Alvarez destaca que el ALBA es más una alianza
política con proyección económica, en tanto que los otros organismos
regionales como Unasur y Celac tienen un planteo más económico, sobre la
base de la unidad respetando las diferencias.
Por Patricio Porta
Cuando
en diciembre de 2004 el entonces presidente venezolano Hugo Chávez
visitó a Fidel Castro en La Habana, la creación de un bloque
latinoamericano capaz de promover un modelo alternativo al propuesto por
Washington parecía una empresa idealista. Faltaba un año para que Evo
Morales llegara al poder en Bolivia y otro más para que Rafael Correa
fuera consagrado presidente de Ecuador.
Compuesto por doce países de América latina y el Caribe, el bloque
dinamizó economías complementarias y estrechó la cooperación. “Se ha
avanzado lo suficiente como para que con inteligencia y la gente
movilizada en la calle, no se retroceda. Para el ALBA, la integración es
transformación”, evaluó Bernardo Alvarez, secretario general del
organismo, durante su reciente visita a Buenos Aires.–¿Cuál es el balance que usted hace a diez años de la creación de ALBA? –El balance es más que positivo. Tenemos una renovada integración latinoamericana. No sólo porque el ALBA se ha mantenido y ha crecido, sino porque ha sido también un instrumento que permite la coordinación con Unasur, Celac y Petrocaribe. Además, hemos logrado que uno de los ejes de nuestra propuesta, que es la inclusión social, sea un discurso que hoy asume mucha gente. En un momento sólo nosotros hablábamos de la necesidad de poner eje la inclusión, y ahora es un planteamiento que mucha gente acepta. Por otro lado hemos mantenido la paz. Unicamente un mecanismo que permitiera la inclusión social, el rescate de la soberanía y la construcción de un modelo alternativo al neoliberalismo nos ha permitido seguir en paz. No tenemos la menor duda de que si se aplicaba aquí el esquema del ALCA iríamos hacia sociedades profundamente fracturadas y hacia una situación de gran presión social que hubiera producido una violencia social y política.
–Pero en un primer momento fue una idea de Cuba y Venezuela. Los demás países no parecían muy convencidos de que otro modelo social y económico fuera viable. –El logro particular del ALBA está en haber podido demostrar que había otra forma. Porque la inclusión puede darse en un discurso, pero cuando se dice que se ha sacado del analfabetismo a cinco millones de personas, que se les ha mejorado la vista a casi dos millones y que se han graduado miles de médicos comunitarios que hoy están en el altiplano boliviano, en las selvas venezolanas, en los barrios pobres de Ecuador, de Haití y de Centroamérica, es todo un logro. Es algo concreto. La agenda social la llevamos adelante. Se pueden resolver en una generación problemas sociales importantísimos, como el analfabetismo, o la visión en la Misión Milagro. O que tengamos el número de médicos que requerimos para que la gente tenga atención en salud. Y un programa que es muy bello, que es para los discapacitados. En nuestro país la situación del neoliberalismo era tan grande que los que no estaban bien debían resignarse. Entonces se fue a buscar a todos los discapacitados casa por casa y se identificó más de un millón. Se determinaron sus dolencias y sus problemas para atenderlos, para recibir rehabilitación, una silla de ruedas o una atención especial. Creo que es un profundo acto de amor y es la expresión del compromiso con la inclusión. No olvidar a los que tienen problemas graves. Buscarlos y atenderlos.
