Por Marcelino Cereijido
Hubo
una vez una Argentina en que las cosas comenzaron a “ir como el
cerebro”. Domingo F. Sarmiento viajó al extranjero para hacerse una idea
de cómo manejaban la instrucción pública por Europa, y Norte y
Sudamérica. A su regreso informó que los países del norte europeo (Gran
Bretaña, Alemania, Suecia, Holanda, Suiza, Francia, etc.) y del norte
americano (Canadá y Estados Unidos) progresaban con base en el fervor
por el conocimiento que había encendido la Ilustración; por el
contrario, España y sus colonias americanas seguían estancadas en su
penumbra cuasi medieval. Sus paisanos estaban muy al tanto de las ideas
que se debatían en Europa, y hasta iban forjando sus propias posiciones.
Juan Bautista Alberdi opinaba: “La riqueza no reside en el suelo ni en
el clima (...), es el hombre mismo”. La forma en que Nicolás Avellaneda
relataría su propia trayectoria revela claramente sus valores: “Después
de presidir la Argentina me elevaron al cargo de rector de la
Universidad de Buenos Aires”. Más tarde Juan B. Justo dejaría escrita la
visión que impregnaba sus cenáculos, y que debería cincelarse en el
frontispicio de la Casa de Gobierno: “...Aplicar el bálsamo religioso a
los males colectivos es declararlos sin remedio”. Pergeñaron un ideario:
los argentinos tendrían que interpretar su propia realidad mejor que
nadie. (Hoy decimos que si quienes mejor interpretan la realidad
japonesa no fueran los japoneses, Japón sería un país subdesarrollado.)
Para generar al argentino que deseaban fundaron escuelas, institutos
de profesorado, bibliotecas, observatorios, zoológicos, botánicos,
trajeron maestros, técnicos y científicos europeos, y obligaron a las
huestes de inmigrantes a transformar a sus hijos en argentinos
mandándolos a la escuela, y en una generación pasaron del analfabetismo a
la educación. Argentina empezó a “andar como el cerebro”: en la década
de 1920-30 el grado de alfabetización se ubicó entre el 4º y 8º lugar
del mundo, muy por encima de casi todos los países de Europa.
De puro franco que era, Nicolás Avellaneda condenó a muerte aquel
brote de Ilustración criolla cuando aconsejó que no se aceptaran
inmigrantes españoles, porque a su juicio eran el pueblo más atrasado de
Europa, también lo eran sus colonias, y se correría el riesgo de que
trajeran curas católicos. Por fortuna, las autoridades migratorias no le
hicieron caso, pues la mitad de mis ancestros no hubiera llegado y yo
no estaría garrapateando estos ensayos, pero en cambio la Iglesia lo
tomó muy en serio, pues venía siendo desertada por los protestantes a
medida que convertían sus países en Primer Mundo. Si la alternativa de
la Iglesia Católica era optar por apoyarse en el atraso latinoamericano,
debía mantener a Centro y Sudamérica en tinieblas: desbalanceó en
Argentina el equilibrio entre militares liberales vs. militares
católicos, y el 6 de septiembre de 1930 pergeñó un golpe de Estado que
instaló en el gobierno un nazicatolicismo, y se lanzó a organizar
profusas misas de campaña y congresos religiosos multitudinarios, uno de
los cuales presidió el cardenal Eugenio Pacelli, a la sazón cónsul
vaticano en la Alemania de Hitler 1. Luego se apoderó del aparato
educativo, lo oscureció reimplantando la enseñanza religiosa en las
escuelas, separando alumnos no-católicos en aulas de concentración,
entronizando estatuitas de la Virgen en comisarías, hospitales y lugares
públicos, llegaría a colgar crucifijos en las dependencias del Consejo
Nacional de Ciencia y Técnica 2, y obstaculizó la obra de Sarmiento a
Sáenz-Peña todas las veces que juzgó necesario. Interventores
universitarios derechistas como Alberto Ottalagano y Luis Botet y
decanos que comenzaron por exorcizar las instalaciones para librarlas
del Diablo, provocaron un éxodo científico-técnico hacia el Primer Mundo
con el denuedo suficiente para generar una Provincia Argentina de
Ultramar 3, que llegó a tener un Premio Nobel (César Milstein), varios
candidatos, legiones de honor (Gregorio Weber, Eduardo de Robertis) y
hasta un asteroide al que llamaron Pedro Elías Zadunaisky en honor al
matemático rosarino formado con el calladamente eminente Beppo Levi 4.
