Diego Hurtado:
El
profesor de Historia de la ciencia y tecnología reflexiona sobre los
modelos de desarrollo en una etapa signada por los gobiernos
neoliberales en la región.
Imagen: Rafael Yohai
Reflexionar
acerca de la ciencia y la tecnología y su relación con la sociedad
implica, necesariamente, debatir acerca de los modelos de desarrollo.
¿Por qué? Porque el progreso del sector no siempre redunda en progreso
social. En un marco signado por la presencia de gobiernos neoliberales
en la región, ¿cómo es posible organizar la producción de conocimiento y
soberanía? ¿De qué se trata el “impacto social”? ¿Para qué y para quién
investigan los investigadores argentinos? ¿Deben tener compromiso
social y encolumnarse en proyectos nacionales o gozar de total autonomía
para escoger sus temas? ¿Cuán fundamental es el intervencionismo
estatal? Desde aquí, nadie mejor que Diego Hurtado --profesor de
Historia de la ciencia y tecnología en la Universidad Nacional de San
Martín-- para repensar estos viejos interrogantes que hoy reflotan en un
penoso contexto de ajuste y retroceso.
--¿A qué se refiere el concepto de “ciencia con impacto social”? Desmadejemos el eslogan.
--El
sector CyT está regulado por prácticas institucionalizadas
(desarrolladas en dependencias específicas como Conicet, INTA, INTI,
universidades), así como también por organismos regulatorios. Hemos
comprobado que si la ciencia y la tecnología son bien utilizadas y
reguladas constituyen motores de desarrollo económico y social. No
pueden ser dejadas en manos de empresas, ya que la percepción de los
grupos sociales es fundamental y en muchos casos no es tenida en cuenta.
--¿En qué sentido?
--Utilicemos un ejemplo
ficticio. Supongamos que la población aledaña a Atucha I le tuviera
temor a la central nuclear, por sus hipotéticos efectos sobre la salud y
el medioambiente. Enseguida saldría un experto a señalar que el miedo
de las personas es irracional porque no está justificado con parámetros
científicos. Lo que muchas veces no se comprende desde la academia es
que si el miedo es real no es irracional. Como resultado, debe generarse
un diálogo entre los saberes comunitarios y los expertos. Este esquema
podría aplicarse en cada ámbito de nuestras vidas; ya sea salud,
vivienda, energía, defensa o industria. El problema más importante es
organizar la producción de conocimiento y coordinarla de acuerdo a las
necesidades socioeconómicas de nuestra sociedad. Detrás del conflicto de
la organización social subyace la robustez o la fragilidad de las
instituciones. Alemania, Estados Unidos y Japón han resuelto esta trama,
mientras que los países periféricos aún no lo hemos logrado.
--Cuando señala “esta trama”, ¿se refiere a conseguir que la ciencia esté unida al engranaje productivo de la nación?
--Exacto.
No son los individuos los que aprenden CyT sino las sociedades que lo
hacen a través de sus instituciones. Por eso, cuando en los últimos años
los gobiernos neoliberales se instalaron en la región, se quebraron los
procesos de acumulación y el aprovechamiento social del conocimiento.
El Arsat-3 no fue creado por un individuo, por el contrario, es el
resultado de la acción de un conglomerado de empresas e instituciones
públicas articuladas. Esta es la razón por la que resulta tan difícil
explicar el impacto social, porque en verdad se produce a partir de
redes de articulación entre instituciones y empresas, y no a partir de
los científicos actuando de manera individual.
--Lo que se conecta con la falacia de los “científicos emprendedores”…
-Barañao
suele comentar: “Cada nuevo doctor debe ser capaz de poner una
empresa”. En verdad, nuestros científicos son capaces de producir
tecnologías de primer nivel, pero si las PyMEs no tienen la capacidad de
absorción necesaria no tiene mucho sentido que financiemos ciencia y
tecnología. Se requiere de políticas públicas y un fuerte
intervencionismo estatal que orienten el escalamiento tecnológico, a
partir del trabajo de técnicos, informáticos, científicos, universidades
con anclaje territorial y pequeñas y medianas empresas. Solo de esta
manera se generan procesos virtuosos que redundan en beneficios
sociales. Las políticas en abstracto y la buena voluntad de los
investigadores por separado no son suficientes.
--En sus trabajos hace hincapié en la importancia de “articular”, ¿por qué?
--Porque
supone la generación de redes organizacionales. Barañao nunca podrá ser
el mismo ministro que era durante el gobierno anterior por una sencilla
razón: antes había una gestión que intentaba coordinar sus capacidades
productivas en torno de la ciencia y la tecnología. Hoy tenemos una
administración neoliberal que carga las responsabilidades sobre los
investigadores que deben emprender y eso opera como excusa para dejar de
comprometerse. Se pretende borrar la política del campo de la ciencia.
--La
política satelital funciona como un buen ejemplo para comprender lo que
ocurre desde fines de 2015 en transferencia e impacto social.
--Teníamos
una ley de promoción satelital (n° 27.208/15) que se proponía dar un
salto cualitativo y pasamos a paralizar Arsat-3. Con este caso podemos
comprender cómo la ciencia y la tecnología son procesos sociales y
colectivos, en tanto y en cuanto la sociedad, representada a partir de
sus legisladores, proyecta a largo plazo. Una población que se proponía
planificar su futuro y reflexionaba acerca de cuál sería el impacto
esperado en un escenario tan estratégico como el de las
telecomunicaciones. Lo que sucede es que para articular es necesario una
mirada prospectiva; es lo que Estados Unidos hacía con sus políticas
aeroespaciales durante la Guerra Fría. El objetivo de “conquistar el
espacio” servía como metaordenador, ya que traccionaba otros desarrollos
que venían detrás y luego trasladaba los beneficios a la sociedad
civil.
--¿Se necesita del compromiso social de los científicos?
--Cuanto
mayor es el nivel de institucionalización menor compromiso se requiere.
Ahora bien, en un país en desarrollo que detenta una altísima
inestabilidad política y económica, además de una marcada fragilidad
institucional y deficiencias regulatorias, necesitamos que la comunidad
científica se constituya en un actor político relevante, con mucha
conciencia y compromiso respecto de sus quehaceres y su impacto social.
--Lo preguntaba porque siempre está latente el asunto de la autonomía para escoger las temáticas en las que se especializan.
--Es
una vieja disputa vinculada al modelo Houssay, según el cual los
investigadores debían manejarse con libertad y en las condiciones
adecuadas para producir trabajos de calidad según estándares
internacionales. Aquellos que todavía postulan la idea de una ciencia
libre asumen, de manera inconsciente, niveles altísimos de dependencia
cultural. Está el clásico: “Yo trabajo conectado con un laboratorio de
Montreal haciendo nanotubos de carbono”. A esa afirmación hay que
hacerle varias preguntas. En principio, ¿por qué el Estado argentino
financia tu investigación cuando tus publicaciones son en coautoría con
físicos canadienses? ¿A nuestro país le sirven tus investigaciones o
solo benefician a la industria de Canadá? Los estándares internacionales
están muy bien, pero no podemos dejar de preguntarnos para qué hacemos
lo que hacemos.
Fuente:Pagina/12
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