–Al poco tiempo de su creación, el ALBA vio nacer otros bloques regionales como Unasur y Celac. ¿Cómo es la relación con esos organismos? –Que la Celac exista es un gran logro. Con el ALBA no compite una organización que sea más progresista en lo social. Hay una convicción en que los esfuerzos sociales que se han hecho son inéditos en América latina. Desde el punto de vista político, siempre estuvimos en función de lograr una integración. Desde el principio planteamos que queríamos un mecanismo de integración que permitiera a los latinoamericanos y caribeños estar juntos sin invitados o fuerzas externas no queridas. Eso lo logramos con la Celac. Este es un proceso complejo. Estamos saliendo de un viejo mundo y entrando en otro nuevo. Y a veces mientras muere el viejo está naciendo el otro. Por ejemplo, la visión interamericana, que era básicamente la relación política de Estados Unidos con la región, está hoy en crisis. El mundo interamericano ya no existe. Más bien hoy se trata de un mundo “nuestroamericano”, por decirlo de alguna manera. No significa que no haya OEA y que los países no participen. Pero indudablemente hay nuevas organizaciones que están expresando esa nueva realidad. Incluso la propia OEA tiende a cambiar porque se da cuenta de que es un espacio distinto.
–¿Piensa que una integración real es posible en un continente tan diverso? –Somos un continente muy complejo, tenemos diferencias entre nosotros. Tenemos el Caribe, Centroamérica, Sudamérica, el Cono Sur y demás. Son procesos de integración que convergen. La Celac es muy importante porque nos incorpora a todos. Lo bonito también es que haya países del ALBA que participen en Unasur, Celac, Petrocaribe o el Mercosur. Todo esto empieza a moverse en un nuevo sistema de integración, que a su vez tiene subsistemas. Pero lo determinante es que la integración vieja está siendo sustituida por una nueva forma de integración. Claro, dentro del nuevo modelo habrá distintos sistemas u opciones que responden a distintos procesos históricos. El Mercosur tiene una orientación marcadamente económica. El ALBA surge más bien como un modelo político, que ahora tiene un desafío económico. Unasur es una instancia política que indudablemente ha jugado un papel importantísimo con el Consejo de Defensa Sudamericano o con su posición durante el ataque colombiano a Ecuador, sin interferencias internacionales. Quedó muy claro que América latina no volvería a aceptar una acción de este tipo. Fue aislada la gente que quería convertir a Colombia en una suerte de nuevo Israel, para atacar a todos los vecinos desde allí. Y qué casualidad, los vecinos eran los del ALBA. Eso fue superado. El papel que jugó Unasur en Bolivia. Ese es un ejemplo de la nueva y la vieja forma de integración. En el marco de la OEA, si no te gustaba un gobierno porque era demasiado progresista, promovías una oposición que tomaba acciones y generaba una situación de caos. Entonces venía la OEA, les daba reconocimiento de parte y le decía al gobierno que tenía que ponerse a negociar con la oposición. Mientras que en Unasur, y el caso de Bolivia es emblemático, bajo la presidencia pro tempore de Michelle Bachelet se establece el compromiso de colaborar y ayudar al gobierno de Evo Morales. Esa era la misión de Unasur. Y allí no había partes. Había un gobierno y unos sectores políticos que tienen los derechos que les da la Constitución. Pero no eran partes políticas para una negociación, porque esos sectores estaban tratando de desconocer la existencia del Estado. Incluso en esa oportunidad la Unasur tomó la previsión de establecer mecanismos especiales para garantizar, por ejemplo, el tránsito aéreo, porque ciertos sectores habían cortado vías para impedir que los alimentos fluyeran del Oriente a Occidente. Que seas propietario de un camión o que no te guste un gobierno no significa que vayas a generar una crisis de escasez de producción por un interés político. La acción de Unasur fue tomar todas las acciones que le permitieran al gobierno boliviano restablecer la normalidad en el tránsito de su país.
–¿Qué significó la creación del ALBA para los países que lo integran? –Nunca habíamos tenido los medios para expresar nuestras propias ideas. Desde el ALBA respetamos los otros mecanismos de integración, pero creemos que tiene que haber una revolución, entendida como un proceso de transformación profunda. El presidente Chávez decía medio en broma: “Hay que esperar a ver si hay una contrarrevolución. Si la hay, es porque entonces ha comenzado la revolución”. Si no hay una contrarrevolución significa que no se está avanzando todo lo que se puede avanzar. No podemos pensar en una sociedad distinta si tenemos el mismo Estado. Un Estado que responda a las condiciones históricas, sociales y económicas. Ese es uno de los desafíos del futuro: cómo construir una nueva institucionalidad. Está bien, el marco institucional existente nos puede permitir avanzar. De hecho nos permitió sobrevivir cuando se buscó la inconstitucionalidad para acabar con los movimientos sociales. Pero ya hemos conquistado cosas y debemos generar otro espacio para no retroceder.
