Este
28 de enero se conmemoró un nuevo aniversario del nacimiento, en 1853,
de José Martí, el Héroe Nacional de Cuba y, nos atreveríamos a decir, de
toda Nuestra América. Mucho se ha escrito sobre la obra de este
personaje excepcional, pese a lo cual sus ideas y su epopeya
emancipatoria siguen siendo poco conocidas por las masas irredentas e,
inclusive, por los luchadores antiimperialistas y anticapitalistas de
Latinoamérica y el Caribe con la obvia excepción de Cuba. Apremiado por
las circunstancias que atribulan a nuestros países me limitaré a esbozar
una síntesis apretadísima de su enorme legado.
Martí le escribió a su amigo mexicano Manuel Mercado que “Viví en el monstruo y le conozco las entrañas.” Fue lúcido testigo del viraje histórico en el cual Estados Unidos iniciaba su funesta transición de república a imperio. Radicado en Nueva York escribió páginas inolvidables sobre la situación del hemisferio, muchas de las cuales fueron recogidas en aquella época por el diario La Nación de Buenos Aires, del que Martí fue su corresponsal durante varios años. Una buena medida de la decadencia de este periódico la ofrece el contraste entre la figura gigantesca del cubano y los nombres de sus actuales corresponsales en Estados Unidos, Andrés Oppenheimer y Jaime Bayly. Martí también fungió como cónsul honorario de la Argentina en esa ciudad. Ambas condiciones, corresponsal y cónsul honorario aún esperan su público reconocimiento y debido homenaje en este país. Así como el Che es legítimamente reconocido como “argentino-cubano” no caeríamos en el vicio de la hipérbole si dijéramos que Martí fue un “cubano - argentino”.
Los ensayos y las notas de Martí, recopilados luego en un libro bajo el título de Nuestra América, conforman junto a la Carta de Jamaica de Simón Bolívar, y La Historia me Absolverá, de Fidel, la trilogía fundacional, imprescindible e insustituible del pensamiento emancipatorio latinoamericano.
Recogemos a continuación tan sólo dos observaciones de los luminosos escritos martianos. Una, cuando al desentrañar las raíces de la expansión y la insaciable voracidad de la Roma Americana dijera que “los norteamericanos creen en la necesidad, en el derecho bárbaro como único derecho: esto es nuestro porque lo necesitamos”. Tal cual: necesitamos petróleo y si este se encuentra en Irak o Venezuela allá iremos para apoderarnos de ese vital recurso, por las buenas o por las malas. Y lo mismo haremos con el litio que precisamos, y se lo arrebataremos a Bolivia. Toda la doctrina estratégica estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial hasta hoy, y sobre todo después del 11 de Septiembre del 2001, se asienta sobre esa premisa: el derecho bárbaro precozmente detectado por Martí como la concepción imperialista del derecho.
Segunda y última reflexión centrada en el comercio internacional: “quien dice unión económica, dice unión política. El pueblo que compra, manda. El pueblo que vende, sirve. El pueblo que quiere morir vende a un solo pueblo, y el que quiere salvarse a más de uno. … El influjo excesivo de un país en el comercio de otro, se convierte en influjo político. Lo primero que hace un pueblo para llegar a dominar a otro es separarlo de los demás pueblos. El pueblo que quiera ser libre, sea libre en negocios”. Separarlo de los demás pueblos, advierte Martí así como evitar “el influjo excesivo” de un país, Estados Unidos, sobre los de Nuestra América.
Este era precisamente el propósito de la derrocada ALCA. Cuando vemos las políticas que Washington y sus secuaces latinoamericanos han impulsado para reforzar nuestros asimétricos vínculos comerciales con Estados Unidos o destruir la UNASUR, la CELAC y cuanta iniciativa exista de integración o articulación continental caemos en la cuenta de la extraordinaria capacidad de Martí para precozmente vislumbrar la naturaleza de la estrategia imperial y lo que se nos venía encima si la unión de nuestros pueblos no lo impedía. Por todo esto es que celebramos su nacimiento, el de un grande de la Patria Grande, portador de una de las antorchas más luminosas que nos han guiado, y lo seguirán haciendo, en nuestra lucha sin tregua contra el imperialismo norteamericano.
