Por Edgardo Mocca
A veces, Macri nos acerca la imagen de Chauncey Gardiner, el
personaje central de la novela Desde el jardín, de Jerzy Kosinski,
luego exitosamente llevada al cine. Se trata de un individuo jardinero
con capacidades “diferentes” que pasa su vida entre su jardín y el
televisor. Desde ese limitado territorio enuncia frases toscas y
elementales que, cuando es rescatado de su pequeño mundo y proyectado al
mundo burgués, son interpretadas como metáforas capaces de explicar la
realidad cortando caminos respecto de las inevitables complejidades del
habla intelectual y política. Después de un accidente, Gardiner pierde
toda posibilidad de comunicación que no remita inmediatamente al jardín
que cuida y a la televisión que mira todo el tiempo que no está en el
jardín. Jocosamente Kosinski eleva a su personaje al máximo nivel de
atracción mediática –y por lo tanto también política– de Estados Unidos.
“En todo jardín hay una época de crecimiento… mientras no se hayan
seccionado las raíces todo está bien…” dijo un día, y la frase, junto a
un puñado de otras parecidas, son interpretadas como metáforas
iluminadoras del presente y el futuro de la principal potencia y
convierten rápidamente al jardinero en una celebrity de los medios de
comunicación y de la escena política. La novela termina cuando Gardiner
está a punto de integrar la fórmula presidencial de las próximas
elecciones.
Pero Macri no es Gardiner. Sus asesores de imagen siguen cada una de sus palabras y de sus gestos y los programan de modo que establezcan empatía con esa materia misteriosa que se ha dado en llamar la “opinión pública”. El universo de las creencias no es un orden sino un caos, según Durán Barba. Y no hay nada que hacer en ese caos, como no sea aprovecharlo para el objetivo, para crecer en las preferencias que escrutan las encuestas. Así es como la frase presidencial que afirma la “ascendencia” europea de “todos” los sudamericanos debe ser leída. Toda la academia se le ha ido encima a esa frase con el propósito de refutarla desde el punto de vista social, cultural y antropológico; un ejercicio interesante sin ninguna duda. Es bueno que sepamos que América del Sur no es un suplemento racial de Europa. Que tenemos sangre turca, rusa, judía, sirio-libanesa, china, japonesa y de otras muchísimas etnias no europeas, para no hablar de los pueblos que no “descubrieron” América sino que nacieron en estas tierras. . Pero no debe creerse que Macri lo ignore. Y si lo ignorara están los numerosos equipos que lo asesoran para informárselo. La palabra de Macri es lo que Ricardo Aronskind llama la palabra de la “burguesía periférica”. Una clase, o más bien un bloque político-cultural, que reniega de su condición nacional y sueña con regresar al origen mítico, al glamour del capitalismo exitoso a fuer de temprano y a fuer de colonialista e imperialista. Nada nuevo: “cipayo” llamó el nacionalismo popular hace ya muchas décadas a ese sueño de extraterritorialidad de nuestras clases dominantes. El actual gobierno argentino es, en ese sentido, profundamente revolucionario. Su mensaje no es conciliador ni negociador: claramente anuncia que no quiere dejar piedra sobre piedra de la mentalidad ni de la estructura material de la Argentina que cree en un destino sudamericano. El Presidente dijo también que lo que ocurre en Brasil es “excelente” y que en Venezuela “no hay democracia”. Es un lenguaje provocador y prepotente. Extraordinariamente análogo al que pronuncia otro émulo del jardinero de Kosinski, el actual presidente de los Estados Unidos. Parece ser que el lenguaje de la prepotencia imperial y su contracara, el de la sumisión colonizada, son el modo de hablar de la época.
Pero Macri no es Gardiner. Sus asesores de imagen siguen cada una de sus palabras y de sus gestos y los programan de modo que establezcan empatía con esa materia misteriosa que se ha dado en llamar la “opinión pública”. El universo de las creencias no es un orden sino un caos, según Durán Barba. Y no hay nada que hacer en ese caos, como no sea aprovecharlo para el objetivo, para crecer en las preferencias que escrutan las encuestas. Así es como la frase presidencial que afirma la “ascendencia” europea de “todos” los sudamericanos debe ser leída. Toda la academia se le ha ido encima a esa frase con el propósito de refutarla desde el punto de vista social, cultural y antropológico; un ejercicio interesante sin ninguna duda. Es bueno que sepamos que América del Sur no es un suplemento racial de Europa. Que tenemos sangre turca, rusa, judía, sirio-libanesa, china, japonesa y de otras muchísimas etnias no europeas, para no hablar de los pueblos que no “descubrieron” América sino que nacieron en estas tierras. . Pero no debe creerse que Macri lo ignore. Y si lo ignorara están los numerosos equipos que lo asesoran para informárselo. La palabra de Macri es lo que Ricardo Aronskind llama la palabra de la “burguesía periférica”. Una clase, o más bien un bloque político-cultural, que reniega de su condición nacional y sueña con regresar al origen mítico, al glamour del capitalismo exitoso a fuer de temprano y a fuer de colonialista e imperialista. Nada nuevo: “cipayo” llamó el nacionalismo popular hace ya muchas décadas a ese sueño de extraterritorialidad de nuestras clases dominantes. El actual gobierno argentino es, en ese sentido, profundamente revolucionario. Su mensaje no es conciliador ni negociador: claramente anuncia que no quiere dejar piedra sobre piedra de la mentalidad ni de la estructura material de la Argentina que cree en un destino sudamericano. El Presidente dijo también que lo que ocurre en Brasil es “excelente” y que en Venezuela “no hay democracia”. Es un lenguaje provocador y prepotente. Extraordinariamente análogo al que pronuncia otro émulo del jardinero de Kosinski, el actual presidente de los Estados Unidos. Parece ser que el lenguaje de la prepotencia imperial y su contracara, el de la sumisión colonizada, son el modo de hablar de la época.