–¿Cree que ha habido una mayor democratización en los países del ALBA? –La visión de la democracia representativa y la de la participativa son un factor clave. Indudablemente los nuevos modelos de integración implican una revolución de la participación. Primero hubo un rescate de lo público, de la política. Y después una promoción de la participación. En el modelo anterior era lo contrario. Eran democracias de elite donde se limitaba la participación y era preferible hasta que hubiese una suerte de antipolítica, que la gente no se interesara mucho en eso, y que les dejara la política a los partidos y a los dirigentes políticos. Esa era una democracia boba. Ahora pasamos a una democracia que abrió los canales. Es decir, rescató la política y promovió la participación. Antes, mucha participación era sinónimo de inestabilidad. Hemos cambiado eso y ahora la participación es garantía de estabilidad.
–Usted habla de un viejo y un nuevo orden. El ALBA vino a hacerle frente al ALCA, pero ahora surgen nuevos bloques como la Alianza del Pacífico. ¿Considera que es un resurgimiento del ALCA por otras vías? –Los modelos siempre expresan fuerzas políticas distintas. Lo que nosotros hemos planteado es el avance de un modelo de integración subregional que respete la diversidad. Pero hemos puesto sobre la mesa que había que rescatar lo público y que los modelos de integración no podían estar basados exclusivamente en los intereses económicos transnacionales. Por ejemplo, los sistemas fiscales de los recursos naturales. ¿Cuál ha sido siempre el objetivo de las grandes potencias sobre nuestros países? El control de los recursos naturales. En Venezuela se logró una transformación y una recuperación de la soberanía sobre los recursos naturales. Había otros sectores que nos atacaban porque decían que los recursos naturales debían estar ahí para que las inversiones pudieran acceder a ellos. Sí, estamos de acuerdo, pero previamente tiene que haber una negociación con el Estado, que debe determinar hasta dónde y cuándo quiere llegar con esa inversión. Entonces todos los países comenzaron a ver el ejemplo de Venezuela y a modificar sus propias leyes fiscales. Y hoy en día uno de los elementos en Unasur es tener una política conjunta sobre los recursos naturales, incluyendo países como Colombia. Siempre van a surgir otros planteamientos, como la Alianza del Pacífico. Hasta ahora ellos han tenido una visión económica que se respeta, porque es algo propio de los países, pero pertenecen a la Celac. Tienen una serie de compromisos dentro de la Celac.
–¿Cómo se acomodó Estados Unidos a esta mayor integración de los países latinoamericanos? –El tema de Estados Unidos es como la miopía. Es como creer que el problema son los lentes, que lo que molesta es la luz. Hasta que llegas al médico y te dice: “Lo siento, el problema no es la luz, sino que necesitas corregir tu visión”. Es difícil a veces que esos grandes poderes entiendan que tienen que corregir su visión. Siempre piensan que las cosas son como ellos quieren, o no son. Creo que han sido sorprendidos por lo que ha ocurrido en América latina. Porque pensaron que lo de Chávez era un accidente y que una vez que eso pasara eso no volvería a ocurrir. Y no fue un accidente. Claro, era un líder que había surgido en un momento muy particular, con una visión y plan que llevó adelante. Pero era una expresión de transformación que había en todo el continente. Ahora estamos en un momento en el que va a ser muy interesante ver cómo Estados Unidos enfoca y lee la realidad latinoamericana. Un tema clave es el embargo a Cuba. . Eso mismo querían hacer con nosotros: mantenernos en una Guerra Fría permanente. Utilizaron a Cuba para eso, y después quisieron utilizar a Venezuela. Pero esta integración impidió que esa Guerra Fría existiera. Y hoy en día los gobiernos se entienden todos. Tanto los gobiernos progresistas como aquellos que tienen una visión política e ideológica distinta. Pero ya no vamos a aceptar el mecanismo anterior de jugar siempre a la división entre nosotros. Por eso lo que pasó en el ALBA es importante.
