Los sistemas de interacción, porque usan la comunicación, son siempre la realización de la sociedad en la sociedad
Niklas Luhmann
La historia reciente de las ciencias
sociales ha estado marcada por una tormentosa alternancia entre dos
niveles de análisis que hasta el día de hoy se disputan el objeto de
estudio de la sociología. Basta con recordar el temprano enfrentamiento
entre el proyecto científico de Gabriel Tarde y Émile Durkheim, para
darnos cuenta que las discrepancias entre micro-sociología y
macro-sociología han acompañado a nuestra disciplina desde sus
referentes fundacionales. Posiblemente, la imagen más clara de esta
doble alternancia se ilustra en la famosa condena de Talcott Parsons: a
toda teoría de la sociedad le seguirá una revuelta interaccionista (Jeffrey, 1992:70).
Desde entonces, tenemos por un lado la intuición de la micro-sociología (Blumer, 1969; Garfinkel, 1967; Goffman, 1982)
con respecto al sentido práctico de lo social y su apuesta por analizar
situaciones altamente contingentes donde el orden social se pone en
juego a cada momento. A juicio de los etnometodólogos, es preciso
abandonar la idea de sociedad, en tanto constituye un obstáculo para el
estudio de las reglas que gobiernan el orden cotidiano de la interacción
social. Si Margaret Thatcher se dedicara a la etnometodología, podría
resumir este argumento en su famosa protesta contra las instituciones
democráticas: “¡No existe tal cosa como una Sociedad!“.
Al igual que la señora Thatcher, los
interaccionistas parecen haber confundido los alcances de esta
afirmación con un retroceso evolutivo en su objeto de investigación. Si
bien el nivel de la interacción puede resultar adecuado para el estudio
de sociedades primitivas, en donde los seres humanos pasaban su tiempo observándose una y otra vez sin desencadenar efectos extra-situacionales, resulta insuficiente bajo condiciones actuales, considerando la variedad de causalidades emergentes que no pueden analizarse únicamente a partir del contacto entre presentes (Strum & Latour, 1987).
Una alternativa razonable sería volver
sobre los pasos de Durkheim y buscar respuestas en la sociedad, o más
precisamente, en las estructuras sociales (e. g. normas, instituciones,
valores) que algunos teóricos elevaron a la categoría de pre-requisitos
funcionales (Parsons, 1951). A diferencia del individualismo extremo de la micro-sociología, aquí las interacciones resultan demasiado
residuales, demasiado humanas, como para llegar a convertirse en una
categoría sociológicamente relevante. En cambio, los teóricos de la sociedad prefieren especializarse en la fabricación de “idiotas culturales”, que sólo se dejan guiar por normas y modelos pre-definidos, como si estuvieran escenificando en carne propia el guión de una película dirigida por George Romero.
La solución preferida por la sociología
contemporánea ha sido naturalmente emprender una serie de proyectos de
síntesis con el propósito de alcanzar algún tipo de acuerdo razonable
entre las dos posiciones. Los arreglos conceptuales diseñados por
autores como Bourdieu, Giddens o Habermas,
podrían formar parte de este selecto grupo de compiladores. Sin
embargo, por más variaciones que se introduzcan a la dialéctica
original, nada nos asegura que el punto medio entre dos polos
inexistentes tenga aún menos derecho a existir que las posturas
iniciales del interaccionismo simbólico o del funcionalismo normativo.
Antes de seguir poniendo a prueba la
imaginación sociológica, tal vez deberíamos dejar de ser tan ingeniosos y
desplazar esta distinción por otra tensión conceptual que nos permita
definir el orden social más allá de sus escalas de actividad. A primera
vista, la distinción sistema/entorno debería ser una buena alternativa a la solución del compromiso. A diferencia de los proyectos de síntesis, la solución explorada por Luhmann no intenta resolver antinomias, ni reproducirlas en su conjunto, sino superarlas mediante el uso de nuevas distinciones. La ganancia cognoscitiva de la distinción
sistema/entorno radica en que esta no se basa simplemente en una
referencia analítica, como ocurre en el caso de la separación por
niveles, sino en un referente empírico inspirado en el “cálculo de la forma“.
