
El
presidente Alberto Fernández anunció la creación de un Consejo
Económico Social (CES) en sus dos discursos ante la Asamblea
Legislativa, en diciembre de 2019 y en marzo de este año. La iniciativa
se demoró por motivos variados, la pandemia no es el menor ni el único.
Otro factor que frenó el impulso inicial fue el rechazo del exministro
Roberto Lavagna a presidir el organismo. AF pensaba en que un dirigente
de alto nivel, vasto reconocimiento y experiencia de gestión
jerarquizaría y conduciría bien a la novedad. Pero esperar a Lavagna se
mostró vano como pasaba con Godot en la obra teatral. O la carroza en el
dicho popular.
Spoiler: esta columna mociona que el CES sería un
aporte a la institucionalidad, una caja de resonancia útil durante la
crisis. Un ámbito consultivo en el que confluirían representaciones
gremiales, patronales, sociales, organizaciones de consumidores,
autoridades políticas y varios etcéteras.
La tradición argentina es avara en ese tipo de experiencias. Nuestro
país, aún tras la devastación macrista, cuenta con la legislación
laboral y social más avanzada de América Latina. Sus instituciones
superan en cantidad y en calidad a las de países vecinos y hermanos. La
falta de CES constituye una excepción: en Brasil y México, sí funcionan,
con características propias y color local.
Ventilar los conflictos o divergencias o proyectos es un primer paso
para tramitarlos. Hacerlo en un espacio con reglas de juego, reuniones
periódicas, cierto grado de paridad de los exponentes, airearía al
sistema.
La experiencia mundial comparada ofrece ejemplos por doquier.
Tras la recuperación democrática hubo dos ensayos, en 2001-2002 y en
la primera presidencia de Cristina Kirchner. El primero funcionó un
cachito. El segundo quedó apenas en propuesta. Vale la pena recordarlos,
brevemente.
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La mesa de Angulo: El Diálogo Argentino se convocó cuando el
gobierno de Fernando de la Rúa transitaba sus últimos pasos hacia el
abismo. Sobrevivió durante la presidencia provisoria de Eduardo Duhalde.
Tal vez sea el episodio político más sobrevalorado del siglo XXI. Las
loas excesivas que cosecha quizá tengan que ver con la obsecuencia que
generan las movidas de la jerarquía de la Iglesia Católica.
El numen del Diálogo fue el español Carmelo Angulo representante en
Argentina del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Un
cuadro político vivaracho y fabulador, que llamaba “nuestra Moncloa” a
las tan simpáticas como ineficaces instancias que se iban conformando.
Un escollo insalvable era que, ante una crisis terminal, todos los
asistentes estaban de acuerdo en una sola cosa: todos los sectores
debían hacer sacrificios, menos el que ellos representaban.
Se hizo difícil progresar, salvo para Angulo que fue designado
embajador por el presidente de su país, José Luis Rodríguez Zapatero. Se
destacó por hacer lobby tenaz a favor de Telefónica exigiendo aumentos
de tarifas y por haber recibido al obispo castrense Antonio Baseotto,
aquel que proponía arrojar al mar con una soga atada al cuello al
entonces ministro de Salud, Ginés González García por respaldar el
aborto no punible. El entonces presidente Néstor Kirchner le pidió a su
par hispano que lo removiera y así sucedió.
Se le atribuye a la Moncloa gaucha haber “instalado” la necesidad del
Ingreso Ciudadano Universal. En verdad, el mérito fue de la CTA y las
movilizaciones del Frente Nacional contra la pobreza (FRENAPO). Y hasta
de Duhalde que llevó a la práctica el programa Jefes y Jefas de Hogar.
Cristina Kirchner mejoró cualitativamente la movida al legislar la
Asignación Universal por Hijo (AUH).
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La tentativa de Cristina: CFK prometió la creación de un CES durante la campaña electoral de 2007. Proyectaba
un organismo consultivo que trataría todos los proyectos de ley
referidos a cuestiones económico-sociales. Debía obligatoriamente
producir dictámenes tras debatir. No vinculantes para el Ejecutivo o el
Congreso.
Cristina se inspiró en un órgano tripartito español que presidía el
empresario José María Cuevas a quien conoció en una reunión de la
Organización Internacional del Trabajo (OIT). Cuevas encabezaba la CEOE,
una mega corporación empresaria más poderosa que la AEA y la UIA
sumadas.
A pocos meses de asumir Cristina, principios de 2008, estalló el
conflicto con las patronales agropecuarias que dinamitó los posibles
puentes.
Se intentó reflotarlo un año después a despecho del veto “del campo”. Le faltó plafón y apoyo de los otros sectores productivos.
De cualquier modo, el formato menos “universalista” que la Mesa del Diálogo es sugestivo.
Volvamos a nuestro presente tormentoso,
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Para concretar el diálogo: Está de moda discutir acerca del
diálogo. Numerosos exponentes de la oposición lo exigen. A menudo ante
micrófonos amigables o anche serviciales, monologando a los gritos. El
oxímoron casi siempre cuaja bien en la política doméstica.
El Congreso funciona con vicisitudes y estrépito. La coordinación y
el trabajo conjunto entre el Presidente, gobernadores e intendentes
alcanza niveles incomparables a los de cualquier otra etapa.
De cualquier modo, sumaría la creación de un marco regulado por
ley para debatir, polemizar y proponer. La puesta en escena de las
discusiones las realza y divulga. Un espacio en el que distintos
sectores convivan y se enfrenten, con horarios, tiempos de exposición y
metas concretas a cumplir innovaría institucionalmente.
Un grado de horizontalidad pondría a los lobbies ante un desafío
inusual: dejarse ver, mostrarse, tener que atender a quien los
contradiga. Bosquejaría controversias interesantes accesibles a la gente
común.
Uno descree de la expresión “políticas de Estado” cuando se utiliza
para negar las contradicciones que existen en la sociedad civil y en el
sistema capitalista. Pero supone que encauzar la diversidad conlleva una
virtud, un grado de ejemplaridad.
Los obstáculos imaginables son varios empezando por la lista de
participantes en un sistema de representación fragmentado por donde se
lo mire. Pero sería un paso adelante, infinitamente más promisorio que
las charlas de quincho, las reuniones intermitentes y asistemáticas.
Darle impulso al CES justo en la era del zoom sabe a poco pero ese es el
contexto.
El CES expondría a grandes jugadores que claman por el diálogo. La
visibilidad, connatural a la democracia de masas, constituiría una de
sus virtudes.
En una de esas, un espacio organizado, inteligible, abierto a la
mirada de la opinión pública contrapesaría la sobreoferta de sucedáneos
mediáticos de Animales Sueltos. O a las charlas sigilosas, bajo el cono
del silencio, género preferido de los poderes fácticos.
Fuente:Pagina/12
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