lunes, 20 de mayo de 2013

"Hemos vuelto a formas del capitalismo salvaje del siglo XIX”


 


Durante su reciente estadía en nuestro país para participar de un seminario organizado por la revista Topía,  el psiquiatra francés dialogó con Tiempo Argentino sobre el sufrimiento y el placer en el ámbito del trabajo.

   Por su escasez o por sobreabundancia, el trabajo influye en forma directa en la salud mental de una persona, atraviesa a la sociedad en su entramado más íntimo y marca la tendencia productiva de una nación. Su impacto es enorme. El psicoanalista francés Christophe Dejours puso en foco estas cuestiones. Dejours es director del Laboratorio de Psicología del Trabajo en Francia y es autor de libros como Trabajo y desgaste mental, La Banalización de la injusticia social y Trabajo vivo, por lo que fue invitado a Buenos Aires por la revista Topía. Sus conclusiones aportan una nueva mirada sobre los modos de medición del trabajo, una cuestión que, según el galo, modifica la constitución personal de un individuo y genera sufrimiento. 

Dejours está lejos de la inspiración librepensadora que concebía al trabajo como una acción liberadora. Al describir la situación del mercado laboral en los países capitalistas, Dejours habla de un esquema que aprisiona. Con pasión de entomólogo, el investigador francés afirma que "volvimos a una época anterior al acuerdo fordista, a formas del capitalismo salvaje del siglo XIX".
 
