Pionera en el desarrollo local de la lingüística
antropológica, su foco de atención son las lenguas que se hablaban aquí
antes de la llegada de los españoles. “Cuando empecé, a los chicos que
hablaban una lengua indígena en la escuela les hacían lavar la boca”,
dice para recordar que hasta no hace tanto tiempo imperaba lo que llama
la “ideología del desprecio”. Las actuales políticas, la tarea de
recuperar las lenguas en peligro.
Por Verónica Engler
Cuando
empezó a ocuparse de las lenguas indígenas hace ya tres décadas,
quienes se dedicaban a la lingüística antropológica –un campo en el que
comulgan varias disciplinas académicas– eran apenas una minoría que se
podía contar con los dedos de una mano. Fue en plena primavera
alfonsinista cuando, entre otras cuestiones, se empezaba a reconocer
positivamente a esas voces silenciadas de la América profunda. Desde
entonces, la doctora Cristina Messineo ha recorrido diferentes zonas de
la Argentina y países limítrofes para encontrar los sonidos del wichí,
del toba, del quechua y del maká, entre otras lenguas. Pero para esta
lingüista, un idioma no es un gramática compendiada en un libro, “es la
manifestación, la construcción de un individuo, de un grupo, de una
identidad. En ese sentido, es un aporte a la riqueza de un territorio,
de un pueblo”, sintetiza su visión.
La situación de las lenguas indígenas, la forma de estudiarlas y de
incluir a sus hablantes en los proyectos de investigación, las políticas
lingüísticas, la ideología del desprecio que imperaba hasta no hace
mucho sobre estos idiomas vernáculos, la recuperación de las lenguas que
están en peligro y la función social de la ciencia son algunas de las
cuestiones que aborda Messineo en la entrevista que sigue.–¿Cómo empieza a trabajar con las lenguas indígenas desde la lingüística antropológica? –Fue en un momento bastante especial de nuestro país, al inicio de la democracia. Yo me contacté con una profesora de Letras que estaba trabajando con un grupo de antropólogos en el oriente boliviano con una lengua de esa zona. Ella dio un seminario en un instituto de antropología al que yo asistía, en el que hubo una clase abierta que dio ella con un hablante toba. Fue muy interesante porque él enseñó lo que es un consejo qom. Un consejo en realidad es una práctica lingüística comunicativa de los ancianos a los jóvenes, de los padres a los hijos, que regula la conducta de los tobas, pero tiene una forma y una estructura especial. Es el medio o instrumento por excelencia de educación, pero no sólo pedagógico, sino para transmitir los valores culturales, las conductas: qué es lo que se puede comer, qué se debe hacer cuando la persona va al monte a cazar, cómo debe ser el matrimonio. Es un compendio jurídico de toda la cultura. Eso fue lo primero que vi de este idioma. Así es como empecé. Pero en la Facultad de Filosofía y Letras (de la UBA) no hay una especialidad que sea Lingüística antropológica, sino que es un amplio campo de disciplinas. A quienes nos dedicamos a esto lo que nos interesa es relacionar fenómenos de la lengua con la cultura, ver cómo las personas se comportan lingüísticamente.
–¿Cuál es la situación actual de las lenguas indígenas en Argentina? –A partir de los años ’90, de la reforma de la Constitución nacional, lo que se ve es que hay un interés especial desde varios campos, por ejemplo la educación, que ha puesto mucho la mirada en los pueblos y las lenguas indígenas, y la investigación académica también. Antes éramos cuatro o cinco los que investigábamos esto y ahora hay muchos estudiantes y equipos de investigación dedicados a estos temas. En cuanto al número de lenguas indígenas que se hablan hoy en Argentina, la cifra va a depender de qué se denomine lengua, o variedad dialectal, y si se consideran las lenguas de un solo hablante o lenguas cuyos hablantes sólo recuerdan palabras sueltas. Por eso es difícil hablar con números absolutos. Teniendo esto en cuenta, se puede decir que existen catorce lenguas, de unas treinta y cinco que se hablaron en lo que es hoy el territorio argentino antes de la llegada de los españoles a América. Las lenguas son: toba, pilagá, mocoví, wichí, nivaclé, chorote, tapiete, ava-guaraní, mbya, guaraní (familia tupí-guaraní), quechua, tehuelche y mapuche. Gracias a investigaciones recientes, se pueden agregar a la lista las lenguas vilela, considerada extinta desde la década de 1960, y chaná, oculta durante casi doscientos años.