Cerebro vs. culo
Las tendencias de la Evolución parecen concordar con Alberdi,
Sarmiento y Avellaneda, pues hicieron del cerebro el órgano fundamental
de nuestra especie, cuyo papel le ha dado un lugar en la taxonomía: Homo
sapiens. Ni el mismísimo corazón habita un refugio óseo inexpugnable
como la bóveda craneana que alberga el encéfalo, lo mantiene
hidráulicamente suspendido para que amortigüe sacudones y topetazos, y
conoce una inmensa realidad comenzada hace 13.700 millones de años,
integrada por objetos pequeños como quarks o descomunales como galaxias.
Su corteza creció tanto que se tuvo que corrugar para que le cupieran
los billones de somas neuronales que contiene. El encéfalo genera una
flecha temporal que nos permite hacer modelos dinámicos de la realidad y
adecuarnos al futuro. Es además nuestro principal órgano ¡sexual!, pues
pone en juego verdaderos festivales endocrinos que transforman el
cuerpo infantil en adolescente, regula el ciclo menstrual, husmea
feromonas que emanan de hembras en celo, y prepara el cuerpo y las
conductas del macho, que de ahí en más no tolera que nada se interponga a
su frenesí por copular.
En cambio, ahí tenemos el misterioso culo. Estudios de las veces y
el tiempo que un hombre observa las partes de una mujer demuestran que
el culo es el órgano más contemplado y más erótico, muy por encima de
los pechos, los labios y la entrepierna. Hoy, estudios en todos los
países, capas sociales y rango de edades demuestran con estadísticas
inobjetables que el coito anal es un magneto erótico universal, aunque
no por eso sea tan practicado como fantaseado, y sigue sumando adeptos
con cada homosexual que sale del armario. Sabemos por qué el elefante es
tan trompudo, la jirafa tan cogotuda y qué ventaja le dan al cóndor sus
alas, pero no tenemos idea de por qué el trasero humano resultó tan
desmesurado, por qué la grasa en los glúteos lo magnifican tan clara y
profusamente, cuál es el mecanismo filogénico que nos ha dotado con
semejante atributo, y por qué destaca tan prominentemente en el sexo
femenino, puesto que las funciones que le conocemos no lo justifican.
Desde ya no es siquiera un órgano reproductor. El tamaño del cerebro
está obstétricamente restringido 5 al punto que, como acabamos de
mencionar, el aumento desmesurado de la corteza humana tuvo que ser
acompañado de un forzado plegamiento; en cambio el tonelaje glúteo de
una mujer puede alcanzar con toda habitualidad cinco veces el tamaño del
panero de una flaca. Estamos muy lejos de decodificar el programa
genético que lo construye y sacraliza.
Se le llegan a atribuir incluso funciones mágicas. Un equipo de
fútbol puede convertir un gol y un señor sacarse el premio mayor en la
lotería, y atribuirle dichos golpes de fortuna al culo. Bastaría un
sutil cambio en la voz y con decir “me fue como el culo” nos convencerá
de que su suerte se ha trastrocado en fatalidad. Pero desde Sigmund
Freud sabemos que no es sólo una manera de hablar, porque detrás de las
metáforas y chistes hay manojos de razones determinantes.
Restricciones
Necesito introducir aquí un concepto que viene cobrando inusitada
importancia científica: restringir. Consiste en impedir que un sistema
haga cosas que bien podría llevar a cabo, para forzarlo a realizar otras
rayanas en lo imposible. Así, los grados de libertad de una parra son
tantos que la probabilidad de que alcance una pérgola a tres metros del
piso es prácticamente nula. Pero si restringimos sus grados de libertad,
atándola a una caña, la alcanzará inevitablemente. Las restricciones
juegan un papel biológico crucial: nuestros genes están tan tenazmente
restringidos que no se pueden expresar en cualquier momento. Así, todas
nuestras células tienen el gen para producir insulina, pero sólo las
células ß de los islotes de Langerhans del páncreas saben cómo
des-restringirlo, decodificarlo y sintetizarla. Las restricciones juegan
un papel central para que la información genética nos construya como
organismos. Con estos conceptos, pasemos al papel religioso de las
restricciones.
Las previsibles consecuencias de una teoría perversa
Para sobrevivir y dejar descendencia fértil una especie debe
adaptarse a los alimentos, humedad, temperatura e innumerables
ingredientes que encuentra en el lugar que habita, de lo contrario se
extingue. En cuanto la vida dio con la forma sexual de reproducirse, las
especies que vinieron dotadas de sexo tuvieron un éxito realmente
fenomenal, porque les permitió procrear una variedad muy grande de
descendientes, entre los cuales rara vez falta alguno con capacidad de
adaptarse. Es que la esencia del sexo consiste en que cada progenitor
genere células especiales (óvulos, espermatozoides) a través de una
verdadera tómbola de combinaciones de genes, que al unirse con las del
sexo opuesto produce una amplia gama de descendientes y, como digo, no
faltará entre ellos uno que porte una mixtura que le permita sobrevivir y
procrear hijos fértiles.