La unidad de la diferencia
entre interacción y sociedad podría modelarse indicando el lado interno
(sistema) de una forma compuesta de dos lados (sistema/entorno) y
excluyendo todo lo demás (entorno). En el caso de la sociedad, Luhmann nos dice que se trata de un sistema en evolución capaz de incluir todas las operaciones de comunicación en el lado interno de la distinción sistema/entorno. En otras palabras, no es posible comunicar fuera de la sociedad.
Las
interacciones, en cambio, emergen como sistemas adaptativos que
articulan su autopoiesis en coherencia con un ambiente social ya
establecido por la misma sociedad. Esto no
significa en ningún caso que la sociedad contenga a otros sistemas en
cuyas partes se incluyan las interacciones como si se tratase de muñecas
rusas en el juego de las matrioskas. La sociedad no es más grande ni
más pequeña que las interacciones. El vínculo entre ambos radica, más bien, en que la distinción constitutiva de los sistemas de interacción (presencia/ausencia) permite procesar el problema de la doble contingencia.
En la medida en que la sociedad se
realiza como interacción, las ofertas de sentido pueden ser
actualizadas, negociadas o rechazadas gracias a la codificación del
lenguaje como mecanismo de variación evolutiva. Al mismo tiempo, la
sociedad dispone de nexos estables de expectativas (e. g. roles,
programas, valores) que aseguran el entendimiento mutuo entre los seres
humanos mediante el uso de comunicación: “sin interacción no habría sociedad, y sin sociedad ni siquiera la experiencia de la doble contingencia” (Luhmann, 2007:647). Ambos
planos se presuponen y co-producen mutuamente como unidades emergentes,
es decir, ninguno de los dos se reduce a las propiedades del otro (a
pesar de que cada uno resulte indispensable para el funcionamiento del
otro).
Tal
comprensión, no implica en ningún caso, que las interacciones puedan ser
colonizadas o instruidas desde su entorno por los sistemas funcionales
de la sociedad, como pretende demostrar la teoría de Habermas. Afortunadamente
para los seres humanos, las interacciones cuentan con la capacidad de
acoplarse y des-acoplarse con relativa facilidad de los programas
asignados por el resto de la sociedad (Robles, 2006). Tal
como lo entiende Goffman, serían aquellos sistemas donde usualmente nos
´personificamos` en biografías plenas para desarrollar actividades que
no cumplen ninguna función específica. En cierta forma, representan el backstage de la sociedad.
Ahora bien, a pesar de que la propuesta
de Luhmann ha sido aplicada con éxito al diagnóstico de la sociedad, no
ha sucedido lo mismo en el nivel de la interacción. Los investigadores
sistémicos parecen más interesados en investigar desde la comodidad que
les brinda el “vuelo de la abstracción”
antes de pensar siquiera en descender a los infiernos de su realización
empírica. Si nuestra tesis es correcta, y la teoría de sistemas
demuestra mejores rendimientos conceptuales para definir el vínculo
entre interacción y sociedad, el trabajo de Luhmann tiene que ser
integrado a un programa metodológico que le permita analizar
empíricamente la emergencia de interacciones cotidianas y sus
variaciones en el curso de la evolución de la sociedad.
Existen actualmente al menos dos líneas
de exploración que están asumiendo esta tarea. La primera se enmarca
dentro de la tradición etnometodológica (Garfinkel, 1967)
y representa el esfuerzo de la sociología alemana por dar consistencia a
la hipótesis formulada por Luhmann sobre los sistemas de interacción
como unidades irreductibles a la sociedad. Es más, algunos herederos de
la obra de Luhmann, como André Kieserling, Dirk Baecker o Peter Fuchs,
han recibido con entusiasmo las oportunidades de diálogo entre ambos
paradigmas.
