miércoles, 30 de abril de 2014

Hablas de mi y no sabes quién soy - Nuevas correrías del Observatorio Social de la UCA (OSO)

 Por Artemio Lopez

 

Los índices privados de pobreza, con el elaborado por la Universidad Católica (UCA) a la cabeza, son utilizados por el discurso opositor como verdad estadística que, sin embargo, distan bastante de la realidad y carecen de un mínimo aceptable de seriedad técnica.

 

Leo García - Tesoro


Ya señalamos oportunamente cuando se afirmaba que la pobreza superaba el 35% que la utilización del discurso opositor bajo el formato estadístico es otro fetichismo de estos días sin oposición político-partidaria sólida. Una de las más prolíficas en visibilidad en medios opositores advierte sobre la evolución de la pobreza reciente y puebla habitualmente diarios y revistas que adversan al gobierno nacional.

Es “la Iglesia” la que hoy divulga cifras de pobreza generadas en la universidad privada UCA, aprovechando el imaginario que supone a la institución católica “comprometida con los que menos tienen” y el impulso adicional que, según suponen, se sucede tras la asunción del papa Francisco. Marketing celestial, pero arbitrario y contradictorio, veamos su extravagante periplo.



En noviembre de 2011, el Observatorio de la Deuda Social de la UCA le hacía decir al diario opositor La Nación: “Un cóctel preocupante de pobreza, inseguridad, riesgo alimentario, empleo precario y déficit de viviendas envuelve a gran parte de los 12,8 millones de personas que viven en el área metropolitana de Buenos Aires, formada por la Capital Federal y treinta municipios aledaños”.

Así lo reflejaba un informe de Cáritas, brazo social de la Iglesia, y el Observatorio de la Deuda Social, que señalaba que el 34,9% de la población, unos 4,4 millones de personas en esa área metropolitana, vive bajo la línea de pobreza.

Señalábamos en 2011 al respecto: "Se conoció recientemente en la tapa de un importante matutino nacional un estudio sobre pobreza realizado en el área metropolitana de Buenos Aires, formada por la Capital Federal y treinta municipios aledaños, donde residen 12,8 millones de personas. Fue presentado por Cáritas, el brazo social de la Iglesia, y realizado por el Observatorio de la Deuda Social Argentina. El estudio afirma que actualmente, en esa región metropolitana, el 34,9 por ciento de la población residente es pobre por ingresos.

"El brazo social de la Iglesia se equivoca. Erraba en 2009 cuando insistía en que la pobreza era del 30,9%, y seguía equivocándose en 2011 cuando suponía que haía trepado cinco puntos adicionales tras descenso en el desempleo y fuerte crecimiento del lapso 2009-2011."

"Es 'la Iglesia' la que divulga cifras de pobreza generadas en la universidad privada UCA, aprovechando el imaginario que supone a la institución católica 'comprometida con los que menos tienen' y el impulso adicional que, según suponen, se sucede tras la asunción del papa Francisco.”

Seis meses después, el mismo Observatorio Católico privado le hacía publicar al mismo matutino opositor: “Contra lo que dice el INDEC y pese al crecimiento a ‘tasas chinas’ de los últimos años, casi el 22% de la población vive aún bajo la línea de pobreza, con un ‘núcleo duro’ de indigencia del 5,4%”.

Sostuvimos entonces que, al contrario del informe anterior del Observatorio Católico privado que mostraba un nivel de pobreza delirante del 34,9%, no existía ningún ejemplo planetario de reducción tan drástica de la pobreza en tan corto lapso como el que señalan ahora los informes de la UCA que la ubicaban en el 22%: ¡Una baja en la pobreza del 34,9% al 22% de la población en un semestre!

Trece puntos de pobreza menos en seis meses. Según el Observatorio privado en aquel semestre abandonaron la pobreza  5,2 millones de personas. A razón de 860 mil pobres menos por mes, 28.600 por día, 1.192 por hora, casi veinte por minuto. Medalla de Oro Olímpico en baja de la pobreza. Si fuera cierto, pero !ay! Tampoco lo fue.

Nos enteramos luego que según la misma entidad vinculada a la UCA, que la pobreza volvió a trepar de manera apabullante.

Se leía entonces en el opositor matutino Clarín, que le asignaba su tapa catastrófica al informe: Según un relevamiento de la Universidad Católica, a finales de 2012 la pobreza alcanzaba a unos 11 millones de personas, el 26,9% de la población.

Esto suponía que en seis meses nuevamente la pobreza había crecido, esta vez cinco puntos, cifra módica respecto a los barquinazos que nos tiene acostumbrado el Observatorio de la UCA. Se trataba de dos millones de personas adicionales respecto al último valor informado por el mismo Observatorio privado a mediados del año 2012, donde decían que había caído 13 puntos respecto a la medición del mismo Observatorio Católico de un semestre anterior.

Ahora mismo se señala una nueva suba en la pobreza y se fija la indigencia en 5,5% en el mismo momento en que el mismo Juan Carr y un grupo de expertos afirman que uno de cada 22 argentinos es indigente, esto es el 4,5% de la población un 25% por debajo de los valores de la UCA.

Hay inconsistencias tan notables en el nivel de incidencia de la pobreza e indigencia que informa el estudio que hasta pareciera increíble que se las propale sin medir las consecuencias políticas que supone que una institución de connotación religiosa distorsione datos sobre cuestiones tan sensibles a la comunidad como los niveles de pobreza. Veamos las pifias más de cerca.

Según el Observatorio de la Deuda Social Argentina, consultora opositora, vinculada con la universidad privada UCA, existen hoy un 27,5 por ciento de pobres. Esto es un nivel similar de pobreza que el de 2006, más precisamente la existente en el segundo semestre de aquel año, cuando la pobreza, según el impoluto INDEC de entonces, ascendía a 26,9% por ciento a nivel nacional.

En ese momento concurrían cuatro factores que, analizados en conjunto, desbaratan de raíz el cálculo falaz del Observatorio de la Deuda Social.

El 6,4 por ciento de desocupación de hoy contrasta con el 8,7 en 2006, en tanto el subempleo se ubica hoy dos puntos por debajo de los niveles del año 2006.

El trabajo informal, hoy del 34 por ciento, en 2006 llegaba al 44,5%

Hoy existe la Asignación Universal por Hijo, que transfiere el equivalente al 25% del total de ingresos de hogares beneficiarios, cuando en 2006 no existía.

Existen hoy 2,7 millones de nuevos jubilados el equivalente al 45,5% del total de la base previsional y en el año 2006 se lanzaba la moratoria se habían incorporado apenas 400.000.

Apoyada por las cifras de la universidad privada UCA, tendríamos los mismos niveles de pobreza que en el segundo semestre de 2006, cuando se observaba un 30% más de desempleo abierto y trabajo informal que en la actualidad y aún no existía la Asignación Universal por Hijo y 2,2 millones menos de ciudadanos cubiertos por el sistema previsional.

Un disparate por donde se lo mire que, sin embargo, se propala con furia por el sistema de medios opositores en busca de cubrir con ello el gran bache que supone no disponer de una oposición político partidaria que tenga chances de unificarse para ser competitiva de cara a las elecciones del año próximo. Lástima grande, conmueve (poco) tanto ruido de medios.
Fuente: Telam

martes, 22 de abril de 2014

Las patadas en el alma


El sábado pasado, los vecinos del barrio de Once lograron frenar un linchamiento, irónicamente un día antes del Domingo de Resurrección, y mientras se celebraba, a pocas cuadras de allí, el día de San Expedito, patrono de las causas justas y urgentes.



La violencia que sufrió ese joven parecía la relatada en el Vía Crucis cuando Jesús cae varias veces en su camino hacia la cruz, aunque esta vez se trataba de alguien que había robado una cadenita, con la particularidad histórica de la presencia de un poderoso relato que esfuma la idea del “victimario” y fomenta el espíritu heroico de los que atacan violentamente a quien comete un hurto menor.