La Naturaleza pudo imponer la reproducción sexual, gracias a que
también generó un ferviente deseo de los padres de ponerse a conjuntar
óvulos y espermatozoides (fecundación). Y no siempre sus resultados
fueron ventajosos, pues ese frenesí por satisfacer el deseo sexual
generó machismo, prostitución e hijoputez 6. La situación empeoró cuando
el sexo despertó el interés de la religión y de la política por
controlarlo, y enloqueció cuando en el año 313, por razones
estrictamente políticas, Constantino combinó el flamante
judeocristianismo con el milenario paganismo, engendrando el Catolicismo
Romano. Si bien el sexo en la cultura católica continuó siendo sublime
desde muchos puntos de vista, atormentó a la gente en un marasmo sexual
que lleva durando mil quinientos años.
¿Cómo justifica el catolicismo su sistemática guerra contra nuestros
atributos sexuales? Según parece, Agustín de Hipona (San Agustín) juzgó
que el pecado original pasa de generación en generación a través del
coito, de ahí la necesidad de que la madre de Jesús fuera virgen antes,
durante y después del parto, y requirió que el 8 de diciembre de 1854 el
papa Pío IX proclamara la bula Ineffabilis Deus en la que declara
retrospectivamente que también la Virgen María había sido concebida sin
mediar coito alguno entre Ana y su marido Joaquín, abuelos maternos de
Jesús. A partir quizá del concilio de Elvira (Concilium Eliberritanumen)
en el siglo IV, se distinguió el celibato sacerdotal del monacal, y se
prohibió que los curas tengan pareja sexual. Las malas lenguas lo
asocian al hecho de que al morir sacerdotes y monjes sus descendientes
reclamaban sus bienes, siendo que la Iglesia prefería heredarlos ella.
La Iglesia exige que un cura no solamente se abstenga de tener actividad
sexual carnal, sino también de fantasear con ejercerla. Más tarde la
regla benedictina Ora et Labora exigió que los monjes dejaran de
compartir la cama.
Las consecuencias patológicas del tupé eclesiástico de querer restringir el sexo
Hay que tener en cuenta que la fuerza de las restricciones radica en
que potencian los grados de libertad que quedan sin restringir, y éstas
suelen producir patologías y monstruosidades. La perversa restricción
del sexo de seminaristas y curas los hacía desfogarse entre ellos, con
monaguillos y cuanto feligresito lograran manejar coercitivamente. Entre
ellas se incluyen culparlos de haber provocado la lascivia del cura, y
prevenirles que la culpa se castigaría con el Infierno en caso de que
los delataran. Tampoco sorprende que la situación enloquezca a un
adolescente y lo lleve al suicidio. Por ejemplo en Massachusetts la
Iglesia ha sido condenada a pagar una suma del orden de 30 millones de
dólares en concepto de reparación a los padres de muchachos atormentados
que han llegado a cometerlo. Mientras pudo, la Iglesia fingió tomarlo
como rarezas demasiado mundanas para merecer la atención de un clero que
declaraba tener asuntos muchísimo más elevados. Pero cuando la
indignación se hizo colectiva, y sobre todo los familiares la
denunciaron y censuraron públicamente, pasó a manifestar su bochorno y
dolor, y a pedir perdón pudibundamente. No bastó. Recientemente la
Unesco ha reclamado oficialmente que los delincuentes sean entregados a
la Justicia común.
¿Y la pederastia contra el cerebro?
Desde Darwin sabemos que el mecanismo que opera la evolución es la
selección natural: las circunstancias simplemente favorecen a los
organismos que tengan cierto rasgo, se puedan adaptar mejor a ciertas
circunstancias y dejen una descendencia capaz de sobrevivir y procrear.
