miércoles, 12 de diciembre de 2018

Vencimientos de la deuda “Pesada herencia”

9 de diciembre de 2018
0

Resultado de imagen para deuda externa



El segundo acuerdo con el FMI premia al gobierno de Mauricio Macri por haber incumplido las metas pactadas en el primero, con un adelanto e incremento de los dólares que el organismo se había comprometido a girar. El nuevo acuerdo fija un incremento de unos 7225 millones de dólares los desembolsos de este año y unos 12.400 millones de dólares adicionales hasta octubre del próximo año. De esa manera, el acuerdo con el FMI implicará un ingreso neto de pagos de 53.300 millones de dólares para la gestión Macri. 
Por el contrario, quien suceda a este gobierno recibirá 12.600 millones de dólares menos que los que figuraban en el primer acuerdo. Pero además, el próximo gobierno deberá comenzar a repagar el crédito con el organismo. Los pagos netos de ingresos por el acuerdo con el FMI, exigirán al próximo gobierno desembolsos por 5600 millones de dólares en 2020, 21.200 millones en 2021, 22.300 millones en 2022 y 7600 millones en 2023. Es decir, el acuerdo con el FMI impone a la próxima gestión una sangría de 56.700 millones de dólares para cancelar esa deuda. 
Por si ello fuera poco, los vencimientos de intereses y capital de bonos públicos en divisas suman 17.000 millones de dólares en 2020, 27.000 millones en 2021, 28.900 millones en 2022 y 22.600 millones en 2023, arrojando un total de 95.500 millones sin contar las Letras del Tesoro que se sigan renovando. El pago de capital e intereses de la deuda pública externa (bonos+FMI) exigirán 152.200 millones de dólares al próximo gobierno, con años como 2021 y 2022 con vencimientos cercanos a los 50.000 millones. Una situación imposible de sostener, mucho más con los mercados financieros cerrados y ya agotada la instancia del prestamista de última instancia (FMI). 
La consecuencia inevitable será una reestructuración de la deuda, un nuevo acuerdo con el FMI y/o una cesación de pagos. No por nada, los técnicos del Fondo señalaron que la deuda argentina era “sustentable, pero no con una alta probabilidad” en los documentos técnicos que acompañaron la firma de los dos acuerdos. Una elegante expresión con que los burócratas del organismo buscan cubrirse de los cuestionamientos que vendrán ante el previsible fracaso del programa.
Por otro lado, el nuevo acuerdo proyecta reservas cercanas a los 52.500 millones de dólares cuando Macri deje la Casa Rosada. Sin embargo, esas estimaciones se basan en proyecciones muy optimistas de fuga de capitales que no toman en cuenta su habitual aceleración en años electorales. Además, como el acuerdo con el FMI no resuelve la insustentabilidad de la deuda sino que patea el problema para después de las elecciones, lo más probable es que los inversionistas se anticipen acelerando la corrida antes de octubre. Tomando ello en cuenta, el Centro de Estudios Scalabrini Ortiz estimó que las reservas que recibirá el próximo gobierno en unas 26.200 millones de dólares en un escenario de corrida cambiaria. Si la corrida cambiaria fuera acompañada de una salida de depósitos del sistema, las reservas se evaporarían en su totalidad, por lo que, la situación se tornaría insostenible derivando en una suba descontrolada del dólar con posibles confiscaciones de depósitos.
@AndresAsiain

martes, 11 de diciembre de 2018

Democracia en Argentina: balance de 35 años


Imagen: Télam
Este 10 de diciembre se conmemora el Día de los Derechos Humanos, que coincide con el 70º aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948. En la Argentina ese día tiene además otro significado porque recuerda cuando, en 1983, Raúl Alfonsín asumió la primera magistratura del país dando inicio al proceso de recuperación democrática. A 35 años de distancia el balance de este largo período no permite incurrir en ningún tipo de autocomplacencia. Veamos.
Para comenzar, la estabilidad institucional nunca estuvo garantizada y lo que muchos suponían que sería una transición más o menos breve que culminaría en una democracia plenamente consolidada pecaron de ilusos. Subestimaron, cuando no negaron por completo, el papel reaccionario de las clases dominantes (que en ninguna parte son partidarias de la democracia) y del imperialismo norteamericano, que comparte esa visión y esos intereses de las plutocracias autóctonas. Es por eso que después de tanto tiempo transcurrido aún seguimos laboriosamente transitando el camino hacia una democracia plena y digna de ese nombre. 
Veamos: Alfonsín tuvo que hacer entrega del mando presidencial cinco meses antes de lo previsto, el 8 de Julio de 1989, en medio de una caótica situación económica y un estallido social de proporciones. En diciembre del 2001 la implosión del modelo neoliberal, implantado por el menemismo y potenciado por la Alianza, provocó una gravísima crisis institucional –además de económica y social– y entre el 21 de diciembre del 2001 y el 1º de enero del 2002 se sucedieron en la primera magistratura cinco presidentes: el renunciante Fernando de la Rúa, seguido por Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Caamaño y, finalmente, Eduardo Duhalde, quien restablecería un precario orden económico e institucional cuyos dos signos más evidentes fueron el saqueo de los bancos a sus ahorristas en pesos-dólares y un enorme aumento de la desocupación acompañada por un desplome de los ingresos de los asalariados. La situación comenzó a normalizarse hacia comienzos del 2003, y se alcanza una significativa estabilización con la llegada a la Casa Rosada de Néstor Kirchner en mayo de ese año. 
En ese punto comenzó un “ciclo progresista” que duraría hasta el 9 de diciembre del 2015, luego de lo cual un gobierno de derecha embarcó al país en un proyecto de reestructuración neoliberal que se asemeja demasiado a un escarmiento, o a una venganza por los “desvaríos populistas” del kirchnerismo, según dicen sus ideólogos y publicistas. En poco tiempo el gobierno de Cambiemos produjo una hecatombe económica y social pocas veces vista en la historia argentina: acelerado endeudamiento externo para financiar la fuga de capitales de los amigos del régimen, tasas de interés por encima del 60 por ciento anual, recesión económica, bancarrota de pequeñas y medianas empresas, inflación descontrolada, fenomenal aumento en las tarifas de los servicios públicos y las naftas, desvalorización del peso, aumento del desempleo, caída del salario real y de la remuneración de jubilados y pensionados, desinversión educativa y en el terreno de la ciencia y la tecnología todo ello acompañado por exenciones tributarias para las grandes empresas y los sectores más ricos de la sociedad argentina y un absoluto sometimiento neocolonial a los dictados del FMI y la “comunidad financiera internacional”, eufemismo para no hablar de paraísos fiscales, evasores seriales, contratistas corruptos y otros sujetos del mismo tipo. Técnicamente hablando hoy la democracia argentina está cogobernada por una coalición que tiene un socio principal, el FMI, y un mayordomo local, Cambiemos, que simplemente obedece las órdenes que emite la señora Christine Lagarde, directora gerente de aquella institución. Aparte de ello, el gobierno de nuestra democracia ha arrasado algunos de los principios fundamentales del Estado de Derecho (entre ellos, la presunción de inocencia o el encarcelamiento sin juicio previo o con muchos procesos judiciales insanablemente viciados de nulidad) y exhibe un manifiesto contubernio con la Justicia Federal que utiliza a mansalva el “lawfare”, es decir, el sicariato judicial, para maniatar a las figuras que causan molestia en la Casa Rosada. Un gobierno supuestamente democrático que destruyó la televisión y la radio públicas y que desató una verdadera cacería de brujas en los medios de comunicación, cuya asfixiante uniformidad de perspectivas y contenidos editoriales –con escasas y débiles excepciones– es absolutamente incompatible con un régimen pretendidamente democrático. El “pensamiento único” impera en la Argentina de Mauricio Macri, con la complicidad de quienes se autoproclaman como custodios de la república y las libertades democráticas y que procuran no ver lo que es evidente hasta para un ciego.
El pobre desempeño de la democracia Argentina queda también evidenciado, en el terreno duro de la economía, cuando se constata que la proporción de personas por debajo de la línea de la pobreza es en la actualidad mayor que la que existía en 1983, y que lo mismo ha ocurrido con la brecha de ingresos entre el decil superior y el decil inferior de la distribución del ingreso. Es decir, contrariamente a lo que creía y pregonaba de buena fe Raúl Alfonsín que “con la democracia se come, se cura, se educa” la experiencia histórica demuestra que no ha sido ese el caso. Tamaña frustración del proyecto democrático lejos de ser un rasgo idiosincrático de la Argentina se reproduce, en mayor o menor medida, en muchas otras democracias. Es por ello que no sólo autores inscriptos en la tradición socialista sino mismo quienes provienen de algunas corrientes del pensamiento liberal democrático –como Sheldon Wolin, Jeffrey Sachs, Colin Crouch o Peter Dale Scott, para ni hablar de gentes como Noam Chomsky, James Petras o Michael Parenti– han planteado la necesidad de abandonar ese término: democracia, para definir los sistemas políticos de varios países del capitalismo avanzado, comenzando por Estados Unidos, y utilizar en su reemplazo la palabra “plutocracia”, es decir, gobierno de los ricos, por los ricos y para los ricos (o de los mercados, por los mercados y para los mercados) como una forma de describir precisamente la naturaleza de aquellos regímenes. Como lo hemos demostrado en nuestro Aristóteles en Macondo, ya el gran pensador griego había definido a la democracia como el gobierno de los más en beneficio de los pobres. Y si algo debe hacer un gobierno democrático es trabajar incansablemente para reducir la desigualdad económica y social y propender al bienestar de las grandes mayorías. 