El sábado a las cuatro de la tarde, el barrio de Once vivía la tradicional celebración a San Expedito, como todos los 19 de abril, en la Parroquia Nuestra Señora de Balvanera. Miles de personas de todo el país, especialmente de la Capital Federal y el Conurbano bonaerense, hacían cola para ver al Santo, presenciaban las misas o recorrían los puestos en donde se vendían estampitas, velas, altares, y todo tipo de objetos religiosos. Muchos de los presentes asistieron además porque el espíritu religioso aflora durante Semana Santa, que recuerda el calvario que vivió Jesucristo hacia su destino en la cruz, su muerte y su resurrección. Pero las ironías del destino quisieron que a unas cuadras de allí, un arrebatador, con una cadenita en la mano, fuese una nueva víctima de esa particular y violenta idea del linchamiento.

Hace unos días el Papa Francisco había dicho que “sentía las patadas en el alma” cuando recordó la brutal golpiza a la que un joven de Rosario, David Moreira, se vio sometido por robar una cartera. Esta vez, cuando el ladrón fue interceptado y tumbado en seco por un hombre que lo perseguía, las patadas en la cabeza que recibía por parte de su perseguidor, junto a dos hombres más y una nenita de buzo rosa, de unos seis o siete años, retumbaban sobre el asfalto de la calle Bartolomé Mitre casi en su intersección con Paso. La escena duró hasta que el llanto de quien había robado una cadenita que arrojó al piso -como una especie de pedido de misericordia-, fue interrumpido por decenas de personas que se acercaron al ladrón para impedir que lo muelan a golpes.
"A veces, el mensaje estigmatizador que determina morales y buenas costumbres según el barrio y/o la clase social, se torna irónicamente contradictorio."

La nena desapareció de la escena -quizás, feliz de haber participado en ese episodio tan comentado en la televisión-; y los tres hombres interrumpieron ese placer cuasi criminal en el que estaban absortos al ser tratados por la gran mayoría de transeúntes como “asesinos”, acusación que parecía contradecir el espíritu heroico del que se sentían dueños. Entonces el ladrón volvió a correr, ya sin su botín, para salvarse de la paliza.

A la media cuadra fue tumbado nuevamente, pero esta vez no fueron los gritos de todos sino una joven de veintitantos años la que puso el cuerpo para que dejen de golpear a ese desconocido cuyo mayor pecado había sido cometer un hurto menor. Aturdidos los linchadores, asustado el delincuente, esa situación violenta se tornó un debate callejero que protagonizó la chica que, entre los nervios improvisados de una escena tan repentina como brutal, les pedía que comprendan que es “uno de nosotros”. (“Un ser humano”, explicó luego, puesto que los violentos parecían no captar su mensaje).

“Hijos de puta como este pueden matar a mi vieja”, se justificaba uno de ellos, como si ese potencial fuese tan certero que la fuerza real de la violencia puede ser ejercida. Y que quede claro: el chico era considerado un asesino en potencia sólo por el hecho de haber robado una cadenita. (Y, seguramente, por la discriminación a la que se vio sometido por ser morocho, usar zapatillas deportivas y gorra; un trío estético que define el estereotipo más estigmatizante).

Entre todos los presentes que buscaban su lugar en el debate callejero, una señora mayor, de nombre Ramona, los trataba tan enojada de “asesinos” y “criminales”, que un hombre de grandes dimensiones, al grito de “vieja de mierda, seguro que vos también sos delincuente”, intentó pegarle un sopapo que la mujer, con enorme dignidad, frenó inmediatamente. “Nosotros no tenemos derecho a sacarle la vida a nadie”, decía entre lágrimas luego de ser contenida por tres personas que evitaron que salga herida.

A los cinco minutos llegó la policía y demoró al joven, porque para eso existen las fuerzas de seguridad. Y lentamente todos aquellos que presenciaron el hecho, desde familias enteras hasta viejitos solos, señoras con las bolsas del supermercado o con la figura de San Expedito en la mano, volvieron a sus rutinas habituales, pero con esa escena dolorosa para contar, casualmente el sábado de Semana Santa.

Sería un exceso suponer que los métodos violentos de esa supuesta defensa ciudadana son parte de un dispositivo mediático que hipnotiza a las masas y las lleva a cometer las mayores atrocidades, como por ejemplo, moler a golpes a un simple ladronzuelo: la heterogeneidad de los relatos que circulan en las cotidianidades excede toda explicación determinista. Pero sería también imposible suponer que, en esas historias, el punto de vista de los medios de comunicación no forma parte del mensaje. Y los linchamientos han sido últimamente alentados con gracia por algunos de ellos, especialmente cuando sugieren tácitamente que la figura del “victimario” no existe cuando el golpeado es un ladrón, morocho, usa gorra y, peor aún, es adolescente.

Pero la manera en que los receptores captan ese mensaje puede adoptar formas diversas: en Palermo, cuando un delincuente fue linchado, fueron mayoría los golpeadores y sólo la policía, que llegó 25 minutos después, logró frenar la violencia. En el barrio Once, muy cerca de la parroquia en donde se veneraba al santo popular de las causas justas, fueron los propios vecinos los que impidieron la golpiza: a veces, el mensaje estigmatizador que determina morales y buenas costumbres según el barrio y/o la clase social, se torna irónicamente contradictorio.
Fuente:Telam

miércoles, 16 de abril de 2014

El lugar de las minorías

 ROBERT BURT, LA RELACION OPRESOR-OPRIMIDO Y UN NUEVO ORDEN SOCIAL
Es profesor en la Facultad de Derecho de Yale. Su trabajo académico parte de esa disciplina y se combina con la historia, la sociología, el psicoanálisis y la medicina para indagar cómo las normas impactan en la sociedad. Dice que los momentos en los que ciertos grupos logran emanciparse son sólo intervalos de una estigmatización que no cesa. Negros, mujeres, gays e hispanos en la sociedad estadounidense.

