lunes, 30 de septiembre de 2019

El agotamiento de un modelo

Mauricio Macri, durante la conferencia de prensa que brindó tras las PASO
Mauricio Macri, durante la conferencia de prensa que brindó tras las PASO
Los resultados de las elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO) corrieron “un velo”. Quedaron expuestos modelos económicos históricamente antagónicos. Muchos de los votantes lo entendieron porque nunca perdieron de vista a la economía; otros reflexionaron seriamente y hoy contemplan con gesto adusto el malestar social; un tercer subgrupo “politizado y mediatizado”, apelaron al monólogo ante las cámaras, desplegaron un acting y se horrorizaron; el resto, por el contrario, se mantuvo inamovible en su posición (más de un lado que del otro). Mientras se producía este cambio express en la matriz de pensamiento del votante, el mercado ingresó en “modo sobreactuación” arrojando disparatados valores cambiarios y financieros basados en “discursos demodé” que anticipaban, por ejemplo, inminentes avances del comunismo y planes de expropiación y estatización si se modificaba la conducción política del Estado (recursos comunicativos típicos de los tiempos de la Guerra Fría entre Estados Unidos y URSS).
¿Qué teorías pugnaron hasta las PASO? De un lado se ubicaron quienes “timonearon el barco de la política económica”. Eliminando las regulaciones de la actividad productiva y fomentando la inversión en construcción y la oferta exportable, se suponía que automáticamente habría empleo, crecimiento y desarrollo económico. Por motivos exógenos (el impacto de la economía internacional) pero, principalmente endógenos, originados en errores de diagnóstico, un deficiente timing en la praxis y fallas de diseño en el modelo, hoy “la foto” muestra más retrocesos que progresos en aspectos vinculados a la inflación, la recesión y la pobreza.
El resultado de las paso dejó expuesto el antagonismo entre dos modelos económicos
En el extremo opuesto, se posicionó el grupo de los intervencionistas, defensores de la noción de un Estado activo e imbuidos en una abundante cultura política. Algo dispersos por (casi) cuatro años, “discursearon” sin “un norte” definido en términos de liderazgos hasta 2019. Sin embargo, no parecieron dar muestras de perder el afán por diseñar políticas públicas activas (aprendiendo de sus errores, supuestamente) y monitorear las inconsistencias del mercado. De afianzarse los resultados de las PASO, éstos tendrán que ser sumamente cuidadosos porque el votante le reclamará el cumplimiento de sus propuestas en un marco en el que, por la herencia que recibirán, tendrán que ser habilidosos para convivir entre las agudas necesidades sociales y la presión de los organismos financieros internacionales.
La política económica de estos años organizó el proceso de coordinación macroeconómica mediante la icónica figura de la libertad de mercado. Se suponía que siguiendo las señales de la “mano invisible”, encargada de coordinar el proceso macroeconómico de ahorro (de las familias) e inversión (de las empresas), la confianza de los participantes consolidaría en el futuro ámbitos económicos armónicos y estables. El interés por la estrategia alineada con la frase “cómo nos ven en el mundo”, implicaba mantener una economía completamente abierta a la competencia internacional (y expuesta al “humor global”) tanto en el orden comercial como financiero. Según su visión, este estadio se lograría afianzando la reputación y diferenciándose de las estrategias empleadas durante el período 2003-2015. Configurado este ambiente market friendly (amigable con el mercado), un proceso inversor endógeno (como si fuera un motor en permanente funcionamiento) impulsaría mecanismos de autorregulación que permitirían el acceso a adecuados estándares de productividad y competitividad, acompañados por indicadores sociales saludables y sustentables (entre ellos, una equitativa distribución del ingreso). Este proceso sería automático, se retroalimentaría sin la presencia “invasiva” de políticas activas (discrecionales) y se afianzaría en el largo plazo porque todo “progreso económico únicamente es posible a base de ampliar, mediante el ahorro, la cuantía de los bienes existentes de capital y de perfeccionar los métodos de producción (Von Mises, 1986)”.