La evidencia muestra que en países como Estados Unidos, buena parte de los europeos –¿no protestan acaso contra el vaciamiento de la democracia los “chalecos amarillos” de Francia y, antes, el 15 M en España?– y la casi totalidad de los de América Latina las desigualdades se acrecentaron y dieron nacimiento a sociedades más injustas y opresivas que las que les precedieron. Por eso, a 35 años de iniciada la “transición democrática” en la Argentina es preciso reconocer que, en términos sustantivos, de justicia distributiva, lejos de construir una buena sociedad se produjo exactamente lo contrario. No hay motivos para la autocomplacencia ante lo que con mucha benevolencia hoy podría caracterizarse como una democracia de muy baja intensidad, o una “democradura” (volátil mixtura de algunos rasgos superficiales de la democracia con otros de raíz profundamente dictatorial), donde incluso el proceso electoral mismo está viciado por las nefastas influencias de los mercados y del descontrol de los medios. No está demás recordar aquí una frase de Fernando H. Cardoso –el de sus mejores tiempos, claro–, cuando en los inicios de las transiciones democráticas latinoamericanas escribiera que “sin reformas efectivas del sistema productivo y de las formas de distribución y de apropiación de riquezas no habrá Constitución ni Estado de Derecho capaces de eliminar el olor de farsa de la política democrática”. Y ese olor no ha hecho sino tornarse más nauseabundo con el paso del tiempo. El avance de la ultraderecha en Estados Unidos, Europa y algunos países de América latina así lo demuestra. Por eso, que la conmemoración de estos 35 años sin golpes militares no nos haga perder de vista el carácter letal del “golpismo permanente” de los mercados y los medios de comunicación que han conspirado sin cesar para impedir la construcción de un orden genuinamente democrático.
Fuente:Pagina/12

lunes, 10 de diciembre de 2018

“La única manera es desarrollar un populismo de izquierda”:Entrevista a la intelectual Chantal Mouffe, ante el avance del populismo de derecha


De visita en Argentina para presentar su último libro, Por un populismo de izquierda, la politóloga belga llama a aprovechar la oportunidad del “momento populista” que implica la “crisis de la hegemonía neoliberal”.
“Atravesamos una crisis de la hegemonía neoliberal”, asegura la filósofa y politóloga belga Chantal Mouffe.
“Atravesamos una crisis de la hegemonía neoliberal”, asegura la filósofa y politóloga belga Chantal Mouffe. 
Después de visitar argentina por última vez en 2015, la politóloga belga Chantal Mouffe volvió esta semana al país para presentar su nuevo libro y participar del Foro Mundial del Pensamiento Crítico, organizado por Clacso. A diferencia de sus obras previas, Por un populismo de izquierda no se trata de un texto de teoría política sino de una interpelación directa a los distintos sectores de izquierda ante lo que denomina “el momento populista”, iniciado con la crisis del modelo neoliberal actual. Profesora de la Universidad de Westminster (Inglaterra) y esposa del recordado Ernesto Laclau –uno de los intelectuales argentinos más destacados en el mundo– Mouffe advierte sobre la posibilidad de que la salida de esta “crisis de hegemonía” sea a través de un populismo de derecha, encarnada por líderes como Donald Trump o la francesa Marine Le Pen. Sin embargo, y en una reivindicación del populismo como forma de articulación política, propondrá una salida hacia un populismo de izquierda, en donde se produzca una “radicalización de la democracia” basada en los pilares de igualdad y justicia social. En una extensa entrevista con PáginaI12, y aunque el eje de su pensamiento es Europa occidental, Mouffe también se refiere a la Argentina y al flamante presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, a quien califica lisa y llanamente como “fascista”.  
–¿A qué se refiere cuando dice que éste es un “momento populista”?

–Atravesamos una crisis de la hegemonía neoliberal, esa crisis puede dar lugar a varias salidas, una que va hacia gobiernos más autoritarios que van a restringir la democracia y ese es el caso en que gane el populismo de derecha. Pero si bien eso es cierto, también abre la posibilidad a una extensión de la democracia. Eso depende de la actitud de las fuerzas de izquierda, las fuerzas progresistas. Yo estoy fuertemente en contra de considerar a los populismos de izquierda y de derecha como las dos caras de una misma moneda antidemocrática. 
–Usted desarrolla en el libro el concepto de “posdemocracia” y afirma que actualmente genera una enorme cantidad de resistencias. ¿Qué significa esa idea de posdemocracia?
–La situación de posdemocracia tiene dos componentes. Uno más político, que en 2005 denominé como “pospolítica”. En aquel momento se decía que la distinción derecha-izquierda estaba superada y que la democracia se había vuelto más madura. Pero contrariamente a lo que decían todos, eso no significó un progreso sino que los ciudadanos cuando iban a votar ya no tenían ninguna posibilidad de intervenir. Por eso es que los partidos socialdemócratas cuando llegaron al poder no generaron una alternativa sino que vivenciaron un poco más humanamente esa globalización neoliberal. El otro componente de la posdemocracia es de tipo económico y es el fenómeno de oligarquización de las sociedades europeas que se produce más crecientemente desde la crisis del 2008. Es una situación en la cual hay cada vez un grupo más pequeño de súper ricos y por otro lado están cada vez peor las clases populares y también las clases medias. Uno habla de la desposesión y desaparición de las clases medias. Podría decirse que se trata de un proceso de latinoamericanización de Europa occidental. Es una consecuencia del dominio del capitalismo financiero. Eso es lo que llamo la posdemocracia en sus dos lados, el económico y el politico. 
–Volvamos a lo básico. ¿Qué es el populismo?
–Yo sigo la definición de populismo de Ernesto Laclau en La Razón Populista. No es una ideología, es una estrategia discursiva de construcción política. Es una construcción sobre la base de la frontera pueblo-oligarquía. Evidentemente ustedes en América Latina ya lo han tenido antes pero ahora uno ve justamente ese tipo de populismo en Europa. La gran diferencia entre populismo de izquierda y de derecha es cómo se construye ese pueblo porque el pueblo no es la población, no es un referente empírico, el pueblo es una construcción política.
–¿Porqué hay que ir hacia un populismo de izquierda?
–Yo estoy convencida de que la única manera de luchar, de impedir el desarrollo del populismo de derecha es desarrollar un populismo de izquierda. Los partidos tradicionales europeos justamente como están tan ligados a mantener el orden establecido no ofrecen la posibilidad de canalizar una manera democrática, progresista, que para mi consiste en expandir la democracia porque eso implica una ruptura con el orden neoliberal. No hay manera de sortear la crisis si uno no pone en cuestión el modelo neoliberal y eso evidentemente es lo que hace el populismo de izquierda. No hay que aceptar que si uno quiere defender la democracia en contra del populismo de derecha, que evidentemente tienen tendencias autoritarias, tiene que defender el statu quo.
–¿Cómo se explica el avance del populismo de derecha?
–Uno de las críticas que yo hago en el libro es la idea de que quienes votan por el populismo de derecha son gente intrínsecamente racista, sexista, etc. Por ejemplo en el caso de Francia creo que hay mucha gente de las clases populares que se han sentido abandonados por el Partido Socialista, que se ha dedicado únicamente a las clases medias, y se sienten abandonados. Esa gente que no es fundamentalmente racista pero se construye viendo al inmigrante como el responsable de sus problemas. Yo creo que originariamente lo que esa gente quiere es tener una voz. Una cosa del movimiento de los indignados que siempre me ha gustado mucho es que ellos decían “nosotros tenemos voto pero no tenemos voz”. Y es cierto, durante el sistema pospolitico tienes un voto pero no tienes voz. El origen de estos movimientos populistas es que nos escuchen, que nos den dignidad, que nos reconozcan. Y consideran que los partidos tradicionales no lo hacen y por eso es que están atraídos por esos partidos de derecha. 
–En ciertos sectores a esos populismos de derecha se los denomina fascistas. ¿Son formas de fascismo?
–Eso me parece peligroso y estoy en contra de decir que son fascistas. Creo que hay una gran diferencia entre el populismo de derecha y los fascistas. Por ejemplo, hoy día y no hablo solamente a nivel europeo sino pensando en latinoamérica hay una sola persona que merece el titulo de fascista y es (Jair) Bolsonaro. El proyecto de Bolsonaro es claramente un proyecto que pone en cuestión el Estado de Derecho y las instituciones de la democracia pluralista. Pero no veo ningún otro realmente en el mundo occidental que vaya tan lejos. Es peligroso porque frente al fascismo lo único que puedes hacer en ese caso es protegerte, establecer un cordón sanitario para impedirlo. Entonces en primer lugar, no vas a entender lo que esta pasando, la razón por la que la gente está votando por esos partidos. Y entonces no vas a entender cómo hacer para impedir que crezcan. Me parece que es totalmente contraproducente.

–¿A Trump sí lo calificaría como un populista de derecha?
–La campaña de Trump es definitivamente la campaña de un populismo de derecha pero el gobierno de Trump no puede ser porque el populismo no es un régimen. El populismo es una estrategia para construir un pueblo, para construir una fuerza política para intervenir, para cambiar. En el caso de populismo de izquierda para crear un nueva hegemonía pero realmente para mí no tiene sentido hablar de un gobierno populista porque todos los gobiernos democráticos se tienen que reclamar del pueblo. En realidad hay una dimensión, que yo puedo llamar populista, que es necesaria en la democracia. No puedes tener una democracia sin el pueblo. 
–¿Cuáles son las diferencias entre ese populismo de derecha y de izquierda?
–Una de las diferencias es que el populismo de izquierda ve que lo está en cuestión es la globalización neoliberal, hay una dimensión anticapitalista. Digo ‘dimensión’ porque el populismo de izquierda no es justamente una izquierda marxista. Dentro del populismo de derecha no hay una dimensión anticapitalista. Lo que sí hay en ciertos casos es una dimensión antineoliberal, en contra del modelo del capitalismo financiero. Ellos ponen por ejemplo las medidas proteccionistas. En el caso de Marine Le Pen ella lo que quiere es establecer un capitalismo nacional. Es interesante ver cómo durante su campaña y aún antes de la campaña, muchas de las cosas que proponía eran con tinte de izquierda. Más que el Partido Socialista porque por ejemplo ella defendía el Estado de Bienestar. Pero el Estado de Bienestar para los nacionales. Eso era lo especifico. Por eso está en contra de la Unión Europea, está en contra del elemento de globalización del capitalismo. 