Por Patricio Porta

A lo largo de la historia existen momentos en los que ciertos grupos estigmatizados logran emanciparse o sortear la subordinación. Sin embargo, estos momentos son intervalos entre episodios recurrentes de nuevas degradaciones. Este es el tema principal de “Orden social y mentes desordenadas”, el trabajo que el profesor estadounidense de la Escuela de Derecho de Yale Robert Burt presentó recientemente en Buenos Aires, invitado por la Universidad de Palermo. Su apuesta es quebrar la relación opresor-oprimido para crear un nuevo orden social y que los momentos de emancipación se conviertan en la norma.
En diálogo con Página/12, Burt explicó que desde la guerra revolucionaria –que liberó a Estados Unidos del dominio de Gran Bretaña– hasta la actualidad, los afroamericanos, las mujeres y los gays fueron los que lograron el reconocimiento legal de sus derechos y convulsionar parcialmente el orden jerárquico establecido. Si bien el sistema judicial contribuyó a cambiar parcialmente el estatus de estas minorías –y la percepción social mayoritaria hacia ellas–, sostuvo que la verdadera transformación se producirá cuando los opresores comprendan que también son víctimas de la opresión que promueven.
–¿Qué cambios se produjeron en los últimos 50 años para que Estados Unidos tenga hoy un presidente negro? –El momento clave es la decisión de la Corte Suprema de Justicia en el caso Brown contra el Consejo de Educación en 1954, que declaraba inconstitucional la segregación racial en las escuelas del país. Esto tuvo un impacto profundo, particularmente en los estados del sur, y rompió las barreras que habían sido impuestas entre negros y blancos. La gente del norte no entendía cómo los blancos del sur podían sostener esta situación. La educación estaba segregada y la humillación hacia los negros era constante. Pero esto cambió en los ‘60. Primero con la Ley de Derechos Civiles de 1964, que terminó con la discriminación en lugares públicos y que cortaba la asistencia federal a los colegios que mantenían la segregación. La Corte obligó al Congreso a hacer esto porque había una empatía con el reclamo del movimiento negro. Los senadores de los estados sureños, sobre todo, practicaban el filibusterismo para extender el debate y evitar la votación. Todas las votaciones se perdían porque sumaban a todos los senadores de los antiguos estados confederados. Pero de pronto, por primera vez, el filibusterismo fue derrotado en la Ley de Derechos Civiles. Un año más tarde, en 1965, se aprobó el derecho a voto. Esta lucha explica el camino de Obama a la presidencia.
–Sin la lucha por los derechos civiles, Obama nunca podría haber llegado a la Casa Blanca. –Los negros tenían miedo. Era un miedo genuino. Era la época del Ku-Klux- Klan, que quemaban cruces y atacaban a los negros cuando desobedecían mínimamente el orden establecido. Un hombre negro podía ser asesinado por el solo hecho de mirar a una mujer blanca. El sur de Estados Unidos era un lugar horrible para vivir, aunque parecía tranquilo. En 1955, cuando Rosa Parks se niega a ir a la parte de atrás del colectivo, se produce la irrupción del movimiento por los derechos civiles. No sólo estaba la Corte para impulsar esos cambios, sino el movimiento negro que hacía oír su voz en las calles. Martin Luther King era partidario de una lucha no violenta, pero otros dentro del movimiento decían que esa estrategia no funcionaba y eso asustó a mucha gente. Pese a todo, la sociedad se iba abriendo. Las universidades, como Yale, Harvard y Princeton, reservaron vacantes para estudiantes negros. Antes, un negro no podía estudiar Derecho en Texas y tenía que mudarse a Oklahoma, donde los cursos estaban divididos entre blancos y negros. Y eso explica el porqué de Obama. Es un hombre muy inteligente que fue un estudiante destacado. Pero antes de 1954 nadie se hubiera fijado en alguien como él. Por su propia biografía, al ser hijo de un matrimonio mixto, tiene un manejo extraordinario de las relaciones entre negros y blancos y pudo despejar el temor de los blancos al Black Power.
–Del movimiento por los derechos civiles a la campaña por el matrimonio igualitario se observa la lucha y el empoderamiento de las minorías. ¿Qué papel juegan éstas en la sociedad norteamericana? –La Corte ha jugado un papel facilitador para atender estas demandas y la presión de estos grupos. Hasta 1954, la Corte no estaba interesada en suprimir el orden establecido. Alguien me preguntó por qué se produjo ese cambio. La respuesta es que no tengo idea, pero es maravilloso. Felix Frankfurter, que era defensor del orden opresor, era el único miembro de la Corte que no estaba de acuerdo con este giro. El consideraba que el patriotismo y el respeto a la autoridad eran extremadamente importantes y que no había diferencia entre cristianos y judíos, blancos y negros, hombres y mujeres. Lo cual no tiene sentido. En 1943, la Corte argumentó que era inconstitucional obligar a los estudiantes a saludar a la bandera y jurar lealtad al país porque iba en contra de la Primera Enmienda, que consagra la libertad de culto y de expresión. Este es un cambio fundamental. Esta decisión fue tomada en medio de la Segunda Guerra Mundial y en plena ola de patriotismo. A partir de ese momento, la Corte comenzó a escuchar los reclamos de las minorías.
–¿Cómo se resuelve entonces el conflicto de intereses en una sociedad diversa? –Ese problema no está resuelto. Sigue habiendo hostilidad hacia los negros. Pero ahora es hacia los negros que son pobres. Jesse Jackson se había presentado en las primarias en los ’80 pero nadie parecía prestarle atención. En cambio, cuando Obama apareció en escena, casi veinte años después de Jackson, lo tomaron en serio. Uno de los mayores retos cuando buscaba la nominación por el Partido Demócrata en las internas era el caucus de Iowa, un estado en donde casi no hay negros. Recuerdo que un alumno afroamericano me contó que su padre, un distinguido profesor universitario, le decía que Estados Unidos era un país profunda e incurablemente racista. Pero Eric, el alumno en cuestión, estaba en desacuerdo. Al día siguiente de las primarias en Iowa, Eric recibió un llamado de su padre: “Iowa es un estado asombroso. Un estado blanco votando a un hombre negro para presidente. Estaba equivocado, tenías razón. Aún hay racismo en nuestra sociedad y lo sabés. Pero hay esperanza de que haya una cura. No reconozco este país, es muy distinto al que conocí. Así que vos vivís en un país distinto, sos un afortunado”. Hay muchos problemas sin resolver. No es una sociedad abierta a los negros, a los convictos. No estamos en el paraíso. Pero es un país mucho mejor que décadas atrás, casi irreconocible.
–En su trabajo “Orden social y mentes desordenadas” usted afirma que hay momentos emancipatorios en los que algunos grupos consiguen liberarse de la estigmatización, pero que éstos no son definitivos. ¿Por qué? –En la historia estadounidense hay tres momentos en que el orden establecido explotó. La guerra revolucionaria destruyó el control de la época colonial. La consecuencia no fue un nuevo orden, sino que la sociedad vivía sin un orden determinado, porque todo había estallado y nada estaba en su lugar. Había mucha incertidumbre, tanto para los grupos mayoritarios como para los oprimidos. La legislación esclavista del antiguo orden era extremadamente opresora. De pronto, los esclavistas se dieron cuenta de que tenían algo en común con sus esclavos. No era consistente la opresión, aunque distinta, que habían experimentado antes de la revolución. Hubo un compromiso para liberar a los esclavos, tal como sus dueños se habían liberado durante el proceso revolucionario. Pero pasaron 30 años hasta que los estados del norte abolieron la esclavitud. Es mucho tiempo. Estos estados no volvieron a modificar el estatus de los esclavos, pero tampoco se preocuparon por lo que sucedía en los estados del sur, muy conservadores, donde los negros seguían siendo esclavos. Y muchos esclavos del norte fueron enviados al sur. Por eso los momentos emancipatorios no son definitivos.
–¿Cuál era la situación de los pueblos originarios durante la revolución? –Luego de la revolución, en vez de matar a los nativos, se decidió asimilarlos a la sociedad blanca y se firmaron tratados con ellos. Esto fue hasta la época de Andrew Jackson, que fue el primer presidente que no perteneció a la generación de los padres fundadores, como Washington o Jefferson. Jackson cambió la actitud hacia los nativos y comenzó a matarlos. Los despojó de sus tierras y emprendió un genocidio. A finales del siglo XIX, cerca del 80 por ciento de los indígenas había sido asesinado. Durante la guerra civil se produjo otra erupción. Los estados del norte decidieron luchar contra los del sur, pero no por la esclavitud sino por la unión. Durante la guerra, que comenzó en 1861 y terminó en 1865, se perdieron muchas vidas. Fue la guerra más sangrienta que vivió el país, en la que más civiles estadounidenses murieron, más que cualquier otra. Después de la guerra revolucionaria, los estados se habían unido voluntariamente, pero la guerra civil significó una integración forzada de 11 estados. Esta situación modificó dramáticamente el carácter de la sociedad, su impacto fue mayor que el producido luego de la guerra de independencia. Nuevamente hubo incertidumbre. Se esperaba un nuevo orden. En ese momento resurgió la empatía por los más débiles, los oprimidos, como los negros. Inmediatamente se produjo otro momento emancipatorio, cuando se aprobó la Constitución de 1865, que abolió la esclavitud, garantizó la ciudadanía para todos los esclavos liberados y la misma protección para todos. Este fue un cambio tremendamente importante. Después de la guerra civil, también cambió la estructura económica. El país se organizó a través de un sistema capitalista y comenzó entonces la lucha entre el capitalismo y los trabajadores. La Corte estaba del lado de los capitalistas, trataba de contener cualquier revuelta de los obreros. Todo esto para mantener el nuevo orden. Pero una vez que Franklin Roosevelt llegó a la presidencia, renovó la Corte y las cosas comenzaron a modificarse. Los jueces asumieron un nuevo rol al proteger especialmente a las minorías y a los trabajadores.
