Por Alicia Entel *
Quiero hacer una afirmación: en la historia argentina nunca hubo tanta libertad de expresión como actualmente. Todo el mundo opina, claro que a través de diferentes medios. Algunos muy masivos y otros sólo mínimos. En los últimos años se ha extendido, casi como un permiso interno desde las subjetividades ciudadanas y una habilitación objetiva desde las instituciones, para que el opinar se extienda, para que los debates fluyan. Me parece muy bien.
Pero ya entre los griegos, así como diferenciaban doxa –opinión– de episteme –algo así como ciencia– también estaba presente la idea de kairós u oportunidad. Es decir, saber cuándo y cómo. En este sentido, no me parece oportuno que mientras la presidenta de la Nación se reponía de una cirugía que tuvo stress, susto, población apenada y felizmente un no al cáncer, diferentes grupos de intelectuales hayan dado sus opiniones en torno del Gobierno y del país. Algunos sesudos dirán que se trató de mera coincidencia de principio de año, otros insistirán en su deseo de marcar diferencias. Sinceramente, y quizás esto caiga mal, pero toda esa discursividad, especialmente de Plataforma 2012, me suena a tremendo narcisismo. A decir aquí estamos y no nos llamaron, ¡pero! Y hasta a los amigos de Carta Abierta les diría, con todo respeto, que vean cómo colaborar concretamente con la gestión. Así también a los de Argumentos, que parecen marcar una tercera posición, los llamaría a un trabajo cotidiano menos expuesto mediáticamente.
Una frase clave de muchos discursos de los colegas intelectuales ha sido “pensamiento crítico”. Se hacía referencia a la necesidad de ejercitar y validar dicho pensamiento. Desde la cátedra universitaria hace muchos años que analizamos y estudiamos lo que históricamente se llamó “teoría crítica” elaborada, sin ponerle ellos la denominación, por los pioneros de la llamada Escuela de Frankfurt (Adorno, Marcuse, Benjamin, Löwenthal). Teoría que dio lugar a controversias, que tiene su recreación latinoamericana, que inspiró acciones ya legendarias pero de reivindicaciones vigentes. Lo cierto es que no consiste simplemente en decir no, presupone un sustrato de pensamiento dialéctico, poético y de nueva sensibilidad. Me alegra que muchísimos ex estudiantes que han pasado por la cátedra –algunos hoy funcionarios– lo recuerden y hagan aportes concretos al respecto.
Creo –y tal vez me equivoque–, pero un problema que tiene el campo intelectual es el de la confusión entre discurso y acción. En alguna oportunidad fui funcionaria universitaria y advertía cómo diferentes grupos, cuando había un problema, escribían un documento bien redactado y creían que con eso bastaba, que el problema así ya estaba solucionado. Casi como si emergiera en ellos una suerte de pensamiento mágico. Sabemos profundamente que las cosas no son así. Que la política es lucha, negociación, oportunidad, acciones concretas Y lo importante, sobre todo en estos tiempos, es advertir hasta qué punto, con esa dosis de magia y cierto narcisismo, a quiénes se les está haciendo el juego.
* Doctora en Filosofía.
Fuente: Pñagina/12
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