Fernando Pita
El marco del debate actual
La creación del “Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego” por parte de una iniciativa de la presidenta Cristina Kirchner generó debates cruzados, pases de factura varios en los cuales muchas veces esconden disputas por espacios de poder, más allá de la eterna discusión la relación de la historia y la política. Parte de este debate está atravesado con un enfoque similar al que se dio con la Ley de Medios entre “periodismo” y “periodismo militante”. Cuando desde ciertos ámbitos académicos se acusa a quienes defienden miradas ligadas a los llamados revisionismos de ser “militantes” se lo hace desde un sitial donde se entiende que la “verdadera historia”, o mejor dicho, la mejor manera de hacer historia no debe confundirse con hacer militancia política desde la historia. Muy parecido a algunos periodistas o ciertos medios de comunicación no oficialistas critican a los periodistas que defienden apasionadamente al actual gobierno. Los debates entre los que defienden la “objetividad”, la “neutralidad” y los que son parciales o “partidistas” volvieron a tomar fuerza.
En este contexto, el kirchnerismo no solo logró apoyo electoral sino que también suscitó apoyos intelectuales como quizás no haya despertado desde el fin de la dictadura (1976-1983) en sus inicios el alfonsinismo. Los debates que se dan a partir de la aparición de Carta Abierta fue uno de los ejemplos más claros de los diversos posicionamientos que se fueron dando. Desde los diversos gobiernos constitucionales post-1983, el kirchnerismo fue quien “recuperó” elementos “militantes” propios de la generación del ´70 y retomó parte del discurso revisionista histórico muy popular por entonces. Si bien el kirchnerismo retomó agendas políticas ligadas al alfonsinismo, y muchos intelectuales que apoyaron ese gobierno lo hacen también al actual, no significa que desde el ámbito académico se revalorice a las diversas corrientes revisionistas. El perfil de hacer historia que se impuso desde 1983 sigue vigente, aunque tenga críticas desde un marxismo académico que destaca su carácter científico. Un “sentido común historiográfico” destaca que cualquier escrito no ligado los procedimientos profesionales no es considerado historia, en todo caso, es un ensayo militante. Dentro de ese rubro, entraría no sólo los revisionismos, sino también otras obras consideradas de “militantes”.
Cuando asumió Alfonsín en 1983, la historia reciente del terrorismo de Estado puso más el acento en la condena a la “violencia” de los ´60 y ´70 donde la teoría de los dos demonios fue la hegemónica. La mayoría de los historiadores que retomaron la conducción académica de las universidades nacionales más importantes como la UBA “revisaron” su pasado militante e historiográfico y construyeron una mirada crítica de ese período histórico. Cuestionando por utópica e imposible de llevar a la práctica proyectos de transformación revolucionaria de la sociedad revalorizaron aspectos ligados a la defensa de las instituciones republicanas y de la democracia liberal como único horizonte deseable. La caída de los llamados “socialismos reales” profundizó esa visión. Temáticas o períodos históricos como las décadas donde tuvo presencia la lucha armada y categorías conceptuales como “dependencia” o “clases sociales” fueron dejadas de lado por ser demasiado “politizadas”. Se hacía una distinción tajante entre la “historia profesional” y la “militante”, la cual sólo era vista parcialmente como corriente historiográfica y de modo marginal en los ámbitos académicos. Los conflictos y sus categorías deberían dejar de lado a la búsqueda de consensos y resolver los problemas por los canales institucionales permitidos por el sistema representativo. En este sentido, los temas de investigación y los enfoques estaban lejos de no tener una mirada política. No se ponía en tela de juicio el propio sistema capitalista y su régimen político. Desde el “pluralismo” dejaban afuera el conocimiento de otros enfoques a las nuevas generaciones de historiadores que se formaban.
