domingo, 11 de mayo de 2014

Ya quisiera el cerebro que le vaya como el culo

 

Por Marcelino Cereijido
Hubo una vez una Argentina en que las cosas comenzaron a “ir como el cerebro”. Domingo F. Sarmiento viajó al extranjero para hacerse una idea de cómo manejaban la instrucción pública por Europa, y Norte y Sudamérica. A su regreso informó que los países del norte europeo (Gran Bretaña, Alemania, Suecia, Holanda, Suiza, Francia, etc.) y del norte americano (Canadá y Estados Unidos) progresaban con base en el fervor por el conocimiento que había encendido la Ilustración; por el contrario, España y sus colonias americanas seguían estancadas en su penumbra cuasi medieval. Sus paisanos estaban muy al tanto de las ideas que se debatían en Europa, y hasta iban forjando sus propias posiciones. Juan Bautista Alberdi opinaba: “La riqueza no reside en el suelo ni en el clima (...), es el hombre mismo”. La forma en que Nicolás Avellaneda relataría su propia trayectoria revela claramente sus valores: “Después de presidir la Argentina me elevaron al cargo de rector de la Universidad de Buenos Aires”. Más tarde Juan B. Justo dejaría escrita la visión que impregnaba sus cenáculos, y que debería cincelarse en el frontispicio de la Casa de Gobierno: “...Aplicar el bálsamo religioso a los males colectivos es declararlos sin remedio”. Pergeñaron un ideario: los argentinos tendrían que interpretar su propia realidad mejor que nadie. (Hoy decimos que si quienes mejor interpretan la realidad japonesa no fueran los japoneses, Japón sería un país subdesarrollado.)
Para generar al argentino que deseaban fundaron escuelas, institutos de profesorado, bibliotecas, observatorios, zoológicos, botánicos, trajeron maestros, técnicos y científicos europeos, y obligaron a las huestes de inmigrantes a transformar a sus hijos en argentinos mandándolos a la escuela, y en una generación pasaron del analfabetismo a la educación. Argentina empezó a “andar como el cerebro”: en la década de 1920-30 el grado de alfabetización se ubicó entre el 4º y 8º lugar del mundo, muy por encima de casi todos los países de Europa.
De puro franco que era, Nicolás Avellaneda condenó a muerte aquel brote de Ilustración criolla cuando aconsejó que no se aceptaran inmigrantes españoles, porque a su juicio eran el pueblo más atrasado de Europa, también lo eran sus colonias, y se correría el riesgo de que trajeran curas católicos. Por fortuna, las autoridades migratorias no le hicieron caso, pues la mitad de mis ancestros no hubiera llegado y yo no estaría garrapateando estos ensayos, pero en cambio la Iglesia lo tomó muy en serio, pues venía siendo desertada por los protestantes a medida que convertían sus países en Primer Mundo. Si la alternativa de la Iglesia Católica era optar por apoyarse en el atraso latinoamericano, debía mantener a Centro y Sudamérica en tinieblas: desbalanceó en Argentina el equilibrio entre militares liberales vs. militares católicos, y el 6 de septiembre de 1930 pergeñó un golpe de Estado que instaló en el gobierno un nazicatolicismo, y se lanzó a organizar profusas misas de campaña y congresos religiosos multitudinarios, uno de los cuales presidió el cardenal Eugenio Pacelli, a la sazón cónsul vaticano en la Alemania de Hitler 1. Luego se apoderó del aparato educativo, lo oscureció reimplantando la enseñanza religiosa en las escuelas, separando alumnos no-católicos en aulas de concentración, entronizando estatuitas de la Virgen en comisarías, hospitales y lugares públicos, llegaría a colgar crucifijos en las dependencias del Consejo Nacional de Ciencia y Técnica 2, y obstaculizó la obra de Sarmiento a Sáenz-Peña todas las veces que juzgó necesario. Interventores universitarios derechistas como Alberto Ottalagano y Luis Botet y decanos que comenzaron por exorcizar las instalaciones para librarlas del Diablo, provocaron un éxodo científico-técnico hacia el Primer Mundo con el denuedo suficiente para generar una Provincia Argentina de Ultramar 3, que llegó a tener un Premio Nobel (César Milstein), varios candidatos, legiones de honor (Gregorio Weber, Eduardo de Robertis) y hasta un asteroide al que llamaron Pedro Elías Zadunaisky en honor al matemático rosarino formado con el calladamente eminente Beppo Levi 4.

