Con Menem era más fácil. Todos éramos piolas, transgresores
y progresistas. La política no nos interesaba porque el "Felices
pascuas" la había sepultado y ahora, a las clases medias medio progres,
lo
único que les interesaba era reírse del
turco y de la tele. Si hasta se exhibía con orgullo el carnet del
pelotudo
argentino que le compraban a Lanata. Es
que se puede vivir sin muchas cosas pero no sin representación. Saldrá
de la política o la tele, pero siempre alguien te representará
aunque incluso creas que eso no está sucediendo. Así como siempre hacés
política, aunque lo ignores, siempre alguien te representa. El problema
en todo
caso es la calidad de esa representación. Si te representa un actor o un
periodista estás medio hasta las manos, en una fase lindante al
subdesarrollo, algo que por cierto le facilita notoriamente las cosas al
gobierno de turno: nada más fácil de controlar que un país donde una
parte
importante de su clase media sólo se representa en la tele.
En ese mundo donde todos éramos opositores resulta que desde
la señora Ruíz Guiñazú hasta Román
Lejman eran progresistas; en ese país hasta Marcelo Longobardi se daba el lujo
de pasar música clásica en la primera mañana de Radio América para demostrar su
cultura; en ese país Luisito Majul fungía de rebelde que cada mañana embestía
contra la madurez del "Bebo" Granados y Carolina Perín en Radio
Continental.
En ese país estaba bien claro dónde estaba el mal, el
problema es que desconocíamos el paradero del bien, algo que tampoco importaba demasiado.
Muchos ya habían renunciado a su búsqueda.
Era un tiempo donde todos estábamos a la izquierda del turco y
nadie nos obligaba a discutir entre nosotros ni a pensar en qué país nos gustaría
construir.
Hasta que vino el tiempo de la Alianza y ese mito de que sin
corrupción el neoliberalismo podría ser útil para inventar un futuro
sin hambre y desempleo. Los jueves a las 22, en Hora Clave, por Canal 9,
el Frepaso
comunicaba sus ideas y así anduvimos hasta que diciembre de 2001 se
llevó todo
lo malo y ahí marchamos, presurosos, a las asambleas a ver si alguien
conocía el paradero de lo bueno. Resulta que un día estábamos en
pelotas, sin un Menem para
putear y obligados a manejarnos solitos. Si hasta estremece la candidez
del "Que se vayan todos" (justo en este 2013 donde
todos los que no se fueron ahora aparecen como infantería de "lo
nuevo") Y a esos yuppies que cuando
nosotros resistíamos al menemismo intentaban contenernos con visiones
posmo de
la vida, nos los encontramos en las esquinas o en las asambleas en aquel
verano
del 2002 donde por primera vez divisamos a viejos reaccionarias de
mierda
preocupados por los piqueteros. De un día para otro todos queríamos "un
país mejor" porque ahora se habían llevado presa a la guita y eso nos
igualaba.
Cuando ya no hubo un Menem para echarle la culpa tuvimos que empezar a
mirarnos entre nosotros y fuimos descubriendo que no éramos
tan parecidos ni que estábamos tan de acuerdo como creíamos. Poco a poco
algunos empezaron a encontrar representación en la política de la mano
de
Néstor Kirchner pero muchos otros no pudieron salir del paraguas de la
tele, con
lo que se revela la sobrevivencia de un costado flaco para la lucha por
la cosa
pública, porque el mundo está lleno de artistas bien intencionados que
pueden
tener sueños iguales a los nuestros, pero son artistas y lo que se
necesita
para transformar los sueños en realidad son dirigentes políticos.
Las transformaciones no se hacen sólo con buenas intenciones.
Porque el mundo está repleto de artistas que nos pueden
maravillar con su arte pero que nos asustan con sus perfiles ciudadanos.
Pero porque también "una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa".
Porque Celia Cruz murió odiando
a Fidel pero eso no me impide disfrutarla como una de las mejores
cantantes y
soneras que dio Cuba. Porque Santiago Feliú bancó siempre la revolución
pero me
aburre soberanamente. Porque Piazzolla fue un antiperonista furioso pero
su
música sigue describiendo mejor que ninguna a la ciudad de Buenos Aires.
La confusión está en no separar al artista del ciudadano ¿O
voy a dejar de cagarme de risa con el gordo Porcel por sus ideas reaccionarias?
¿O estoy obligado a que me gusten las canciones de Copani porque esté del mismo
lado del mostrador político que yo?
Una de las tareas pendientes de muchos argentinos es dejar
de representarse en figuras de los medios y las artes. Porque puede haber
artistas que tengan sueños que a muchos nos gusten, pero los sueños hay que
llevarlos a la práctica y ahí es donde se empieza a complicar. Porque
independientemente de que Pino Solanas nos guste mucho o poco, estaría bueno
entender que su prestación como dirigente político es magra pues hace 30 años que
está en el candelero y no sólo no tiene un partido legalizado sino que sigue en
la faz meramente denunciativa sin incidir en la realidad, que de eso se trata
la política, al fin y al cabo.
El artista que nos gusta es el artista que nos gusta, no un
dirigente político que nos conducirá por los vericuetos del poder en pos de la
obtención de nuestros anhelos políticos e ideológicos. El artista que nos gusta
nos dice que quiere que no haya pobres pero no tiene la más mínima idea de qué
hay que hacer en la realidad concreta para erradicar la pobreza.
Las transformaciones, valga reiterarlo, no se hacen sólo con buenas intenciones.
Fuente: Tirando al Medio
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