El imaginario clásico del peronismo y del revisionismo histórico con la llegada al gobierno de Carlos Menem fue perdiendo más terreno, ya que las políticas neoliberales y de “conciliación nacional” que planteaba olvidar diversas visiones “anacrónicas” en pos de la integración al primer mundo. Sin embargo, aunque parezca contradictorio, la repatriación de los restos de Rosas dentro del marco de un discurso que privilegiaba la “conciliación nacional” y el darle carácter oficial al Instituto “Juan Manuel de Rosas”, pasando a formar parte de la Secretaría de Cultura y estableciendo un antecedente con la actual iniciativa. Las privatizaciones y los recortes universitarios colocaron a gran parte de la intelectualidad en posiciones críticas y muchos de ellos con posturas moderadas que reclamaban fundamentalmente cuestiones éticas ligadas a las críticas a la corrupción y de mejoría de la calidad institucional.
La creación del nuevo instituto generó en ese sentido una fuerte tensión. El kirchnerismo que logró mayor apoyos en intelectuales ligados a las ciencias sociales y económicas no pudo controlar la mayoría de los espacios institucionales de la UBA. Después de la crisis del 2001 el radicalismo universitario que dirigía desde 1983 la mayoría de los claustros comenzó a declinar. El marco de alianzas que fue tejiéndose para conducir dicha universidad tiene al kirchnerismo uno de sus componentes pero teniendo que compartir dicha hegemonía con sectores radicales e independientes. No casualmente, el kirchnerismo –como también lo había hecho el menemismo en los ´90– apostó a la creación de nuevas universidades nacionales en el conurbano bonaerense que sean “más del palo”, las cuales recibieron financiamiento.
El grueso de los historiadores ligados a los ámbitos universitarios tuvo apoyos más orgánicos o en algunos casos más matizados a distintas variantes políticas como fue el alfonsinismo o la Alianza, tratando de hacer equilibrio en que no se confunda dicho apoyo con su producción historiográfica. Quizás, sea esta una de las razones para entender como desde el “rigor científico” y acusando de intentar generar un discurso hegemónico criticaron la aparición del nuevo instituto. La posibilidad que existan becas y subsidios que se destinen a esta iniciativa provoca reacciones por una “caja” cada vez más exigua en tiempos de crisis. Sin embargo, no deberíamos establecer que la disputa sea por cuestión de manejos económicos. En el fondo, también se desliza un debate sobre el rol de la historia y cual es el lugar “legítimo” desde donde se escribe la misma. Al mismo tiempo, la simpatía que el kirchnerismo generó en muchos intelectuales que vieron mejorados sus ingresos por el incentivo a ciertas políticas de investigación no acompañaran las críticas de otros colegas historiadores, sin por eso tampoco simpatizar con el nuevo instituto.
En contraposición, quienes desde las diversas visiones que están emparentadas a los distintos revisionismos históricos siempre tuvieron un rol marginal en la disputa académica, más allá de acercamientos puntuales como fueron las cátedras nacionales a fines de la década de los ´60 o el breve interregno del rectorado en la Universidad de Buenos Aires (UBA) de Rodolfo Puiggróss durante el también efímero gobierno de Cámpora. A su vez, el contexto histórico en que se habían desarrollado dichas corrientes y la posterior derrota popular que implicó el golpe de 1976 generó un vacío generacional y no hubo nuevos historiadores que retomaran la posta. El fallecimiento de esas generaciones de autores dejó el camino a quienes repetían argumentos o difundían obras desde espacios culturales y políticos, casi siempre por fuera de la academia y de forma muy marginal, pero no hubo grandes renovaciones de contenidos. La creación del “Dorrego” coloca nuevamente a historiadores (más allá del título universitario) al calor de las oficinas estatales, aunque fuera de los espacios académicos.
Estado, revisionismos, historiadores militantes y academia
No es nuestra intención hacer un recorrido detallado del derrotero de la relación existente entre las diversas corrientes y su relación con los espacios institucionales estatales (no sólo universitarios) sino simplemente dejar planteado algunos cambios que se fueron dando para intentar entender el debate.
