Cambiemos
se da cuenta de que, en el terreno de las explicaciones y los
argumentos, ya no puede competir y apela a la emotividad. ¿A una fe en
retroceso, se le debe oponer la razón o se la contrarresta con una fe
más poderosa?
La
última apuesta comunicacional del presidente Mauricio Macri (“No se
necesitan argumentos, no es necesario dar explicaciones. Es tu
autoridad, tu confianza, tu credibilidad, la que tus relaciones valoran
para acompañarte en tu decisión”) reconoce que tiene definitivamente
perdida la batalla por las ideas. Solo le queda el salvavidas emocional, la apelación a una fe que sepulte todas las certezas y las dudas racionales.
Paradojas de la historia y de la política argentina: Cambiemos
recurre a las herramientas que siempre se le atribuyeron al populismo,
mientras que el peronismo se corre de la épica sentimental y traza su
campaña sobre la base de datos concretos de la realidad económica y
soluciones realistas de cara al futuro. Los populistas de ayer,
quién lo diría, son los pragmáticos de hoy, los que se atienen a los
hechos. Cada vez queda más claro que la “civilización”, en términos de
confrontación dialéctica, está de este lado de la grieta, y la
“barbarie” es la zona de confort de aquel que dice no necesitar ni
argumentos ni explicaciones.
En rigor, los párrafos anteriores dan cuenta del estado de situación en el plano discursivo. Pero el poder que Cambiemos representa y administra con voluntad de hierro sí tiene argumentos. Muy contundentes y sólidos. Aunque inconfesables ante la ciudadanía. El
sector más concentrado de la economía argentina, hoy también a cargo de
los resortes burocráticos del Estado, necesita una reelección de Macri
para consolidar la redistribución regresiva de la riqueza en el país,
afianzar la extranjerización de los recursos naturales y restituir la
relación comercial con el Primer Mundo en los términos que éste
necesita: una Argentina que le venda materias primas y le compre
productos con alto valor agregado. Si pudieran expresarse, serían
explicaciones atendibles. Es un modelo de sociedad. Pero la razón
neoliberal, verbalizada crudamente, es incompatible con las expectativas
de la mayoría de la gente. Por eso y para eso existe Durán Barba.
Cambiemos se da cuenta de que, en el terreno de las explicaciones y los argumentos, ya no puede competir.
Nunca pudo, en realidad, pero durante un tiempo logró administrar
cierta racionalidad asociada a la esperanza. No era descabellado pensar,
con alguna lógica, que poner en marcha el país después de doce años de
descalabro populista (aquí cabría poner comillas, pero uno intenta
meterse en la cabeza del otro) requería de un tiempo de reacomodamiento e
inclusive de ciertos ajustes, para atraer inversiones, etc etc. A tres
años de las promesas del “segundo semestre” el argumento de la pesada
herencia ya resulta insostenible.
Hoy Macri solo tiene asegurada la fe ciega de una minoría activa.
Una fe que tiene bases menos sólidas que la esperanza. Porque la fe que
invoca Cambiemos es una “anti fe”. Una fe negativa, de tono
inquisitorio, que se sostiene únicamente en la oposición a un supuesto
“demonio”. Esa gente no necesita ni argumentos ni explicaciones. Es
la que llenó el sábado pasado la Exposición Rural. Pero la frase de
Macri no va dirigida a ellos, que ya los tiene. El “no hacen falta
argumentos ni explicaciones” procura darles alivio y consuelo a quienes
lo votaron en 2015 y se sienten humillados por el “yo te avisé” de
familiares, amigos y vecinos. Gente que se quedó en silencio, masticando
bronca, sin elementos para debatir, a la espera de una felicidad
eternamente diferida. Con estas palabras Macri pretende quitarles la mochila de tener que defender lo indefendible y no poder hacerlo. Les dice al oído “no es necesario discutir, decile a tu gente que confíe en mí, que merezco una oportunidad más”.
Ese es, también, el voto que necesita el Frente de Todos para
ganar en primera vuelta. El del estafado que no se anima a asumirse como
tal. O el de aquel que lo votó convencido y ahora dice,
protegiéndose desde el relativismo antipolítico: “gane quien gane, al
día siguiente me tengo que levantar a la misma hora para ir a trabajar”.
El desafío es convencerlo sin herir su autoestima. Como quien
escribe estas líneas no es gurú ni consultor político, se plantea una
pregunta para la que no tiene respuesta. Se la traslada entonces a los
lectores: ¿a una fe débil, en retroceso, se le debe oponer la razón o se la contrarresta con una fe más poderosa?
Fuente:Pagina/12
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