–El libro da cuenta del rol de los nuevos movimientos sociales como el ambientalismo, el anti racismo y el feminismo, entre otros. En Argentina el feminismo ha tomado una fuerza enorme, ¿cómo se inscriben especialmente las demandas del feminismo en esta idea de populismo de izquierda?
–Me parece que es un elemento fundamental. El argumento es que se trata de construir un pueblo. Ese pueblo no es un pueblo ya dado, es un pueblo que va a resultar de la articulación de demandas en una cadena de equivalencias. La cuestión de la articulación es todavía mucho más amplia como consecuencia de la hegemonía neoliberal porque ha creado muchos más antagonismos. Hay muchas más demandas heterogéneas que tienen que articularse en el momento de hegemonía, demandas que llamamos democráticas, que vienen de la clases populares, de las clases medias, del feminismo, del anti racismo. Evidentemente otro aspecto que estaba presente pero sobre el que haría mucho mas hincapié, es la ecología. Es absolutamente fundamental. 

–Un tema que no está tan presente en el libro pero que es clave para la idea del populismo es la figura del líder...
–Al pueblo hay que construirlo en articulación con las demandas heterogéneas y eso no es fácil porque esas demandas no convergen naturalmente. Hay que hacerlas converger y para eso se necesita un principio articulatorio. Todavía hay una discusión sobre qué tiene que ser ese principio. Muchas de las criticas al populismo es la centralidad de ese líder carismático. Me parece que eso se plantea de manera completamente falsa. Esto se liga con otros de los elemento que me parece importante que es el papel de los afectos en la política. Cuando tu hablas de crear un pueblo en realidad hablas de crear un nosotros, gente que se reconoce y se identifica como una colectividad. Eso implica un elemento afectivo, no es una cuestión puramente racional. Y el lider cristaliza, uno lo ve acá en Argentina con Cristina Fernández y lo ve antes con Perón. Pero es cierto que hay aspectos problemáticos de eso, porque puede haber tendencias autoritarias pero no necesariamente. Puede ser un líder inter pares, no tiene que ser necesariamente una relación autoritaria entre el lider y el pueblo. Pero hay otro aspecto que es que no necesariamente tiene que haber un lider. El principio articulatorio también puede ser una de las luchas, que se vuelve la lucha símbolo. En realidad lo que se necesita es que haya un símbolo de la unidad del pueblo.

–¿Esa lucha podría ser por ejemplo el feminismo?
–A mi me parece interesante analizar si en algunos lugares el movimiento feminista puede ser el principio articulador. En el caso europeo, únicamente en España es donde esta fuerte ese movimiento feminista. Lo paso el 8 de marzo fue impresionante, la huelga feminista que realmente es un movimiento completamente transversal, de todas las edades, de todos los grupos. Y lo que es interesante es que es una lucha de las mujeres, porque no se limita a las demandas especificas de las mujeres, es una lucha que articula, en la medida en la cual tienes mujeres trabajadoras. Hay una serie de luchas que se articulan. Además ha revolucionado el Pais en cuanto a los valores. En el sentido común han tenido un impacto enorme. Entonces uno puede pensar que el feminismo va a ser el símbolo de todas las luchas para la radicalización de la democracia. Y me parece que tal vez algo similar puede pasar aca en argentina. El movimiento Ni Una Menos también es muy fuerte acá. Y también según entiendo, es un movimiento que articula demandas distintas.
 

jueves, 6 de diciembre de 2018

Cambiemos y las distintas formas de matar


Imagen: Noticias Argentinas
Desde el 3 de diciembre de 2018 se pretende aplicar una reglamentación que habilitaría las fuerzas de seguridad a usar armas ante sospechas de delito y a disparar sin dar la voz de alto.
¿Será por esto que la Ministra de seguridad previamente dijo que cada uno puede llevar armas? ¿Para ser eliminado sin más ante la menor sospecha? O simplemente legitimar el ya frecuente gatillo fácil.
Es mucho.
Ya empezaron a oírse voces de repudio a la idea de semejante violencia por parte del Estado y no sustentada por ninguna ley. Entendidos juristas comunican que de ninguna manera se verán protegidos aquellos que decidan aplicar estas acciones haciendo gala entonces de una derecha tradicionalmente violenta y beligerante como definiera Nicolás Casullo hace ya muchos años.
Pero si miramos a 3 años atrás este gobierno viene matando de muy diversas formas cumpliendo con esos designios ideológicos.
En efecto fue de los primeros el Caso Maldonado donde se puso de manifiesto la represión seguida de muerte miserablemente minimizada en forma reciente por una injusticia cómplice. Y el joven Rafael Nahuel, pobre, mapuche, trabajador, asesinado por la espalda por un disparo de bala 9 mm como los que usan las fuerzas de seguridad durante un operativo de la prefectura en el Lago Mascardi. Sólo portaba objetos de trabajo y no se pudo demostrar la existencia de rastros de pólvora en sus manos. Continuamos sin conocer aún el o los culpables de este asesinato.
Por otra parte muchos, principalmente jóvenes, invisibilizados por los medios hegemónicos por su condición de pobres y desconocidos, son víctimas del gatillo fácil en los suburbios de grandes ciudades como el conurbano bonaerense y el gran Rosario, en manos de policías y gendarmes protegidos doblemente por un Estado Nacional y una justicia cómplice. Tan pobres y desposeídos como las 10 víctimas que en un calabozo de una comisaría que fueron abandonados al humo y llamas, en el momento que a uno de ellos le llegaba la orden de libertad por falta de méritos, mientras los policías no hicieron nada para evitar esas muertes.
La gobernadora Vidal, como ante la muerte de un trabajador el portero del colegio de Moreno, Ruben Rodriguez y la vicedirectora Sandra Calamano, por la explosión de una estufa en estado de pésimo mantenimiento y evidente desidia de las autoridades provinciales, nada hará para aclarar estas y tantas otras lamentables pérdidas humanas.
Tiene Cambiemos otras formas menos evidentes de culpabilidad que generan también muertes. Qué si no dejar de entregar medicamentos esenciales para lograr un control adecuado de enfermedades crónicas que son hoy responsables del 80% de las muertes en mayores de 65 años y la reducción en descuentos a los afiliados del PAMI. Será que como dice la Directora de FMI “los jubilados viven mucho” y, entonces, se los condena a vivir mal, con deterioro de calidad de vida, sintomáticos y con un final adelantado por carecer del acceso a una adecuada atención y a los medicamentos que necesitan y no pueden acceder por pertenecer a las siempre, y ahora más que nunca, a clases sociales bajas y desfavorecidas víctimas de una desigualdad criminal.
Finalmente podemos imaginar que además de las balas que promete Bullrich y el Gobierno todo también serán muchos los argentinos víctimas de la pobreza energética. En efecto el próximo invierno cuántos ciudadanos no podrán disponer en sus casas de al menos 2 ambientes con 20 grados de temperatura por no disponer de los recursos económicos para hacer frente a los gastos que la energía que se demanda ante el frío invernal. Esto es una realidad en países como España Reino Unido y Estados Unidos y el frío,  mas aún en personas con hogares de estructuras deficientes, mal alimentadas y con otras enfermedades concomitantes acabará con la vida de muchos de ellos.
Veíamos  en estos días la Revolución de los chalecos amarillos en protesta por un aumento de 4% en los combustibles, y también en el costo de la energía eléctrica ante  el invierno de Francia que obligó hoy al Presidente Macrón a suspender por 6 meses, “hasta que pase el invierno”, esas medidas aplicadas a la población. Medidas dispuestas  para compensar el déficit de las cuentas estatales al suspender el ingreso a las mismas de 4000 millones de Euros por la supresión de  impuestos al patrimonio de gentes con suficientes recursos. Los pobres financiando a los ricos tal cual como Cambiemos hace con las Argentinos. Es que estos señorones que nos visitaron se encargan en todos lados de ejercer su violencia belicismo y exterminio como clase privilegiada al resto, al pueblo, a los mas que menos tienen, de cosas buenas. pero que son blanco de estas diversas formas de matar que el Macrismo hace realidad.
¿Será la hora de ponernos un chaleco, no amarillo, y salir a decir BASTA?
Fuente:Pagina/12

La cultura del algoritmo


Las redes sociales están cambiando el paradigma de los consumos culturales como se conocían hasta finales del siglo XX. Diversas miradas desde la universidad nos ayudan a interpretar la vertiginosidad de los cambios y nuestros comportamientos sociales.
 