Pero, acaso no sea tan conocido el papel de las selecciones
complementarias, mediante las cuales la selección de un rasgo central es
favorecido mediante la selección en paralelo de otros atributos. Por
ejemplo, las jirafas han sido seleccionadas por su elevada estatura, que
les permite comer hojas de los árboles sin necesidad de treparlos. Pero
estos pobres bichos se desmayarían y morirían si no se hubiera
seleccionado paralelamente un poderoso corazón de unos seis kilogramos
que puede bombear sangre con la presión necesaria para llegar a
irrigarles un cerebro ubicado un par de metros más arriba. Pero esto no
bastó, porque cuando la jirafa baje su cabeza para beber el agua de la
laguna, cambiando así seis metros de presión hidrostática, los capilares
del cerebro reventarían. De modo que tuvieron que coseleccionarse
animales que, además de elevada estatura y poderoso corazón, vinieran
dotados de sistemas de válvulas en el interior de sus vasos sanguíneos
que amortiguan la presión sanguínea.
En nuestro caso, los Homo sapiens, la capacidad cerebral fue
complementada por la selección del creyente, que favorece la selección
de una especie que está haciendo del conocer su herramienta para luchar
por la vida, porque la dota de una suerte de embudo cognitivo que le
vierte en su cerebro todo lo aprendido por todos los individuos de
generaciones anteriores. Yo, por ejemplo, no conocí a Tutankamón, ni
estuve en la Revolución Francesa, ni inventé el idioma castellano, pero
los tengo atesorados en mi patrimonio cognitivo gracias a que se los
creí a mis padres, maestros y a la sociedad en general.
La evolución de las maneras de interpretar la realidad
En general, los textos y enciclopedias habituales dan una idea
errónea de qué son la ciencia y las religiones, porque tienen un enfoque
esencialmente creacionista, e insisten en la necedad de que sólo el ser
humano es capaz de interpretar la realidad y lo hace conscientemente.
Se trata de un viejo sinsentido, pues todo organismo sobrevive siempre y
cuando sea capaz de interpretar su realidad eficazmente, se trate de
una bacteria, una ballena, un rosal o un ser humano. Así, si una
bacteria fuera incapaz de interpretar que este ion es sodio y debe
gastar energía libre para expulsarlo de su interior, y aquel otro es
potasio y debe incorporarlo, muere en minutos. Y si en un campo de
girasoles hubiera uno orientado hacia donde el Sol no está en ese
momento, la selección natural se encargaría de extinguir la progenie de
ese girasol chapucero. Hasta donde sabemos, esas interpretaciones son
inconscientes. Por supuesto, también la vida del ser humano depende de
que interprete eficientemente que su realidad contiene Fe, Ca, Mg,
glucosa, vitaminas, etc., y debe captarlos con un asombroso grado de
especificidad, sólo que hace unos 50 mil años brotó en la Tierra algo
que llamamos conciencia y, desde entonces, a esas interpretaciones
inconscientes el Homo sapiens les viene sumando las que hace
conscientemente. Veamos algunas:
El Universo resulta algo tan descomunal y complejo que todos pueblos
admitieron que había sido creado por deidades. Las formas de
interpretarlo han ido evolucionando a través de etapas de animismos,
politeísmos y monoteísmos. Pero desde hace unos pocos siglos los humanos
han desarrollado una nueva manera de interpretar la realidad, la
ciencia moderna, que si bien es producto evolutivo de las anteriores,
prescinde de deidades, milagros, revelaciones, dogmas y del principio de
autoridad. De manera que, para un evolucionista, esos enfrentamientos
aparentes entre religión y ciencia resultan tercamente planteados: si no
hubiera habido religiones hoy no habría ciencia.
Desgraciadamente, menos del 10 por ciento de los países (Primer
Mundo) han logrado evolucionar hacia la manera científica de interpretar
la realidad. El resto (Tercer Mundo) se sigue manejando con
interpretaciones religiosas y se hunde en un espantoso analfabetismo
científico. Por eso, si bien Argentina ha logrado desarrollar una
excelente comunidad de investigadores, todavía carece de una ciencia
moderna al estilo del Primer Mundo y su cultura sigue estando vertebrada
por la religión católica. Así como llamamos “analfabetismo” a secas a
la incapacidad de interpretar el texto escrito, llamamos “analfabetismo
científico” a la incapacidad de interpretar la realidad con base en la
manera científica de hacerlo, esto es, sin recurrir a milagros,
revelaciones, dogmas ni al principio de autoridad. El analfabetismo
científico es una de las tragedias más espantosas del mundo moderno,
porque nos sume en la pobreza, deudas, dependencias de todo tipo y
humillaciones. Es muy difícil cambiarle a una sociedad su manera
religiosa de interpretar la realidad, porque aunque esté plagada de
falsedades, éstas fueron incorporadas en la niñez, y se considera casi
imposible borrar con razonamientos algo que no ha sido incorporado
razonadamente. Además, las religiones siguen siendo necesitadas en
trances emotivos (v. gr. muerte) y para dar sentido a la vida. A
sabiendas de estas influencias, el clero eterniza su desmesurado poder, y
sigue contaminando el cerebro del subdesarrollado, que es aplastante
mayoría.