Cerebro vs. culo

Las tendencias de la Evolución parecen concordar con Alberdi, Sarmiento y Avellaneda, pues hicieron del cerebro el órgano fundamental de nuestra especie, cuyo papel le ha dado un lugar en la taxonomía: Homo sapiens. Ni el mismísimo corazón habita un refugio óseo inexpugnable como la bóveda craneana que alberga el encéfalo, lo mantiene hidráulicamente suspendido para que amortigüe sacudones y topetazos, y conoce una inmensa realidad comenzada hace 13.700 millones de años, integrada por objetos pequeños como quarks o descomunales como galaxias. Su corteza creció tanto que se tuvo que corrugar para que le cupieran los billones de somas neuronales que contiene. El encéfalo genera una flecha temporal que nos permite hacer modelos dinámicos de la realidad y adecuarnos al futuro. Es además nuestro principal órgano ¡sexual!, pues pone en juego verdaderos festivales endocrinos que transforman el cuerpo infantil en adolescente, regula el ciclo menstrual, husmea feromonas que emanan de hembras en celo, y prepara el cuerpo y las conductas del macho, que de ahí en más no tolera que nada se interponga a su frenesí por copular.
En cambio, ahí tenemos el misterioso culo. Estudios de las veces y el tiempo que un hombre observa las partes de una mujer demuestran que el culo es el órgano más contemplado y más erótico, muy por encima de los pechos, los labios y la entrepierna. Hoy, estudios en todos los países, capas sociales y rango de edades demuestran con estadísticas inobjetables que el coito anal es un magneto erótico universal, aunque no por eso sea tan practicado como fantaseado, y sigue sumando adeptos con cada homosexual que sale del armario. Sabemos por qué el elefante es tan trompudo, la jirafa tan cogotuda y qué ventaja le dan al cóndor sus alas, pero no tenemos idea de por qué el trasero humano resultó tan desmesurado, por qué la grasa en los glúteos lo magnifican tan clara y profusamente, cuál es el mecanismo filogénico que nos ha dotado con semejante atributo, y por qué destaca tan prominentemente en el sexo femenino, puesto que las funciones que le conocemos no lo justifican. Desde ya no es siquiera un órgano reproductor. El tamaño del cerebro está obstétricamente restringido 5 al punto que, como acabamos de mencionar, el aumento desmesurado de la corteza humana tuvo que ser acompañado de un forzado plegamiento; en cambio el tonelaje glúteo de una mujer puede alcanzar con toda habitualidad cinco veces el tamaño del panero de una flaca. Estamos muy lejos de decodificar el programa genético que lo construye y sacraliza.
Se le llegan a atribuir incluso funciones mágicas. Un equipo de fútbol puede convertir un gol y un señor sacarse el premio mayor en la lotería, y atribuirle dichos golpes de fortuna al culo. Bastaría un sutil cambio en la voz y con decir “me fue como el culo” nos convencerá de que su suerte se ha trastrocado en fatalidad. Pero desde Sigmund Freud sabemos que no es sólo una manera de hablar, porque detrás de las metáforas y chistes hay manojos de razones determinantes.

Restricciones

Necesito introducir aquí un concepto que viene cobrando inusitada importancia científica: restringir. Consiste en impedir que un sistema haga cosas que bien podría llevar a cabo, para forzarlo a realizar otras rayanas en lo imposible. Así, los grados de libertad de una parra son tantos que la probabilidad de que alcance una pérgola a tres metros del piso es prácticamente nula. Pero si restringimos sus grados de libertad, atándola a una caña, la alcanzará inevitablemente. Las restricciones juegan un papel biológico crucial: nuestros genes están tan tenazmente restringidos que no se pueden expresar en cualquier momento. Así, todas nuestras células tienen el gen para producir insulina, pero sólo las células ß de los islotes de Langerhans del páncreas saben cómo des-restringirlo, decodificarlo y sintetizarla. Las restricciones juegan un papel central para que la información genética nos construya como organismos. Con estos conceptos, pasemos al papel religioso de las restricciones.