La cultura es aquello que distingue el paso de la humanidad por el planeta, modificando, adaptando y resignificando lo dado por la naturaleza. La forma que va tomando la cultura –constantemente en transformación- es lo que nos identifica como sociedad. En este sentido, UNESCO la entiende como el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos, que caracterizan a una sociedad o a un grupo social (Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural). Pero en el hacer de la cultura no partimos de una “tabula rasa”. Si la cultura es aquello que resulta de nuestras acciones y percepciones colectivas, los medios masivos de comunicación a los que nos exponemos diariamente tienen una gran influencia en aquel proceso. Siguiendo a Katz (On conceptualizing media effects) son los medios de comunicación masivos las fuentes de las principales estructuras sociales y políticas que luego circularán en una comunidad, cristalizándose en representaciones colectivas longevas.
El paradigma mediático del siglo XX está cambiando. Hoy en día -como señala la Encuesta Nacional de Consumos Culturales, elaborada por la Secretaría de Cultura de la Nación- hablar de consumo cultural es hablar de conectividad, smartphones y redes sociales. En 2013, sólo el 9% de la población del país se conectaba a internet a través del celular. Hoy, más del 75% lo hace diariamente. Sin embargo, los niveles de consumo y las horas que los argentinos destinamos a navegar por internet –en promedio, ocho horas diarias según un reciente informe de GlobalWebIndex- no se traducen en niveles de confianza respecto a la información que se consume.
Cantidad vs calidad: la información en las redes sociales
La Universidad de San Andrés publicó recientemente una encuesta (ESPOP: Especial Consumo de Información) realizada en base a mil casos en todo el país. El informe aporta varios datos interesantes que nos permiten conocer cómo somos los argentinos a partir de lo que consumimos y cómo valoramos dicho consumo.  
La era de la televisión aún está vigente. Para cinco de cada diez argentinos este medio de comunicación –cuya primera transmisión en el país data de 1951- es el principal elegido para informarse, seguido de los diarios online y las redes sociales. Si bien los tres medios son a quienes mayor consumo de información demandan, resulta llamativa la dispar confianza que los consumidores le otorgan a cada uno de ellos. La información que circula por las redes sociales es consumida con desconfianza: solo cuatro de cada diez argentinos confía en ella. La televisión y los diarios impresos están en segundo lugar, siendo confiables sólo para cinco de cada diez encuestados, mientras que en primer lugar están los diarios online y la radio, cuya información resulta confiable para seis de cada diez argentinos. 
El tiempo, como en muchos órdenes de la vida, será un ordenador natural de las preferencias mediáticas. Con el paso de los años, el consumo de redes sociales como fuentes de información crecerá cada vez más en detrimento de los medios masivos hegemónicos del siglo XX. Para casi nueve de cada diez jóvenes, de entre 18 y 24 años, las redes sociales son el medio de información predominante, mientras que para el 86% de la segunda franja etaria, es decir, los jóvenes de 25 a 34 años, las redes sociales siguen siendo el principal medio de información, seguidos de los diarios online.  
Evidentemente las redes sociales son, en su conjunto, el medio de comunicación al que debemos prestarle particular atención. Según el informe mencionado, de la información que los consumidores recaban en redes sociales, el 76% corresponde a Facebook, el 49% a WhatsApp, el 26% a Instagram y el 18% a Twitter. Sin embargo, hay tres grandes hallazgos en dicha publicación. El primero es que Facebook es trasversal, como fuente primaria de información en redes sociales, a grupo etario, nivel educativo y región geográfica: todos consumen noticias de esta red social. El segundo elemento a destacar es que WhatsApp se logró posicionar para los argentinos a partir de los 25 años como la segunda fuente de información en redes sociales. El tercer elemento es Instagram, que para los jóvenes de 18 a 24 años constituye la segunda fuente de información en redes sociales de dónde se informan. 
Así, el doctor en Ciencia Política y Director de la Encuesta de Satisfacción Política y Opinión Pública (ESPOP) emitida por la Universidad de San Andrés, Diego Reynoso, esgrime que “la gente tiene, en términos generales, desconfianza sobre las redes sociales. Como vos tenés un algoritmo de interacción, las redes sociales están preparadas para hacer “echo chamber” (o efecto ‘cámara de eco’) todo el tiempo. Es decir, funcionan con disposición selectiva: yo interactuado con los que piensan como yo y ‘pico’ la noticia de los que piensan como yo. Eso va generando cada vez más una exposición a noticias que confirman tus creencias, etc. Es paradójico, porque la gente está expuesta cada vez más a redes sociales –lugar donde más se consume información- pero desconfían de la información que allí circula. Esta idea de que haya una mala calidad de información en las redes tiene que ver con las noticias que los consumidores creen que no deberían estar circulando, las cuales, básicamente, son  aquellas con la que no coinciden”. 
Respecto al posicionamiento de la red de mensajería más usada en el mundo, Reynoso señala que “lo que ocurre con WhatsApp, posicionada hoy como segunda fuente de información en redes sociales en todas las franjas etarias, se puede explicar porque no es una red en donde yo veo lo que otros postean, sino que se caracteriza por tener lugar la conversación. Los grupos de amigos, el diálogo, la charla y el meme compartido, generan flujo de información”. Retomando esta idea de Reynoso y alguna de las conclusiones del célebre sociólogo Manuel Mora y Araujo, es la conversación una fuente estimada de información para las personas. 
Las redes sociales: El deseo de reconocimiento y la interacción con “uno mismo” 
El auge de las redes sociales no se explica por ser un medio informativo, sino que es por su dimensión afectiva y social lo que posteriormente tiene un correlato informativo. Todo lo novedoso -en términos tecnológicos- de estas plataformas se reduce, en última instancia, a un concepto tan antiguo como constitutivo para la humanidad: sentirse deseado y reconocerse mutuamente. 
Hegel (Fenomenología del Espíritu) esgrimía que, entre todas las cosas que queremos las personas, nos caracterizamos por un tipo particular de deseo: el deseo de otros deseos. Queremos que otros nos deseen y sentirnos reconocidos. La historia de la humanidad, en palabras del filósofo de Stuttgart, se pone en movimiento a partir de la lucha por el reconocimiento entre los sujetos. La necesidad del otro –de la otredad, de lo distinto- es necesaria para realizarse como sujeto. Doscientos años después de su obra, el bestseller de filosofía Byung-Chul Han lo retoma señalando que la vida contemporánea se caracteriza por ser la del sujeto “narcisista”, para el cual el otro es prescindible y basta con la propia subjetividad para descargar la libido (La agonía del Eros). El filósofo norcoreano no hace referencia a la existencia de un sujeto con amor propio –lícita interpretación del concepto “narcisismo”-, sino que habla de un sujeto para el cual el límite entre él y el mundo –lo otro- se vuelve difuso, y para quien lo único que existe es un mundo con la proyección de sí mismo. En otras palabras, el otro agoniza, lo distinto -la otredad- es reemplazada por las significaciones auto reconocidas del propio sujeto. En resumidas cuentas, solo reconozco en el otro, aquello que me caracteriza a mí mismo, aquello que me identifica, aquello con lo que coincido. 
Volviendo a las redes sociales, buscamos la coincidencia permanente reduciendo el disenso. Este es, a su vez, un claro ejemplo de la clásica incapacidad por parte de los medios de comunicación de modificar la percepción de los sujetos (Lazarsfeld, The people´s choice). Las variables cognitivas aparecen en el centro de la escena comunicativa: las personas no le prestamos atención a todos los medios, ni a toda la información que en dichos medios circula. Nuestra preferencia está en aquello que no disiente con nosotros. En términos de Kalpper (La efectividad de la comunicación masiva), lo que condiciona nuestro vínculo con los medios de comunicación es la exposición y la percepción selectivas, es decir, el correlato de la información con aquellas creencias, posturas y valores que el espectador tiene y que constantemente trata de reforzar.
Estas prácticas van creando lo que se conoce como opinión pública. De acuerdo con la politóloga Noëlle-Neumann (La Espiral del Silencio), la opinión pública se caracteriza por quienes hablan y quienes callan, pero fundamentalmente por el miedo al aislamiento social que produce la confrontación de opiniones minoritarias respecto a las mayoritarias. 
Esto plantea un desafío de cara al fortalecimiento del debate en la democracia. En referencia a esto, Belén Amadeo, titular de cátedra de Opinión Pública en la Carrera de Ciencia Política (UBA), señala que “el disenso es parte medular de la vida democrática. Todos tienen el derecho a pensar como quieran y el deber de aceptar que otros piensan de manera diferente. Si quiero exponer mi punto de vista debo saber que muchos van a coincidir conmigo, pero muchos otros van a disentir. Asimismo, si otro sostiene una idea que me parece inválida yo tengo derecho a disentir, pero no a censurar. Si no acepto el disenso, no acepto la posibilidad del debate, ni siquiera la posibilidad de una convivencia razonable. Cierro las puertas y abro la grieta. Las redes sociales con sus algoritmos nos llevan a creer que muchos piensan como nosotros, hasta que los trolls nos castigan. De ahí la importancia de los debates electorales: muestran de manera concreta que la democracia es diversidad de opiniones con reglas de juego que nos incluyen a todos”.
La dinámica cultural que nos atraviesa cotidianamente nos está alertando de prácticas de “gueto”: nos aislamos junto a quienes se nos parecen y rechazamos sistemáticamente la disidencia. Si bien cada vez convivimos con más personas –y el crecimiento demográfico es evidencia de ello- nuestra relación con los otros, lejos de fortalecerse, está agonizando. Los alcances de estas prácticas no auguran un destino afectuoso, sino que, incluso, la democracia y sus pilares tambalean.

