Por Adrian Murado
La Argentina mediática describe las relaciones laborales así: de un lado los empresarios “preocupados”, “angustiados”, “agazapados”, desvalidos frente al “avance desmedido” de los sindicalistas que “muestran los dientes”, “voraces” en sus “presiones salariales” –los encomillados no son casualidad–. En el país que dibujan Clarín, La Nación y sus subsidiarias menores rige una lógica binaria dónde las sufridas empresas locales son rehenes de sindicatos desbocados que, con su desmedida ambición salarial, son responsables casi absolutos de la inflación. Porque ésa es la conclusión que el establishment impuso a sangre y fuego hace tres décadas: que el incremento de salarios es el principal motor de la inflación. No existen otras variables. No hay factores monetarios, fiscales o captación de renta que explique, para este relato, por qué suben los precios. La culpa es de los asalariados y de su temeraria intención de querer vivir mejor. Habráse visto semejante imprudencia… Con las paritarias a la vuelta de la esquina, la demonización de los salarios volvió al tope de la agenda política. Desde que el gobierno de Néstor Kirchner restituyó el ejercicio de las paritarias y la noción de dignidad laboral, las campañas tendientes a moderar los reclamos sindicales se convirtieron en un clásico del verano. Esta vez con un ingrediente adicional: el impacto de la “crisis global”. La sugestión, se sabe, suele ser una herramienta eficaz en manos del patrón. “Me parece que debe haber cierta cautela de los sindicatos en los pedidos salariales para que esto sea compatible con un proceso de crecimiento sostenido y con una rentabilidad razonable para las empresas”, resumió, por caso, el patriarca del empresariado local, Paolo Rocca, del emporio Techint. Palabras más o menos, el concepto suele ser replicado por sus pares ante los micrófonos amigos, que jamás harán la pregunta clave: ¿y cuánto considera usted que sería una “rentabilidad razonable”? La respuesta sincera a esa pregunta exoneraría a los salarios como responsables primario de la inflación. Un estudio reciente de los economistas Nicolás Arceo, Mariana González y Eduardo Basualdo concluye que la apropiación excesiva de renta y la ausencia de inversiones explican el proceso inflacionario mucho mejor que la recuperación del poder adquisitivo de los salarios. El informe asegura que “si bien las condiciones de vida de la clase trabajadora mejoraron sensiblemente a lo largo de la posconvertibilidad, dicho proceso se sustentó centralmente en el aumento en el nivel de empleo, ya que los ingresos reales de los ocupados, a pesar del extraordinario nivel de crecimiento económico experimentado en esta etapa, sólo recuperaron lo perdido en el marco de la crisis final del régimen de convertibilidad”. La contracara es la tasa de rentabilidad, que en el mismo período lleva acumulado un 8,5 por ciento. En los ’90, ese promedio no superaba el 3,1 por ciento de las ventas totales. Esa captación de renta fue posible gracias a la revitalización del mercado interno, apalancada por la recuperación del poder adquisitivo del salario. Invertir parte de esa renta para ampliar la oferta y, a la vez, sostener la demanda a través del salario pueden provocar el esperado salto de la recuperación al desarrollo. Persistir en el modelo de acumulación y ajuste salarial implicará, en cambio, tomar un atajo al pasado. Revista Veintitrés - 18 de enero de 2012 |
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