplifican y banalizan los verdaderos problemas que por supuesto
atraviesan la formación universitaria. Porque está claro que tenemos un
problema con el ritmo de avance en los estudios y las tasas de
graduación. Pero no es un problema que se pueda adjudicar a la “poca
perseverancia” de quienes estudian en nuestras universidades, como
sugiere el funcionario de la Universidad Austral citado por La Nación en
esa nota cuando afirma que "brindar a los chicos un mensaje social más
exigente sobre el valor del ingreso a los estudios superiores les podría
ayudar a aumentar su compromiso y perseverancia". Si algo les sobra a
lxs estudiantes de nuestra Universidad, que no son “chicos”, que
trabajan extensas jornadas, que no pueden delegar ni pagar el cuidado de
sus hijos, que vienen remontando muchas veces trayectorias educativas y
vitales muy complejas, es perseverancia. Si algo no necesitan, es más
barreras en el acceso a sus derechos para valorar lo que les ofrece la
universidad ni para aumentar su compromiso.
Lo hemos dicho más de una vez: los problemas de rendimiento académico
de lxs estudiantes universitarios, no se resuelven seleccionando en el
ingreso. Eliminar un problema no es solucionarlo. Si creemos que la
calidad de la educación recibida en la escuela secundaria incide en las
posibilidades de avanzar y graduarse en la universidad, entonces habrá
que generar políticas de mejora de la calidad de la educación
secundaria, no un examen de finalización del nivel que seleccione a los
“mejores” para ingresar a las universidades, tal como propone Guadagni.
Las políticas selectivas no mejoran, sólo seleccionan.
El acceso a la universidad, el ritmo de avance en los estudios y las
bajas tasas de graduación del sistema universitario son problemas serios
que no admiten ni banalizaciones ni operaciones mediáticas. Y no son
serios porque expresen, como le gusta decir al Presidente de la Nación,
la “ineficiencia” del gasto en las universidades. Son serios porque
muestran que no hemos generado aún las condiciones que aseguren, a todos
y todas nuestras jóvenes, su derecho a la educación superior.
Garantizar este derecho es un problema complejo y es, a mi entender, el
problema que debería orientar tanto las políticas institucionales de
cada universidad como las políticas universitarias a nivel nacional.
Para quienes asumimos el compromiso con el principio de la educación
como derecho para todos y todas, los atajos selectivos no son una
opción.
Todavía no podemos decir con certeza cuáles son las formas más
eficaces de garantizar el derecho de todos y todas las jóvenes que
expresen su voluntad de seguir estudios universitarios, pero sí podemos
afirmar que desfinanciar las universidades públicas, paralizar el
desarrollo de su infraestructura, deteriorar los salarios de sus
docentes, disminuir el presupuesto destinado a becas estudiantiles,
entre otras medidas que este gobierno viene sosteniendo, seguro van en
el sentido contrario.
Rectora de la Universidad Nacional de General Sarmiento
Fuente:Pagina/12
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