 
Fuente:Pagina/12

miércoles, 5 de diciembre de 2018

La doctrina Chocobar y la cultura de la rudeza: Esteban Rodríguez Alzueta, abogado y especialista en violencias urbanas, sobre los jóvenes y la estigmatización social


Con la doctrina Chocobar, el hostigamiento policial sobre los pibes de los barrios populares se endureció. La experimentación de la pobreza como injusticia cotidiana, entre las ganas de pertenecer y la exclusión permanente.
Los delitos constituyen entramados complejos que no pueden explicarse –únicamente– por la pobreza de los pibes que los protagonizan. ¿Roban porque tienen hambre o porque, de alguna manera, buscan pertenecer a una sociedad que insiste en marginarlos? ¿Cómo revertir los estigmas que sobrevuelan la sociedad hasta infectarlo todo? Frente a las humillaciones de los vecinos, las crucifixiones de sus propias familias, las caricaturizaciones de los medios masivos y las excusas de la política, “los jóvenes construyen una cultura de la dureza para hacer frente a la exclusión constante de la que son objeto”, apunta Esteban Rodríguez Alzueta, abogado y Magister en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de La Plata. Se desempeña como profesor e investigador en el Laboratorio de Estudios Sociales y Culturales sobre Violencias Urbanas de la Universidad Nacional de Quilmes y, además, es autor de varios libros, entre los que se destacan Hacer el bardo. Provocación, resistencias y derivas de jóvenes urbanos (2016), Temor y control. La gestión de la inseguridad como forma de gobierno (2014) y Vida lumpen. Bestiario de la multitud (2007). En esta oportunidad analiza la dimensión expresiva y simbólica de la violencia, asegura que el “pibe chorro” es una construcción cultural y propone repensar una agenda juvenil que tenga su punto de partida en los intereses de los propios adolescentes.
–Usted se especializa en violencias urbanas, ¿a qué se refiere?
–Constituyen uno de los fenómenos centrales al momento de reflexionar acerca de las conflictividades sociales contemporáneas. El concepto rescata el hecho de que la violencia no sólo presenta una dimensión instrumental sino también un costado expresivo imposible de perder de vista.
–¿Qué implica ese costado expresivo?
–Somos testigos de acontecimientos que en el pasado se realizaban sin tanta violencia y hoy exhiben un plus que merece ser pensado. Si los robos de antes sólo consistían en reducir a las víctimas con el propósito de obtener dinero o algo a cambio, hoy las escenas de delito presentan excedentes que dejan entrever una rabia extra de los pibes que empuñan un arma.  
–En una entrevista pasada, Franco Berardi sostenía que sobra violencia porque falta comunicación. ¿Qué piensa al respecto?
–Pienso que la violencia, más bien, es la urgencia de la comunicación. Este fenómeno se puede justificar –al menos parcialmente– en la incapacidad del sistema de partidos, de los movimientos sociales y de otras instancias de socialización para incorporar los intereses y las necesidades de los jóvenes en sus programas. Si los representantes no los representan tienden a buscar otras vías de expresión como alternativa. Sin embargo, no soy partidario de que la pobreza –de manera lineal y esquemática– genera delito, pues, más bien la pobreza conduce al delito cuando es experimentada como algo injusto. Si vivo en una villa y vos en un country, si estoy a pie y vos andás en un auto de alta gama, lo más seguro es que la desigualdad sea vivida como indignación.  
–¿Qué otro modo existe de experimentar la pobreza si no es con sentimiento de injusticia?
–Cuando la pobreza es procesada políticamente –ya sea por partidos, organizaciones religiosas, movimientos colectivos, etc.–, se generan canales de diálogo y se vuelve más probable su inclusión en la agenda pública. La violencia, en muchos casos, actúa abriendo campos de visibilidad para determinados problemas. Esto no significa, desde luego, que sea la mejor vía ni que los jóvenes queden en buena posición para que sus reclamos logren ser discutidos. De hecho, existe toda una industria del espectáculo que obtura esa posibilidad: el ciclo “Policías en acción” cumple, en algún sentido, con esta función. 
–¿Cómo actúa la policía en las calles? ¿Controla o genera más violencia? 
–Las rutinas de acción policiales no pueden ser pensadas más allá de otras conflictividades sociales. Es cierto que los policías hostigan a los jóvenes pero en algunos casos, también, los jóvenes identifican la violencia de la que son objeto como un canal preferencial para acumular prestigio. Cuando un pibe enfrenta verbalmente a la policía se vuelve dueño de agencia, tiene capacidad de actuar y ofrece resistencia. Más allá de que en el momento reciba un correctivo o una paliza, el solo acto de “aguantar la parada” se transforma en ganancia al momento de volver al barrio y relacionarse con sus pares.
–De manera que las relaciones asimétricas de los pibes con la policía no implican la ausencia de enfrentamiento…
–Exacto, sobre todo porque los pibes saben distinguir entre un bonaerense, uno de la local y un gendarme; conocen bien con quién utilizar la palabra y con quién no hacerlo; tienen muy en claro cuáles son los límites y cuáles pueden ser las consecuencias de un conflicto en cada caso; así como las posibilidades posteriores de violencia física.  
–¿Cómo se modifica el paisaje del delito y la acción policial con la doctrina Chocobar?
–Existe un aumento del hostigamiento tanto en su versión física (violencia que deja marcas en el cuerpo) como en su costado simbólico. Me refiero a un conjunto de acciones que son fácilmente identificables en el quehacer policial: los traslados a la comisaria, las paradas en la vía pública, los cacheos y las requisas de sus pertenencias generan miedo y vergüenza, en la medida en que van acompañados de gritos, insultos, imputaciones falsas y provocaciones. Según lo que podemos observar en nuestras investigaciones, eso que los pibes llaman “verdugueo” ha aumentado en los últimos años. Al mismo tiempo, hay muchos policías que se sienten respaldados por este Gobierno frente al irrespeto de los jóvenes y, en este sentido, encuentran los argumentos necesarios para sentirse habilitados para actuar con mayores cuotas de discreción. 
–La falta de respeto también se vincula con el hecho de que los pibes saben muy bien que el policía que está en la calle pertenece al último escalón…
–Tal cual, es el que patea la calle todos los días y el que se muere de calor o frío en la misma esquina de siempre. Hoy los policías se sienten más observados y son llamados a rendir cuentas, por lo que se ven en la necesidad de medir todo el tiempo dónde terminan sus facultades y dónde comienzan las arbitrariedades. A la vez, cuentan con cierta legitimidad social que proviene de la “vecinocracia”: detrás de cualquier detención están sedimentados los procesos de estigmatización en los barrios y la constitución de escenarios de fragmentación social que crean condiciones de posibilidad para el actuar policial. En definitiva, donde no hay relaciones se producen vacíos que se llenan con estigmas. Como resultado, una de las maneras que tienen los adolescentes de los barrios populares para transformar el estigma en emblema es a partir de la sobrefabulación de los fantasmas de los vecinos. 
–En una entrevista reciente señala que “el pibe chorro no existe, sino que es una construcción cultural”. ¿Ellos cómo se autoperciben?
–Te lo cuento con un ejemplo. Hace un tiempo, junto con el colectivo Juguetes Perdidos hicimos un trabajo de campo en el barrio Don Orione. Nos llevó un tiempo advertir que los adolescentes se movían, hablaban y actuaban como dicen en la TV que se mueven, hablan y actúan los pibes chorros. A medida que los fuimos conociendo nos dimos cuenta de que ninguno había pasado por instituciones de encierro ni tenía conflictos con la ley, aunque se manejaban y construían sus relaciones con esa gramática. Entonces, como en muchos casos no se sentían representados con el mote asignado en los medios, devolvían el golpe pero de manera distorsionada. De hecho, creaban un “pibe chorro hiperreal”, es decir, más real que la propia realidad, a partir de la exageración de los rasgos con que otros definían sus propias realidades. 
–Si el punitivismo no mejora las cosas, ¿qué alternativa puede presentarse para pensar una política de Estado que vaya en otra dirección?
–Si los pibes están en las calles es porque faltan espacios que puedan contenerlos. En los barrios no hay clubes y los que hay están llenos de adultos mayores con la cabeza cerrada para producir ideas que contemplen a las juventudes. Y los espacios que tienen sujetos con buenas ideas no reciben recursos económicos para poder subsistir y desarrollar prácticas atractivas. También pienso que los movimientos sociales deben rever sus estrategias para poder acercarse a los adolescentes sin tanto juicio moral. Las políticas públicas educativas y culturales deben repensarse: no se trata de llenar su grilla cotidiana con actividades que no les interesan. Se deben construir propuestas que emerjan de los intereses de los propios pibes y, a partir de ahí, negociar, discutir y problematizar otros futuros posibles.
Fuente:Pagina/12