La aparición del primer revisionismo histórico más cercano a posturas simpatizantes de los diversos fascismos europeos y a las visiones previas a la Revolución francesa ligadas a la Iglesia Católica allá por fines de la década del ´20 y principios del ´30 del siglo pasado fue desde los márgenes de los ámbitos estatales. Su prédica contra la denominada “historia oficial” estaba basada a grandes rasgos en los cuestionamientos a los principios liberales tanto políticos como económicos que se impulsó desde el naciente Estado Nacional después de la caída de Juan Manuel de Rosas. La prédica “nacionalista” reivindicaba el hispanismo colonial, las jerarquías sociales y su cuestionamiento al liberalismo venía acompañado de un tradicionalismo criollo que se remontaba de la reacción desde principios de siglo a la difusión de concepciones socialistas, comunistas y anarquistas consideradas como importadas, y por ende, “apátridas”. La necesidad de reestablecer un orden no democrático, armonizador y jerárquico rescataba el rol “paternalista” de Rosas, en contraposición a las luchas obreras y populares, vistas como subversivas. El golpe de Estado de 1943 fue el momento de mayor ligazón de estos sectores al control de diversas instituciones estatales, incluidas las universitarias, cuando las presiones ejercidas por la Iglesia llevaron a adoptar la enseñanza obligatoria de la religión.
El peronismo “original” (década del ´40) no sólo tuvo tensiones importantes con los intelectuales sino que tampoco impulsó en las manuales escolares grandes cambios en la visión de la historia. La historia de los nombres de los próceres defendidos por el “liberalismo” (Mitre, Sarmiento, Roca, Belgrano) a los ferrocarriles recién nacionalizados es el ejemplo más conocido. El cumplimiento de los cien años de la muerte del general José de San Martín buscó ejercer puentes entre dos generales como señalaba la marcha peronista. Sin embargo, el propio San Martín era un personaje que era reivindicado por casi todas las corrientes historiográficas de entonces. La figura del “padre de la Patria” dejaba pocos espacios para los disensos.
La difusión masiva de concepciones historiográficas que ligaban al peronismo con el revisionismo aunque con un tinte menos aristocratizante y elitista y con un perfil más popular se fue dando tras el derrocamiento de Perón en 1955. Autores que no podemos englobar en la misma corriente como Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ramos, José María Rosa, Rodolfo Puiggróss y Eduardo Astesano, entre otros escribieron la mayoría de sus obras post-55. Las simpatías y adhesiones hacia el peronismo no eran homogéneas, ya que algunos pensaban que había que mantener el esquema económico-social y otros enunciaban la necesidad de la profundización hacia horizontes socializantes. Ese debate también tenía otros ejes como si disputar desde el seno del peronismo para radicalizar ese movimiento o bien intentar formar una organización política con pretensiones revolucionarias que lo acompañaran, aunque haciendo hincapié en la necesidad de superar dicha experiencia. Las luchas populares y el retorno de Perón hacia 1973 fueron el marco donde esas visiones que reivindicaban a lo largo de la historia a las clases populares y a los caudillos que apoyaban. Otros debates que atravesaban esas disputas tenía que ver con el rol de la “burguesía nacional” a diferencia de la oligarquía terrateniente y los diversos roles que jugaron las Fuerzas Armadas. La búsqueda del origen popular del ejército entroncado con el apoyo de los trabajadores al general Perón en contraposición a otros momentos históricos es uno de los ejemplos más elocuentes.
Por entonces, esos debates también se cruzaban con otros autores que desde organizaciones partidarias de izquierda que habían cuestionado duramente al peronismo (como por ejemplo, Milciades Peña). Es que el eje de la discusión a través de la historia era la situación política nacional y las posibilidades o no de llevar adelante transformaciones revolucionarias junto a la discusión sobre el peronismo. Tenían menor importancia, por no decir nulas las cuestiones sobre la metodología de investigación o la profesionalidad de la historia. Era un eje completamente distinto donde la militancia política comenzaba a diferenciarse de la carrera académica. No obstante, el clima politizado de dicha época influía en la elección de ciertas temáticas y categorías teóricas donde el marxismo jugaba un rol central. Luego de la creciente profesionalización de los quehaceres historiográficos en la universidad tuvieran cierto auge hasta mediado de los ´60 donde incluso la difusión editorial de la UBA (EUDEBA) alcanzó grandes tiradas, la irrupción de la “noche de los bastones largos” tras el golpe de 1966 quebró las posibilidades de acceso en los ámbitos académicos, obligando a muchos de ellos a un primer exilio donde las becas de fundaciones y universidades extranjeras acentuaron el perfil académico. José Luis Romero y Tulio Halperín Donghi quizás sean los exponentes más relevantes del origen de la llamada “historia social” que muchos de los actuales historiadores académicos plantean ser sus sucesores.