–¿Quiere decir que el ALBA facilitó el nacimiento de Unasur? –Las transformaciones del ALBA, que se dan en tres países fundamentales, como Venezuela, Ecuador y Bolivia, han sido elementos determinantes para que surgiera Unasur y para que hubiera unión sudamericana. No podríamos pensar en Celac sin unión sudamericana.
–¿Por qué algunos países, como Honduras, abandonaron el bloque? –Eso formó parte de una estrategia diseñada para tratar de pegarle al ALBA por los eslabones más débiles. El caso de Honduras es emblemático por la doble moral del aparato mediático y político. Al presidente Zelaya le dieron un golpe militar y no pudo o no quiso hacer nada. El Congreso de Estados Unidos presionó a la administración de Obama para que mantuviera una línea dura contra Zelaya. Lo que genera tristeza es que la excusa era que había que salir de Zelaya porque era un dictador en potencia. Pero cuando uno ve la realidad, se da cuenta de que Zelaya no tenía las fuerzas armadas, ni la Corte Suprema, ni el Congreso, ni los medios ni los empresarios. ¿Qué poder acumuló entonces el señor Zelaya? Fue una idea clara de golpear a estos eslabones más débiles. Luego tenemos el caso de Paraguay. La situación es dinámica y eso se ha restablecido en cierta medida. Pero fue muy obvia para todo el mundo la doble moral norteamericana y de estos sectores de la derecha. Esto brindó mucha conciencia, mucha alerta a todos nosotros: estos sectores de la derecha en nuestros países y en Estados Unidos siempre van a tener un plan para desestabilizarnos. Lo mismo ocurrió con la muerte del presidente Chávez.
–Más allá de los casos de Zelaya y Lugo, también hubo intentos serios por derrocar a Evo Morales, a Correa y a Maduro. ¿Las considera advertencias? –Pienso que esas cosas son como un búmeran, que más bien se te revierte. Creo que ha habido mucha molestia. Fue demasiado obvio. ¿Cuál fue la justificación para darle ese golpe a Zelaya? ¿Dónde estaba el poder que había acumulado? Ellos quisieron presentarlo como una advertencia, pero se vio como algo desproporcionado debido a esa doble moral. Eso hizo que la gente reaccionara.
–Evo Morales ganó las últimas elecciones con un porcentaje muy alto. Correa se encamina a un tercer mandato. El modelo boliviano y el ecuatoriano son muy exitosos. ¿Por qué en Venezuela, el otro país de gran peso dentro del ALBA, hay en cambio una crisis recurrente en términos políticos y económicos? –Ellos nunca han dejado de hostigar a Venezuela. De manera más abierta, menos abierta; más violenta, menos violenta. Ni un solo día: pretensión de sanciones en el Congreso norteamericano, en las cortes internacionales, promoción directa y abierta de la conspiración de lo sectores de extrema derecha. Ellos interpretaron que la salida del presidente Chávez era un momento de debilidad que permitiría retomar el plan de la conspiración y de la desestabilización y hacerlo vivir. Venezuela vivió unos procesos muy complejos y complicados con la muerte del presidente Chávez. Aquí el presidente Kirchner muere cuando no estaba en el gobierno. El presidente Chávez muere estando en el gobierno y cuando acaba de ganar unas elecciones de manera contundente. Creo que aprovecharon esa situación para generar esta arremetida, que fue muy fuerte. En el estado de Táchira, fronterizo con Colombia, y con apoyo de muchísimas fuerzas de la derecha colombiana, donde está demostrada la mano del ex presiente Alvaro Uribe y de otros sectores de la extrema derecha latinoamericana y americana, lograron establecer una situación de mucha angustia. Una situación terrible. Plantearon hasta elementos secesionistas sin ninguna razón.