–¿Y en qué estado se encuentran estas lenguas que han sobrevivido? –Hay de todo tipo, hay lenguas que tienen muy pocos hablantes, como el caso del tehuelche. También hay lenguas indígenas que no las habla la población indígena, por ejemplo el quichua santiagueño, la población que la habla es criolla, lo mismo el guaraní, que es una lengua indígena y se habla en todos lados. Desde el punto de vista de sus hablantes hay lenguas indígenas que se hablan cotidianamente y tienen un número importante de hablantes, como el quechua que hablan los bolivianos migrantes a la Argentina, pero también se consideran dentro de las lenguas indígenas que se hablan en el país. Y hay lenguas que tiene un solo hablante, como por ejemplo el vilela, que es una lengua de la región chaqueña, de la que se ha encontrado a un solo hablante. Y también hay grupos indígenas que se reivindican como tales y están buscando su identidad, están tratando de recuperar su idioma, como es el caso del huarpe, que para los científicos había desaparecido en el siglo XVII.
–¿Cómo se recupera una lengua después de tanto tiempo en el que no fue utilizada por hablantes? –Es una pregunta a la que no sé muy bien cómo contestar. Técnicamente no puedo decir cómo se recupera, pero lo importante no es si se recupera técnicamente, sino que es el deseo de los descendientes de huarpe, que intentan recuperar su identidad y con eso su idioma. Quizá recuperan una palabra, dos oraciones o un pequeño texto. Para la antropología lingüística, el idioma no son sólo las palabras, las oraciones o la gramática, el idioma está ligado a un sentimiento de identidad muy profundo, de recuperar el pasado, un pasado que ha sido silenciado, ocultado durante años, durante siglos. No hay un técnica de recuperación, pero cuando hay un deseo, sobre todo de gente joven, descendientes, que hacen el esfuerzo por recuperarlo, eso ya es algo importante.
–En el caso del vilela, que tiene un solo hablante, ¿cómo es una lengua cuyo único hablante no la puede hablar con nadie? –Es muy interesante porque es una lengua sin comunidad lingüística, sin comunidad de habla. Para eso está el trabajo de los lingüistas, es el trabajo de documentación, que es una de las tareas del lingüista. En este caso se trata de documentar una lengua cuyo hablante es un recordante de la lengua, no es un hablante, no se comunica con esa lengua. Y eso es un paso, trabajar con la recuperación de las palabras, de las formas verbales, de textos.
–¿Y ese registro, esa recuperación, es una especie de legado, de objeto museístico? –Yo no trabajo con lenguas en “extremo peligro”, como el vilela. Pero en realidad son lenguas que tienen un solo hablante que no es hablante, sino que recuerda de sus abuelos o de su infancia. Entonces, el trabajo puede ser de dos tipos: o de museo, de archivo y documentación, o puede tener el otro apoyo, que es el de producir material en esa lengua para transmitirlo: por ejemplo, esa persona se lo puede transmitir a sus nietos, y les puede enseñar a los nietos o a los hijos algunas palabras, y eso puede llegar a tener en el futuro cierto efecto. Los idiomas no son meras palabras, sino que conllevan todo un significado y un conocimiento del mundo. Por ejemplo, en el toba, que es una lengua que tiene un número importante de hablantes, hay muchas palabras que refieren a especies naturales, y hay un nombre para un árbol que es el eucalipto, que se llama “domiaGai”. Esta palabra en toba significa “el que zumba”, “el zumbador”, porque en determinada época del año se acerca una especie de abeja que produce una miel especial, y que hace que el árbol zumbe. Ligada a esa palabra hay un montón de conocimiento acerca de la producción de la miel, de la época en que recolecta esa miel. Hay una serie de conocimientos entrelazados que si se pierde la palabra se pierden también.