–¿Cómo transmutó el trabajo hasta convertirse en una actividad de opresión y control social?
–Desde los años noventa, nuevos métodos de organización del trabajo provocaron un gran deterioro en la salud mental. Hasta el hecho de que ha habido suicidios en lugares de trabajo, como viene ocurriendo en Francia desde 2007. Estos nuevos métodos son los de evaluación individual del desempeño. Esto provoca precarización, con contratos de trabajo de duración indeterminada, por ejemplo. Y nos hablan del desastre que golpea al mundo del trabajo desde hace décadas.
–¿A qué se refiere con "evaluación individual"?
–Es un instrumento inventado por los managers que confunde, de manera intencional, el trabajo con sus resultados. No hay una proporcionalidad entre el trabajo y el resultado del trabajo. En realidad no se puede medir el trabajo. El trabajo no se mide y nunca se va a medir. El trabajo es el resultado de la inteligencia de los trabajadores, si no se moviliza la inteligencia de los trabajadores no hay producción de valor. El sufrimiento en el trabajo, el placer en el trabajo, el reconocimiento, todo eso no pertenece al mundo visible sino que pertenece a la subjetividad. La subjetividad, como el amor, el dolor, el odio, la amargura, la decepción, todo eso no pertenece al mundo de lo visible, no se ve. Y no se puede medir más que lo que se ve o lo que puede hacerse visible. Cuando se hace una evaluación individualizada del rendimiento se mide algo, pero no se mide el trabajo. En el mejor de los casos lo que se está midiendo son los resultados del trabajo. Es decir, lo que se llama el desempeño, el rendimiento, la performance. Pero no existe ninguna proporcionalidad entre el resultado del trabajo y el trabajo mismo. Por ejemplo, un maestro con niños pobres trabaja más y obtiene resultados menos aceptables que un maestro con niños burgueses preparados, que trabaja menos. Esa dedicación exhaustiva no se puede medir y sin embargo, los resultados son peores que los del docente con chicos burgueses.
–¿Qué efectos tiene este método en los trabajadores?
–La evaluación individualizada del rendimiento lleva a todos los trabajadores asalariados a un proceso de competencia generalizado, y si a ello se agrega una amenaza al puesto de trabajo, entonces la competencia se vuelve más grave aún y hay una lucha individual donde el éxito de un colega resulta malo para otro. Entonces todo está permitido. Finalmente la solidaridad se va destruyendo, uno está solo y en un mundo hostil. Para invertir esa evolución negativa hay que dejar un poco de lado la evaluación individualizada e interesarse por el trabajo colectivo y por las condiciones de posibilidad de la formación de una cooperación. La vulnerabilidad psicológica frente a la injusticia está sin duda exacerbada por la sensación que tienen los individuos de ya no estar formalmente protegidos por las instituciones. La cooperación no es posible si la gente no se habla, para cooperar hay que escuchar al otro, hay que expresar el punto de vista de uno, aceptar el debate, buscar soluciones intermedias y acuerdos y esa dinámica que es necesaria para construir la cooperación, también es una dinámica que reconstruye al mismo tiempo el saber vivir juntos, la convivencia y la solidaridad. Antes no se registraban suicidios en los lugares de trabajo porque existía ese "vivir juntos", había solidaridad y nunca se habría dejado que un colega cayera en la depresión, los colegas se habrían interesado por él, le habrían hablado, y le habrían exigido que él hablara, no lo hubieran dejado solo.
–¿Qué responsabilidad le cabe a los sindicatos?
–Los sindicatos no entendieron la importancia de este giro hacia los managers, incluso lo apoyaron y ese fue un error histórico muy grave. Le puedo explicar en dos palabras el análisis que ellos hacían: ellos pensaban que la evaluación del rendimiento, que se volvió individual, objetivo y cuantitativo a través de la medición, era una cuestión de justicia. Permitiría alcanzar, incluso, más justicia porque todos iban a ser medidos con las mismas herramientas. También la comunidad científica tiene responsabilidades. Desde ese sector se apoyó a la ideología de la evaluación al sostener que todo en este mundo puede ser evaluado y puede ser medido. La responsabilidad de los científicos es mayor; creyeron que la automatización iba a reemplazar el trabajo humano. Y creyeron en esa tesis absurda del fin del trabajo. Todo el mundo aceptó la tesis del fin del trabajo, que es un absurdo intelectual como si se pudiese producir valor, producir riqueza, sin pasar por el trabajo humano. Todos creyeron en eso.
–No hablamos del control social que usted plantea en algunos de sus libros…
–Primero fueron experimentadas en las empresas, que debido a la centralidad política del trabajo tienen un impacto enorme en el funcionamiento de la comunidad. Esas nuevas formas de dominación están muy ligadas a la evaluación individualizada del rendimiento, que es un formato muy poderoso y que fue posibilitado por los managers de un lado y la informática del otro. Ese fue un momento histórico. Hace treinta años era impensable que hubiese una computadora en cada puesto de trabajo, pero los managers comprendieron que el ordenador podía funcionar como una plataforma que graba todo. Eso fue algo totalmente imprevisible y se perfilaba como un nuevo método de dominación. Ahora hay computadoras en todos lados. La evaluación individual de la performance logró destruir la solidaridad sindical. El sindicalismo en Francia, por ejemplo, siempre fue muy poderoso, era el país más sindicalizado de Europa. Hoy sólo el 6 por ciento de los trabajadores pertenecen a un sindicato, la transformación ha sido enorme. Los sindicatos aceptaron masivamente la evaluación individualizada y en la sociedad crecen las personas que adoptan comportamientos individuales, desleales respecto de los otros, donde la desconfianza ocupa el lugar de la confianza. Entonces, la solidaridad se destruye también en el seno de la sociedad. La civilidad se destruye, los valores del vivir juntos desaparecen; en ese sentido la justicia misma se ve desestabilizada. La sociedad va mal. Ahora bien, el individualismo no cayó del cielo, fue fabricado por métodos muy poderosos y la base de experimentación fue la empresa y luego toda la sociedad. Al mismo tiempo las instituciones,  y en particular el estado, soltaron la conducción a los managers y así aceptaron reducir la intervención del estado, promoviendo en todo el mundo la empresa como modelo de la sociedad.
–Usted sabe que Europa está sumergida en una crisis descomunal, y sus condiciones socioeconómicas no son las mejores para generar una situación de solidaridad que evite tanto sufrimiento en el trabajo, como usted describe. ¿Se profundizó la situación de sufrimiento en el trabajo?
–No estoy tan seguro que la crisis sea una causa del agravamiento de las patologías mentales, tal vez voy a ser un poco provocativo, pienso que es todo lo contrario. Es la transformación del trabajo la que provocó la crisis. Se introdujeron nuevos métodos, la primacía de la gestión particularmente, que permitió aplicar un proceso de reducción de personal y que significa una transformación de los métodos de dominación. La llegada de las ciencias de la gestión ha permitido un proceso de reducción de personal. En Francia en particular y también en toda Europa es necesario analizar las causas de esa derrota que hoy en día tiene consecuencias trágicas y provoca la crisis. Los directivos de empresas y los managers nunca han sido tan ricos como ahora, sería como un retroceso histórico que vuelve a poner en cuestionamiento el compromiso social con el nombre de acuerdo fordista. Volvimos a una época anterior a ese acuerdo fordista y volvemos a formas del capitalismo salvaje del siglo XIX. « 
 
Perfil
Investigador
Christophe Dejours es director del Laboratorio de Psicología del Trabajo de Francia.
Fuente: Tiempo Argentino
 

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