Fue detenido el
mismo día del golpe militar y expulsado del país en 1980, cuando llegó a
España, donde sigue treinta y tres años después. Trabajando en sus memorias,
después de “reescribir” El Quijote, festeja la reedición de su trilogía y reflexiona
sobre su país, la distancia y la justicia.
Por Andrew Graham-Yooll
Desde
Madrid
La anunciada reedición,
en noviembre y en Buenos Aires, de una trilogía de novelas cuya primera edición
comenzó en 1989 en España, marcará una especie de fin del exilio literario de
un escritor argentino instalado en Toledo, España. Pero más allá de la
literatura de Mario Paoletti, se desarrolló un intercambio sobre el exilio, la
memoria de la cárcel, la represión durante la dictadura y la recuperación de la
amistad, que construyeron una visión particular de la Argentina y España.
–Conservo una carta suya
en la que me dice que siempre le ha parecido terrible que, mientras el país
festejaba la victoria en el Mundial ’78, a usted lo estaban torturando en La
Rioja. Estos “desencuentros” ¿crearon en usted algún tipo de resentimiento
contra la sociedad que salió de la dictadura?
–Resentimiento, no.
Desazón. Es una historia larga, con altibajos. Los militares me expulsaron del
país en 1980. Como era el precio a pagar para salir de la cárcel, lo acepté.
Pero nunca he conseguido digerir del todo eso de que a uno lo echen del lugar donde
nació. Luego, cuando volvió la democracia, vino el interinato de Alfonsín y
enseguida la década de Menem. Yo a Menem lo conocía de la época de La Rioja y
sabía perfectamente (si me perdona la pedantería) qué se podía esperar de él.
Lo dije y lo escribí, pero Menem fue reelegido con una lluvia de votos, casi el
48 por ciento. Pensé entonces que era mejor seguir esperando. Después vino el
interinato de la Alianza, el corralito y los primeros años de Néstor Kirchner,
cuando nadie sabía (ni Kirchner, me parece) qué iba a pasar. Y cada vez que
sondeaba a parientes y amigos sobre la posibilidad de un regreso, la respuesta
era unánime: “¿Qué vas a hacer aquí? Quedate allá, que estás bien...”.
–Su larga detención de
cuatro años ¿fue en carácter de rehén? Porque a quien estaba buscando con
denuedo la dictadura era a su hermano Tito, director del diario El
Independiente y militante socialista de fuertes convicciones.
–Sí, Tito era el segundo
en la lista de riojanos boleteables de la dictadura. El primero era el obispo
Enrique Angelelli. En ese sentido, es posible que me hayan retenido en
condición de rehén por “portación de apellido”. Pero no es menos cierto que yo
era subdirector del diario y socialista declarado. No era un perejil. Así que
podría decirse que les venía bien tenerme a la sombra para presionar a Tito y,
de paso, castigarme por mis utopías igualitaristas. Pero Tito se les escurrió
entre las manos y a mí al final tuvieron que soltarme.
–¿Cómo recibió la
noticia de la muerte de Videla?
–En realidad, yo ya
había matado a Videla en una novela, Mala Junta (última parte de la trilogía,
próxima a reeditarse en Buenos Aires), que publiqué hace quince años. Desde
entonces, en mi subconsciente Videla era finado. Así que esta de ahora fue para
mí una re-muerte...
–Bueno, entonces le
pregunto cómo recibió la re-muerte de Videla...
–Pensé: a todo chancho
le llega su San Martín.
–¿Y nada más?
–También pensé que si se
hubiese arrepentido, aunque sea un poquito, habría ayudado bastante a empezar a
cerrar la herida más sangrante de la historia argentina. Pero prefirió
emperrarse. Y acabó muriéndose de la forma más ridícula del mundo: pisando el
jabón en la ducha.
–No fue la muerte de un
guerrero...
–No, no fue la muerte de
un guerrero. Pero lo bueno es que haya muerto mientras cumplía una condena. Eso
ayuda, aunque sea un poquito, a que la gente crea en la Justicia. Porque sin
Justicia (me refiero a la social, pero también a la de los tribunales) no es
posible la democracia.