Las previsibles consecuencias de una teoría perversa

Para sobrevivir y dejar descendencia fértil una especie debe adaptarse a los alimentos, humedad, temperatura e innumerables ingredientes que encuentra en el lugar que habita, de lo contrario se extingue. En cuanto la vida dio con la forma sexual de reproducirse, las especies que vinieron dotadas de sexo tuvieron un éxito realmente fenomenal, porque les permitió procrear una variedad muy grande de descendientes, entre los cuales rara vez falta alguno con capacidad de adaptarse. Es que la esencia del sexo consiste en que cada progenitor genere células especiales (óvulos, espermatozoides) a través de una verdadera tómbola de combinaciones de genes, que al unirse con las del sexo opuesto produce una amplia gama de descendientes y, como digo, no faltará entre ellos uno que porte una mixtura que le permita sobrevivir y procrear hijos fértiles.
La Naturaleza pudo imponer la reproducción sexual, gracias a que también generó un ferviente deseo de los padres de ponerse a conjuntar óvulos y espermatozoides (fecundación). Y no siempre sus resultados fueron ventajosos, pues ese frenesí por satisfacer el deseo sexual generó machismo, prostitución e hijoputez 6. La situación empeoró cuando el sexo despertó el interés de la religión y de la política por controlarlo, y enloqueció cuando en el año 313, por razones estrictamente políticas, Constantino combinó el flamante judeocristianismo con el milenario paganismo, engendrando el Catolicismo Romano. Si bien el sexo en la cultura católica continuó siendo sublime desde muchos puntos de vista, atormentó a la gente en un marasmo sexual que lleva durando mil quinientos años.
¿Cómo justifica el catolicismo su sistemática guerra contra nuestros atributos sexuales? Según parece, Agustín de Hipona (San Agustín) juzgó que el pecado original pasa de generación en generación a través del coito, de ahí la necesidad de que la madre de Jesús fuera virgen antes, durante y después del parto, y requirió que el 8 de diciembre de 1854 el papa Pío IX proclamara la bula Ineffabilis Deus en la que declara retrospectivamente que también la Virgen María había sido concebida sin mediar coito alguno entre Ana y su marido Joaquín, abuelos maternos de Jesús. A partir quizá del concilio de Elvira (Concilium Eliberritanumen) en el siglo IV, se distinguió el celibato sacerdotal del monacal, y se prohibió que los curas tengan pareja sexual. Las malas lenguas lo asocian al hecho de que al morir sacerdotes y monjes sus descendientes reclamaban sus bienes, siendo que la Iglesia prefería heredarlos ella. La Iglesia exige que un cura no solamente se abstenga de tener actividad sexual carnal, sino también de fantasear con ejercerla. Más tarde la regla benedictina Ora et Labora exigió que los monjes dejaran de compartir la cama.

Las consecuencias patológicas del tupé eclesiástico de querer restringir el sexo

Hay que tener en cuenta que la fuerza de las restricciones radica en que potencian los grados de libertad que quedan sin restringir, y éstas suelen producir patologías y monstruosidades. La perversa restricción del sexo de seminaristas y curas los hacía desfogarse entre ellos, con monaguillos y cuanto feligresito lograran manejar coercitivamente. Entre ellas se incluyen culparlos de haber provocado la lascivia del cura, y prevenirles que la culpa se castigaría con el Infierno en caso de que los delataran. Tampoco sorprende que la situación enloquezca a un adolescente y lo lleve al suicidio. Por ejemplo en Massachusetts la Iglesia ha sido condenada a pagar una suma del orden de 30 millones de dólares en concepto de reparación a los padres de muchachos atormentados que han llegado a cometerlo. Mientras pudo, la Iglesia fingió tomarlo como rarezas demasiado mundanas para merecer la atención de un clero que declaraba tener asuntos muchísimo más elevados. Pero cuando la indignación se hizo colectiva, y sobre todo los familiares la denunciaron y censuraron públicamente, pasó a manifestar su bochorno y dolor, y a pedir perdón pudibundamente. No bastó. Recientemente la Unesco ha reclamado oficialmente que los delincuentes sean entregados a la Justicia común.

¿Y la pederastia contra el cerebro?