Sin embargo, la diferenciación entre “historiadores profesionales” e “historiadores militantes” no omitía la aparición de otro tipo de historiadores que tampoco eran “profesionales” (es decir, sin el título de profesor o licenciado de historia) y que aspiraban a ser leídos por el “gran público”. Félix Luna era uno de los “historiadores” más conocidos intentando ser ecléctico en torno a las visiones historiográficas. En su revista “Todo es Historia” escribían autores de diversas corrientes. Otros investigadores que provenían del periodismo como Osvaldo Bayer también incursionaban en la historia. En definitiva desde distintos ángulos (más militantes o aquellos que se “dirigían” como Luna a un público menos comprometido políticamente) había quienes buscaban trascender los ámbitos académicos. Los historiadores profesionales son leídos centralmente por colegas y estudiantes. En los últimos tiempos, muchos de ellos como Luis Alberto Romero, Natalio Botana, Hilda Sábato son más conocidos más allá de los ámbitos universitarios al aparecer escribiendo artículos en grandes medios de comunicación, como Clarín o La Nación y la publicación en editoriales masivas que trascienden el ámbito universitario. Del mismo modo, otros historiadores universitarios de menos jerarquía de cargos reproducen esas visiones a través de los manuales escolares.
No queremos con esto plantear que la cantidad de libros señale popularidad de una mirada o el reconocimiento legítimo de alguien como historiador. Habría que pensar que más allá de ciertas estrategias editoriales ciertos autores son más leídos que otros. No compartimos que se deba solamente a que estos sean solamente producto de visiones maniqueas que el “gran público” quiere “consumir”. Sería subestimar al lector de historia o clasificarlo como un “ser inferior” porque no aborda a los autores con “rigor profesional”, es decir, con título, agregándose en la actualidad, el de doctor. Intuimos que hay un “sentido común histórico” latente que de algún modo el kirchnerismo a través del Instituto Manuel Dorrego intenta expresar. El “olfato” empresarial de las editoriales también juega un rol central y hoy autores como “Pacho” O´Donnell o Felipe Pigna (ambos del nuevo instituto Dorrego), son “best sellers”. El neo-revisionismo tiene “ventajas” con respecto a sus antecesores. La ayuda estatal, un “clima de época” y editoriales importantes dispuestas a publicar. Mayoritariamente, los emprendimientos de los ´60 y ´70 eran como la militancia de la época, producto del sacrificio económico y no de partidas presupuestarias.
Quizás, este sea un punto central que diferencien ambas iniciativas “revisionistas”. Más allá de los límites, cuestionamientos interpretativos que se les puedan realizar la producción de los Ramos, Rosa y otros (como así quienes criticaban duramente a estas corrientes, como Milciades Peña) eran de alguna manera “resultado” de interpretar anhelos populares de quienes resistían y luchaban contradictoriamente por vías de transformación social, o intentar retomar los senderos del peronismo interrumpido en el golpe de 1955. El auge de los actuales revisionistas si bien tienen cierto antecedente en la búsqueda de respuestas a la crisis del 2001 (por entonces, periodistas como Jorge Lanata o María Seoane escribían libros generales de historia) a los que se sumaban los Pigna, O´Donnell y otros, como Norberto Galasso que venían escribiendo desde antes, tuvieron mayor difusión ya que había cierta avidez por lecturas históricas. El impulso que editoriales de peso les dio a estos escritores no tan ligados a la militancia post-2001 dejó en un segundo plano a quienes desde miradas críticas si lo hacían más orgánicamente desde espacios políticos y sociales organizados. Además, de las críticas puntuales que podamos hacer a la trayectoria zigzagueante u oportunista de algunos integrantes del nuevo instituto, creemos que su punto más débil es que estos son producto de la difusión oficial y editorial que de su ligazón a una militancia concreta o el intento de organizarla, como lo hacían sus antecesores. Además, cuando una corriente o varias que hicieron su predicamento desde los márgenes oficiales se institucionalizan y estataliza ¿no pierde parte de su vitalidad?