Sobreactuación y campaña electoral


Imagen: Noticias Argentinas
Sobreactuar es una forma de proceder exagerada en la que quien actúa de ese modo resulta poco creíble, más cercano a la mentira que a la verdad. Y cuando la sobreactuación está vinculada con la política o con la acción de gobierno, lo que se hace y se dice está siempre alejado del sentido genuino de la gestión para emparentarse con el relato, un género más próximo a la ficción que a la materialidad de los hechos.
Esto dicho a propósito del despliegue “de seguridad” montado por el gobierno de la Alianza Cambiemos con ocasión del G-20 e interpretado con inocultable satisfacción por la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, en el papel de primera actriz, aunque existan otros muchos actores de reparto en esta puesta en escena. En la misma sintonía se inscribe la medida que habilita a la policía para reprimir a gusto y placer, sin ningún tipo de limitaciones... ni siquiera las que establece la Constitución o la ley penal.
Nadie podría negar –con mínima sensatez– que la presencia en Buenos Aires de un grupo importante de dirigentes de los países más poderosos del mundo requería de medidas excepcionales también en materia de seguridad. Pero para cualquier observador –aún para quienes, como el caso de este periodista, carecen de formación en el tema específico– resulta a todas luces irrisorio que tales medidas incluyeran la paralización de una ciudad como Buenos Aires, virtualmente sitiada y tomada por fuerzas represivas, sin medios de transporte y ambientada en clima de guerra, mientras se sugería a los vecinos que mejor se fueran de la Capital. 
Parte de lo mismo es que Hernán Lombardi haya dicho que todo esto es una oportunidad para “transmitir nuestra marca país al mundo”, porque para el funcionario la reunión del G-20 es un hecho solo comparable con el Campeonato Mundial de Futbol de 1978 organizado por la dictadura militar. En todo caso se trataría de la “marca país” de un gobierno que impone un modelo neoliberal por la fuerza y con la fuerza, dando lugar a un nuevo capítulo de la imagen que el macrismo quiere proyectar al mundo como pasaporte para “ser parte”. Es la única acepción que manejan de la palabra inclusión.
La reglamentación puesta en vigencia por la ministra de Seguridad respecto del protocolo de actuación policial se anota en la misma lógica de sobreactuación, pero a ella se pueda agregar el componente de una provocación que forma parte de los propósitos electorales y a sabiendas de que hay un sector de la ciudadanía que aplaude este tipo de medidas. Como el Gobierno no puede exhibir éxitos en la economía o en la calidad de vida, apunta a poner la seguridad en el centro del debate de campaña. Una sobreactuación más a la que se sumarán nuevos capítulos que, sin duda, incluirán publicitados éxitos en la “lucha contra el narcotráfico” y renovados ataques contra los defensores de los derechos humanos.
Ni la sobreactuación ni el relato sobre el tema deberían sorprender a los ciudadanos y ciudadanas que vienen observando el comportamiento del Gobierno en la materia desde que asumió Mauricio Macri la Presidencia y Patricia Bullrich el Ministerio de Seguridad. Lo que se vio a propósito del G-20 está emparentado con la “doctrina Chocobar”, con la represión a las comunidades mapuches y a la protesta social, con la desaparición seguida de muerte de Santiago Maldonado, con el asesinato de Rafael Nahuel, con las muertes de detenidos en las comisarías de la provincia de Buenos Aires, pero también con el encarcelamiento ilegítimo de Milagro Sala. Ninguno de estos hechos –y otros tantos que aquí no se mencionan– debería mirarse de manera aislada.
También sobreactúa el Poder Judicial con el recurso ilegítimo e indiscriminado de las prisiones preventivas como estratagema política de amedrentamiento contra todos aquellos que piensan diferente o a los que hay que castigar por motivos de divergencia. Mientras se mantienen causas abiertas sin el sostén real de ningún tipo de pruebas, se presume y se festeja el “cierre” del caso de Santiago Maldonado, dando por finalizada la causa sin que se hayan agotado las instancias ni atendido argumentos que obran en el expediente.
La sobreactuación es parte de la campaña electoral que Cambiemos ya lanzó y tiene el propósito fundamental de justificar la política represiva del macrismo, a sabiendas de que aporta aguas para su molino con un sector de votantes y que el ajuste y la pérdida de calidad de vida de las personas solo puede sostenerse con violencia represiva. Contra las comunidades mapuches, contra los que reclaman por derechos sociales o porque están acabando con la vigencia de derechos conquistados a través de luchas de muchos años.
En tanto relato, la sobreactuación es prima hermana de la mentira, porque intenta ocultar la verdad de los hechos y las reales intenciones de los protagonistas del modelo.
Y la sobreactuación en materia de seguridad tiene también la intención de imponer el miedo que condiciona y empuja a muchos a la inmovilidad y a la inacción, aún cuando sus derechos son arrasados o violentados.
Lo único que quedaría por verificar es si el sismo que de manera inusitada afectó a Buenos Aires y alrededores durante la realización del G-20 fue parte también de la puesta en escena oficial para agrandar la sensación de excepcionalidad y justificar las medidas para mantener a raya las protestas y mostrarle al mundo que todo está bajo control, aunque el River-Boca tenga que jugarse en Madrid... por falta de seguridad.
Fuente:Pagina/12

Un revés histórico para la impunidad


Por cuatro votos contra uno la Corte Suprema de Justicia (CS) sentenció que la reducción de pena apodada “2x1” (ley 24.390) no es aplicable a los condenados por crímenes de lesa humanidad. El represor Rufino Batalla requería esa protección en el juicio decidido ayer (ver asimismo notas aparte).
Los cortesanos reparan la injusticia de un fallo anterior en sentido opuesto que ordenó liberar a Luis Muiña arrojando una mayoría de tres a dos. Juan Carlos Maqueda y Ricardo Lorenzetti formaron minoría. La mayoría la integraron Carlos Rosenkrantz, Elena Highton de Nolasco y Horacio Rosatti.
Los dos últimos cambiaron ayer su postura. Entre una sentencia y otra pasaron más de un año y una reacción social formidable que empujó el dictado en tiempo record de la ley 27362 interpretativa de la 24.390. Establecía precisamente lo que ayer aceptó la CS.
Nunca se sabrá fehacientemente, como cualquier contrafactual, pero todo indica que sin esa digna, oceánica y ultra pacífica movilización popular otro (y peor) sería el escenario hoy.  
- - -
Lorenzetti y Maqueda “iban en tren bala” esta vez. Ya habían señalado que la exención del 2x1 no protegía a los represores. Firmaron su voto en conjunto, en buena medida remitiéndose al anterior.
 Rosatti y Highton explicaron su viraje como consecuencia de una innovación: la ley interpretativa. 
 En el caso “Muiña” Rosatti había explicado que solo el legislador (el Congreso) tenía capacidad de excluir a los genocidas de la tutela del 2x1 precisando sus alcances. Ello ocurrido, divulgó que cambiaría de proceder, cuando se dictara otra sentencia. Tenía sus fundamentos redactados ya en el año pasado. 
 Lorenzetti, por entonces presidente del tribunal, quiso que la jurisprudencia correctiva se plasmara pronto. Los Supremos coincidieron adelantando sus criterios similares a los publicados ayer. Se agendó fecha para el “Acuerdo” respectivo (todavía corría el año 2017); la liturgia establece que los cinco se reúnen y se firma. A la hora señalada Highton de Nolasco pegó un faltazo, adujo estar enferma. Poco después, retiró su voto sin dar explicaciones a sus pares; lo mantuvo latente y en suspenso hasta ayer.
- - -
Los debates jurídicos suelen hacerse incomprensibles para los profanos, en parte por falta de capacidad didáctica de los magistrados. En parte, a propósito. Las proporciones son fluctuantes, estimarlas queda a criterio de cada quién. 
Como fuera, el resultado es un déficit democrático del Poder Judicial (PJ). Los jueces –reza un cuestionable proverbio– hablan por sus fallos. Cabe añadir que, a menudo, solo los entienden ellos mismos y un puñado de elegidos (por lo general abogados).
Los zigzags, luces y oscuridades de la historia argentina contribuyen a dificultar las explicaciones.
La enorme mayoría de los crímenes de lesa humanidad se cometieron bajo una dictadura.
En la recuperación democrática, el presidente Raúl Alfonsín ordenó su juzgamiento, un momento inaugural y luminoso. Las leyes de Punto Final y Obediencia Debida configuraron un tremendo retroceso agravado por los indultos concedidos por el ex presidente Carlos Menem. 
Imperó –con ciertas excepciones y por un largo lapso– un contexto de impunidad. La violación originaria de derechos humanos resucitó, convalidada por gobernantes legitimados en las urnas.
El presidente Néstor Kirchner dispuso, otro rapto luminoso, reparar la injusticia. Con su iniciativa el Parlamento determinó que “las leyes de la impunidad” eran inconstitucionales. Los Tribunales reafirmaron la nulidad que se proyecta retroactivamente.
Se promovieron o reabrieron procesos que configuraron un trabajoso y aún inconcluso ejemplo en el mundo. Los tres poderes del Estado coincidieron como producto de la infatigable lucha de los organismos de derechos humanos desde 1976 hasta hoy mismo.
- - -
El argumento que zafaba a los genocidas fue la vigencia (entre los años 1994 y 2001) de la ley penal más benigna: el 2x1. Reducía el cómputo de las penas corporales para personas que habían estado con prisión preventiva durante más de dos años y luego eran condenados. Por cada año de prisión preventiva se calculaban dos. Era, puesto en lengua vulgar, una compensación por la injusticia de haber estado largo tiempo apresado sin condena.
 La construcción es forzada, falaz, para los juicios que analizamos por un motivo clavado que la parla forense niega. En ese lapso Muiña y Batalla (entre otros) no vivían entre rejas sino en libertad guarecidos bajo el paraguas protector de las leyes de la impunidad.   
Ese es el punto que tozuda e ideológicamente niega Rosenkrantz aduciendo acatar “la letra de la ley”. Contra lo que podría suponer un no iniciado, un fallo no es la conclusión inevitable de un silogismo en el cual la premisa mayor es la ley y la menor los hechos. En tal caso, la labor del sentenciante resultaría puramente mecánica. En una de esas, podría hacerse cargo una computadora debidamente programada. Hipótesis tentadora que ahorraría unos pesos al erario público y, acaso, propiciaría trámites más veloces. No hay tal, empero.  
Rosatti exhuma una certera (y simpática) frase de Montesquieu, precursor de la ciencia política, quien escribió hace siglos “un juez no es un ventrílocuo que recita la ley al aplicarla”. Resolver es un acto de voluntad, subrayamos. Parafraseemos al gran barón de Montesquieu: muy a menudo los jueces se asemejan a míster Chasman porque le hacen decir a Chirolita (la ley) lo que les viene en gana.
La voluntad de Rosenkrantz apunta a que quien nunca estuvo preso mientras valía el 2x1 reciba la “compensación” que esa norma estipuló. Batalla, por ejemplo, recién quedó encarcelado en 2010. De nuevo: la ley 24390 fue derogada en 2001.
- - -
Rosatti y Highton arguyen que la ley interpretativa no modifica la 24390, simplemente la explica. No agrava la pena de los condenados, la ratifica.
Rosenkrantz porfía. La norma exigida por una mayoría abrumadora de la sociedad civil no perfora, a su ver, el blindaje de “la ley penal más benigna”: llega tarde. Si se extremara el modo de razonar de Rosenkrantz tal vez todos los represores deberían ser liberados o casi porque la Obediencia Debida, el Punto Final y los indultos tuvieron su intervalo de validez, antes de ser fulminados por el Congreso y el Poder Judicial.
Los móviles y modus operandi de Rosenkrantz en la primera sentencia que impulsó (y por algo escogió) fueron revelados por el colega Martín Granovsky en este diario, en su momento https://www.pagina12.com.ar/37690-los-cruzados-de-rosenkrantz.  El designio de Su Señoría era propinarle un golpe letal a la lucha por Memoria, Verdad y Justicia.
Venció en ese momento mas convenciendo a pocos aún dentro de Tribunales. Numerosos jueces y fiscales se negaron a plegarse a la Cruzada del flamante cortesano macrista. En nuestro sistema legal, como regla, no existe el “precedente”: una sentencia cuya doctrina es obligatoria para otros pleitos. Casi siempre (hay contadas excepciones que ahorramos acá) un juez de cualquier instancia tiene facultades para hacer valer un criterio distinto. Claro que si hay una doctrina de Corte primaría si el juicio llega hasta ahí, tras recorrer un largo camino. Pero jueces y fiscales con apego a derecho y personalidad se rebelaron. Es lícito y, quién sabe, “garpa” tácticamente si andando el tiempo los tribunales superiores reconsideran su tesitura.
- - -
El sistema funcionó, por una vez. La acción directa y la memoria histórica concientizaron (o acicatearon, tanto da) a los poderes públicos, sin la menor violencia. No se ve todos los días (menos con ese punch y celeridad) aunque no es exótico en un país en el que la participación en calles y plazas es parte del poder político, en proporciones poco habituales en la experiencia comparada.
Por ahí eso explica que que el presidente Mauricio Macri y su brazo derecho, la ministra de Seguridad Patricia Bullrich, quieran darle a la Policía Federal licencia para matar. 
La resistencia social, política y jurídica ya arrancaron, esa es la buena noticia. La mala, atroz, es la continuidad agravada de la violencia institucional.
Fuente:Pagina/12