–A propósito de la
política de DD.HH. iniciada en 2003 por el gobierno argentino, ¿qué cree usted
que quedará de la seguidilla de juicios a viejos asesinos? ¿No piensa que sería
muy útil también una recopilación de la información sobre todo lo vivido en la
posdictadura, como hizo Sudáfrica?
–La información que aún
permanece oculta es la que corresponde a las responsabilidades personales de
los gobiernos militares de aquella época. Se ha averiguado mucho, pero la parte
no visible de este témpano es más grande que la que está a la vista. Y la
Iglesia, ahora que tiene un Papa que dice querer airear la casa, haría bien en
hacer una autocrítica como Dios manda.
–Treinta y tres años
radicado en España... Son muchos años.
–Treinta y tres son
todos los años que vivieron Evita y Jesús. Sí, son muchos años.
–De la colectividad
argentina en España, según me dicen, se ha vuelto casi la mitad. Usted está en
la otra mitad, la de los que prefirieron quedarse. ¿Por qué?
–En España encontré
reconocimiento y respeto. Y acuérdese que yo venía de la cárcel, donde el día a
día podría sintetizarse con dos palabras: mugre y humillaciones. Desde 1987
dirigía una universidad para extranjeros de la Fundación Ortega y Gasset, vivía
en Toledo, que es una ciudad espectacular, me daban tiempo libre para que
escribiese y además me empezaron a premiar y a publicar. Y en 1992 apareció
como por encanto la mujer de mis sueños. Cartón lleno.
–¿Qué está pasando en
España?
–La especulación
inmobiliaria, que había creado una burbuja financiera enorme que acabó por
estallar como todas las burbujas, se sumó a un déficit insoportable y a un
sector bancario al borde del precipicio. Entonces la Unión Europea dio la orden
de recortar gasto social (despidos, reducción de salarios y recortes en sanidad
y educación) y la desocupación trepó casi al 30 por ciento y se paralizó el
consumo. Y ya se sabe que el sistema capitalista no puede funcionar sin
consumo, porque es un sistema basado en la competencia y no en la solidaridad.
–Solidaridad social no
hubo ni siquiera en el Medioevo, por lo que no va a competir ahora con el
capitalismo. ¿Y qué va a pasar en España?
–Vendrán unos años muy
malos y después, gracias al turismo y a las exportaciones, que aumentarán por
la baja de los salarios, se producirá una lenta recuperación. Pero la España de
los años dorados será sólo un recuerdo.
–Vista desde afuera la
situación española, sorprende que no haya más conflictividad. Poca gente en la
calle para la magnitud de la crisis. Las cifras de desempleados, 6,2 millones,
comparado –por ejemplo– con los 2,8 millones del Reino Unido, por ejemplo, es
escalofriante.
–Los veinte años
anteriores habían sido muy buenos y la gente había ahorrado. Ese colchón es el
que se está utilizando ahora. En España la ayuda al familiar y al amigo en
desgracia es una cuestión de honor. Pero tarde o temprano esos fondos se
acabarán. Por ahora el susto es mayor que la rabia. Pero eso puede cambiar.
–Y en su sector, la
educación, ¿cómo está actuando la crisis?
–España va a dar un
salto atrás impresionante. La democratización de su educación pública, que era
bastante buena, quedará reducida a un esqueleto burocrático. La derecha piensa
que ésta es la coyuntura perfecta para reorganizar la educación superior según
los viejos principios de exclusividad basada en la capacidad de pago. Para
colmo, un sector de la derecha está muy influido por los obispos católicos, que
son bastante reaccionarios. El panorama es francamente malo.
–Está publicando mucho,
en Argentina y en España. ¿Cómo es eso de tener una pata en cada lado, ser
parte de “dos culturas”?
–Complicado. Y si eso
coincide con una gran crisis del mundo del libro, peor. Usted debería saberlo,
ya que está publicando actualmente en Argentina y en Inglaterra. El libro en
papel será cada vez menos habitual. Los costos mandan. Y el libro electrónico está
hecho sólo de luz y puede ser almacenado en una “nube”. Los bosques,
agradecidos. Pero no se trata sólo de los libros. También los diarios y las
revistas cambiarán. Va a ser una verdadera revolución.