Desde Darwin sabemos que el mecanismo que opera la evolución es la selección natural: las circunstancias simplemente favorecen a los organismos que tengan cierto rasgo, se puedan adaptar mejor a ciertas circunstancias y dejen una descendencia capaz de sobrevivir y procrear. Pero, acaso no sea tan conocido el papel de las selecciones complementarias, mediante las cuales la selección de un rasgo central es favorecido mediante la selección en paralelo de otros atributos. Por ejemplo, las jirafas han sido seleccionadas por su elevada estatura, que les permite comer hojas de los árboles sin necesidad de treparlos. Pero estos pobres bichos se desmayarían y morirían si no se hubiera seleccionado paralelamente un poderoso corazón de unos seis kilogramos que puede bombear sangre con la presión necesaria para llegar a irrigarles un cerebro ubicado un par de metros más arriba. Pero esto no bastó, porque cuando la jirafa baje su cabeza para beber el agua de la laguna, cambiando así seis metros de presión hidrostática, los capilares del cerebro reventarían. De modo que tuvieron que coseleccionarse animales que, además de elevada estatura y poderoso corazón, vinieran dotados de sistemas de válvulas en el interior de sus vasos sanguíneos que amortiguan la presión sanguínea.
En nuestro caso, los Homo sapiens, la capacidad cerebral fue complementada por la selección del creyente, que favorece la selección de una especie que está haciendo del conocer su herramienta para luchar por la vida, porque la dota de una suerte de embudo cognitivo que le vierte en su cerebro todo lo aprendido por todos los individuos de generaciones anteriores. Yo, por ejemplo, no conocí a Tutankamón, ni estuve en la Revolución Francesa, ni inventé el idioma castellano, pero los tengo atesorados en mi patrimonio cognitivo gracias a que se los creí a mis padres, maestros y a la sociedad en general.

La evolución de las maneras de interpretar la realidad

En general, los textos y enciclopedias habituales dan una idea errónea de qué son la ciencia y las religiones, porque tienen un enfoque esencialmente creacionista, e insisten en la necedad de que sólo el ser humano es capaz de interpretar la realidad y lo hace conscientemente. Se trata de un viejo sinsentido, pues todo organismo sobrevive siempre y cuando sea capaz de interpretar su realidad eficazmente, se trate de una bacteria, una ballena, un rosal o un ser humano. Así, si una bacteria fuera incapaz de interpretar que este ion es sodio y debe gastar energía libre para expulsarlo de su interior, y aquel otro es potasio y debe incorporarlo, muere en minutos. Y si en un campo de girasoles hubiera uno orientado hacia donde el Sol no está en ese momento, la selección natural se encargaría de extinguir la progenie de ese girasol chapucero. Hasta donde sabemos, esas interpretaciones son inconscientes. Por supuesto, también la vida del ser humano depende de que interprete eficientemente que su realidad contiene Fe, Ca, Mg, glucosa, vitaminas, etc., y debe captarlos con un asombroso grado de especificidad, sólo que hace unos 50 mil años brotó en la Tierra algo que llamamos conciencia y, desde entonces, a esas interpretaciones inconscientes el Homo sapiens les viene sumando las que hace conscientemente. Veamos algunas:
El Universo resulta algo tan descomunal y complejo que todos pueblos admitieron que había sido creado por deidades. Las formas de interpretarlo han ido evolucionando a través de etapas de animismos, politeísmos y monoteísmos. Pero desde hace unos pocos siglos los humanos han desarrollado una nueva manera de interpretar la realidad, la ciencia moderna, que si bien es producto evolutivo de las anteriores, prescinde de deidades, milagros, revelaciones, dogmas y del principio de autoridad. De manera que, para un evolucionista, esos enfrentamientos aparentes entre religión y ciencia resultan tercamente planteados: si no hubiera habido religiones hoy no habría ciencia.
Desgraciadamente, menos del 10 por ciento de los países (Primer Mundo) han logrado evolucionar hacia la manera científica de interpretar la realidad. El resto (Tercer Mundo) se sigue manejando con interpretaciones religiosas y se hunde en un espantoso analfabetismo científico. Por eso, si bien Argentina ha logrado desarrollar una excelente comunidad de investigadores, todavía carece de una ciencia moderna al estilo del Primer Mundo y su cultura sigue estando vertebrada por la religión católica. Así como llamamos “analfabetismo” a secas a la incapacidad de interpretar el texto escrito, llamamos “analfabetismo científico” a la incapacidad de interpretar la realidad con base en la manera científica de hacerlo, esto es, sin recurrir a milagros, revelaciones, dogmas ni al principio de autoridad. El analfabetismo científico es una de las tragedias más espantosas del mundo moderno, porque nos sume en la pobreza, deudas, dependencias de todo tipo y humillaciones. Es muy difícil cambiarle a una sociedad su manera religiosa de interpretar la realidad, porque aunque esté plagada de falsedades, éstas fueron incorporadas en la niñez, y se considera casi imposible borrar con razonamientos algo que no ha sido incorporado razonadamente. Además, las religiones siguen siendo necesitadas en trances emotivos (v. gr. muerte) y para dar sentido a la vida. A sabiendas de estas influencias, el clero eterniza su desmesurado poder, y sigue contaminando el cerebro del subdesarrollado, que es aplastante mayoría.
La transición de una visión del mundo religiosa a una compatible con la ciencia moderna es entorpecida o imposibilitada por las intoxicaciones cognitivas. Causa estupor que en un país como Argentina, donde a una persona no se la puede procesar por deudas contraídas por sus abuelos o tatarabuelos, se permita poner a un niño de rodillas y darse de golpes en el pecho hasta que admita ser culpable de una transgresión cometida por una pareja mítica (Adán y Eva), o se lo embote en una inadmisible disonancia cognitiva obligándolo a amar a una deidad genocida que asesinó a la humanidad entera durante el Diluvio Universal. Las leyes argentinas no permiten que un prisionero –en realidad nadie– pueda ser sometido a torturas, pero se permite que se convenza a los niños que, si pecan, serán quemados eternamente en un Infierno. Esa deidad a la cual, sin embargo, se debe amar (Mateo 4, 10), condenó a todo el género humano por la transgresión de Adán y Eva, y sólo lo perdonó a condición de que torturáramos y asesináramos en una cruz a su hijo Jesús. No es que yo crea semejantes desatinos, pero sucede que los niños sí llegan a creerlo, pues la Iglesia tiene libertad para torturar su cerebro tanto o más atrozmente que su trasero. ¿Dónde están nuestros juristas especializados en leyes de protección a la niñez?, ¿dónde los expertos en pedagogía y psicología? ¿Dónde nuestros filósofos que luego pontifican sobre ética? Dado el inmenso analfabetismo científico nacional, entre nuestros intelectuales abundan los cómplices de que Argentina carezca de una cultura compatible con la ciencia 7.

