Federico Estévez
APUBA
¿Nuevo
movimiento político? ¿Expresión de lo viejo? ¿Añoranza noventista? ¿Cómo leer la
manifestación de anoche?
Siempre
es temprano para una lectura acabada y el presente es particularmente complejo y
rico, políticamente denso, en el mejor sentido de la palabra, en su acepción más
positiva y feliz. Pero nada podrá evitar que lo intentemos, que nos aproximemos
a un primer análisis, por encima de la bronca, el asco o la adhesión que pueda
despertarnos el episodio vivido este jueves en algunas ciudades de nuestro país.
En el
principio, la mera descripción del fenómeno: clases medias y altas, dato que
nada tiene de peyorativo, sino que se desprende de sus vestimentas, lenguajes y
métodos de protesta. Numerosos, provienen de distintas reuniones vecinales
desarrolladas estos últimos meses, mucho más reducidas y de menor significancia.
La de ayer asoma como distinta, porque esa manifestación casi de consorcio
alcanzó a confluir de a miles en la Plaza de Mayo, en un número todavía escaso,
pero mayor que el producido en las últimas escaramuzas de lata.
La
confluencia masiva debe hacernos pensar en un segundo elemento, también
trascendente: las consignas. Y allí, en el plano más verbal de la protesta, es
donde aparecen una multitud de quejas, difícilmente aunables en un proyecto
propio, pero identificables, cuantificables, y en las que reluce con claridad
una fuerte influencia mediática. No obstante ello, el universo de esa queja
sigue siendo simple y contradictorio. El odio que une a esa pequeña multitud
exhibe, deja ver, poderosas contradicciones, desprolijidades del sentido que
saltan a la vista y que son también, fácilmente listables:
-Portan prolijas banderas
argentinas, pero piden dólares y se quejan de la imposibilidad de comprar moneda
extranjera.
-Afirman, desde sus banderas y
sus cánticos, que vivimos en una dictadura, pero gritan “que se vaya” a
una presidenta electa en democracia por el 54% de los votos
-Piden mayor libertad de
expresión, pero su queja es transmitida y auspiciada antes, durante y luego de
la protesta por las principales cadenas de noticias.
Y así
ingresamos, en este inicial primer análisis, al tercer elemento, absolutamente
primordial, ineludible: lo programático, lo que en todo caso tiene esto de
porvenir. Porque la política es siempre una orientación hacia el futuro. Aquí
vamos entonces: Los medios masivos que ayer enaltecieron la convocatoria,
festejaban como principal fortaleza, que no había en la Plaza “banderías
políticas”. Curiosa paradoja. El elemento destacado es justamente la mayor
debilidad de la manifestación de anoche.
No había
en la Plaza de este jueves seres humanos decepcionados por un proyecto nacional
que de pronto, imprevistamente, hubiera dejado de cobijarlos. Nada de eso. Ayer
en la Plaza había huérfanos. No había banderas partidarias porque sus propios
partidos los avergüenzan y los han dejado solos y desesperados. La sola
exhibición de una ideología partidaria partiría, haría añicos, la pretendida
homogeneidad del “hombre común”, “espontáneo” y cacerolero. Y no
hay hoy un referente opositor capaz de recoger los trozos de ese espejo roto. De
ahí la multiplicidad de consignas y el gastado tridente de palabras vacías, como
“Libertad”, “Seguridad” y “Respeto”, ahuecadas de tanto
pronunciarlas.
Permítaseme, por estas horas febriles, una última apostilla:
Nada hay más convocante que el rechazo. Tampoco nada más inútil y peligroso.
Quienes orquestaron y disfrutaron el nuevo episodio de esta saga, saben, mejor
que nadie, que el debate es hoy la libertad del mercado o el dirigismo estatal
que aborrecen y combaten, no sólo acá, sino en el mundo entero. Y frente a ello
no hay espontaneidad posible, ni “Hombre común”, inocente y apolítico.
Tendrá que haber carnadura, sigla, bandera, asunción de una tradición y un
estandarte. En esa cancha… todavía no juegan.
Federico
Estévez, 14 de septiembre de 2012
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