El líder de la segunda fuerza política de Grecia
afirma que el problema no es la moneda única, sino las políticas que la
acompañan. En este reportaje destaca el modelo argentino y se interroga
sobre los desaparecidos griegos en nuestro país.
Por Eduardo Febbro
Desde Atenas
–Euro o no euro. Esa ha sido la gran disyuntiva a través de
la cual se le presentó a Grecia y, particularmente, al movimiento Syriza
que usted dirige. ¿Cómo analiza el momento de crisis que atraviesa
Europa y que parece poner en tela de juicio mucho más que la sacrosanta
estabilidad del euro?
–Creo que el modelo europeo debe reconstruirse desde abajo. No
podemos estar satisfechos con lo que hoy se llama Europa. La crisis
actual no es una crisis europea sino mundial. Europa no cuenta hoy con
los mecanismos para hacerle frente y controlar el ataque financiero
mundial contra sus pueblos. Esto explica por qué Europa se convirtió en
un continente donde el ataque del sistema financiero mundial fue feroz.
Estamos sin defensa.
–¿Acaso el euro, la moneda única, no es una moneda
imposible, es decir, una divisa que no representa el nivel real de los
17 países que componen la Zona Euro y que, por consiguiente, impone
sacrificios a muchas naciones que no están a la altura de lo que el euro
necesita para existir?
–El euro no es la única razón de la crisis, pero sí es parte de
ella. El resorte de la crisis es la arquitectura del euro dentro de
Europa. Necesitamos tener una moneda única, pero no una moneda
controlada, que lo único que hace es hacerles favores al gran capital y a
los ricos. Lo que nos hace falta es una moneda que responda a la
necesidad de los pueblos. Tenemos una moneda única, pero nos falta
contar con la capacidad de tener políticas para todos los países, en
especial para los países de la periferia, que están sufriendo en este
momento. El euro es un fenómeno mundial único: tenemos una moneda única,
o sea, una unión monetaria, pero carecemos de unión política y de un
Banco Central Europeo capaz de ofrecer ayudas a todos los países de
Europa.
–¿No hay una contradicción en su postura: ser de izquierda y al mismo tiempo defender el euro?
–La contradicción existiría si uno defendiera de qué manera funciona
el euro, qué es lo que representa y cuál es la arquitectura y la
hegemonía dentro de esa moneda única. El problema no es la moneda única
sino las políticas que acompañan esta moneda. El euro se ha convertido
en una cárcel para los pueblos de Europa, en especial para las economías
más débiles de la periferia que están enfrentando la crisis. La
contradicción está en la base con que se construyó el euro. El euro es
un polvorín que va a explotar si seguimos con este rumbo. Las políticas
de ajuste que van mano a mano con el modelo neoliberal dentro del euro
nos van a conducir a la destrucción del euro. Pero esta perspectiva la
van a pagar los pueblos y no los bancos, que van a salvarse, o a tratar
de salvarse. El sectarismo dogmático de las elites europeas que
defienden ese modelo conduce a Europa muchas décadas hacia atrás.
–El grado de diagnóstico que usted y la izquierda hacen de
la problemática es brillante. Pero no se encuentra la misma eficacia en
la forma de gestionar la confrontación con el sistema liberal. ¿Cómo
salir entonces de la poesía del diagnóstico y entrar de verdad en un
proceso de reforma contundente?
–Una buena manera consiste en empezar cambiando las correlaciones de
fuerzas en la sociedad. En mayo y junio pasado el partido Syriza estuvo
muy cerca de romper esa correlación de fuerzas que existía. Grecia se
convirtió en un experimento ultraliberal, en el conejillo de Indias.