–¿Cómo impactó este cambio de la Corte Suprema en las minorías? –La Justicia tenía que proteger más agresivamente a las minorías de los prejuicios de la mayoría. Eso lo dijo Harold Hitz Burton, que fue presidente de la Corte entre 1945 y 1958. Pero esta idea estaba inspirada en los grupos religiosos minoritarios, no en los negros, en las mujeres o en los gays. De los momentos caóticos o de desorden emerge la empatía por los grupos oprimidos, que dura cierto tiempo, pero no para siempre. Por otro lado, si bien los negros y las mujeres no son completamente libres, su situación cambió radicalmente después de 1954. Por ejemplo, las mujeres debían permanecer en el hogar, ser madres, estudiar para ser maestras, enfermeras, pero nunca para ser directoras, doctoras o ser la cabeza de una compañía. Cuando me gradué, había sólo tres mujeres en mi clase y a nadie le parecía raro. Ahora hay más mujeres que varones en las universidades. Pasa lo mismo en Argentina, donde tengo entendido que son más de la mitad.
–En 2003, la Corte derogó la ley que criminalizaba las relaciones entre personas del mismo sexo en Texas. Ese fue un caso paradigmático para el colectivo lgbt en Estados Unidos. –Sí, la Corte dijo que esa ley violaba la Constitución por criminalizar a los adultos del mismo sexo que tenían relaciones sexuales en la privacidad de sus hogares. En 1986 la Corte sostenía que no había en la Constitución ningún elemento que aprobara o protegiera las relaciones entre dos personas del mismo sexo, que los homosexuales eran de una naturaleza diferente. En opinión de la Corte, por 5 votos a favor y 4 en contra, se criminalizó este tipo de relaciones. En 2003, en el caso Lawrence vs. Texas, la Corte revisó el fallo de 1986 y reconoció que fue un error en su momento.
–Esta decisión fue clave para comenzar la lucha por el matrimonio igualitario en todo el país. –Ahora hay 18 estados que permiten el matrimonio entre personas del mismo sexo. Hasta hace cuatro años, los abogados por los derechos lgbt se mantenían fuera de las Cortes federales porque creían que la Corte no extendería los derechos de esta minoría. Por eso luchaban estos casos en cada Corte estatal. Seis meses después del fallo de 2003, la corte de Massachusetts declaró que la Constitución estatal estaba más abierta a las minorías que la Constitución federal. Según la interpretación de la Constitución de Massachusetts –porque modificarla es virtualmente imposible–, el estado debía garantizar el derecho al matrimonio a las parejas del mismo sexo. Hago énfasis en el caso de Massachusetts porque demuestra que no es imposible. En Utah, Oklahoma y Virginia las cortes estatales están estudiando estos casos. Ante el silencio de la Corte Suprema, el trabajo lo están haciendo las cortes de cada estado. Si el tema llegara a la Corte Suprema, no sé cuál sería la votación.
–¿Por qué en un estado de derecho parece tan difícil llevar a la práctica el concepto de igualdad? –La palabra igualdad es curiosa. Si tomamos en cuenta el matrimonio gay, el concepto de igualdad, en uno de sus sentidos, supone tratar a todos de la misma forma. ¿Pero el matrimonio gay es lo mismo que el matrimonio heterosexual? Bueno, no lo es. El matrimonio heterosexual es entre un hombre y una mujer. Y el matrimonio gay es entre dos hombres o entre dos mujeres. Es un asunto complicado. El matrimonio gay busca la igualdad, pero no la libertad. Las personas que no creen en el matrimonio gay pueden decir: “Hagan lo que quieran, tengan sexo con un perro si quieren, pero no me pidan que celebre su matrimonio”. Las parejas gays le piden a la Corte que les otorgue el mismo estatus que a las parejas heterosexuales. Pero la Corte sabe que no puede hacer eso y es porque lleva tiempo cambiar la mentalidad de la gente. Pensemos en Utah, un estado mormón.
–Sí, pero lo que se discute en ese caso es la posibilidad de obtener los mismos derechos en el marco de una sociedad secular y de una Constitución que reivindica la igualdad legal de todos sus ciudadanos. ¿No cree que la Corte puede ayudar a acelerar ese cambio de mentalidad, como lo hizo en su momento con los derechos de los afroamericanos o las mujeres y la cuestión del aborto? –Sí, si la Corte toma una posición favorable, que es lo que debería hacer, también puede contribuir a un cambio de mentalidad. Y es que estamos cerca de un nuevo orden. La mayoría de mi generación aprueba el matrimonio entre personas del mismo sexo, pero tu generación está abrumadoramente a favor. En Estados Unidos, la mayoría está a favor. Cuando tengas 75 años, la mentalidad de toda la sociedad habrá cambiado. ¿Pero hay que esperar tanto? No lo creo, aunque hay que darle tiempo. Con esto no digo que las parejas gays sean completamente diferentes de las heterosexuales, pero la igualdad no te lleva a la libertad. Lo que te lleva a ese camino es el respeto por la igualdad, y eso se llama democracia.
–¿Cómo cree que los derechos lgbt o de otras minorías pueden contribuir a liberar al resto de la sociedad? –En la relación entre opresores y oprimidos, los opresores experimentan la opresión como los oprimidos. Parece algo cínico al decirlo. Los blancos del sur están tan oprimidos como los negros del sur. Pero esto no significa que debamos sentir simpatía por los opresores blancos. Lo que quiero decir es que a los blancos les costó mucho mantener una relación de subordinación con los negros. Es un desgaste psíquico. Lincoln decía que había que liberar a los esclavos para garantizar la libertad de los hombres libres. Los opresores tienen que entender que es por su propia integridad –la opresión los lastima– que se deben derribar esos muros. Una de las formas de que lo entiendan es que la Corte Suprema regule esta confrontación de una manera pacífica. Se deben suprimir las políticas que puedan ser herramientas para perpetuar esa opresión. ¿Pasa todo el tiempo? No. ¿Pasa fácilmente? No. ¿Es un cambio rápido? Nunca. Pero sucede. Pasa con los negros, con los gays, con las mujeres.
–¿Piensa que la relación entre opresores y oprimidos se dirime en términos legales, más allá de la norma cultural dominante? –Sí. De hecho, no mencioné la situación de otro grupo oprimido: los trabajadores. La Corte Suprema no ayudó a resolver ese problema. La bota está en el cuello de los trabajadores, porque Estados Unidos tiene problemas económicos serios, relacionados con la competitividad. Pero esto se puede sortear en parte por la opresión de los capitalistas sobre los trabajadores. La Corte ha jugado un papel negativo a la hora de regular estas relaciones.
–Algo parecido ocurre con los inmigrantes. –Se los deshumaniza y se les niega la ciudadanía. Lo mismo que pasaba con los negros. ¿Qué hacemos con los mexicanos o los guatemaltecos? Primero hay que reconocer que son grupos oprimidos. La Corte Suprema debe derribar el estatus del inglés como única lengua nacional y reconocer el español. Es un mundo competitivo, de flujos migratorios y movimiento constante. Mi opinión es que se les debe dar la ciudadanía. Es un mundo globalizado. Lo que pasa en Crimea, por ejemplo, puede afectar a Estados Unidos. Hace 70 años no hubiese tenido sentido. Pero un mundo de gobernanza global sí lo tiene. Las naciones están en una posición muy débil ahora. La Corte puede hacer algo al respecto. Y también el Congreso. Los padres de los chicos que nacen en Estados Unidos deberían acceder a la ciudadanía automáticamente.
–¿Por qué dice que los convictos son el nuevo grupo estigmatizado en su país? –La tarea principal es identificar a aquellos grupos que son perpetuos perdedores. Luego se los excluye. Parece una posición extrema, pero no lo es. Cuando ves cómo se trata a los negros, ves que se les niega virtualmente su condición humana. No se les reconoce la posibilidad de existir como seres humanos. Esto es válido para los criminales y también para los discapacitados y los homosexuales, que son relegados al margen de la humanidad. El caso de las mujeres es más complicado, pero se las ve como otro tipo de humanidad que necesita ser supervisada de un modo especial. Sin embargo, y vuelvo a mi ejemplo favorito, la sociedad estadounidense eligió a un presidente negro. Nadie elegiría a una persona que está fuera de la condición humana como presidente. Nadie votaría a un perro como presidente. Entonces, hemos decidido que no todos los negros son iguales. La paridad entre negros y blancos en las cárceles se está acercando desde el año pasado. La población carcelaria ya no es sinónimo de población negra. ¿Pero cómo tratamos a los convictos en Estados Unidos? Bueno, tenemos la pena de muerte, así que los matamos. Eso es poner a la persona por fuera de la condición humana. También está esta nueva política que les niega a los presos la libertad condicional, que significa que no tenés la capacidad de asociarte o relacionarte con las personas que están fuera de las cárceles y acorde a la ley. Pero incluso si llegás a obtener la libertad condicional cada estado se asegura de que no puedas, por ejemplo, votar. Y eso, en Estados Unidos, se parece bastante a negar la humanidad de las personas.
–Después de Obama, ¿imagina un presidente abiertamente gay, o judío o mujer? –No sé qué pasará con Hillary Clinton. Pero en las primarias que ganó Obama era increíble ver que los dos candidatos del Partido Demócrata eran un hombre negro y una mujer. Admiro a Hillary Clinton, creo que es una mujer muy inteligente y que fue una gran secretaria de Estado. Lideró la reforma de salud durante la presidencia de su marido, así que creo que tiene la capacidad para ser presidenta. Quizá sea una vuelta al pasado, porque probablemente compita con Jeff Bush. Será volver nuevamente a una alternativa Clinton-Bush. Pero creo que será nuestra próxima presidenta. Por otra parte, Joe Lieberman, que es judío, fue el candidato a la vicepresidencia de Al Gore en 2000. Eso quebró una barrera. Yo soy culturalmente judío, pero no en términos religiosos. Pero él es profundamente religioso. No hacía campaña los sábados, ni atendía el teléfono, que es algo que los judíos religiosos hacen. ¿Está preparado el país para un presidente judío? Lieberman se presentó nuevamente, aunque no es mi político favorito, no es mi judío favorito. Estoy en desacuerdo con él en la mayoría de los temas. Pero Hillary se lo ha ganado. Sé que la gente puede estar un poco cansada, pero la experiencia es algo importante. Dirán que sacó ventaja por estar casada con un ex presidente. Pero fue más que primera dama.
Fuente: Página/12