–Usted investiga el qom l’aqtaqa (lengua toba) desde hace varios años. ¿Qué cuestiones le parecen relevantes o significativas de esta lengua? –A mí siempre me interesó la relación lengua-cultura, poner el foco en ese aspecto. De todos modos, como mi formación es en lingüística, empecé trabajando con la gramática, con los aspectos más formales de la lengua. La perspectiva mía era la de ver cómo funcionaba la gramática con el significado. Porque todos los hallazgos que uno puede hacer en la gramática de una lengua no europea o no de las mayoritarias, pueden aportar a la teoría lingüística general. Y, justamente en ese sentido, las lenguas indígenas de América, sobre todo las latinoamericanas, tienen la particularidad de codificar ciertos aspectos del significado que las lenguas europeas no hacen de la misma manera. Entonces, en ese sentido, se tornan interesantes científicamente. Algunas tienen la particularidad de que en un verbo, además de tener todo lo que tiene un verbo en español, como el tiempo y la persona, codifica si el hablante lo vio o no lo vio, si fue testigo o no, si lo escuchó. Eso es lo que se llama “evidencialidad” en las lenguas, sería como el conocimiento del hablante sobre lo que sucedió, sobre lo que está relatando, la fuente del conocimiento. Eso es algo que en las lenguas europeas no existe codificado en la gramática, uno puede decir “me dijeron que está por llover”, pero la relación entre lo que se dice y el conocimiento de quién lo dice no está en el verbo.
–¿Por qué en el ámbito académico se hace referencia a las lenguas indígenas como lenguas “minorizadas”? –Tiene que ver con una concepción prejuiciosa acerca de que esas lenguas no son comunicativamente eficientes, porque no pueden comunicar conceptos abstractos o teorías, o que no son gramaticalmente completas. Nada de esto es cierto. Está la idea de que son dialectos, que no tienen el status de lengua. Pero en realidad no hay ninguna diferencia lingüística entre dialecto y lengua, es sólo política. Un sociolingüista muy conocido decía que la lengua es un dialecto con ejército, por eso el castellano es una lengua y el chorote es un dialecto. Hay una autora, que se llama Nancy Dorian, que hizo un trabajo interesante sobre ideologías lingüísticas, y habla de la ideología del desprecio, que es una ideología muy europea que vino con la conquista, y que adoptó esa mirada respecto de las lenguas en América. La ideología del desprecio tienen mucho de estos rasgos que comenté: supone que las lenguas indígenas no tienen una gramática, no pueden expresar el conocimiento abstracto, la idea de que si un hablante habla el español y una lengua indígena es nocivo para su aprendizaje, en cambio si habla inglés y español es bárbaro.
–Con la reforma de la Constitución nacional en 1994 parece expresarse un interés desde el Estado de revalorizar las lenguas indígenas y desarrollar una política lingüística más ligada a un bilingüismo vernáculo. ¿Hubo cambios reales en la educación desde entonces? ¿Los maestros y maestras pudieron prepararse para enfrentar esta situación y que no termine siendo un “problema” en clase que el niño o la niña hablen guaraní en su casa? –Creo que hubo cambios. Hay muchas escuelas preparadas. Me dediqué mucho tiempo a este tema de la educación bilingüe intercultural. En este momento no tengo cifras exactas sobre la situación porque no me estoy dedicando a eso, puedo dar una apreciación muy general. Cuando yo empecé, en el año ’89, en lo que fue el Programa Bilingüe Intercultural de la provincia de Chaco, se venía de una época en la que a los chicos que hablaban una lengua indígena en la escuela les hacían lavar la boca o los ponían en penitencia. Ahora ya hay muchas experiencias de educación bilingüe intercultural, mucho camino recorrido, están lo que se llaman “auxiliares docentes”, los maestros indígenas. Antes uno veía que el auxiliar docente barría el patio de la escuela. Creo que ahora hay mucha gente que tiene incluso formación terciaria como maestros, veo que hay un gran avance en la formación de los propios indígenas como maestros.