Fuente:Pagina/12
Martí le escribió a su amigo mexicano Manuel Mercado que “Viví en el monstruo y le conozco las entrañas.” Fue lúcido testigo del viraje histórico en el cual Estados Unidos iniciaba su funesta transición de república a imperio. Radicado en Nueva York escribió páginas inolvidables sobre la situación del hemisferio, muchas de las cuales fueron recogidas en aquella época por el diario La Nación de Buenos Aires, del que Martí fue su corresponsal durante varios años. Una buena medida de la decadencia de este periódico la ofrece el contraste entre la figura gigantesca del cubano y los nombres de sus actuales corresponsales en Estados Unidos, Andrés Oppenheimer y Jaime Bayly. Martí también fungió como cónsul honorario de la Argentina en esa ciudad. Ambas condiciones, corresponsal y cónsul honorario aún esperan su público reconocimiento y debido homenaje en este país. Así como el Che es legítimamente reconocido como “argentino-cubano” no caeríamos en el vicio de la hipérbole si dijéramos que Martí fue un “cubano - argentino”.
Los ensayos y las notas de Martí, recopilados luego en un libro bajo el título de Nuestra América, conforman junto a la Carta de Jamaica de Simón Bolívar, y La Historia me Absolverá, de Fidel, la trilogía fundacional, imprescindible e insustituible del pensamiento emancipatorio latinoamericano.
Recogemos a continuación tan sólo dos observaciones de los luminosos escritos martianos. Una, cuando al desentrañar las raíces de la expansión y la insaciable voracidad de la Roma Americana dijera que “los norteamericanos creen en la necesidad, en el derecho bárbaro como único derecho: esto es nuestro porque lo necesitamos”. Tal cual: necesitamos petróleo y si este se encuentra en Irak o Venezuela allá iremos para apoderarnos de ese vital recurso, por las buenas o por las malas. Y lo mismo haremos con el litio que precisamos, y se lo arrebataremos a Bolivia. Toda la doctrina estratégica estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial hasta hoy, y sobre todo después del 11 de Septiembre del 2001, se asienta sobre esa premisa: el derecho bárbaro precozmente detectado por Martí como la concepción imperialista del derecho.
Segunda y última reflexión centrada en el comercio internacional: “quien dice unión económica, dice unión política. El pueblo que compra, manda. El pueblo que vende, sirve. El pueblo que quiere morir vende a un solo pueblo, y el que quiere salvarse a más de uno. … El influjo excesivo de un país en el comercio de otro, se convierte en influjo político. Lo primero que hace un pueblo para llegar a dominar a otro es separarlo de los demás pueblos. El pueblo que quiera ser libre, sea libre en negocios”. Separarlo de los demás pueblos, advierte Martí así como evitar “el influjo excesivo” de un país, Estados Unidos, sobre los de Nuestra América.
Este era precisamente el propósito de la derrocada ALCA. Cuando vemos las políticas que Washington y sus secuaces latinoamericanos han impulsado para reforzar nuestros asimétricos vínculos comerciales con Estados Unidos o destruir la UNASUR, la CELAC y cuanta iniciativa exista de integración o articulación continental caemos en la cuenta de la extraordinaria capacidad de Martí para precozmente vislumbrar la naturaleza de la estrategia imperial y lo que se nos venía encima si la unión de nuestros pueblos no lo impedía. Por todo esto es que celebramos su nacimiento, el de un grande de la Patria Grande, portador de una de las antorchas más luminosas que nos han guiado, y lo seguirán haciendo, en nuestra lucha sin tregua contra el imperialismo norteamericano.
Fuente:Pagina/12
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