Historias repetidas o búsquedas de nuevas historias
La discusión retrospectiva (como parte de quienes cuestionaron el nuevo instituto) quien tenía “razón” en los ´60 y ´70 tiene parte de hablar con el “diario del lunes” o si no desde un lugar que se autoproclama el poseedor de la verdad científica o política fueron las formas como se discutió este tema. Las críticas centrales fueron desde los ámbitos académicos ya sea los más “republicanos” o los más “críticos” desde la izquierda. No es nuestra intención debatir cuestiones académicas o metodológicas. Sino tratar de aportar desde una mirada política del debate. Podemos coincidir con ciertas apreciaciones que hay que fundamentar con marcos teóricos y fuentes ciertas interpretaciones y no sostenerlas solamente desde una visión política a priori. La discusión debate sigue siendo que tipo de historia es la necesaria.
El fervoroso posicionamiento que se daba hace varias décadas sobre Rosas, las “montoneras”, los caudillos trataban de buscar puntos de contacto con el retorno de Perón y sus proyecciones. La posibilidad de regenerar un capitalismo autónomo, sus límites, o la necesidad de transformar la sociedad era el “sentido” que tenía recurrir a la historia, o la polémica sobre el vinculo “pueblo y ejército”, tratando de reconstruir el peronismo de 1945 fue barrida por el golpe de 1976, junto con aquellos que pretendían transformar revolucionariamente el orden establecido. La intención gubernamental de construir un “capitalismo en serio” y “nacional y popular” ¿tendrá que ver con la conformación del nuevo instituto? Podríamos pensar que parte del discurso kirchnerista que plantea la lucha contra las corporaciones hegemónicas tenga muchos puntos de contacto con la revalorización de estas corrientes. Durante el conflicto del “campo” se habló del enfrentamiento con la oligarquía y no casualmente elementos del neo-revisionismo se evidenciaron en los festejos del bicentenario (contraponiéndolos a los del centenario) y con la reivindicación de la batalla de la Vuelta de Obligado. Entendemos, que la creación del nuevo instituto está dentro de esta visión.
¿Tiene sentido hoy, solamente volver a reivindicar desde el Estado a las figuras “olvidadas” por el propio Estado y sus clases dominantes? Señalamos esto, porque se tiende a disociar al Estado como algo por encima de la sociedad como si no tuviera ningún tipo de relación con diversos sectores empresariales. Sostenemos que reiterar temáticas e interpretaciones que tuvieron su esplendor en otro período desde el propio Estado tiene un aire más a nueva historia oficial y creación de nuevos monumentos. ¿Vale la pena repetir los mismos argumentos que en otros momentos? ¿Sigue siendo la Argentina la misma que en los ´60 y los ´70? ¿Se puede reconstruir un capitalismo autónomo en una economía cada vez más transnacionalizada? Gran parte de la historia “militante” si bien hablaba del pueblo y de la clase obrera hacía hincapié en las organizaciones políticas y sindicales más desde las cúpulas que desde las bases mismas. Incluso, era una “historia” que ponía más énfasis en las cuestiones estatales. Con mayores niveles de “profesionalismo” o “rigor metodológico” o menor, desde libros “científicos” o ensayos, lo que está en discusión que tipo de historia se hace, con algún tipo de ligazón con una visión del mundo y/ o proyecto político. Habría que preguntarse que tipo de “historia” pretendemos quienes consideramos que hay que transformar esta sociedad y no conformarse con un capitalismo más humano y donde el protagonismo y la construcción popular no sea una mera declaración de deseos.
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