–Pero los intentos de desestabilización no dejaron de acosar a Chávez, incluso desde el golpe de 2002. En todo caso se intensificaron con su muerte. –Eso venía desde que el presidente Maduro había ganado las elecciones, cuando hubo varios muertos del lado chavista a manos de la oposición. Políticamente se ha logrado restablecer la situación. Pero no es sencillo, porque ha habido una situación económica muy difícil. En medio de esta conspiración política se ha afectado muchísimo a la economía. El caso del contrabando es un ejemplo. De eso se ha ido saliendo también. Cuando el presidente falleció, se lanzaron con todo y se jugaron todas las cartas. La ventaja de esos procesos es que se devela rápidamente la intencionalidad. Por lo menos eso permite ver quién es quién y qué es lo que buscan. Ahorita hay una oposición muy dividida. La gran contradicción es que nunca han podido presentar un proyecto alternativo más allá de salir de Chávez. Y ahora Chávez ya no está.
–El secretario de la Unasur, Ernesto Samper, manifestó recientemente que la salida a la crisis en Venezuela es un “gran pacto social”. Sin embargo, el presidente Maduro había convocado meses atrás a los sectores opositores a un diálogo abierto. ¿Por qué cree que esa vez no funcionó? –El presidente Maduro es un hombre de mucho diálogo y de mucha experiencia política. Fue presidente de la Asamblea Nacional –Parlamento– muchos años y canciller. El hizo un gran esfuerzo. No sólo convocó al sector político, sino que también propuso un diálogo a todos los sectores sociales y económicos. A raíz de la ofensiva económica, que se ha llamado “guerra económica”, convocó a todos aquellos sectores para decirles que había un claro intento de desestabilizar al gobierno. El problema es que hay sectores que no quieren dialogar, porque para ellos significa dejar de lado la agenda desestabilizadora. Ellos siguen pensando que la forma de lograr una modificación en el país es a través de un proceso de desestabilización. Su expresión más grande fue en febrero pasado, cuando después de haber ganado algunas alcaldías, que les habían dado la posibilidad de desarrollar una fuerza política, transformaron ese relativo éxito electoral en un esfuerzo de desestabilización. Eso está totalmente documentado: las conexiones con la derecha colombiana, con la derecha centroamericana.
–¿Ve en otras partes del mundo procesos como el que se desarrolla en América latina? –Peligros hay. Desafíos hay. No es fácil desmontar las viejas estructuras. Hay que acercarse a la realidad. Un ejemplo interesante es el movimiento Podemos en España, que un una última encuesta se encuentra por encima del Partido Popular. Una organización con un manejo impecable de los medios y un mensaje sencillo: aquí hay una casta y lo que ha hecho el sistema político es defender a esa casta.
–¿Por qué decidió conmemorar los diez años del ALBA en Argentina? –Aquí hay que hacerle un homenaje al presidente Néstor Kirchner y a lo que significó la cumbre de Mar del Plata. Aquí hay algunos antecedentes. El presidente Chávez planteó el ALBA por primera vez en 2001 en la Conferencia de Estados del Caribe. En 2003, Kirchner y Lula firman el Consenso de Buenos Aires, donde ya marcaron el camino. En 2004, Chávez y Fidel firman la declaración conjunta. En 2005 se produce la derrota del ALCA en Mar del Plata. El ALBA nació, de alguna manera, o al menos sus alas se fortalecieron en Mar del Plata. Después vino Unasur. Y más tarde la Celac. Son un conjunto de sucesiones que nos llevan a ver la nueva realidad, la nueva integración. El ALBA nace en el 2004, pero quien le da las alas es Mar del Plata.
Fuente:Página/12
No hay comentarios:
Publicar un comentario