En las elecciones se impuso el pensamiento político intervencionista y defensor de la noción de un Estado activo
Sin mencionarlo explícitamente, la teoría ensayaba con las necesidades de supervivencia de un “agente representativo” racional similar al “hombre promedio” propuesto en 1850 por el matemático y sociólogo belga Adolphe Quetelet. Ese individuo imaginario que se enfrentaría día a día con los desafíos y amenazas cotidianas provenientes de la coyuntura macroeconómica local, no tendría inconvenientes en negociar salarios cara a cara con su empleador (sin el respaldo del sindicato), no se atemorizaría por el desempleo porque estaría dispuesto a ajustar su salario a la baja cuantas veces sea necesario para ser productivo y competitivo (por su bien y el de su empresa contratante), pagaría gustosamente las tarifas ajustadas por inflación y se endeudaría a largo plazo aceptando actualizaciones automáticas del capital (de deuda). En esencia, elegiría voluntariamente momentos de ocio y trabajo (no habría amenazas de desocupación involuntaria keynesiana) y podría tomarse años sabáticos (incluso en el mercado de trabajo argentino). Así, la psiquis política le dio vida a un individuo (o una familia) que no tendría problemas para “llegar hasta la otra orilla” (su salario siempre sería suficiente para afrontar sus gastos).
El resultado de las PASO estuvo lejos de convalidar ese modelo. Por el contrario, confirmó la frase del asesor del ex presidente de EEUU Bill Clinton: “es la economía, estúpido (Carville, 1992)”. Sobreviviendo a una caída del poder adquisitivo del salario (más intensa en el sector público), conviviendo con inmensos ajustes tarifarios, sufriendo una corrosiva presión fiscal y adaptándose a créditos hipotecarios escalando al ritmo de una tortuosa inflación (dispuesta por el mercado), los votantes finalmente palparon el descalce entre sus ingresos y gastos (y la razón de su pérdida de bienestar) y lo demostraron en las urnas. Las necesidades por el gasto de consumo superaron a las que clamaban por obra pública, porque pudo haberse llegado a la conclusión que en el corto plazo: 1) empeoraría su calidad de vida ante más pérdidas de ingresos y conquistas sociales, 2) “la mano invisible” no les devolvería su empleo (aun imitando al “agente representativo”) y 3) su vida continuaría normalmente incluso con el mismo nivel de infraestructura pública.
En las urnas se vio que las necesidades por el gasto de consumo superaron a las que clamaban por obra pública
Pese al achatamiento salarial, la desocupación y la pérdida de valor del peso (y la mejora competitiva consecuente) y mayor rentabilidad empresaria consecuente, las inversiones reales no llegaron y las financieras entraron atraídas (y salieron expulsadas) por el carry trade. El consumo se desplomó, las cotizaciones del tipo de cambio y los niveles de las tasas de interés hicieron volatilidad, se instalaron en un sendero recurrentemente alcista y el crédito se desmoronó. La inflación y el desempleo se adentraron más en el terreno de la estanflación y la pobreza incorporó más elementos de fragilidad al tejido social. Los mercados liberados al cambio del “humor” global, la “demonización” de la cosa pública (el gasto y todo tipo de emisión de dinero), el fanatismo por generar ahorros y la visión de largo plazo (descuidando el corto plazo), constituyeron el meollo general del problema en un contexto en el que el paradigma hegemónico careció de una visión política amplia e imaginó que la macroeconomía respondería como lo haría la microeconomía de la empresa.
Siguiendo a Paul Davidson, quizás todo esto pudo preverse (o al menos entenderse). Hoy los resignados se reconocen (y sienten) defraudados (segundo grupo mencionado al principio). De haber estado vivo en aquel momento (cuando todo comenzó), el economista británico John Keynes quizás les habría advertido que “las fallas más sobresalientes de una sociedad empresarial son su incapacidad para proporcionar empleo pleno y sostenido y su arbitraria y desigual distribución del ingreso y la riqueza (Davidson, 2001)”.
El autor es profesor de la Universidad de Buenos Aires

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