martes, 4 de diciembre de 2018

Cristina, el Frente Patriótico y la política


Imagen: Noticias Argentinas
La intervención de Cristina en el Foro del Pensamiento Crítico marcó un antes y un después, un cruce de frontera respecto del camino que nos queda por recorrer para derrotar al macrismo en octubre de 2019. Sin dar nombres, sin hablar de candidaturas, dejando que sus reflexiones agudas en torno al daño causado por las políticas neoliberales decantaran en una propuesta política superadora de dogmatismos y encriptamientos colocó la idea de una unidad patriótica como soporte de un frente antineoliberal. Frente que supone una confluencia de todos aquellos que efectivamente han sido dañados por un proyecto destructivo de la vida económica, social, cultural e institucional definiendo un horizonte de alianzas que, como resulta claro, no puede ni debe renunciar a una alternativa democrática y popular que sea amplia, generosa y con vocación de poder. En su revalorización del concepto de “pueblo” (con todas sus reminiscencias laclausianas y valga el homenaje a Ernesto que en La razón populista arriesgó una reivindicación de una categoría despreciada y maltratada desde los medios, la política y la academia y que Cristina no duda en reponer con osadía) potenció una idea que supone, al mismo tiempo, la unidad más amplia y la imposibilidad de que la derecha extrema y neoliberal sea parte de aquello que abomina y que le resulta irreductible a sus ambiciones. 

No hace falta nombrar a ese otro monstruoso para saber de quién se trata, en cambio sí es necesario nombrar a todos aquellos que deberían integrarse al Frente patriótico porque sus intereses se corresponden, bajo la forma de la confluencia, con los intereses del conjunto del pueblo. Serán parte, en la suma de los que no tienen parte en la distribución más justa de la riqueza conjuntamente producida, todos los que identifiquen al causante del daño social, aquellos que no acepten negociar una alternancia que disfrace la continuidad de lo mismo. Es, en este sentido, que la propuesta que gira en torno a la idea de “pueblo” (que se ramifica hacia la memoria histórica de todas las gestas populares y asume el perfil refundacional que necesitará un país saqueado por los grandes grupos económicos en asociación con los medios concentrados y el poder judicial) no se recuesta en las categorías (para nada perimidas pero sí necesarias de ser repensadas y resignificadas) de izquierda y de derecha (no fue casual que en su discurso Cristina mencionara una y otra vez las consecuencias nefastas del proyecto neoliberal y el retorno de las derechas extremas de raíz neofascista –ahí está el ejemplo que dio de la Alemania hitleriana, su elección de un chivo expiatorio en los gitanos y los judíos para mostrar, en espejo, la gravedad del retorno de la xenofobia y el racismo como parte del discurso de esas derechas contemporáneas que, desde Trump a Bolsonaro, desafían la vida democrática, los derechos y la libertad descargando una violencia retórica y efectiva sobre los más débiles). Difícilmente aquello que todavía llamamos “derecha” pueda encontrar su lugar en un frente que busca frenar la maquinaria destructiva del neoliberalismo. Si, en cambio, el amplio espectro que engloba la idea de “Pueblo” puede ser capaz de ofrecerle a la sociedad el punto nodal en el que confluirían todos aquellos que, con independencia de sus identidades políticas o ideológicas, asumen al neoliberalismo como el gran depredador del país. Una unidad transversal, sin exclusiones, desprejuiciada, amplia, multitudinaria que se ofrezca como la galvanizadora de una sociedad compleja y diversa que, sin embargo, tiene algo en común: su pertenencia a una memoria de patria compartida y de rechazo a un proyecto de país fundado en la exclusión de las grandes mayorías. 

Pero también, y en un giro reflexivo poco común para los tiempos que corren y para la medianía de los discursos políticos que suelen predominar, Cristina se preguntó por la democracia, por sus desafíos, sus falencias y sus reformulaciones en el contexto de los profundos cambios operados en la sociedad global. Y lo hizo, para ello, retrocediendo a la historia, a la revolución francesa, a la división de poderes y sosteniendo –a través de una metáfora médica– que nadie se sacaría una muela con los recursos técnicos y humanos del siglo XVIII precisando, de esa manera, que se vuelve fundamental repensar la trama institucional en una época dominada por las grandes corporaciones que han demolido la división de poderes y, sobre todo, la autonomía de la justicia al mismo tiempo que ampliaron a límites inimaginados la desigualdad y el vaciamiento de las instituciones democráticas encargadas, supuestamente, de impedir esa lógica destituyente del valor democrático y de su doble amalgama que reúne la libertad con la igualdad. Es decir que ese Frente Patriótico postulado en Ferro supone una unidad de distintos sectores y actores (sociales, políticos, sindicales, económicos, de género, culturales, con y sin demasiados acuerdos en cuestiones puntuales pero todos atravesados por el daño producido por el macrismo neoliberal) junto con una proyección, de cara al futuro inmediato, de una decisiva refundación nacional que sea capaz de abrir nuevos horizontes para un país y una democracia que requieren de la invención de una política reparadora, igualitaria y emancipatoria en condiciones de entusiasmar al único soberano que es el Pueblo. Y lo hizo utilizando el recurso capaz de interpelar –con inteligencia provocadora– al poder y cuestionarlo: la palabra política enraizada en el pensamiento crítico, ese mismo del que abominan aquellos que están destruyendo Argentina. Palabra que, como siempre, emerge de la memoria irredenta de un pueblo que no acepta ser reducido a la servidumbre voluntaria diseñada por un sistema atroz que quiere seguir gobernando con impunidad hasta convertir a la democracia en un pellejo vacío. ¡De nuevo el nombre maldito del país neoliberal pronunció un discurso memorable!
Fuente:Pagina/12