miércoles, 26 de marzo de 2014

Geopolítica de la Amazonía Poder hacendal - Patrimonial y acumulación capitalista



 
Revolución y contrarrevolución
 
Fue Lenin quien señaló que todo proceso revolucionario verdadero engendra una contrarrevolución aún mayor. Eso significa que todarevolución necesita avanzar para consolidarse, pero al hacerlo levanta fuerzas opositoras a su avance que ponen en jaque la propia
revolución, la cual para defenderse y consolidarse deberá a su vez avanzar más, despertando aun mayores reacciones de las fuerzas conservadoras, y así de manera indefinida. En Bolivia, en los últimos 12 años, hemos vivido un ascendente proceso revolucionario que, emergente desde la sociedad civil organizada como movimiento social, ha afectado y atravesado la propia estructura estatal, modificando la misma naturaleza de la sociedad civil. Se trata de una revolución política-cultural y económica. Política, porque ha revolucionado la naturaleza social del Estado al haber consagrado los derechos de los pueblos indígenas y la conducción de esos derechos desde la propia ocupación de la administración estatal por ellos (los indígenas). Estamos hablando de un hecho de soberanía social que ha permitido la conversión de la mayoría demográfica indígena en mayoría política estatal; una modificación de la naturaleza social-clasista del mando y hegemonía estatal. De hecho, esa es la transformación más importante y significativa en...Leer completo aquí