El cerebro discriminado

En días pasados, la Unesco tronó contra el alto clero vaticano exigiendo que entregara a los pederastas que violaron criaturas para ser procesados por la Justicia común. Que yo sepa ninguna nación del planeta debe su atraso, dependencia, deudas y discriminaciones a fallas en el extremo final del aparato digestivo, pero es el abuso sexual contra ese segmento el que atrae la protección de las autoridades. ¡Ah si nuestros pueblos protegieran al cerebro como se protege al culo! Lo único que reconforta es que justamente en el actual tramo de la historia argentina los gobiernos han incrementado significativamente el apoyo a la ciencia moderna y a la tecnología. En este aspecto ningún otro país de Latinoamérica supera a la Argentina. Que la Argentina haya establecido todo un ministerio para atender los asuntos científicos a cargo de Lino Barañao, y el mismísimo Instituto Max Planck de Alemania haya fundado en Argentina una de sus tres sucursales fuera de Alema-nia 8, a cargo de nuestro paisano Eduardo Artz, suena muy promisorio, pero el analfabetismo científico y nuestra cultura incompatible con la ciencia seguirán siendo cómplices de que el cerebro de los argentinos siga siendo vilmente abusado sin que la Unesco ni nuestros intelectuales sean capaces de percibirloF
1 La posición oficial argentina llevó a las autoridades del Plan Marshall, para reparar y alimentar a las víctimas de la guerra, a prohibir que se usara un solo dólar para comprarle nada a la Argentina.
2 Cereijido, M., La Ignorancia Debida. Ediciones del Zorzal, Buenos Aires.
3 Cereijido, M., La Nuca de Houssay. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.
4 Ahí lo atestigua su significativo Leyendo a Euclides. Ediciones del Zorzal, Buenos Aires.
5 Si el feto humano siguiera madurando in utero, de modo que alcance el grado de madurez que tiene un mono al nacer, llegaría a tener un tamaño incompatible con el parto y morirían tanto el feto como la madre. La bipedestación de la madre seguramente adelantó el parto, por eso un bebé humano “nace verde” y totalmente indefenso: moriría así se le ponga a su alcance un biberón. Concomitantemente, el cerebro “inmaduro” de un bebé humano es de una plasticidad pasmosa, de modo que resulta muy sensible a la crianza y educación tempranas.
6 Cereijido, M., Hacia Una Teoría General sobre los Hijos de Puta. Tusquets, Barcelona, México, Buenos Aires.
7 Cereijido, M., La Ciencia como Calamidad. Gedisa, Barcelona, Buenos Aires.
8 Las otras dos están en Estados Unidos y China.
Fuente: Pagina/12

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