Por Gustavo Perilli
En enero de 1914, Henry Ford anunció a los trabajadores del "modelo T" que les aumentaría sus salarios. En los hechos, duplicó sus ingresos laborales,
redujo la jornada laboral (de nueve a ocho horas) y creó más empleo
porque incrementó de dos a tres los turnos de la fábrica. Si bien se lo
escuchó bromear diciendo: "quiero que mis obreros ganen lo suficiente para que me compren mis autos (Cohen, 1998)", su propósito principal era evitar que sus trabajadores rompieran su compromiso con la compañía (que se encadenen).
Hace unos años, Zygmunt Bauman describía al capitalismo actual apelando a un atractivo conjunto de metáforas: "viaja
liviano, con equipaje de mano, un simple portafolio, un teléfono
celular y una computadora portátil, mientras que el trabajo sigue tan
inmovilizado como en el pasado pero el lugar al que antes estaba fijado
ahora ha perdido solidez; buscando en vano un fondo firme, las anclas
caen todo el tiempo sobre la arena que no las retienen (Bauman, 2013)". La versión "Henry Ford" del capitalismo trataba de que los trabajadores no se despeguen de la cadena de montaje y desestimen sus búsquedas en otros horizontes, compensándolos con "soberbios" aumentos salariales; en la actualidad, el capitalismo premia a los emprendimientos rentables (como el de Ford) pero los trabajadores ya no parecen tan necesarios: el trabajo es visto como una mercancía más, un costo de producción para el empresariado y las ideologías más frecuentes y fatuas de las mayorías gobernantes.
El trabajador pasivo tampoco está exento de los oleajes que erosionan los muros de los sistemas de seguridad social. Sus haberes son exprimidos por la inflación y "los manotazos" de los gobiernos deseosos de cerrar sus brechas fiscales,
generándose poderes de compra cada vez más distanciados de los ingresos
en actividad. En este mundo laboral con identidades líquidas (sin
consistencia, según Bauman), el joven trabajador (promedio) no calcula
el valor presente de los ingresos futuros (cuánta canasta de bienes
compraría hoy un haber jubilatorio) y no se compromete con los potenciales beneficios de la seguridad social.
No tiene recursos para anticipar que, con los años, habrá más
instituciones pro-mercado que entenderán a las retribuciones del trabajo
(activo y pasivo) como simples lastres para las hojas de balance (y la
productividad) de las empresas y las cuentas fiscales.
Hoy el capitalismo premia a los emprendimientos rentables, pero los trabajadores ya no parecen tan necesarios
En el mundo del trabajo asalariado
habrá posturas éticas aunadas a profundos ideales, así como, también,
versiones improvisadas, deshonestas y superficiales (las más comunes).
Quienes comprenden el mundo en el que viven (y vivirán), votarán
gobiernos sintonizados con su naturaleza laboral y social; el resto (los
improvisados, deshonestos y superficiales) viajará velozmente pero, más
tarde o más temprano, directa o indirectamente, sufrirán las
consecuencias de sus actos. En este marco, en función del esfuerzo
intelectual incorporado, el diálogo social determinará un sendero futuro relativamente endeble.
Los más comprometidos, pedirán tiempo para estudiar desde distintas
ópticas los puntos de los temas en debate; los improvisados y los
superficiales nunca estarán a la altura de las circunstancias, mientras
que los corruptos no tendrán méritos éticos ni morales aunque
presionarán para seguir adelante (sin darles chances a los parlamentos,
incluso eludiéndolos), sosteniendo que el futuro no esperará. Todos tendrán derecho a votar y decidir el camino, pero las consecuencias no redundarán siempre en beneficios sociales.
El grupo de los improvisados, deshonestos y superficiales entonarán odas al individualismo y estarán seguros de que "la
vida es un proceso de acción autogenerada destinada a la propia
sustentación; el derecho a la vida implica el derecho a entregarse a esa
acción, lo que significa la libertad de llevar a cabo todas aquellas
acciones que requiere la naturaleza de un ser racional para sustentar,
mantener, realizar en plenitud y gozar su propia vida (Rand, 2006)". Estos aplausos a las concepciones de la filósofa rusa Ayn Rand, seguramente una desconocida para los asalariados improvisados, deshonestos y superficiales, siempre colisionarán con los objetivos pluralistas de los sistemas de seguridad social pensados para trasladar los ahorros del conjunto social desde la vida activa a la vejez.
Algunos de los individuos de los grupos adoradores del individualismo, con omnipotencia, incluso, suponen que "su" elevado ingreso actual podrá suplantar sin sofocones a estos sistemas de seguridad social
"plagados de políticas populistas" si solo le dieran la oportunidad de
ordenar "su" ahorro para aplicarlos a "su" vida pasiva. Propias del
individualismo, la inmadurez y la ignorancia, estas groseras falacias (de fácil lectura en los libros de macroeconomía), serán siempre el fundamento de una economía de la indiferencia que se apropia de las mentes encandiladas por el mercado y la televisión.
(*) Gustavo Perilli es Profesor de la UBA
Fuente:Infobae
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