–¿En qué momento comienza a darse este cambio en la valoración de las lenguas indígenas? –Yo creo que empieza con la democracia, como tantas otras cosas que estaban ocultas, que eran consideradas denigrantes. Estas lenguas eran consideradas como yendo en contra de un proyecto de país que miraba la unidad. Cuando se unifica este país como Estado-nación a lo primero que se hace referencia es al puro idioma español, que no debe mezclarse con esos híbridos dialectos, y ahí también incluían a los dialectos que traían los italianos y los españoles inmigrantes, y a las lenguas indígenas. A partir del comienzo de la democracia, de alguna manera, empieza a romperse ese proyecto tan europeizante.
–Usted realizó un proyecto de investigación colaborativa en la comunidad toba de Derqui (Pilar, provincia de Buenos Aires). ¿Me puede contar qué características tiene una iniciativa de este tipo en la que los propios hablantes nativos colaboran activamente con la investigación? –Es un proyecto que empezó en 2001 y duró hasta 2006. Fue un proyecto que surgió bastante del interés de los científicos e investigadores de volcar o de transferir los conocimientos a una comunidad que recién se estaba organizando. Investigación colaborativa significa que el interés de la investigación se traslada a los propios actores, a los propios hablantes. Ese fue un trabajo muy lento. Cuando yo terminé mi tesis de doctorado, que es una gramática sobre la lengua toba, tuve el impulso de llevar la tesis a la comunidad y ver qué pasaba, qué podíamos hacer en ese lugar donde se estaba nucleando un grupo de gente que venía de distintos lugares del Chaco y que además tenía una problemática muy importante desde el punto de vista lingüístico, que era que los niños ya no hablaban más la lengua nativa, aprendían el español como primera lengua. Y eso es grave, porque el síntoma de que una lengua se pierde es cuando los niños ya no la hablan, cuando los padres ya no la transmiten. Se estaba dando esta situación ahí, yo había escuchado la preocupación de los mayores, de algunos ancianos, y pensé que quizás era un buen momento para empezar a trabajar en este sentido. Una comunidad urbana bilingüe, pero con niños monolingües en español, era una situación muy peculiar, distinto de lo que pasaba en el Chaco, en donde los niños eran monolingües pero en una lengua vernácula. Entonces empezamos unos talleres en los que se incorporaron muchos adultos y adolescentes. Y en esos talleres en realidad empezamos juntos a ver qué podíamos hacer. La primera cuestión que surgió es que querían aprender a hablar mejor el español, para poder desempeñarse mejor en el mundo laboral y educativo. Y mi idea era que eso estaba bien pero que también necesitaban recuperar su idioma, porque eso iba a ser positivo. Esta es una idea que a la gente le costaba entender. Pensaban que aprendiendo en toba se atrasaban en su aprendizaje del español. Pero mi hipótesis era que recuperar el toba también iba a servir para que se afianzara la confianza en uno mismo y fuera posible aprender el otro idioma. Entonces empezamos con los talleres en los que teníamos sesiones de gramática, de relatos sobre la historia, sobre las costumbres, de dramatizaciones de algunas situaciones comunicativas. En un proyecto colaborativo las personas no son estudiadas como objetos, sino que se incorporan a ese interés de la investigación y, justamente, se interesan por su propio idioma, y empiezan a encontrarle la belleza, la estructura, y se interesan en trasmitírselo a sus hijos.
–Y de esa experiencia colaborativa surgió un material que luego publicó el Ministerio de Educación de la Nación, ¿verdad? –Sí, fue muy lindo porque se hizo un acto de presentación en el Palacio Pizzurno, y en el acto estaba el ministro de Educación, que era Daniel Filmus, el director del programa, un anciano toba y yo. Cada uno habló, y fue hermoso porque el ministerio había puesto a disposición micros, y así pudo venir gente de todos lados. La plaza de enfrente del palacio estaba llena de gente qom, que llegaban al ministerio, y se llenó de whipalas, eso fue muy lindo. Otra cosa muy interesante es que una de las personas adultas que venía al taller, con un conocimiento y una sabiduría increíble, empezó a dar clase como maestro de lengua toba en la Facultad de Filosofía y Letras. Se llama Mauricio Maidana. Ahora va a salir un libro que hicimos, que incluye textos de él: Arte Verbal Qom: consejos, rogativas y relatos de El Espinillo (Chaco). Textos bilingües anotados.
Fuente: Página/12
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