lunes, 24 de marzo de 2014

Sobre la cobardía y la irrelevancia de la ciencia social académica

Anthony DiMaggio · · · · ·
 
23/03/14
 



El último libro del economista francés Thomas Piketty está siendo objeto de muchos comentarios: todavía hay esperanzas en la educación superior para los intelectuales serios y los académicos decentes. El libro, Capital in the Twenty-First Century [El capital en el siglo XXI] acaba de salir este mes y plantea graves cuestiones sobre el valor de la ciencia social académica dominante.
Piketty es bien conocido por tenerla tomada con la academia: la acusa de producir montañas de basura de escaso valor práctico para la sociedad y para las políticas públicas. Tras conseguir una sólida posición académica en el MIT a sus tempranos veinte a comienzos de los 90, decidió volver a Francia. Según cuenta él mismo, "no me parecía muy convincente el trabajo de los economistas estadounidenses". Sus colegas "andaban demasiado preocupados por ínfimos problemas matemáticos que sólo les interesaban a ellos". El consejo de Piketty a los académicos futuros: "empezad con cuestiones fundamentales y tratad de dar buena cuenta de ellas". Piketty ha seguido desde luego su propio consejo. Junto con su colega, el economista Emanuel Sáez, ha logrado la celebridad en los últimos años produciendo investigaciones que marcan un hito en el estudio de la desigualdad sin precedentes actualmente existente en los EEUU del incipiente siglo XXI. Analizando datos fiscales del IRS [siglas del Internal Revenue Service, el servicio de estudios de la Hacienda norteamericana; T.], Piketty y Sáez han demostrado que, a mitad de la primera década de este siglo, la desigualdad en los EEUU alcanzó cotas nunca vistas desde el comienzo de la Gran Depresión. El uno por ciento más rico de los norteamericanos –eso mostraban sus datos— se lleva una cuarta parte de todo el ingreso anual anterior a la recaudación fiscal.
Las conclusiones de Piketty y Sáez resultan demoledoras para los numerosos mandarines, columnistas y tertulianos que insisten machaconamente en que la desigualdad no es un problema grave en los EEUU de hoy, y que Norteamérica sigue siendo el "país de las oportunidades" para todos quienes estén "dispuestos a trabajar lo suficientemente duro". En realidad, los EEUU ostentan –sólo sobrepasados en eso por Canadá—  la segunda más baja "tasa de fuga" de la pobreza de todos los países ricos, del primer mundo. Los norteamericanos se descubren trabajando más horas por menos salario y entre constantes incrementos generalizados del coste de la vida. La investigación de Piketty y Sáez abre también grandes boquetes en la inveterada conclusión –muy común entre los economistas— de que el neoliberalismo de "libre mercado" produce resultados óptimos para las masas norteamericanas. Si la desigualdad sigue creciendo en una era en la que los trabajadores se ven trabajando más y más horas, eso habla mal del potencial de movilidad económica ascendente.
Volviendo al asunto de la academia, Piketty tiene un arsenal de palabras poco amables para los académicos actuales: "Para decirlo llanamente, la disciplina de la teoría económica tiene todavía que superar su pueril pasión por las matemáticas y por la especulación puramente teórica, a menudo superlativamente ideológica y siempre a expensas de la investigación histórica y de la colaboración con otras ciencias sociales… Ser economista académico en Francia ofrece una gran ventaja: aquí los economistas no son demasiado respetados en el mundo académico e intelectual o entre las elites políticas y financieras. Están obligados a dejar de lado su desdén por otras disciplinas y esa absurda pretensión de mayor legitimidad científica a pesar de no saber casi nada de casi todo. Ese es en cualquier caso el encanto de la disciplina y de las otras ciencias sociales en general: uno empieza desde la casilla uno, de manera que alguna esperanza hay de hacer progresos substanciales… la verdad es que la teoría económica no debería haberse empeñado jamás en divorciarse de las otras ciencias sociales, porque sólo podrá progresar con ellas. Las ciencias sociales, todas ellas, saben demasiado poco como para perder el tiempo en necias rebatiñas sobre fronteras disciplinarias. Si tenemos que hacer progresos en nuestra comprensión de la dinámica histórica de la distribución de la riqueza y la estructura de las clases sociales, es obvio que tenemos que adoptar un enfoque pragmático y hacernos con los métodos de los historiadores, los sociólogos, los politólogos y también los economistas… Las disputas disciplinarias y las guerras de posición por lindes carecen de importancia."
Me puedo sumar a los comentarios de Piketty. Los problemas detectados en la teoría económica son comunes en todas las ciencias sociales. Mi propia disciplina –la ciencia política— esta dominada desde hace tiempo por la sobrespecialización y la oscuridad: plagada de académicos excavando en nichos extremadamente angostos y planteándose una y otra vez cuestiones de utilidad práctica limitada, por decir lo menos. Es un problema muy embarazoso, francamente. Para dar un ejemplo, los congresos profesionales de ciencia política reproducen una y otra vez "investigación" de baja calidad, carente totalmente de relevancia para el norteamericano medio. Un subcampo en auge en la ciencia política es nada menos que la investigación del modo de medir el fenómeno político, sin la menor noción o visión de la vida política o del mundo político propiamente dicho. A esa investigación se la conoce como "metodología política". Un aura de mística rodea a ese subcampo a medida que crece en prominencia. Lo abrazan muchos politólogos envidiosos de la teoría económica. Los politólogos están convencidos de que si buena parte de la investigación cuantitativa producida por la disciplina parece demasiado complicada de entender (buena parte de la misma está escrita en ecuaciones formales y no habla de nada en particular, limitándose a presentar oscuras pruebas estadísticas), entonces debe ser "buena" y un indicio de pensamiento "superior" y gran "pericia" profesional. En realidad, ese trabajo a menudo lo desarrollan aspirantes a matemáticos sin nada que decir sobre una vida política real de la que todavía saben menos. Sus adeptos no gastan su tiempo en observar el proceso político: poco tienen, pues, que ofrecer al conocimiento del mundo real. Toda la pericia estadística del mundo de poco vale, si no sabes nada de tu objeto de estudio. Para demostrar cuán lejos se halla esa investigación de las masas de norteamericanos, reparen ustedes en los títulos de estos trabajos académicos presentados a un congreso nacional venidero de ciencia política:
* "Los ajustes para los sesgos de confusión con tratamiento multivariable: el registro covariado de propensión equilibrada en los regímenes de tratamiento categórico" 
* "¿El mejor de los mundos posibles? Puesta a prueba de la robustez en modelos transversales de series temporales con tratamientos ficticios alternativos plausibles"
* "Evaluación de la robustez de los estimadores con la técnica del número de elementos bajo errores métricos aleatorios y no aleatorios"
* "Test empírico del Lapso Espacial-Autoregresivo frente a los Componentes de Error Inobservados Espacialmente Correlacionados" 
Sí, sí, han leído ustedes bien. Yo habría sido incapaz de inventarme títulos así. Es triste, pero los trabajos en otros subcampos de la ciencia política (los subcampos supuestamente conectados con la política real) no suelen ser mejores en lo tocante a sus alcances prácticos. La estrecha superespecialización y la capitulación del grueso de los programas de investigación en punto a suministrar herramientas para mejorar la democracia y la transparencia política se traslucen en títulos como estos:
* "The Role of Nominal Level Legislative Careers in Explaining Constituency Service in Parliament under Mixed-Member Electoral Rules: The Hungarian Case" [El papel de las carreras legislativas de nivel nominal en la explicación del servicio al elector en el Parlamento bajo reglas electorales con membrecía mixta: el caso de Hungría]
* "Autocontrol y receptividad al marco afectivo: un test crítico de la Carga Cognitiva y el Agotamiento del Ego
* "¿Los nenes, bien? Evidencia de los efectos heterogéneos de los medios de comunicación que generan empatía a partir de encuestas y experimentos de campo" 
* "Carga de trabajo, delegación y la conexión electoral: evidencia a partir de la Ley de Comercio Interestatal de 1887" 
* "Evaluación del destino de los nombramientos judiciales interpartidistas bajo el sistema bipartidista de Nueva York para nombrar jueces de distrito federal: 1977-1998"

Es sólo una pequeña fracción de los miles de trabajos presentados cada año en mi disciplina. En Norteamérica se asiste al desarrollo de carreras académicas enteras sin el menor interés por el modo en que podrían reasignarse los recursos con vistas a fortalecer el bien común. Los doctorandos de ciencias sociales raramente son socializados por sus directores de tesis o sus tutores en la comprensión de la importancia de producir investigación que sea de utilidad en el mundo real. Lo más común es tomar como indicio de seriedad y "potencial" académico la producción de todo lo contrario: publicar en revistas académicas esotéricas muy prestigiosas, leídas sólo por un pequeño puñado de científicos sociales dispersos por todo el país. Esos trabajos son totalmente ignorados por los políticos, porque están escritos en un lenguaje arcano y rebosante de jerga, jamás escritos pensando en lectores ajenos al ínfimo club de iniciados en la ciencia política. La disciplina ha enviado un claro mensaje al mundo: cuanto más difícil de entender resulta la investigación y cuanta menos gente la lea, tanto más seria y estimable es la capacidad intelectual de su autor.
Lleva razón Piketty en su condena de la autocastración de unas ciencias sociales en pos del prestigio y desdeñosas de los descubrimientos prácticos y del compromiso político. Resultar irrelevante para el mundo político no hace a la propia investigación interesante o valiosa: pero este mensaje encuentra oídos sordos en las enquistadas ínsulas en que se han convertido los departamentos de ciencias sociales. Una razón capital del desdén de los académicos por el compromiso político es la cobardía. La gran mayoría de académicos han sido socializados durante toda su vida en la creencia de que tienen que mantener siempre la "objetividad" y de que tomar posición en un asunto resultaría herético. El grueso de los académicos opera con mentalidad de manada: tienen pánico al comportamiento no convencional. Produciendo investigación de interés para el mundo real, uno desafía las reglas sagradas que gobiernan la ciencia social "objetiva" que celebra las agendas de investigación esotéricas. Salir de esa vía trillada pondría en peligro el prestigio de uno y se correría el riesgo de que los colegas te vieran como "poco profesional". Ese tipo de presiones logran que los académicos sean parte del problema, no parte de la solución. Sus vidas están diseñadas para no desafiar el status quo del poder político y económico ni las injusticias que los rodean.
Tal vez algún día los académicos de la corriente principal se verán urgidos a producir investigación interesante y útil para la mejora de la sociedad. Un cambio radical así sólo tendrá lugar merced a la presión exterior del contribuyente norteamericano y de la opinión pública. Los padres (financiadores de esta vergüenza de investigación académica) y los contribuyentes al fisco tendrán que presionar a las universidades y centros de educación superior para que reevalúen sus prioridades y dejen de asignar recursos valiosos a las necias (y estériles) agendas de investigación que campan hoy por sus respetos en la academia norteamericana. Hay demasiado en juego como para permitir que los académicos sigan despeñándose por los derrotaderos de la irrelevancia.
Anthony DiMaggio es doctor en ciencia política por la Universidad de Illinois, Chicago. Entre sus libros: Mass Media, Mass Propaganda (2009), When Media Goes to War (2010), Crashing the Tea Party (2011), así como The Rise of the Tea Party (2011).  

