Y ningún argumento servirá para contradecirlo...
Si las partes sobre las que versara la reflexión fueran, supongamos, los Estados Unidos y Granada, o la Triple Alianza y Paraguay, o el Imperio Otomano y los armenios, en cualquiera de estos casos emergería fácil el repudio. La balanza se inclinaría sin dudas ni atenuantes a favor del más débil, del que soporta la agresión, del que sufre la masacre en su territorio invadido. Se volcarían sin pudor las condenas y no existiría ninguna obligación de dar razón ni excusas por la parcialidad.
Sin embargo, cuando en el debate aparecen el Estado de
Israel y el Pueblo Palestino (sin Estado), a pesar de la notoria asimetría de
fuerzas, la cuestión se dificulta. Sin dudas esto es la prueba más contundente
de que el “Escudo de Acero” más eficaz con que cuenta el primer protagonista,
consiste en cosificar a cualquier crítico de sus políticas, fulminándolo con la
calificación de “antisemita”,
y enrostrarle una genérica responsabilidad en su trágica historia o (peor) en
un hipotético futuro que la reedite.
Un escudo ideológico trabajosamente construido desde que
quedara en evidencia que David había dejado de serlo, para transformarse en la filial
de Goliat en el Medio Oriente, como quedara explicitado en la Guerra de los
Seis Días (1967) y en todo conflicto bélico o retorsión militar que la
sucedieron. La evidencia del poderío militar incomparable en la región, la
autosuficiencia defensiva y la permanentemente amenazante capacidad ofensiva
del Estado de Israel, tuvieron el efecto de empezar a desvanecer el sentimiento
de culpa que (con justicia) se instaló
en los pueblos de occidente, producto de la irresponsable despreocupación
(cuanto menos) con que actuaron (o se abstuvieron de hacerlo) mientras el
régimen nazi enderezaba sus acciones al exterminio del pueblo judío. Y no me
refiero sólo a la ausencia o debilidad de condenas, sino también al retaceo de
colaboración a la hora de colaborar con aquellos que intentaban escapar a la
condena a muerte masivamente impuesta (1).
Hace un mes, escuchaba a Eduardo Jozami disertar sobre
las variadas formas “politización de la memoria”, hacía referencia al caso
argentino, y lo comparaba con los procesos españoles y judío (entre otros).
Respecto a este último señalaba que la centralidad de la rememoración, durante las
primeras décadas de post guerra, radicó en la heroicidad de la resistencia en
el Gheto de Varsovia. Luego, afirma Jozami, se inclinó el eje hacia la
trascendencia del Genocidio, de la Shoá. A la vista de los recientes
acontecimientos, sería fácil establecer un paralelismo entre la situación sufrida
por los judíos del Gheto y la actual de la Franja de Gaza, por lo que cualquier
mal dispuesto podría creer en la inconveniencia de mantener demasiado vívido
ese retazo de la memoria.
En respaldo de aquella afirmación encontramos que en 1978
es establecida por Jimmy Carter la “Comisión Presidencial del Holocausto”, sobre
cuya base el Congreso de EEUU autoriza la construcción del Museo del Holocausto
en Washington D. C., primer eslabón de una larga cadena de “Memorials” que se
extendieron rápidamente por el mundo. En
la página web del museo encontramos que su finalidad no es sólo mantener vivo
el recuerdo del genocidio ocurrido durante el nazismo, sino también “enfrentar el antisemitismo” entendido como “prejuicio
contra los judíos u odio hacia ellos”. Idea que claramente deja fuera del
objeto de la institución combatir toda otra forma de prejuicio u odio racial,
religioso, étnico, de género o político que han sido frecuentes inspiradores de
crímenes genocidas, excluyendo asimismo a otros pueblos semitas no-judíos (por
ejemplo, a los palestinos o árabes en general). En cambio, sí podemos encontrar
sentencias que aplican al término antisemitismo, malversando su sentido
original, a cualquier crítica a las políticas israelíes respecto a los
palestinos, tales como "El
presidente de Venezuela acusó a Israel de intentar un “genocidio” contra el
pueblo palestino".