Aquí se puso a prueba la política del shock para luego ampliarla al
resto de Europa. Pero tenemos la reacción de la sociedad. La gente ya no
tiene ahora la vida cotidiana que tenía antes y es esa misma gente la
que reaccionó para que las cosas cambien. Con su movilización la
sociedad amenazó a las elites de nuestro país. Eso significa que sí
estamos cambiando la correlación de fuerzas mediante el comportamiento
crítico de las masas. Hay que recordar que, después de la ocupación nazi
y fascista de nuestro país, pocos años después, en 1958, la izquierda
estuvo a punto de llegar al poder. Las últimas elecciones las perdimos
por un estrecho porcentaje. Pero hay que tener en cuenta que del otro
lado no tenía como adversarios solamente a las fuerzas políticas, sino
también a un sistema financiero mundial y europeo muy poderoso que nos
combatió con todas sus armas de manera feroz. Pero si ganábamos las
elecciones quizá Grecia se hubiese convertido en el eslabón débil capaz
de romper la cadena que sujeta a Europa. Tal vez Grecia pueda pasar así
de ser un conejillo de Indias a ser el futuro bebé, el embrión de la
esperanza. Esa oportunidad histórica no la hemos perdido todavía. Los
pueblos no han dicho su última palabra.
–¿Grecia fue un poco el paradigma de Chile en Europa?
–Si ganábamos las elecciones nos hubiésemos convertido en el Chile
de Europa. Pero no lo sabemos hoy. Las experiencias latinoamericanas de
los últimos años son muy ricas para nosotros. Lo que pasó en Chile
cuando cayó la dictadura, lo que pasa en Venezuela hoy, lo que pasó en
la Argentina hace diez años, cuando el FMI se fue de la Argentina, todo
eso constituye experiencias que nos hacen mucho más ricos y ayudan a
perfeccionar y a concretizar nuestra estrategia, tanto en Grecia como en
Europa.
–¿En qué sentido lo ocurrido en Chile, Venezuela o la
Argentina es un aporte para los movimientos de izquierda radical del
Viejo Continente?
–La lección más importante radica en que la izquierda no puede
desplegar sus armas en la sola propuesta de cambio político del sistema,
no. La izquierda tiene que basar su esperanza y su trabajo en la
sublevación del pueblo. Los pueblos se levantan y luchan. Si en el
futuro llegamos a tener un gobierno Syriza en Grecia, para poder
trasladar el poder de los poderos al pueblo ese proceso tiene que estar
acompañado por la participación de las masas, a fin de revertir la
situación. Un gobierno solo no lo puede hacer. También son necesarias
nuevas instituciones democráticas. Nosotros no podemos cambiarnos de
ropa y ponernos el traje del poder anterior. Ese traje no nos queda
bien. Hay que crear entonces nuevas instituciones sociales y políticas
para levantar a las fuerzas del pueblo, que en este momento están
marginalizadas dentro del sistema y no tienen ni participación ni poder.
Debemos trasladar ese poder a toda la gente.
–Muchos comparan lo ocurrido en la Argentina en 2001 con lo
que está ocurriendo en Grecia. Se recuerda a aquel eslógan argentino que
decía “que se vayan todos”. ¿Es válido un enunciado semejante para la
Grecia actual?
–Acá se siguen escuchando voces que dicen “que se vayan todos”. Los
grandes medios de comunicación apoyaron este eslogan que, en realidad,
no tiene contenido político. ¿Pero cuál fue el resultado de eso?: en un
país como Grecia, donde nació la llamada democracia, tenemos ahora el
renacimiento de las ideas fascistas de la mano del partido neonazi
Aurora Dorada, que hoy está en el Parlamento. Aurora Dorada está
encontrando apoyo hasta en las clases populares. Hay sí muchas
similitudes entre lo que pasó en la Argentina y la Grecia de ahora. La
política del shock liberal que se implementó en la Argentina en los años
’90 bajo las órdenes del FMI también se aplicó aquí. Estamos en ese
proceso, lento pero destructivo, un proceso que se comporta de forma muy
violenta contra los pueblos y los marginados: planes de ajuste, ataque
contra los salarios, desempleo. Pero como estamos en la Zona Euro el FMI
no tiene las cosas tan fáciles como en la Argentina. Si nos abandonan,
las consecuencias serían muy importantes para los otros países de
Europa. Nuestra economía representa el 2,5 por ciento del total de
Europa. Además, el euro es la segunda moneda de reserva en los bancos
mundiales.