–Significará un profundo
cambio en los hábitos, difícil para nuestra generación, quizás...
–Más que eso. Será
también un cambio hacia el interior de la literatura. Se irán borrando las
fronteras entre texto e ilustración, entre los distintos géneros literarios y
en la relación entre autor y lector. El lector podrá intervenir en el texto
original y realizar su propia versión. Esto ya está ocurriendo con la música.
Hay un tipo, Avero, que colgó en YouTube decenas de versiones cantando a dúo
con Gardel. Eso se multiplicará por mil.
–¿Y a usted con quién le
gustaría cantar a dúo?
–Yo canto muy mal y no
es cuestión de arruinar a nadie. Pero sí que me gustaría hacer algunos
experimentos. Por ejemplo, recrear la voz de Libertad Lamarque, que fue una
cantante tremendamente entonada pero muy aguda, dos octavas más abajo.
–Está también el
problema de los derechos. Internet ha facilitado el consumo gratuito de
contenidos artísticos y las empresas y muchos artistas dicen que esto llevará
al sector a la ruina.
–Sí, es un problema a
solucionar. Pero es, también, el resultado de muchos años de estafar a la
gente. El precio de un disco era veinte veces el de su costo. La gente pagaba
pero iba juntando bronca. Y cuando se pudo desquitar, se desquitó. Mientras sea
posible bajar gratis libros, películas y canciones, la gente las bajará. Nadie
rechaza un regalo.
–Pero los autores y los
artistas tienen derecho a vivir de sus creaciones.
–Así es. Pero el derecho
de propiedad no es absoluto sino relativo. Hace doscientos años se podía ser
propietario de un esclavo, pero ahora no. Lo mismo ha de ocurrir con la
producción artística. No parece razonable que los nietos sigan cobrando las
regalías de lo que produjeron sus abuelos. El mundo de la comunicación ha
cambiado y los modos de comercialización también tienen que cambiar. Al fin
pasará con los productos audiovisuales lo que pasó con la ropa. Cuando yo era
chico el precio de un traje era prohibitivo. Ahora la ropa está al alcance de
cualquiera. Lo mismo tiene que pasar con los productos audiovisuales. Cuando
tengan un precio que la gente considere justo dejarán de hacer copias piratas.
–Me gustaría saber la
historia de sus libros más recientes. ¿Cómo fue recibido el libro sobre “las
novias” de Borges?
–Bien. Pero menos bien
de lo que esperábamos. El título de Las novias de Borges fue sugerido por la
editorial por razones marketineras, pero es una biografía en toda la regla. Con
Borges ocurre una cosa curiosa: es admirado pero no querido. Era antiperonista,
antimarxista y antinacionalista. Y se reía de los ricos y de los políticos. No
dejó títere con cabeza. Los marxistas se lo perdonan, pero los peronistas y los
nacionalistas no. Y en España pasa lo mismo. Borges admiraba la valentía y el
sentido del honor de las españoles, pero alguno de sus chistes (“yo no he
conocido nunca un italiano tonto ni un español cobarde”) o de sus
descalificaciones de la literatura española (“desde El Quijote para aquí,
nada”), le crearon muchos enemigos. Los libros sobre Borges se venden poco.
–¿Y la reedición de la
Trilogía Argentina, las tres novelas (Antes del Diluvio, A fuego lento, Mala
junta) en las que usted intentó pintar un mural de la Argentina del siglo XX?
–Si todo va bien, en
noviembre las publicará Emecé en un solo tomo, que se llamará Trío.
–Por lo que recuerdo, la
primera novela comenzaba en la época de la muerte de Gardel y la última acababa
con los argentinos del exilio y el “ajusticiamiento” de Videla.
–Sí. Me pareció
“impropio”, como diría Macedonio Fernández, que Videla muriese en una cama, tan
pancho, sin hacerse cargo de sus salvajadas. Y entonces lo maté en la novela,
aprovechando que los asesinatos literarios no pueden ser castigados por la ley.
Videla, en su momento, había usado la impunidad que da la fuerza. Yo utilizaría
entonces la impunidad que da el arte.
–También ha publicado un
libro de “retratos” en un raro estilo de prosa poética. ¿Cómo es eso?