Lejos de mi intención está restar mérito a la importancia
que este recurso tiene a la hora de mantener viva la memoria de los
acontecimientos sucedidos durante el nazismo, o desconocer la magnitud del
mismo como fuente de conocimiento, de estudio o herramienta de divulgación y
prevención. Como tampoco pretendo ignorar la existencia de núcleos de
pensamiento, de acción y de propaganda que siguen estigmatizando y satanizando
“lo judío”.
Pero no puedo eludir relacionar la iniciativa con una respuesta al planteo de un
brote de “nuevo antisemitismo” (o “judeofobia”) que se afirma estalló a
posteriori de la Guerra de los Seis Días ocurrida en 1967, y se fue incrementando
con los sucesivos éxitos militares israelíes (como Yom Kipur - 1973) y las
sucesivas arremetidas (y colonización) sobre los territorios reservados en 1948
a la población palestina. La expansión territorial, la evidente asimetría
militar del estado de Israel (alimentada desde los EEUU, Inglaterra y Francia) respecto a sus
vecinos, y la opresión y el desplazamiento sufridos por los palestinos
argumentando razones defensivas, sustituyó en la opinión pública internacional
la imagen de estado débil rodeado de enemigos por la de una superpotencia
militar que sirve de cabeza de playa para los intereses occidentales. La
invocación recurrente de la tragedia común sufrida en el pasado, y la alerta
permanente sobre una hipotética reiteración del intento de eliminación de la
raza (que progresivamente se fue confundiendo y asimilando con el intento de
eliminación del estado de Israel), puede ser vista entonces como un elemento
disciplinador de consciencias críticas al accionar del estado Israelí.
Esta realidad no pasó desapercibido para intelectuales de
indubitable alineamiento con la causa judía. En su ensayo “Ser Judío” en 1967
León Rozitchner se preguntaba “¿Qué
extraña inversión se produjo en las entrañas de ese pueblo humillado,
perseguido, asesinado, como para humillar, perseguir y asesinar a quienes
reclaman lo mismo que los judíos antes habían reclamado para sí mismos? ¿Qué
extraña victoria póstuma del nazismo, qué extraña destrucción inseminó la
barbarie nazi en el espíritu judío? ¿Qué extraña capacidad vuelve a despertar
en este apoderamiento de los territorios ajenos, donde la seguridad que se
reclama lo es sobre el fondo de la destrucción y dominación del otro por la
fuerza y el terror?”.
El mismo autor, en 2006, elige un párrafo de la misma
obra (ratificando su plena vigencia),
para comenzar un artículo publicado por Página 12 en ocasión de otra ofensiva israelí sobre
Gaza: “No tomo partido sólo por el pueblo
palestino sino también por el pueblo judío. Reafirmo al mismo tiempo que la
situación histórica de los judíos, que culminó durante el nazismo en el
aniquilamiento, hizo necesario que también los judíos fueran una nación más
entre las naciones del mundo: ése es el derecho moral irrenunciable, es cierto,
del pueblo judío. Pero este hecho también impone necesariamente a los judíos
respetar la vida de otros pueblos como ningún otro pueblo puede quizá sentirlo.
Al hacerlo estoy planteando mi derecho a seguir siendo un judío argentino sin
avergonzarme de serlo frente a lo que está también haciendo de nosotros el
Estado de Israel en Palestina: si cumple su mandato ético e histórico o sirve a
otros designios extraños a nuestra propia historia milenaria”. El artículo
concluye con una acusación a la derecha que gobierna Israel: “Para hacer lo que hacen en Palestina los
judíos que están en el poder deben mantener el secreto moral del origen de su
derecho a una patria y prolongar allí los valores inhumanos de sus propios
perseguidores milenarios... Debieron
convertirse en cómplices de sus asesinos, no denunciarlos, ya no decir nunca
más que el cristianismo y el capitalismo fueron sus exterminadores porque ahora
ambos se habían convertido en su modelo y en sus aliados”.