El discurso mitológico de Europa enuncia una tierra de libertad, de progreso, de paz. Es el lugar donde no hay pena de muerte, dijo alguna vez el gran pensador turinés Norberto Bobbio. Claro que como todo mito habla de una Europa imaginaria. Una Europa que relata el pasado del iluminismo, del liberalismo democrático, de la tolerancia, del pluralismo y esconde bajo la alfombra el nazifascismo (una anomalía “inexplicable”), las guerras, el colonialismo y el imperialismo. Y la Europa de hoy tampoco puede ser pensada como el sitio de la paz, del progreso y la civilización, a no ser en el registro esquizofrénico de la posverdad. La Europa de hoy es una tierra de opresión imperial, de vaciamiento democrático y de resistencias nacionales crecientes; una mirada sobre los episodios actuales de España, la crisis catalana y el intento conservador de solucionarla con el código penal, la experiencia griega de un intento emancipador sofocado por la extorsión financiera, la Italia inestable gobernada por una “centroizquierda” conservadora y acechada por el populismo, la Francia que hace equilibrio entre el nacionalismo de derecha y la izquierda insumisa, el “viejo” laborismo resucitado de la mano de Corbyn y de la movilización juvenil y popular dejan poco espacio para la esperanza de la pax neoliberal continental. Macri acaba de ofrecerse desde Argentina como una pieza a favor de la conservación de la Europa que hoy está en crisis. El elenco de ideólogos del gobierno argentino está convencido de que la suerte del experimento iniciado a fines de 2015 está atada indisolublemente a la de la consolidación neoliberal frente a todos los desafíos que la acechan. Por ahora esa apuesta fundamentalista no da frutos dignos de mención. La burguesía periférica argentina extraña los tiempos de Menem. Añora la lluvia de dólares que vinieron entonces para quedarse con el patrimonio nacional a cambio de financiar provisoriamente la quimera de la equivalencia del peso con el dólar. Eso no está en el horizonte neoliberal argentino de hoy y eso pone un límite concreto a las veleidades globalizadoras del actual elenco gobernante. Digámoslo claramente: la Unión Europea no quiere el acuerdo con el Mercosur ni aun en las condiciones nacionalmente degradadas en las que lo aceptan los gobiernos de Brasil y Argentina. Lo de Temer y Macri es un cipayismo sin destino.
El mito de la Argentina europea es un engranaje muy importante del proyecto conservador en la Argentina. Es un momento central del relato macrista. La derecha tiene una hoja de ruta ideológica y política inalterable. ¿Por qué nuestro país no fue ni es un país importante y próspero como lo auguraba nuestro liberalismo conservador después de la independencia? Porque a pesar de ser un país rico (“con todos los climas”) fue atraído por el impulso a cerrarse al mundo, a sostener una querella profunda y testaruda sobre la distribución del ingreso, porque –en fin– predominó en su pathos ideológico el nacionalismo y el populismo. Ese relato ideológico encaja muy bien con el impulso aspiracional de las clases medias, atrae ciertas sensibilidades intelectuales no sin agregarle incentivos profesionales de fama y de ingresos y hasta tiene llegada a las clases populares por la vía de la seducción individualista y consumista. Si no fueran esas las condiciones políticas, las frases de Macri no tendrían la recepción entre favorable y pasiva que hoy siguen teniendo. Las sostiene la esperanza de que a fuerza de declararnos amantes de la cultura de los “grandes países” lleguemos a parecernos a ellos –o más bien a su versión idealizada– algún día.
El Presidente acompañó su declaración de pertenencia al universo imaginario de Europa con una descripción de la realidad argentina que ni sus más fieles seguidores están en condiciones de acompañar. Dibuja un país en el que se va derrotando a la inflación en el contexto de una guerra interna de su gabinete alrededor de la cuestión de si conviene aceptar una altísima inflación para este año o es mejor resignarse a una profunda recesión para disminuirla aunque sea un poco. Macri vende un país que “superó al populismo” y a la vez considera un éxito el acuerdo de construcción de un reactor para Holanda, que es fruto del proceso de acercamiento con ese país, desarrollado por el gobierno argentino anterior. Hoy son logros propios del “regreso al mundo”. Inevitablemente la escena de la actuación presidencial evoca otros tiempos de la Argentina. Los tiempos en los que el “mundo libre” festejaba a Martínez de Hoz. Los tiempos en los que Cavallo y Menem se paseaban por el mundo mostrándose como modelos de la nueva época surgida de la caída del totalitarismo soviético y el triunfo del mundo libre. La derecha moderna, novedosa y democrática se parece cada vez más a la derecha de siempre. Como un símbolo resalta el faltazo del gobernador de Salta a la cita luminosa de Davos: ya no suma votos la obsecuencia neoliberal vestida con la ropa del peronismo. Cada vez es más difícil moverse en el territorio de una supuesta oposición apoyándose en la misma retórica de un gobierno orientado no solamente a batir electoralmente al peronismo sino a barrer sus bases materiales y a borrar sus huellas culturales.
A la nueva Argentina macrista le gusta soñarse a sí misma blanca, educada y cosmopolita. Necesita para eso imaginar una Europa y unos Estados Unidos democráticos, liberales y defensores de la paz mundial. Y un tercer mundo necesitado de fusionarse con esos faros iluminadores de la época. De ese modo podrá esperarse la nueva lluvia de dólares atraída por el alineamiento incondicional de nuestros países, lo que haría innecesario cualquier impulso de industrialización y de desarrollo político y cultural independiente.
Fuente:Pagina12
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