–¿Qué lecciones saca usted del desastre argentino del 2001?
–La experiencia argentina es muy importante para sacar conclusiones
políticas. Diría que la conclusión más importante radica en que la
política del neoliberalismo es cínica, inhumana. Es un callejón sin
salida. Pero, por otra parte, la Argentina nos mostró la forma en que un
pueblo se puede parar contra este sistema y reconstruir sus bases para
vivir mejor, para reorganizar el Estado y la sociedad. Tuve que
responder en el Parlamento al ministro griego de Economía cuando atacó
de forma muy racista a la Argentina. El ministro dijo: “Noso-tros no
somos como los argentinos”, y yo le respondí que estábamos mucho peor
que Argentina. Esa es la verdad.
–La democracia argentina se revalorizó con la crisis. En
Grecia, en cambio, surgió un movimiento neonazi muy poderoso. Esto
permite conjeturar que puede haber en el futuro una mayoría neonazi con
una oposición de izquierda radical fuerte, o al revés.
–No creo que lleguemos a tener un gobierno de extrema derecha.
Nuestro pueblo es heredero de una gran historia antifascista. Este
pueblo tiene memoria histórica y no lo va a permitir. Pero hay algo que
debe decirse claramente: el neonazismo y Alba Dorada no son una fuerza
antisistema, no, es una fuerza del sistema dentro del sistema. Es el
brazo más fuerte del sistema que será utilizado si se siente en peligro.
El único peligro para nuestro país son las políticas neoliberales, la
troika (Fondo Monetario Internacional, Banco Central Europeo, Unión
Europea) y el movimiento neonazi, que es un aliado para seguir en este
camino.
–Usted rompió hace poco el silencio proponiendo en el
Parlamento griego que Grecia se ocupara del destino de los
de-saparecidos griegos en la Argentina. ¿Cómo quedó ese reclamo?
–Dentro de los 30 mil desaparecidos en la Argentina durante la
década de los ’70 hubo casos de aproximadamente 17 personas que eran
hijos de griegos. Sus padres no saben aún qué pasó con sus hijos.
Nosotros planteamos ese tema en el Parlamento para poder tratar de
averiguar con la ayuda del gobierno argentino qué pasó con esos jóvenes.
Nosotros no podemos olvidar cómo un régimen autocrático que gobernó la
Argentina llevó al genocidio a casi una generación. La violencia, la
desaparición y el asesinato de tanta gente en manos de esos regímenes
autocráticos no pueden dejarse en el olvido. En la historia moderna hay
un paralelo entre Grecia y la Argentina, porque acá también hubo
dictaduras apoyadas por los grandes imperios. Debemos proteger con la
democracia a las futuras generaciones de esas dictaduras.
–Los neonazis tienen mucha fuerza. Parte de ella nace del
trabajo social que hace, de su acción en la calle, de su oferta de
seguridad. ¿Acaso a la izquierda no le falta capacidad de acción para
derrotar a la ultraderecha en el terreno de lo concreto?
–Lo que tiene que hacer la izquierda es crear un frente ideológico
y, al mismo tiempo, construir un modelo de sociedad que resiste y es
solidaria. La solidaridad no es la filantropía sino cómo resistir
juntos. No tenemos que permitir que esos grupos se presenten con la cara
lavada cuando en realidad representan la historia de lo más violento
que sufrió la humanidad. Nuestra lucha en la calle tiene que tener otro
modelo para elaborar ese frente ideológico de protección del pueblo. Se
trata de un frente doble: contra las fuerzas neoliberales y contra el
fascismo.