–Son 58 minibiografías,
de una página de extensión. Una especie de cambalache en el que aparecen
Descartes y Santo Tomás junto al Che y el propio Discépolo. Acaba de ser
presentado y está funcionando bien.
–¿Y ahora qué tiene
entre manos?
–Unas memorias. Se
titulan Bibliotecario en Auschwitz (yo fui bibliotecario de mi pabellón en la
cárcel de La Plata) y habla sobre todo de los tiempos de la cárcel y del exilio
y el “desexilio”, como le llamaba Mario Benedetti. Estarán terminadas este año.
Luego le tocará el turno a una obra de teatro sobre la última hora y media de
vida del Che, en Bolivia.
–También me dicen que,
igual que Pierre Menard, estuvo reescribiendo El Quijote.
–Sí, y ya está terminado
y esperando editorial. Se titula Quijote Exprés y es El Quijote de siempre
después de pasar por chapa y pintura. Cuatrocientos años son muchos años. Lo
reduje a 350 páginas sin ninguna nota al pie. Se puede leer de un tirón. Es un
Quijote para leer en la playa o en el subte. Está dirigido a todos aquellos que
jamás lo leerían en su versión original. Porque es una pena que semejante
novela, una verdadera maravilla, la lea tan poca gente.
–Me anoto para leer ese
Quijote. El primero que yo leí fue una adaptación en inglés, yo tenía diez u
once años. Luego usted me regaló la obra entera. ¿Cómo se ve a la Argentina
desde Toledo?
–Lejana.
–¿En qué sentido? ¿En el
sentido de lejos por despreciada en el gran mundo, por rechazo? ¿De qué estamos
lejos?
–En el sentido en el que
España está lejos de Argentina. No participar en el día a día de un país tiene
sus ventajas y desventajas. Ver de lejos facilita la perspectiva (quien se
coloca debajo de una catarata no ve nada, sólo oye un gran ruido), pero el que
no está entre las cosas no las huele y no las palpa, pierde el sentido de lo
cotidiano y tiende a reemplazar las emociones con ideas.
–Así y todo, ¿cómo ve al
país?
–Lo veo muy interesante.
Lo más importante es que una buena parte de la juventud se ha sumado a la actividad
política después de bastante tiempo de hibernación. Además, se ha estado dando
una confluencia, aunque tímida todavía, en el pensamiento y en la acción (por
ejemplo, en el periodismo de opinión) entre el peronismo que mira con simpatía
al socialismo y un sector de la izquierda que está abandonando sus prejuicios.
Si esto sigue adelante se podría consolidar un programa mínimo que sirva de
punto de partida para futuras luchas sociales.
–¿Y ese rostro tan
prometedor tiene algunos lunares?
–Varios. La codicia y la
estupidez de una derecha que no ha aprendido nada desde los tiempos de Roca,
los restos de ese peronismo “pendular” que tanto daño ha hecho a la causa
popular y cuyo máximo representante fue Menem, y una izquierda que se ha
estancado en la época de la Guerra Fría y confunde el rigor teórico con la
incomprensión de los fenómenos populistas.
–En la Argentina de hoy
Menem no es referente para nadie. En esto, quizás, es en lo que se sufre el ver
las cosas desde lejos.
–Es muy posible. Pero
hay un menemismo residual que yo veo aún vigente. Por ejemplo, en esos
“analistas” que al mismo tiempo que apoyan al Gobierno exaltan las virtudes del
“pragmatismo” peronista. Eso del “pragmatismo” es nada más que la
“pendularidad” con otro nombre. En política hay que ser práctico, por supuesto,
pero no hasta el punto de abandonar los principios.
–¿Volverá Mario Paoletti
a vivir en Argentina, en mi país?
–Vivo mentalmente en
Argentina una buena parte de cada día. Y en estos tiempos de Internet las
distancias ya no son tan clamorosas. Pero no tengo respuesta para su pregunta.
Haré, como siempre, lo que sea posible. Leonardo Da Vinci decía que el truco
para lograr la felicidad no consiste en hacer lo que uno quiere sino en querer
lo que uno puede. Mi hermano Tito, que era un revolucionario, no era
“leonardiano”. Pero yo sí.
Fuente: Página/12
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