Por Juan Sasturain
Un
rasgo clave, que hace a la belleza y al interés del fútbol, reside en la
dificultad que supone hacer un gol: es difícil, cuesta. Tienen que
darse muchas cosas, sobre todo tres, solas o combinadas: virtudes del
atacante, errores del defensor y cierta dosis del indefinible azar (el
comportamiento del árbitro, entre otras). Los goles son los que
determinan los resultados. Sólo ellos. Si lo sabremos.
Pero precisamente porque es difícil hacerlos se suelen computar,
además de los goles, en una tabla más o menos equívoca que alimenta el
devaluado “mereciómetro”, las llamadas ocasiones de gol. Es decir: la
cantidad de veces que un equipo llega a esa instancia inminente durante
un partido. Al respecto, uno de los criterios más válidos de evaluación
de las virtudes de un equipo reside, precisamente, en dos cosas: una,
que cree más ocasiones de gol que el rival; dos –y la más importante–,
que concrete en goles un alto porcentaje de las ocasiones que genere. Y
ahí es donde comienzan a operar, en el análisis, los tres factores
intervinientes para que un gol se produzca, para que una ocasión se
concrete: porque las ocasiones las produce, en general, el equipo, pero
los goles los hacen o los impiden jugadores puntuales. Entonces es
donde/cuando entra a tallar esa cosa tan difícil de definir que es la
jerarquía, que redunda en la tan buscada eficacia.Es obvio que es el doloroso desenlace de anoche lo que nos hace filosofar tan tonta, pajeramente: en el mereciómetro, tuvimos/creamos más oportunidades de gol que Alemania (variante uno) por virtudes del equipo, pero en el hecho de que no se hayan convertido en goles la variante principal no han sido virtudes del rival ni cuestiones de azar, sino la ineficacia propia (variante dos). Nada que decir, entonces. Si a la ocasión la pintan calva –por la dificultad de atraparla–, esta vez la hemos manoteado mal. Ya está.
Quedan para otra ocasión –perdonando la palabra– las reflexiones/discusiones acerca del plantel elegido y de la estrategia general de juego, las múltiples virtudes y las ocasionales defecciones. Además, ya hemos opinado al respecto largamente. La cuestión es que ha sido un Mundial muy bueno de Argentina y salimos del último partido con un equipo (sic: un equipo) mejor que el que llegó, con varios jugadores clave que estuvieron por encima de nuestras a veces mezquinas expectativas. Probablemente –bah, seguramente– lo que nos faltó fue, en el último tramo, ese plus que siempre teníamos con el mejor Messi y el Fideo fundamental. Pero no vamos a llorar por eso. Ni por nada.
Tal vez una lagrimita apenas porque se acabó el Mundial. Lo vamos a extrañar.
Fuente:Pagina/12
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