La transición de una visión del mundo religiosa a una compatible con
la ciencia moderna es entorpecida o imposibilitada por las
intoxicaciones cognitivas. Causa estupor que en un país como Argentina,
donde a una persona no se la puede procesar por deudas contraídas por
sus abuelos o tatarabuelos, se permita poner a un niño de rodillas y
darse de golpes en el pecho hasta que admita ser culpable de una
transgresión cometida por una pareja mítica (Adán y Eva), o se lo embote
en una inadmisible disonancia cognitiva obligándolo a amar a una deidad
genocida que asesinó a la humanidad entera durante el Diluvio
Universal. Las leyes argentinas no permiten que un prisionero –en
realidad nadie– pueda ser sometido a torturas, pero se permite que se
convenza a los niños que, si pecan, serán quemados eternamente en un
Infierno. Esa deidad a la cual, sin embargo, se debe amar (Mateo 4, 10),
condenó a todo el género humano por la transgresión de Adán y Eva, y
sólo lo perdonó a condición de que torturáramos y asesináramos en una
cruz a su hijo Jesús. No es que yo crea semejantes desatinos, pero
sucede que los niños sí llegan a creerlo, pues la Iglesia tiene libertad
para torturar su cerebro tanto o más atrozmente que su trasero. ¿Dónde
están nuestros juristas especializados en leyes de protección a la
niñez?, ¿dónde los expertos en pedagogía y psicología? ¿Dónde nuestros
filósofos que luego pontifican sobre ética? Dado el inmenso
analfabetismo científico nacional, entre nuestros intelectuales abundan
los cómplices de que Argentina carezca de una cultura compatible con la
ciencia 7.
El cerebro discriminado
En días pasados, la Unesco tronó contra el alto clero vaticano
exigiendo que entregara a los pederastas que violaron criaturas para ser
procesados por la Justicia común. Que yo sepa ninguna nación del
planeta debe su atraso, dependencia, deudas y discriminaciones a fallas
en el extremo final del aparato digestivo, pero es el abuso sexual
contra ese segmento el que atrae la protección de las autoridades. ¡Ah
si nuestros pueblos protegieran al cerebro como se protege al culo! Lo
único que reconforta es que justamente en el actual tramo de la historia
argentina los gobiernos han incrementado significativamente el apoyo a
la ciencia moderna y a la tecnología. En este aspecto ningún otro país
de Latinoamérica supera a la Argentina. Que la Argentina haya
establecido todo un ministerio para atender los asuntos científicos a
cargo de Lino Barañao, y el mismísimo Instituto Max Planck de Alemania
haya fundado en Argentina una de sus tres sucursales fuera de Alema-nia
8, a cargo de nuestro paisano Eduardo Artz, suena muy promisorio, pero
el analfabetismo científico y nuestra cultura incompatible con la
ciencia seguirán siendo cómplices de que el cerebro de los argentinos
siga siendo vilmente abusado sin que la Unesco ni nuestros intelectuales
sean capaces de percibirloF
1 La posición oficial argentina llevó a las autoridades del Plan
Marshall, para reparar y alimentar a las víctimas de la guerra, a
prohibir que se usara un solo dólar para comprarle nada a la Argentina.
2 Cereijido, M., La Ignorancia Debida. Ediciones del Zorzal, Buenos Aires.
3 Cereijido, M., La Nuca de Houssay. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.
4 Ahí lo atestigua su significativo Leyendo a Euclides. Ediciones del Zorzal, Buenos Aires.
5 Si el feto humano siguiera madurando in utero, de modo que alcance
el grado de madurez que tiene un mono al nacer, llegaría a tener un
tamaño incompatible con el parto y morirían tanto el feto como la madre.
La bipedestación de la madre seguramente adelantó el parto, por eso un
bebé humano “nace verde” y totalmente indefenso: moriría así se le ponga
a su alcance un biberón. Concomitantemente, el cerebro “inmaduro” de un
bebé humano es de una plasticidad pasmosa, de modo que resulta muy
sensible a la crianza y educación tempranas.
6 Cereijido, M., Hacia Una Teoría General sobre los Hijos de Puta. Tusquets, Barcelona, México, Buenos Aires.
7 Cereijido, M., La Ciencia como Calamidad. Gedisa, Barcelona, Buenos Aires.
8 Las otras dos están en Estados Unidos y China.
Fuente: Pagina/12
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