jueves, 23 de mayo de 2013

La fuerza de los trabajadores:La década ganada y el movimiento obrero argentino






Por Carlos Marín

La historia del movimiento obrero argentino está ligada al peronismo. Sin embargo, rara vez se lo vio tan comprometido con un modelo de país nacional y popular como el iniciado en 2003 y que significó avances históricos en la situación de los trabajadores. Ante el panorama de fractura actual, la necesidad de unirse nuevamente es condición inexorable para profundizar esta década ganada.

El derrotero del movimiento obrero argentino ha sido de gran riqueza histórico política, pero toma su gran fuerza a partir del primer peronismo.

Tal es así que entre los sindicatos reunidos por la CGT pasaron a tener en su conjunto de 80.000 afiliados en 1943 a 4.000.000 de afiliados en 1955.

Ello nos da una magnitud del crecimiento que obtuvo el movimiento obrero con la llegada de ese primer peronismo, producto de la promoción de las políticas industrializadoras que se aplicaron en ese lapso de tiempo.

Sin embargo, esa fuerza trabajadora no se vio exenta de divisiones, ni aún en su “época dorada”, como podría denominarse a la década 45-55, fundamentalmente, la división estaba dada por aquellos gremios que adherían casi, institucionalmente, a los partidos socialistas y comunista.
"Rara vez el movimiento obrero ha reaccionado ante un movimiento nacional y popular como lo ha hecho durante esta década ganada".

Tal situación, por lo menos en ese momento, no dejaba de ser una expresión en términos cualitativos, minoritaria del Movimiento Obrero, pero división al fin.

Con posterioridad al Golpe de Estado de 1955, el movimiento obrero se erigió como base de lo que, históricamente, se ha dado en denominar “la resistencia peronista”, la que tampoco estuvo exenta de divisiones que se identificaron con la CGT Vandorista y la CGT de los Argentinos.

Las divisiones, por lo tanto, más allá del modelo sindical, siempre han surgido respecto de cuestiones ideológicas y de cómo conducirse ante el conflicto.

Pero rara vez el movimiento obrero ha reaccionado ante un movimiento nacional y popular como lo ha hecho durante esta década ganada.

Es cierto que a la llegada del kirchnerismo existían dos centrales sindicales (CGT y CTA), pero esta dicotomía no estaba centrada en la mirada hacía el Gobierno que a partir del 25 de mayo del 2003 se encaramó en la primera jefatura, sino sobre la visión que cada una de esas confederaciones tenía sobre el denominado “modelo sindical argentino”.

Cualquiera en su sano juicio hubiese proyectado que en un período como lo fue esta última década en donde el desempleo bajó del 25 al 7,9 %; se recuperó la negociación salarial; los salarios de convenio de los trabajadores han superado el 1000 % de aumento; el salario mínimo vital y móvil llega a ser el más alto de Latinoamérica; la pobreza ha bajado a niveles exponenciales; los sindicatos en general han recuperado -afiliación más, afiliación menos- los niveles de 1974; la creación de puestos de trabajo ha sido la más fantástica de la historia en un lapso de diez años; se ha promovido por diferentes acciones -como la promoción de fábricas recuperadas, la reforma de la ley de quiebras- el mantenimiento de las fuentes de trabajo. Que el movimiento obrero estuviera -no sin críticas y propuestas alternativas, por supuesto - en su totalidad y más allá de las visiones sobre el modelo sindical, aportando y construyendo un proyecto de país que necesita de un movimiento obrero estructurado y monolítico comprometido en un proyecto nacional y popular.

Sin embargo, nos encontramos ante un panorama donde la fractura se ha potenciado no ya por su mirada sobre el modelo sindical sino, paradójicamente, sobre la mirada del kirchnerismo.

Esa superestructura del movimiento obrero argentino tiene cuatro versiones: 1) la CGT que comanda Caló y que es reconocida como aquella que tiene legalidad; 2) la CTA que comanda Hugo Yasky;  éstas dos más cercanas al gobierno aunque con diferencias: la segunda más consustanciada con el modelo de país que se propone; la primera más heterogénea hacia adentro con más dosis de oportunismo que de consustanciación ideológica con esta etapa; 3) la CGT comandada por Hugo Moyano quien, hasta el 2011, acompañó lo hecho por el gobierno pero que la falta de inclusión de las listas de integrantes de la CGT hizo que diera un salto copernicano hacia la oposición; y 4) la CTA de Micheli, con expresiones parecidas a las del moyanismo, pero creyéndose más pulcros y limpios.
"Solo esperemos que el espíritu de la CGT de los Argentinos “triunfe” en este escenario y no que el vandorismo se apodere de él."

Es cierto que la profundización de un modelo nacional y popular no tiene fin y siempre va a faltar un modelo de país que democratice todos los estamentos es una utopía, una quimera que propone la constante transformación de las estructuras económicas, sociales y culturales. Ello supone críticas y/o propuestas superadoras, pero no pareciera ser acertado utilizar lo que falta para un salto que puede ser sin retorno.

El camino trazado a partir del 25 de mayo de 2003 merece la unidad de acción -sin que ello necesariamente implique la unión de las centrales- por parte del movimiento obrero argentino en pos de esta transformación continua.

El pararse en la vereda de enfrente es atentar contra los intereses de los propios trabajadores. Rajoy es una sensible y cabal muestra de lo que puede avecinarse si se abandona el camino iniciado el 25 de mayo de 2003.

Solo esperemos que el espíritu de la CGT de los Argentinos “triunfe” en este escenario y no que el vandorismo se apodere de él.

¡Por una nueva década ganada!
Fuente: Telam

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