–La llamada izquierda radical tiene muchos enemigos,
empezando por quien debería ser, al menos, un aliado parcial: la
socialdemocracia.
–En Europa y en el mundo la socialdemocracia ha pasado por una
mutación increíble en los últimos años. La socialdemocracia opera como
una suerte de cirugía plástica con la cual quieren cambiar algo que no
se cambia. Este capitalismo financiero casino no pueda cambiar de imagen
por más cirugía que se le haga. La socialdemocracia es incapaz de
ofrecer soluciones a los problemas sociales y reales que enfrentan los
pueblos. En Grecia, el partido que representó a la socialdemocracia, el
Pasok, no se diferencia en nada de la derecha. Son una copia. Por eso
nuestra izquierda puede convertirse en un polo de alianzas con auténtica
base social y popular.
–Cuál sería su modelo ideal: Chávez en Venezuela, los Castro en Cuba, Lula en Brasil o el peronismo de Kirchner en la Argentina.
–América latina siempre fue un laboratorio social y político
increíble que da resultados. Cada país y cada movimiento tienen su
particularidad. A nosotros nos interesa saber cuál es la mejor visión
del socialismo del siglo XXI para todo el planeta. A pesar las
particularidades necesitamos una visión común y los mismos enemigos.
Nosotros seguimos muy de cerca el proceso de integración en América
latina. Ese proceso no es teórico, está en práctica y da respuestas al
dogmatismo neoliberal. Pero lo que se encuentra más cerca al modelo
griego es Argentina y Brasil. En las realidades sociales y en las
paralelas históricas, tenemos mucho más que ver con lo que sucedió en
Argentina y Brasil. Desde luego, también tenemos puntos en común con
Venezuela y Cuba. Nuestros enemigos dicen que Syriza quiere convertir a
Grecia en la Cuba de Europa. Nosotros les respondemos que ellos quieren
crear una Cuba en Europa, pero la Cuba de antes del ’60. A eso quieren
llevarnos.
–Usted representa a una generación marcada por una época
donde se produjo una gran despolitización. ¿Cuál sería la fórmula para
reintroducir la política y, más concretamente, el interés por una
política de izquierda?
–En este momento estamos viviendo la última fase del capitalismo y
no del socialismo. Estamos en la caída del sistema capitalista y esto
nos conduce a un análisis diferente del comportamiento social como
generación, tanto más cuanto que constatamos las condiciones en las que
estamos viviendo hoy en día. Mi generación entró en la política como una
fuerza muy pequeña en las universidades y en las escuelas cuando ya
había una hegemonía casi total del neoliberalismo, cuando se presentaban
porcentajes de crecimiento económico enormes y a la vez abstractos y
cuando los ejemplos del buen vivir eran el súper consumismo. Ahora
estamos en otra realidad. Hoy, en Grecia, uno de cada dos jóvenes que
tiene entre 24 y 35 años no tiene trabajo. Están condenando a esa
generación a vivir mucho peor que sus padres, los están condenando a
vivir sin soñar. Lo que le podemos dar y decir a esta generación es que
tiene que reencontrar en su conciencia la esperanza dentro de la lucha.
Para poder reconstruir esas vidas destruidas deben creer que hay un
futuro mejor, no hay otra manera. La justicia social y la dignidad son
dos cosas muy importantes para una generación que quiere reconquistar su
futuro.
–Usted juega el fútbol y está rodeado de gente argentina,
uno de ellos es de Independiente. Dentro de poco irá a la Argentina. ¿A
qué club le pone fichas? Tomemos tres: Boca, River o Independiente.
–Apuesto por Boca porque Maradona jugó en Boca. Yo tengo esa imagen
mítica de la Bombonera que vi en las fotos y en las películas. Tengo
mucha fe en la política de Syriza porque tenemos eso fútbol de la
fantasía que es el fútbol argentino.
Fuente: Página/12
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