Quizás el ejemplo más interesante se encuentra en la iniciativa del sociólogo Fernando Robles dirigida a identificar aquello que distingue a la reproducción autopoiética de los sistemas de interacción frente al resto de la sociedad. La tesis de Robles apunta a que la autopoiésis de la interacción sólo es posible mediante el uso práctico del lenguaje bajo la forma de expresiones indexicales.
Esta condición obliga a que sus participantes deban referirse
continuamente al contexto donde adquiere sentido la comunicación para
mantener la atención de los interlocutores. En casos extremos donde la
referencia indexical se remite a dos o más reglas de codificación
simbólica, las interacciones pueden asumir patrones caóticos, transformando aquellos sistemas que Luhmann definió como los “más simples de la sociedad” en situaciones potencialmente hiper-complejas.
La segunda alternativa busca dar con las relaciones de interdependencia entre interacción y sociedad, haciendo un uso descriptivo de las herramientas metodológicas disponibles en la “sociología de la traducción” (Latour, 2008). Aplicando el “principio de simetría generalizada” al
análisis de los sistemas de interacción, los Estudios de la Ciencia y
la Tecnología han logrado detectar una serie de transformaciones en los
estados emergentes de la sociedad (en el nivel macro) a partir de
pequeñas variaciones (en el nivel micro). De aquí se derivan
algunos nichos estables de acoplamiento entre interacciones y sistemas
funcionales gracias a la emergencia de “regímenes de traducción” (Leydesdorff, 2013) como ocurre en el caso de los clusters tecnológicos de Silicon Valley.
Desde una perspectiva similar, Ignacio Farías analiza las dinámicas de encuadre y desborde que
transforman una situación cotidiana en actividades orientadas por la
codificación de sistemas funcionales específicos (e. g. destinos
turísticos, obras teatrales, controversias políticas, etc). Farías se
pregunta: ¿Bajo qué circunstancias una tematización particular puede
desplazarse hacia los estados emergentes de la sociedad? Esto
aparentemente ocurre cuando los participantes trascienden ciertos ´umbrales de tematización` que regulan los estímulos externos del entorno acoplado hacia el sistema. De
esta manera, un conflicto entre particulares puede desencadenar la
re-estructuración total del sistema hasta el punto de llegar a
conducirse únicamente en base a los presupuestos de la moral o las
normas del derecho.
Por último, nos parece relevante
destacar uno de los principales desafíos analíticos para llegar a
redefinir el vínculo entre interacción y sociedad: la necesidad de
relativizar la presencia (física) como principio formativo de los
sistemas de interacción. Hoy en día, establecemos conversaciones en
tiempo real gracias a la mediación técnica de monitores, ordenadores y
teléfonos-móviles que re-distribuyen los patrones convencionales de
presencia y ausencia (Callon & Law, 2004).
Aun cuando el arribo de los medios
impresos redujo notablemente las restricciones físicas de la
comunicación, los medios digitales agregaron un elemento
adicional. Estos últimos no sólo liberan a la comunicación de la
proximidad espacial de sus participantes, como lo hace la escritura,
sino que además garantizan sincronización y reciprocidad entre estímulos
y respuestas, tal como ocurre habitualmente en los encuentros
cara-a-cara (Knorr-Cetina, 2009).
Actualmente existen
numerosas investigaciones que dan cuenta de mecanismos de interacción a
distancia. Entre ellas, se destacan los estudios etnográficos en
mercados financieros. Preda & Knorr-Cetina revelan la emergencia de ´sistemas escópicos`
donde el contacto entre los agentes económicos se produce de
´cara-a-una-pantalla`. En un sentido evolucionista, la diferenciación de
contextos transnacionales de interacción podría considerarse un avance
pre-adaptativo de la ´sociedad venidera`
tras la introducción de los medios de difusión digital. Sin duda, la
investigación sistémica tendrá mucho que decir al respecto durante los
próximos años.
Fuente:sintesissociales