lunes, 3 de diciembre de 2018

No se ahogó


El delito de desaparición forzada consiste en “el arresto, la detención, el secuestro o cualquier otra forma de privación de libertad que sean obra de agentes del Estado o de personas o grupos de personas que actúan con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o del ocultamiento de la suerte o el paradero de la persona desaparecida, sustrayéndola a la protección de la ley”, dicen la OEA y la ONU. Se trata de un delito de derecho internacional, que se puede configurar de muchas maneras, por lo que no hace falta que se cumplan todos los rasgos mencionados: cualquiera de ellos ya configura la desaparición forzada. 
En el caso de Santiago Maldonado confluyen varias causas: la desaparición en el marco de una feroz e ilegal represión desatada por Gendarmería Nacional contra un grupo de personas que protestaban cortando una ruta (y que se continuó con la persecución del grupo y la irrupción en un territorio mapuche), el ocultamiento de la suerte o el paradero de la persona, y la negativa a reconocer que Santiago Maldonado estaba desaparecido mientras no se hallaba su cuerpo, lo cual se prolongó nada menos que durante 77 días. Por eso es no solo legítimo sino técnicamente ineludible hablar de su desaparición forzada. Hablando en derecho, no hacerlo configuraría un error de calificación. Y hablando políticamente –lo que no es malo en una sociedad democrática– no hacerlo es caer en la trampa (antidemocrática) tendida por el Gobierno. Para explicarlo: si no hablamos de desaparición, para que no se nos acuse de “politizar el caso”, para usar la jerga (antidemocrática) de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, avalamos la tesis contraria, que implicaría sostener que Maldonado se ahogó mientras paseaba en el río. Y no. La secuencia de los hechos marca que Santiago participaba de la protesta, que la misma fue reprimida violentamente (hay registros fílmicos que lo prueban), que desapareció en medio de la represión, y que su cuerpo fue hallado mucho tiempo después en un lugar que se había rastrillado varias veces sin resultado. 
Para la ministra Bullrich (máxima responsable de las políticas represivas) y para los medios de comunicación que sostienen a este Gobierno, el caso Maldonado está cerrado porque el chico simplemente “se ahogó”, según una resolución judicial a la que se arribó luego de un proceso burdo, plagado de presiones (reconocidas por el propio juez) y arbitrariedades. Regalo para que la ministra arremetiera contra el “relato de los derechos humanos” justo cuando se iniciaba la cumbre del G-20.
En un juego de semejanzas y diferencias, recordemos que Ezequiel Demonty también “se ahogó” tras ser obligado por policías a tirarse al Riachuelo. Pero tras un juicio ejemplar, en el año 2004 y con paradigmas muy distintos a los actuales, tres uniformados recibieron condena a prisión perpetua, y otros seis diversas penas. Hoy, con los parámetros establecidos por el gobierno de Cambiemos, los involucrados en el caso Demonty serían condecorados o ascendidos por la ministra de Seguridad y el Presidente, tal como ya ha sucedido respecto de otros delitos de “gatillo fácil” o con uniformados que abiertamente agreden a jueces en la vía pública por ser “garantistas”. La promoción de la violencia institucional que se celebra desde lo más encumbrado del poder político configura un riesgo para la democracia. 
Santiago Maldonado no murió solo. No estaba paseando en el Sur. Estaba protestando, lo cual es un derecho constitucional, una garantía de primer orden. Lo hicieron desaparecer forzadamente, mientras la Gendarmería desplegaba una represión ilegal, coordinada en forma presencial por el jefe de gabinete del Ministerio de Seguridad, contra una protesta de comunidades originarias en el Sur argentino. Mucho más tarde y debido a la masividad de los reclamos sociales (y solo debido a su persistencia y firmeza), las fuerzas de seguridad hicieron aparecer su cadáver en el mismo lugar donde ya se había rastrillado (sin éxito) muchas veces. 
En La invención de los derechos humanos, Lynn Hunt sostiene que la desaparición forzada de personas será (ya es) el crimen más repetido del siglo XXI, porque los Estados, luego de acometer masacres, buscarán cada vez más (y con nuevas tecnologías a su disposición) borrar las pruebas. Nuestro país es hoy fiel testigo de este proceso incipiente. (Ya la dictadura genocida buscó borrar las pruebas de sus crímenes desapareciendo personas: Argentina tiene el triste mérito de haber hasta inventado esta categoría: la del “desaparecido”.)
Pero supongamos, solo por un momento, que efectivamente Maldonado se ahogó en el lugar donde fue encontrado su cuerpo. Ello no elimina el delito. Santiago Maldonado no entró al río a bañarse, cargado de ropas y mochilas y sin saber nadar. Estaba escapando de fuerzas de seguridad que lo estaban reprimiendo. Es decir que su muerte fue clara consecuencia de esa represión ilegal. Y que las responsabilidades por su muerte van desde los gendarmes que lo reprimían, hasta las autoridades que ordenaron la represión y los encargados de investigar lo ocurrido, que en lugar de hacerlo pusieron todo tipo de trabas a las diligencias requeridas por la familia de Santiago y terminaron por aceptar como buenas pruebas periciales pruebas contaminadas desde el inicio y contrapuestas con otros elementos que obran en la causa.
Es decir que o hubo desaparición forzada (por los motivos que indicamos al principio) o hubo homicidio. Lo que no ocurrió es un simple accidente en el cual Santiago Maldonado “se ahogó”. No reconocerlo es hacer el peor uso político del poder judicial. Algo que, lamentablemente, es moneda corriente en estos días donde la justicia y los derechos humanos, pilares del Estado democrático de derecho, están en riesgo de desaparecer.
* Ex subsecretario de Derechos Humanos de la Nación.
** UBA-Conicet, director del Tribunal Experimental en Derechos Humanos Rodolfo Ortega Peña (UNLa).
Fuente:Pagina/12

Noticias del Virreinato


Imagen: Noticias Argentinas
Acaba de morir, en México, el enorme narrador Fernando del Paso (1935), autor de varias novelas fundamentales del Siglo Veinte, entre ellas la magistral Noticias del Imperio (de 1987), seguramente el registro ficcional más acabado de colonialismo y de resistencia cultural de la literatura latinoamericana, con una reconstrucción magistral y deliciosa de la aventura imperialista europea en tierras americanas, llevada a cabo en ese país entre 1860 y 1865, cuando el indígena Benito Juárez lideró la imbatible resistencia de los autóctonos.
Esa novela es a la vez un estudio psicológico de la mentalidad –y la locura– de los conquistadores, representados por el fascinante personaje que es la emperatriz Carlota, esposa de Maximiliano de Habsburgo. Y la referencia cobra sentido entre nosotros y en estos días, cuando en estas pampas todavía ubérrimas que el régimen macrista degrada a una velocidad que encandila -y en la que feroces virreyes, malos de verdad, destruyen vidas y haciendas, y trabajos, dignidades y esperanzas- acabamos de asistir a un espectáculo de colonialismo circense. Y ello porque, pretendiendo ser fastuoso y definidor de rumbos planetarios, apenas fue un ridículo circo mediático en el que el gobierno anfitrión cumplió el patético rol de lacayo colonial, mientras los visitantes sonreían y replanificaban sus acuerdos de dominación. El título de esta novela sería, sin dudas, “Noticias del Virreinato”.
En pleno siglo Veintiuno, y en la que hace más de dos centurias fue conocida como la “muy noble y leal ciudad de Santa María de los Buenos Ayres”, hemos asistido a una especie de sepultura de lo que otrora fue una “nueva y orgullosa nación”, devenida ahora en un renovado, vulgar y muy servil Nuevo Virreinato del Río de la Plata.
Que duele, sin dudas, tanto como ofende a millones de argentin@s que se bancaron, azorados, la enésima y energúmena demostración de poder represivo y de periodismo autoritario que enferman a esta república.
Ese autoritarismo, consecuente con la violencia letal de los esbirros en las calles, se concentró en mostrar y comentar todo lo intrascendente, todo lo frívolo, todo lo estúpido y todo lo negador de la durísima situación de vulnerabilidad en que están hoy millones de habitantes de este país. Todas sus páginas y coberturas televisivas fueron expresiones degradadas del extraviado concepto “Periodismo” reducido a títulos y fotografías, y crónicas televisivas, sobrecargados de obviedades y elusiones. Así, el muestrario de sonrisas serviles, vestidos fastuosos, menúes inalcanzables y escenarios desfigurados como el del Teatro Colón, estuvo al servicio de una esmeradísima labor de no-información, frivolidad y engaño contumaz.
Más allá de que este vodevil macrista costó una fortuna inútilmente dilapidada -en grosero contraste con el hambre de millones de compatriotas- la frívola y estúpida mirada del elenco gubernamental fue involuntariamente sintetizada en el título principal del diario La Nación online de ayer domingo: “Una cumbre ‘increíblemente perfecta’ que Macri sueña proyectar a su futuro”.
Perfección tan irónica como imposible, desde ya, porque la Argentina carece hoy de relevancia en el concierto internacional, entre otras cosas porque el macrismo abandonó todas las alianzas continentales (Unasur, Mercosur) que nos daban alguna fuerza, y porque de hecho el contexto internacional que este presidente fantasea –su infantil teoría del derrame supone que siendo serviles a los intereses norteamericanos van a “abrirnos las puertas” del primer mundo– se asemeja a lo que suponía Carlos Menem en los 90, y así nos fue.
En realidad la plastificada sonrisa (y el llanto ocasional, que lo tuvo en el Colón, lo que sólo prueba que es un ser humano) de este flamante Virrey, no disimuló su confusión en un escenario ni su corta inteligencia, como por siglos fue estilo de todos los virreyes, al menos los que España mandaba a estas tierras.
Ahora de lo que se trata es de volver a las luchas por la Independencia. Hay muchísimos patriotas todavía en estas tierras, como quedan también vergüenza y dignidad. Y están vivos y nos miran los espíritus indoblegables de Manuel Belgrano, José de San Martín, Mariano Moreno, Juana Manuela Gorriti y Martín Miguel de Güemes, entre tantos y tantas patriotas más. Sólo se trata de recuperar la consigna eterna del progreso social de la humanidad, y particularmente de los pueblos latinoamericanos: la lucha continúa.
Y el campo de batalla serán las urnas en las elecciones de 2019, donde ganar, unidos y fuertes, será la única prioridad si así lo entienden de una vez tanto la derecha peronista como los restos del radicalismo y en particular las izquierdas dogmáticas casi siempre erradas a la hora de votar. Como en 2015.
Lo demás es hojarasca, porque las miradas de casi todos los exégetas del régimen no son de águilas sino de ranitas, que sólo ven hasta donde llegan sus lenguas.
Quizás por eso sus sensibilidades no pasan de emociones primarias y, en casos excepcionales, de culpitas o compasiones. Y es que sus pregoneros –como el columnista premiado hace años por el dictador Videla que hoy redacta libretos del actual presidente– celebran alborozados en sus títulos que “El mundo volvió a la Argentina”, pero sin decir que volvieron sólo para llevársela en pala, dejando tierra y subsuelo arrasados y a millones de compatriotas en la miseria, sin trabajo ni educación ni salud pública, sin sistema jubilatorio y sin industrias ni esperanzas. Típico de los viejos, despreciables virreinatos que en el Siglo 18 expoliaban a los pueblos desde el puerto de Buenos Aires.
Estos tipos son iguales y cualquiera de ell@s, como en el símil de la mona, aunque vestida de seda mona queda.
Fuente:Pagina/12