Ayuda para ilustrar la idea de “Nueva Alianza” expresada, el hecho de que en el sitio del “Memorial” (o
al menos la funcionalidad del parcelamiento de la construcción de significados),
la versión que se replica de aquel famoso
poema de Martin Niemöller (habitualmente atribuido a B. Brecht), ha sido mutilada en su primer verso, aquel que dice “Primero
(los nazis)
vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era
comunista”. También
ayuda esta relación de Norman Filkenstein (2): “la comunidad judía organizada norteamericana se olvidó rápidamente de
la desquiciada declaración de Ronald Reagan en 1985, en el cementerio de
Bitburg, cuando dijo que los soldados alemanes (incluyendo a los miembros de
las Waffen SS) allí sepultados habían sido tan seguramente víctimas de los
nazis como las víctimas de los campos de concentración. En 1988 Reagan fue
galardonado con el premio al “Humanitario del Año” otorgado por una de las más
prominentes instituciones del Holocausto, el Centro Simon Wiesenthal, por su
“firme apoyo a Israel”; y en 1995 con la “Antorcha de la Libertad” por la
pro-israelí ADL” (“La industria del Holocausto” 2000).
Norman Filkenstein, intelectual judeonorteamericano,
explora la tesis de que el “Holocausto” está siendo explotado por fines
políticos pro-israelíes y para financiar a los actores políticos, en desmedro
de los verdaderos sobrevivientes: “Una
vez reformulado ideológicamente, El Holocausto, demostró ser el arma perfecta
para desviar la crítica de Israel... Lo más obvio es que la evocación de la
persecución histórica permitió desviar la atención de las críticas actuales.
Los judíos hasta podían hacer referencia al “sistema de cuotas” que habían
padecido en el pasado como un pretexto para oponerse a los programas de acción
afirmativa. Más allá de ello, sin embargo, el esquema del Holocausto concibió
al antisemitismo como un odio gentil estrictamente irracional hacia los judíos.
Excluyó la posibilidad de que la animadversión contra los judíos podría estar
fundada sobre un real conflicto de intereses. El invocar al Holocausto fue, por
lo tanto, una maniobra para deslegitimar toda crítica a los judíos: cualquier
crítica sólo podía surgir de un odio patológico” (del mismo libro).
Sobre la construcción de esa desmesurada y éticamente
desmoralizante ofendícula, es lógico concluir que se esperase que nadie
cuestione que, sin investigación previa para atribuir responsabilidades
ciertas, ni argumento de peso valedero, el asesinato de 3 jóvenes (en
circunstancias nunca aclaradas y sin autor determinado) pueda ser tenida como
argumento válido para justificar la impiadosa lluvia de misiles sobre la
población civil palestina. Incluso resultaría aceptable que, desde las filas
proisraelíes, se llegue a bastardear el significado del concepto “desproporción”.
En respaldo, un prodigioso aparato de propaganda siempre estaría dispuesto a
saturar de acusaciones de “antisemita” a cualquiera que se animara a levantar
su voz en repudio a las políticas de apartheid, de ejecuciones sumarias, de detenciones
“administrativas”, de bloqueo a ayuda humanitaria y sanitaria, de bombardeo a
población civil, escuelas, hospitales e instalaciones de suministro de servicios
básicos.
Así, en virtud de una extorsión sentimental, de un relato
que victimiza al agresor, de la desnaturalización de los símbolos, de las
palabras y de la apropiación de un legado universal, el discurso de cualquier militante
anticolonialista o antiimperialista que se solidariza con cualquier pueblo del
mundo oprimido o agredido, o la reacción indignada de cualquier persona de
buena voluntad frente a los asesinatos masivos de civiles indefensos, es estigmatizado,
sin más, con la acusación de antisemita, lo que significa, lisa y llanamente,
simpatizante de los genocidas, cuando el agresor tiene la particularidad de ser
el Estado Israelí.
(1) Aludo,
por ejemplo, a la Circular Secreta Nº11 de la Cancillería Argentina en 1938
(otra infamia de la década infame), que denegaba el acceso al país a migrantes
declarados “indeseables” en su país de origen, término con el que el Reich
había calificado a los judíos (entre otros) en la Ley de Desnacionalización de
1933. O a las exigencias formales exigidas por el Dpto. de Estado
norteamericano para otorgarles la visa del país del Norte, como certificado de
buena conducta expedido por la policía alemana o prueba de permiso para salir
de Alemania (en 1939).
(2) Hasta donde sé, el primero en ser coronado por la comunidad judía organizada de EEUU con el singular mote de “judío que se odia a sí mismo”, el mismo que Sergio Szpolsky le dedicó recientemente a Pedro Brieger. Aquellos lograron que el académico perdiera su trabajo como docente universitario, Szpolsky todavía no.
Fuente: Blog de Rucio
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