Fuente:ramble tamble //sinpermiso.com

EL OTRO GOLPE LAS TRANSFORMACIONES EN LA ESTRUCTURA SOCIAL POR EL TERRORISMO DE ESTADO



INTRODUCCION
A la memoria de
Gustavo Groba
[Detenido - desaparecido por la dictadura
militar el 3 de Junio de 1977]
 
Como seÒalara Eduardo Basualdo en un reciente artÌculo, ìen Marzo de 1976, la dictadura militar modifico el régimen social interrumpiendo la industrialización basada en la sustitución de importaciones que en ese momento se encontraba en los albores de su consolidación. El nuevo rÈgimen estuvo en consonancia con el orden neoliberal que acabo con la economÌa mundial surgida de la posguerra y se sustento en la valorización financiera, cuyo predominio en el paÌs se prolongó
hasta el aÒo 2001.11 Basualdo Eduardo, P·gina 12, Suplemento Cash, 19 /03/06.
 
Este estudio se propone analizar la estructura social metropolitana y sus transformaciones desde el año 1974 hasta el año 1980, en base a la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC para asÌ observar el impacto que sobre la morfologÌa social argentina tuvieron las decisiones de polÌtica económica centrada en la valorización financiera del capital, impuesta por la dictadura militar... Leer completo

Fuente:ramble tamble

martes, 18 de marzo de 2014

“Macroeconomía del populismo”




 Por Andrés Asiain y Lorena Putero

En un reciente artículo, Paul Krugman sostuvo que en Argentina “retornó la macroeconomía del populismo”. Contradiciendo una columna suya publicada en The New York Times a mediados de 2012 en la que elogiaba el rápido crecimiento de nuestro país, el Nobel de Economía cambió repentinamente su opinión, atribuyendo los problemas económicos a políticas populistas. Más allá de que la columna de Krugman parece inspirada en un oportunista intento de no quedar pegado a una eventual crisis, es una buena excusa para analizar algunos lugares comunes de la ortodoxia frente a los problemas económicos nacionales.
La teoría del “populismo macroeconómico” fue formulada a comienzos de los años noventa por el fallecido Rudi Dornbusch junto al chileno Sebastian Edwards. Según los economistas ortodoxos, las crisis de los años ochenta en varias economías latinoamericanas se debían a que los gobiernos democráticos emitían moneda para financiar gastos y subsidios, generando excesos de demanda que terminaban en inflación, déficit comerciales y fuga de capitales. Al final del camino, se terminaba en un plan ortodoxo de estabilización compuesto por devaluación, aumento de tarifas, caída de los salarios reales, en el marco de un acuerdo con el FMI para obtener financiamiento internacional.
Vamos a evitar discutir las causas de las crisis en los años ochenta, vinculadas con el excesivo endeudamiento externo en un contexto de bajos precios internacionales de las materias primas, para centrarnos en la validez de la hipótesis de la macroeconomía populista como causante de la inflación y falta de divisas en la Argentina del presente. Comenzando por los aumentos de los precios, el salto en las tasas de inflación se produjo entre 2006 y 2008 (pasaron del 10 al 26 por ciento anual, según estadísticas provinciales). A contramano del argumento ortodoxo que atribuye la inflación al déficit público financiado con emisión, en ese período las cuentas públicas eran superavitarias y la emisión decreciente. Pasando al faltante de dólares, la fuga de capitales fue el resultado de presiones internas de grupos económicos exportadores, sectores con activos en dólares y medios opositores con afán desestabilizador. Los errores de política económica para contenerla no necesariamente respondieron a objetivos “populistas”. A modo de ejemplo, las bajas tasas que los bancos pagaban por los plazos fijos no se tradujeron en crédito abundante y barato, sino en elevados márgenes de rentabilidad bancaria.
Respecto de la reducción del superávit comercial, se explica mayormente por la necesidad de importación de hidrocarburos, junto con las abultadas compras de autopartes y componentes de electrónica. La mayor necesidad de energía, como las elevadas ventas de automóviles y electrodomésticos, son consecuencias del “populismo”, si así calificamos las políticas de mejoras de ingresos de la población que permitieron un sostenido incremento del consumo y la producción.
La solución ortodoxa a esos cuellos de botella es la aplicación de políticas contractivas que derrumben el consumo, la actividad económica y las importaciones, ya que, para ellos, el empleo y el ingreso de las mayorías son variables de ajuste. Para quienes, en cambio, defienden un proyecto económico que incluya a las mayorías, el superávit comercial no puede obtenerse a costa de desempleo e infraconsumo, sino con políticas desarrollistas, como las que comenzaron a implementarse en el sector de hidrocarburos y las que deben implementarse sobre las industrias electrónica y automotriz.
Fuente: Pñagina/12

miércoles, 5 de marzo de 2014

Los ideales de la Patria Grande viven en Chávez

Hugo Chávez significó para América Latina el renacer de los ideales de los Libertadores de construir soberanía a partir de la intregación política y económica, además de marcar con su accionar una nueva manera de pensar lo regional, hechos que se mantienen aún vigentes al cumplirse un año de su muerte el próximo 5.

 Chávez supo desde el inicio de su carrera política, con el fallido golpe de Estado en febrero de 1992 contra el gobierno neoliberal de Carlos Andrés Pérez, construir poder en base a un fuerte programa de distribución del ingreso y de cambio de las estructuras dependientes con las que Venezuela había crecido de manera excesivamente desigual desde que se convirtió en potencia petrolera mundial.

Con su triunfo en las elecciones de 1998, el mandatario bolivariano se propuso acelerar los cambios y contó para ello con el incondicional apoyo de las capas bajas y medias de la población y de un importante sector de las fuerzas armadas.

El ideario de Simón Bolívar y de su mentor, Simón Rodríguez, le sirvieron a este estudioso militar nacionalista para entender que para que los cambios sean permanentes debería construir una unidad regional que ya habían intentado en los años 50, pero sin éxito, Juan Domingo Perón y Getulio Vargas, entre otros.


“América Latina ha iniciado el mismo proceso que les quedó  pendiente a Bolívar, San Martín, O’Higgins y Artigas: la independencia”
Hugo Chávez, 27 de enero de 2006
“América Latina ha iniciado el mismo proceso que les quedó  pendiente a Bolívar, San Martín, O’Higgins y Artigas: la independencia”, dijo Chávez el 27 de enero de 2006 en Caracas.

En sus primeros años de gobierno, Chávez impulsó con un amplio apoyo de la ciudadanía, una reforma constitucional que sentó las bases para los cambios que se realizarían hasta el momento de su muerte, el 5 de marzo de 2013, cuando seguía siendo mandatario tras haber ganado 14 de las 15 elecciones que enfrentó.

“Juro sobre esta moribunda Constitución que haré cumplir, que impulsaré las transformaciones democráticas necesarias para que la República nueva tenga una Carta Magna adecuada a los nuevos tiempos”, dijo Chávez el 2 de febre de 1999, cuando asumió como presidente.

Con la nueva Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, el presidente Chávez rompió con el andamiaje colonial que regía los destinos del pueblo hasta su llegada al poder y presentó, en 2001, su Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación donde se propuso lograr cinco grandes equilibrios: Equilibrio Político, Equilibrio Social, Equilibrio Económico, Equlibrio Territorial y Equilibrio Internacional.

De esta forma avanzó en esa primera etapa de la Revolución Bolivariana, que estuvo llena de tropiezos y sabotajes, desde el golpe de Estado mediático (2002), el paro petrolero (2002-2003), la huelga patronal (2002), el referendum Revocatorio Presidencial (2004) y una campaña permante de hostigamiento y satanización por parte de los grandes medios de comunicación de Europa y del continente americano donde se intentó presentarlo como un “dictador”.

 La lectura de las editoriales de los medios hegemónicos de los últimos años deja abierta una pregunta que nunca contestarán sin develar sus intereses políticos: ¿Cuál es la línea que separa a un “líder” de un “caudillo” o a una “administración” de un “régimen”?.

La tarea en pos de la integración regional encontró a Chávez junto a otros líderes como Luiz Inácio Lula da Silva, Néstor Kirchner, Evo Morales y Rafael Correa, quienes superando diferencias de tiempos de acción y distintas realidades internas, dejaron sentadas las bases para la definitiva independencia de Nuestra América.

La Cumbre de las Américas de 2005 realizada en Mar del Plata, donde se frenó el intento neocolonial de los Estados Unidos de crear una zona de libre comercio en toda la región, es el mejor ejemplo de la firme decisión de esos mandatarios.

La creación de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur); del Banco de Sur, Petrocaribe, Telesur, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América  (ALBA) y sobre todo la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) quedan en la historia como los hitos de construcción de estos hombres que como Hugo Chávez, entendieron que la independencia definitiva sólo se logrará si se da a nivel regional.

La figura de Chávez, como la de Néstor Kirchner y como lo es todavía la de Lula da Silva, quedará como impronta de esta época en la que los pueblos pusieron un freno a décadas de injerencia externa y comenzaron a ser artífices de su propio destino
Dotado de un histrionismo único y de una memoria prodigiosa, Chávez estableció una relación directa con el pueblo venezolano y restituyó la autoestima de quienes hasta su llegada al poder no tenían voz.

En ese sentido, y después de la inocultable participación de los medios de comunicación masiva en el fallido golpe de abril de 2002, el presidente bolivariano entendió que “la batalla de ideas”, como la definió el líder de la revolución cubana Fidel Castro, era imprescindible para lograr cambios definitivos en su patria.

Para ello impulsó una ley de Medios de Comunicación (Responsabilidad Social en Radio y Televisión),  que dio voz y visibilidad a centeneres de medios comunitarios y logró frenar, en parte, la violenta acción de los medios hegemónicos.

La figura de Hugo Chávez, como la de Néstor Kirchner y como lo es todavía la de Lula da Silva, quedará como impronta de esta época en la que los pueblos pusieron un freno a décadas de injerencia externa y comenzaron a ser artífices de su propio destino.

Como los grandes líderes de la historia de Nuestra América, Chávez será recordado por su entrega por los ideales de los libertadores y ya se ganó el mote de “comandante eterno” con el que el pueblo de Bolívar lo bautizó tras su muerte.

“Me consumo y me consumiré de por vida al servicio pleno del pueblo venezolano. Lo haré gustosamente. Me consumiré todo lo que me quede de vida, así lo juro y lo prometo delante de mis hijos y mis nietos”, dijo Chávez.

Este 5 de marzo, los pueblos de América Latina y el Caribe recordarán con actos y homenajes a este líder político que entendió, como tantos otros, que “no haremos el futuro grande que estamos buscando si no conocemos el pasado grande que tuvimos”.
Fuente: Telam

Etica periodística

Washington Uranga vuelve a plantear un tema poco analizado en los medios: la ética periodística. Y abre el debate acerca de la necesidad de procesos autocríticos de los propios profesionales de la comunicación.

Por Washington Uranga
Hablar de ética periodística parece ser una cuestión apenas reservada a los ámbitos académicos, aunque tampoco en nuestras casas superiores de estudio se dedique demasiado tiempo y esfuerzos a debatir sobre este eje transversal –y esencial– para orientar la función que los profesionales de la comunicación brindan a la sociedad.
Sin embargo, la observación cotidiana de lo que leemos, escuchamos y vemos en los medios de comunicación demandaría reflexiones más frecuentes y pertinentes, también con la participación de las audiencias, respecto de este tema que no está desligado de la cuestión ciudadana y de la perspectiva de derechos en su integralidad.
En primer lugar porque, por encima de nuestra condición profesional, los periodistas somos ciudadanos a quienes nos asisten derechos, pero también, y de la misma manera, obligaciones. Entre estas últimas la de ajustarnos a la verdad de los hechos y la de respetar los derechos plenos e integrales de todas las personas. Sería imposible, por extensa pero también por inagotable, la lista de las prácticas periodísticas que hoy vulneran estos principios ciudadanos. Y lo más grave es que ello ocurre sin sanciones morales por parte de la sociedad, representada en este caso en las audiencias. Por una parte porque se ha ido construyendo una lógica de mutua legitimación y complacencia entre comunicadores y público: el periodismo dice lo que determinadas audiencias quieren oír y éstas dan por válido, acríticamente, aquello que coincide con sus apreciaciones previas y es reforzado por el discurso de determinados profesionales de los medios. Por otra, porque no hay ámbitos –tampoco en los propios medios– para ejercer la crítica, la disidencia o el derecho a réplica.
La perspectiva de derechos, en particular del derecho a la comunicación, demanda la posibilidad de que cada ciudadano haga su propio discernimiento, tome sus decisiones libremente. Para ello necesita –antes que opiniones y sin negar que las puede haber valiosas e importantes– información veraz y de fuentes diversas. Por ese motivo el compromiso con la búsqueda de la verdad –que está muy por encima de cualquier presunta e inexistente “objetividad”– exige a los periodistas brindar una cobertura de los hechos completa, equilibrada y contextualizada. Y seguramente vale subrayar el último adjetivo: contextualizada. Sin contexto el texto pierde su sentido, se tergiversa, se manipula. Sin contexto es imposible comprender el texto y darle a éste su verdadera dimensión. Presentar una noticia sin contexto es, probablemente, lo más cercano a mentir.
Pero, al mismo tiempo, un tratamiento ético de la información plantea como exigencia que aquellos que están siendo objeto de la cobertura informativa, los que generan la noticia o son sus protagonistas, así como los destinatarios de la información, sean considerados como sujetos de derecho. Esto equivale a decir que se trata de personas a quienes les asiste la integralidad de los derechos humanos, económicos, políticos, sociales y culturales en todas sus dimensiones y sin ningún tipo de recorte, discriminación o distinción de ninguna especie.
Vale la pena preguntarse cuántos de los que hacemos periodismo o comunicación permanecemos atentos a esta perspectiva en medio de nuestra práctica profesional. Atenuantes existen muchos: el vértigo de la tarea, la presión que impone la búsqueda de la noticia, la precariedad laboral y las condiciones –cada día peores– en las que se ejerce la labor. Sin embargo, ¿los atenuantes anulan o son suficientes para suprimir nuestro compromiso con los derechos?
En poco más de treinta años de democracia existieron en la Argentina muchas autocríticas y revisiones. Grupos, movimientos, personas, hasta corporaciones, aceptaron responsabilidades de diverso tipo por errores cometidos durante la dictadura y aun en democracia. Los medios de comunicación en algunos casos contribuyeron a que estos hechos se concretaran. En otros difundieron los resultados. Poco se ha dicho y debatido, sin embargo, sobre las autocríticas de medios y periodistas. Los medios, suele decirse, “no hablan de los medios”. Y, los periodistas –salvo algunos empeñados en el marketing del escándalo– no hablan críticamente ni de los otros periodistas, ni de su propia actuación. Rara vez se asumen públicamente los errores cometidos. Quizá haya que pensar que, para su propia sobrevivencia y para mantener el prestigio de la profesión –o lo que pueda quedar de ello–, es preciso mirar con mayor atención a los principios de ética periodística, encontrar los caminos para –aun en medio de las dificultades– ponerlos en práctica con honestidad y sin esgrimir excusas y, asunto no menor, asumir públicamente los errores subsanando también los daños causados por la difusión de informaciones falsas o –ni que decirlo– malintencionadas.